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:: 07/09/2012

Chavarría prepara biografía novelada de Raúl Sendic

Daniel Chavarría
Prólogo del escritor uruguayo, Premio Nacional de Literatura de Cuba, sobre el líder histórico de los Tupamaros, muy denostado por el actual gobierno "progresista" uruguayo

Prólogo del autor

Yo fui un comunista del que Sendic se habría burlado. Mi afiliación al PC uruguayo no provino de luchas obreras, campesinas, o pedreas estudiantiles. Ni por haber leído a Marx o a Lenin. Ni por padecer en carne propia ninguna injusticia o violencia. Yo fui comunista por obra de dos franceses: Víctor Hugo y una muchacha, llamémosle Henriette. El primero me hizo vibrar y llorar a la edad de doce años, ante el trágico destino de Jean Valjean; y me sembró la intuición de que la sociedad burguesa era inmoral, abusiva, y creaba leyes pérfidas contra los humildes. Y Henriette, cintura flexible, piernas de campeonato y un paso inolvidable, me enamoró a los 19 años; me adoctrinó de apuro con un marxismo de barricada, y me arrastró a las pegatinas nocturnas del PC francés y al ramassage de periódicos viejos para Presses Universitaires de France.

Cuando entré al PC uruguayo en 1957, tras cinco años de convivencia entre comunistas europeos y compatriotas, algo había entendido de cuestiones sociopolíticas y económicas, y ya podía por mis propios medios, desechar el mito de la Suiza de América; pero me tragué completo el otro, de que nuestra relativa bonanza montevideana durante los años 40, lo era de todo el país y se debía a nuestro civismo y a los beneficios que nos reportaran las exportaciones de trigo y lana durante las dos guerras mundiales.

Otra falacia muy en boga durante mi adolescencia y juventud, atribuía a los uruguayos un antimilitarismo visceral y congénito, que nos habría vacunado contra toda dictadura. Yo mismo, durante mucho tiempo, me ufané en divulgar patrañas criollas sobre nuestra prosperidad de clase media, que se permitía el lujo de exhibir bichicomes gordos, por el mucho y buen alimento que encontraban en los tarros de basura. (Doy fe de que mi económica abuela, cocinera de nuestra familia de padre obrero y madre maestra, cuando cocinaba veinte milanesas gordas para cinco personas, envolvía en papel de estraza las que sobraban, las bendecía, y las colocaba en lo alto de la basura.)

De Marx y Lenin, yo sólo repetía lo que se me pegara de oído, pero no leí sus obras hasta pasados los cuarenta, cuando me exiliara en Cuba, y de modo muy fragmentario e insuficiente. Creía de buena fe en que la única vía para llegar a la justicia social y derrotar al poderoso imperialismo yanqui, consistía en apoyar la unidad del movimiento obrero mundial, capitaneado por la heroica Unión Soviética y el camarada Stalin. Ese era también el ideario de mis compañeros y nos movía, en primer orden, el amor a la humanidad. De modo que todo el que no siguiera esta línea, como los troskos o anarcos, favorecía la insidia de nuestros enemigos. De esa miopía y torpeza me honro todavía. Nunca me he arrepentido, porque creía con sincera bondad y sin cálculo, en lo que divulgaban las publicaciones soviéticas de los años cincuenta.

No obstante, mi militancia en el Seccional Puerto del PC uruguayo sólo duró un año y medio. En el 59 me designaron para trabajar en la solidaridad con la Revolución Cubana. Y esa tarea me abrió los ojos sobre cuánto sectarismo irracional padecía mi partido de aquellos años. Desafiliado en el 61 y ya fuera del Uruguay, tuve mis coqueteos con el trotskismo y desde entonces, fui un férreo creyente en la urgencia de la lucha armada.

A Sendic lo oí mencionar a fines de los 60 cuando colaboraba con guerrillas colombianas. Luego, en el 70, ya exiliado, me ufané de que los tupamaros se fugaran de Punta Carretas y secuestraran a Dan Mitrione, tierno amante de los perros y profesor de tortura para los esbirros de la policía en Montevideo. Pero la colosal estatura política e intelectual de Raúl Sendic, sólo pude aquilatarla en el 87. Ese año regresé a Cuba de un rápido viaje al Uruguay, tras 24 años ausente del Río de la Plata, con una docena de libros escritos por autores de indudable autoridad documentaria y ética.

Desde entonces veneré al Bebe Sendic, como al héroe nacional que es hoy; pero cuando ya me acerco a los 80, veo con tristeza que ni siquiera en Cuba se lo conoce bien. Y me decidí a difundir su vida pasmosa para presentarlo a un gran público latinoamericano que simpatiza y apoya las causas justas, aunque jamás lea ensayos ni literatura política. Pero muchos consumen narrativa de ficción, por llegar más rápido y con menos trabajo al corazón que la verdad científica; como llega una cápsula de glucosa a la sangre, antes que una cucharada de azúcar. Quiero movilizar la emoción, pero no sólo de mis compatriotas que ya conocen y se han emocionado lo suficiente con el gran líder. Me dirijo también a las mayorías que al menos lo respetan por sus hormonas o por su inteligencia justiciera. En cuanto a los muchos que todavía lo odian, no son enanitos de este cuento.

Sin falsear los hechos, apelaré a esa licencia permitida al autor de biografías para insertar diálogos o pensamientos que no existieron como tales, pero corresponden por su tipicidad, a los esperados de ciertos personajes en situaciones concretas.

Considero una injusticia que ya casi a un cuarto de siglo de su muerte, el Sendic profundo, dual, visionario político, originalísimo y osado en el pensamiento y el combate, sea todavía un desconocido fuera del Uruguay.

Para desagraviarlo con una obra de fácil lectura, hay autores mucho más autorizados que yo, residente fuera de la patria desde el 61; pero he pensado que mi oficio de novelista puede contribuir a divulgarlo con una versión abarcadora y amena que llame el interés del Continente, desde el Río Bravo a la Patagonia. Para ello, creo indispensable no obstruir la amenidad de su vida novelesca, con una cascada de información sobre la discrepancia ideológica, controversias tácticas y sutiles matices entre las muchas izquierdas de nuestra compleja historia política, que no entenderían los lectores de Nuestramérica.

En resumen, esta obra es colección, amalgama y síntesis de lo mejor que he leído sobre su liderazgo guerrillero, humanismo y pensamiento augural. A mi aire, a mi estilo, y en algunos casos con segundas partes, coro y orquesta, vaya pues, esta novela histórica; y mi gratitud para todos los hombres de letras, ensayistas, investigadores, testimoniantes y periodistas que cito en mis notas y bibliografía general. En muchos casos dan respaldo verídico a mi ficción, e inspiran anécdotas, viñetas y mucha dramaturgia. Gracias a ellos, mi otrora culto profano a Sendic, es hoy reverencia concienzuda ante su genio múltiple.

Los Necios

 

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