La crisis del reformismo es la crisis del capitalismo

La izquierda debe pasar a la ofensiva

El Militante nº 163

El mes pasado se cumplía un año de la huelga general del 20-J, acontecimiento que abrió una etapa política marcada por una intensa y masiva movilización social contra el gobierno del PP: estudiantes contra la ley de ‘Calidad’, las movilizaciones por la catástrofe del Prestige y la lucha contra la guerra imperialista, por mencionar las más importantes. La repercusión que todas esas movilizaciones han tenido en las elecciones del 25 de mayo es un pálido y desigual reflejo del cambio real experimentado en la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes. En un año, y a través de su propia experiencia, han podido comprobar cuál es el papel de la derecha, del imperialismo, de las “fuerzas del orden”... El que esto no se haya traducido en un castigo electoral contundente no significa que no se haya producido un cambio profundo en la forma de ver las cosas de millones de personas y que va a tener consecuencias en el futuro; lo que sí revela, sobre todo, es la incapacidad de la dirección del PSOE y de IU, como principales referentes de la izquierda, de entusiasmar a una parte significativa de su base social natural, los trabajadores y los jóvenes.
Una mala lectura de lo que ha ocurrido en las elecciones puede llevar a errores de cálculo peligrosos. De la misma manera que el PP, en un momento determinado, sopesó la capacidad de respuesta de los trabajadores en función de la actitud de los dirigentes sindicales y su aversión a la movilización, lanzando el decretazo, que tuvo luego que retirar debido a la derrota que sufrió el 20-J, ahora puede volver a equivocarse calibrando mal el ambiente social, al hacerlo en función de la incapacidad de los dirigentes del PSOE y de IU de arrastrar a todo su electorado potencial.
Si optan por la vía de un enfrentamiento directo con los trabajadores antes de las próximas elecciones generales, hecho que no es descartable, por ejemplo, con una ley de pensiones, es bastante improbable que puedan evitar un otoño caliente. Las medidas relacionadas con la educación, en pleno verano, como la imposición de la Religión, la concreción de la reválida y la reestructuración de las carreras presagian inicio de curso agitado. Además, cualquier “accidente” puede ser el catalizador de una lucha o un movimiento de protesta. La impresionante lucha del Metal y auxiliares en Asturias es muy reveladora de que el malestar social de fondo sigue ahí, por más que el PP pretenda convertir las pasadas elecciones en un “borrón y cuenta nueva”. La movilización de Asturias es especialmente significativa del cuadro político en el que estamos por el hecho de que se trata, precisamente, de una comunidad donde la derecha ha incrementado su porcentaje de voto, como consecuencia del aumento de la abstención (la única en todo el Estado), sin que todo eso haya sido un obstáculo para que se produjese una lucha tremendamente radicalizada y participativa, despertando a sectores que durante muchos años habían permanecido más o menos pasivos en la lucha sindical.
Igualmente, es significativo que el incremento salarial pactado en los convenios sea del 3,4% en lo que va de año, cuando en el mismo periodo del año anterior fue del 3%, indicando un incremento de la presión reivindicativa.
Se equivocan los que pretenden ver en las elecciones una prueba categórica de que en el fondo, en los últimos 12 meses, nada ha cambiado en la sociedad y que todo ha sido un espejismo. Lo que sí es verdad es que la burguesía tiene poderosas razones para que sea esa, y no otra, la lectura que prevalezca en la sociedad de lo que sucedió el 25 de mayo.

El precio de una política equivocada

La clave para entender la situación política actual es que no hay una correspondencia mecánica entre la predisposición a la lucha de los trabajadores, la evolución en su nivel de comprensión de cómo funciona esta sociedad, por un lado, y, por otro, la capacidad de la dirección de los partidos obreros de masas de canalizar este enorme caudal de fuerza en una lucha conciente y organizada por la transformación de la sociedad; esa dirección ni siquiera es capaz de dar una expresión electoral (se supone que es el terreno que mejor domina el reformismo) a una situación en la que durante un año la derecha se ha sentido, y con razón, totalmente acorralada por la movilización social. Los actuales dirigentes del PSOE y de IU no están a la altura de las circunstancias y eso tiene sus consecuencias concretas, como no podría ser de otra manera.
El ejemplo más claro está en la tremenda crisis desatada en el PSOE de Madrid, frustrando, al menos de momento, lo que había sido la victoria más emblemática de la izquierda, la Comunidad de Madrid. ¿Cuál ha sido la razón de fondo que ha permitido que un método que siempre ha utilizado la burguesía, el soborno y la corrupción, haya tenido esta vez un efecto tan fulminante y catastrófico para la izquierda? Si hay elementos como Tamayo y compañía moviéndose como pez en el agua, durante años, en una organización como el PSOE, es porque su dirección, también durante años, ha abandonado cualquier perspectiva seria de transformación social, porque ha asumido completamente las reglas del sistema capitalista, porque ha abandonado totalmente la lucha ideológica contra la burguesía y su sistema, hechos que han permitido que la moral, los métodos y la psicología de la clase dominante penetre en el partido a niveles asfixiantes. ¿Cómo explicar de otra manera, por ejemplo, que el grupo municipal del PSOE y de IU hayan votado sin pestañear, junto al PP, en la segundo pleno del ayuntamiento de Madrid, una subida salarial entre el 7% y 35% para los concejales, de tal manera que ahora cobran como mínimo 64.000 euros al año y los portavoces 85.000? ¿Cuantos tamayos puede haber más, cuando desde la dirección se coarta la participación de la base, se suprimen de hecho las primarias, se convierte al partido en una maquinaria puramente electoral, en el caldo de cultivo para todo tipo de trepas sin principios?
No, el problema no es “la gente”, que “no sabe votar”. El problema de fondo no es el corrupto de turno, que se ha excedido en sus ambiciones personales hasta perder las formas. El problema de verdad está en la política que ha permitido que se llegue a esta situación. La clase obrera y la juventud son más fuertes que nunca, el potencial para una alternativa auténticamente socialista también. Si la derecha y la burguesía se pueden permitir un respiro extra es por la total incapacidad del reformismo de hacer frente a una situación que exige ideas, métodos y un programa verdaderamente socialista.

 
       

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