Algo le falta a la “radical” visión del papa Francisco I sobre la igualdad: las mujeres
Esta semana [la primera de julio], el papa Francisco I se embarcó en una ruta de regreso al hogar de siete días por Latinoamérica en su imparable misión por defender el planeta y a los pobres.
El continente —la zona con más desigualdad del mundo y la tierra natal del pontífice argentino— le proporcionará un entorno fértil en el que difundir sus famosos sermones sobre pobreza y desigualad.
Aunque aboga por los pobres y marginados de Sudamérica, los prisioneros, los pueblos indígenas y sus hijos, hay un grupo que no suele figurar en el, aparentemente, radical programa del papa Francisco I: las mujeres.
A pesar de los esfuerzos por luchar a favor de los los pobres de todo el mundo -de los cuales la gran mayoría son mujeres- el papa tiende a pasar por alto la naturaleza femenina de la pobreza y la desigualdad.
Al igual que el resto del mundo, incluido el Vaticano, la sociedad de Latinoamérica se basa en la desigualdad de género. Aunque se ha logrado realizar importantes avances en la zona en las últimas décadas y el porcentaje de la población que vive en la pobreza ha disminuido significativamente, la feminización de la pobreza (un aumento en los niveles de pobreza de las mujeres o los hogares encabezados por mujeres en relación a los niveles de los hombres o los hogares encabezados por hombres) aumentó del 109% en 1994 a casi el 117% en 2013, de acuerdo con Naciones Unidas.
La participación laboral de las mujeres en la zona sigue siendo más de una cuarta parte más baja que la de los hombres, el 52,9%, comparado con el 79,6%, según se registró en las estadísticas de 2010. Y aunque la brecha salarial se ha reducido, las mujeres siguen ganando un 68% menos que sus colegas masculinos. Además, en Sudamérica, ellas también tienen el doble de probabilidad de trabajar sin ser remuneradas que ellos.
Dentro de la poca investigación que existe, las estadísticas sobre violencia contra las mujeres en Latinoamérica son asustadoras. Un reciente informe de Naciones Unidas publicado en The Economist mostró que cada 15 segundos se asalta a una mujer en São Paulo, la ciudad más grande de Brasil. Asimismo, se afirma que en Colombia, «la práctica de rociar con ácido la cara de las mujeres para desfigurarlas se ha cuadruplicado entre 2011 y 2012». Además, más de la mitad de los 25 países del mundo que tienen, según Naciones Unidas, un índice elevado de feminicidios (asesinato de mujeres que tiene cierta relación con su sexo) ocurren en esta zona.
Las investigaciones muestran que cuando las mujeres tienen acceso a métodos anticonceptivos y se las educa para ser responsables al tomar decisiones, su nivel de ingresos, empleo y educación aumenta, al igual que el de sus hijos. Debido a que las mujeres tienen cada vez más opciones, se producen menos partos no asistidos y abortos clandestinos, lo que significa que la mortalidad materna se reduce y, dependiendo del tipo de anticonceptivo utilizado, las enfermedades de transmisión sexual se controlan.
No obstante, puesto que el Vaticano considera a las mujeres ciudadanas de segunda clase, no hace falta decir que el papa no mencionó el aborto o la anticoncepción durante su ruta por Sudamérica.
Las cifras muestran que de los 4,4 millones de abortos realizados en Latinoamérica en 2008, el 95% no cumplía las normas de seguridad. Además, en torno a un millón de mujeres son hospitalizadas todos los años para tratar complicaciones derivadas de estas prácticas. A este respecto, cabe señalar que el papa se ha referido al movimiento del derecho al aborto como «cultura de la muerte» y se ha opuesto a los esfuerzos de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, por distribuir anticonceptivos gratis.
Por mucho que haya abogado por «repensar los criterios obsoletos que siguen gobernando el mundo», el papa Francisco I ha acogido en varias ocasiones la visión católica tradicional que defiende que el papel de una mujer está en el hogar. El papa Francisco I ha exaltado el papel de la mujer como madre, en concreto, declarando que «la presencia de la mujer en el ámbito doméstico» es crucial para «transmitir verdaderamente la fe» o afirmando que «pienso, por ejemplo, en la especial preocupación que las mujeres muestran en relación a los demás, cuya expresión se muestra, sobre todo, si no exclusivamente, en la maternidad». Aunque las mujeres puedan tener una vida fuera del hogar, el papa Francisco I nos ha instado a «no olvidar el papel insustituible de la mujer en una familia».
Considerando los honestos puntos de vista del papa, hemos estado esperando a que, en algún momento, aborde la desigualdad de género. Sin embargo, no lo olvidemos: el Vaticano es —y siempre será— una institución patriarcal basada en la jerarquía sexual. Cuando, en dos ocasiones, se le preguntó sobre la posibilidad de admitir a las mujeres en el clero, el papa Francisco I dio una respuesta muy firme: no, «esa puerta está cerrada», afirmó en 2013. Como explica Thackray: «No se trata de tener un programa liberal occidental de la igualdad, sino de reconocer que permitir a las mujeres acceder a posiciones de influencia, como en la Iglesia, elevaría su estatus y, en consecuencia, reduciría su vulnerabilidad y pobreza. Quizás», continúa, «ayudaría también a agitar algunos de los sistemas cerrados y dominados por los hombres que han causado algunos de los peores abusos cometidos por la Iglesia católica».
No supondría ninguna violación de la doctrina reconocer que las mujeres deben ser valoradas intrínsecamente y desde la igualdad, independientemente de su papel en la familia o de su fertilidad. La visión del papa está incompleta hasta que incluya esta reflexión.
truthdig.com. Traducción para sinpermiso.info: Marta Estévez Pequeño. Extractado por La Haine