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La "reconcentración", historia negra del imperialismo español

LA HABANA.- Le llamaron "la reconcentración". Fue el esfuerzo "más sanguinario" de España por evitar la independencia de Cuba. Produjo mas de 300,000 víctimas, fundamentalmente ancianos, mujeres y niños. Para evitar la ayuda en alimentos, armas y hombres de la población rural al ejército mambí -a cuyo frente Antonio Maceo había llegado hasta Pinar del Río, en el occidente de la isla-, España dispuso en 1896 "reconcentrar a las familias de los campos en las poblaciones fortificadas". Todo aquel que estuviera en terreno despoblado fue considerado rebelde y juzgado como tal.

Ello provocó la aglomeración de cientos de miles de personas en villas y ciudades de la isla. Sin techo, dinero ni empleo, decomisados sus bienes, miles de familias perecieron en albergues, hospitales públicos y en las propias calles. Fueron víctimas del hambre o de las epidemias: viruela, tuberculosis, paludismo, escrofulosis. Hubo más muertos por este hecho que por acciones de guerra entre los ejércitos en contienda. A decir de las autoridades cubanas, murió el equivalente a 20% de la población de ese país entre 1896 y 1898.

En el centenario de la independencia de Cuba frente a España, el gobierno de Fidel Castro tomó este hecho como bandera de la resistencia cubana frente al "colonialismo español" de antes y frente al "imperialismo yanqui" de ahora.

No hay día en que los diarios de la isla o la televisión estatal no se refieran a él. Los discursos de los principales hombres del régimen -empezando por los del propio Fidel Castro- lo abordan sin contratiempos. Dicen que es el "antecedente de los campos de concentración nazis" y lo comparan con el bloqueo norteamericano que "intenta rendir por hambre" a este pueblo.

Un libro sobre "la reconcentración", escrito por el general Raúl Izquierdo, fue lanzado en la Feria Internacional del Libro de La Habana de 1998. Para darle realce político al libro, Fidel mismo asistió a la presentación. Como parte de esta campaña, el general Raúl Castro, ministro de las Fuerzas Armadas, propuso el 28 de enero levantar un monumento a "las víctimas de este genocidio del colonialismo español".

La historia de la reconcentración es la siguiente: Iniciada la última guerra de independencia en 1985 -en la que José Martí fue muerto prematuramente-, los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo avanzaron incontenibles desde el oriente de la isla. Basados en una gran movilidad, en sólo tres meses sus tropas alcanzaron el occidente. Maceo llegó a Pinar del Río en enero de 1996 y Gómez rondaba por los poblados cercanos a la ciudad de La Habana.

La derrota militar española parecía ya inminente. Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros de España y restaurador de la monarquía, no se resignaba: había que "sacrificar el último hombre y la ultima peseta" en Cuba.

En febrero de 1896 nombró al general Valeriano Weyler como gobernador y capitán general en Cuba en sustitución de Arsenio Martínez Campos. Su tarea: detener a cualquier precio el avance independentista. Sus fuerzas -200,000 soldados españoles, más unos 100 cubanos leales a la Corona- se repartieron entre perseguir al enemigo y custodiar las ciudades, villas, ingenios azucareros y otros objetivos económicos.

Para desarticular la red de abasto al ejército mambí en hombres, armas, alimentos y provisiones , Weyler emitió varios bandos. El primero ordenó el cierre de todas las tiendas situadas a más de 500 metros de los poblados de las provincias de La Habana y Pinar del Río. Otro más, excluyó de las raciones alimenticias a mujeres e hijos de insurrectos. Luego, dispuso la requisa de todos los caballos que había en los campos y del traslado de la producción de maíz a las ciudades de La Habana, Matanzas y Pinar del Río.

El 21 de octubre de ese año, dispuso finalmente la reconcentración en pueblos ocupados por tropas de todos los habitantes de los campos o de fuera de la línea de fortificación de los poblados. Dio de plazo ocho días. Además, prohibió la extracción de víveres y su traslado hacia otros lugares sin autorización militar. Advirtió que toda persona que fuera sorprendida en despoblado sería considerado rebelde y juzgado como tal.

Al principio, la medida se aplicó sólo en la provincia de Pinar del Río, luego se amplio en Matanzas y La Habana, posteriormente fue en toda la isla. Destruidos sus bohíos, incendiadas sus parcelas y confiscados sus animales domésticos, muchas familias aceptaron una boleta que los certificaba como "reconcentrados". La mayoría de los hombres tenía poca opción: o se alzaba con los libertadores o corría el riesgo de ser enrolado por la leva del ejército español.

Columnas de familias campesinas empezaron a llegar a las villas y a las ciudades más importantes. Las fotografías de la época muestran a mujeres e infantes caminando a duras penas, arreados por militares. Iban descalzos, cargaban pertenencias envueltas en sábanas. Muchos llevaban niños en brazos.

Así los vieron llegar los pobladores de villas y ciudades. No había, empero, donde alojarlos ni, por supuesto, como alimentarlos. El ejército español construyó barracones bajo vigilancia militar. Fueron insuficientes. Deambularon entonces por las calles mendigando "algo" para comer.

Los relatos de cronistas de la época son ilustrativos. Stephen Bonsal, corresponsal de The New York Herald Tribune: "En Pinar del Río estas estaciones de hambre se concentran en su mayoría a lo largo de 180 kilómetros del ferrocarril occidental, que va desde La Habana al pueblo de Pinar del Río. Sólo las estaciones de Guanajay, Mariel, Candelaria, San Cristóbal y Artemisa albergan a 60,000 personas hambrientas y sin hogar, y el número de aquellos que han encontrado la muerte, según los más conservadores observadores de esta colosal masacre autorizada, se estima que llegue a 10,000 desde principios de este año" (1897).

José Miró Argenter, escribió en Crónicas de Guerra: "Los reconcentrados devoraban los residuos hediondos del puchero después que la tropa había apartado el caldo y el jamón, relamiéndose a gusto; y a veces las espinas del bacalao podrido, menos escuálido que la gente hambrienta..." Isidoro Escorzo, escritor español, apuntó: "Las calles de La Habana ofrecían espectáculos horribles. En los alrededores de los cafés, fondas y demás establecimientos donde se daba de comer, bullía constantemente un enjambre de reconcentrados en espera de los desperdicios. Había allí hombres, mujeres y niños, casi todos de raza blanca, aunque no faltaban tampoco negros, mulatos y algunos chinos...". "Cuando faltó el pan, fueron los reconcentrados los que más lo sintieron, porque muchos de ellos sólo se alimentaban con los mendrugos sobrantes de las casas. La falta de comida sana produjo enfermedades terribles. La tuberculosis, especialmente, hacía presa en ellos. Titirando de fiebre iban en grandes accesos de tos a dejarse caer, agobiados, sobre las aceras... "Era frecuente ver niños escrofulosos con la carita convertida en una llaga purulenta y los brazos y las piernas completamente deformados..." La fotografías de aquella época refuerzan las crónicas. Nada hace diferentes las imágenes de famélicos niños cubanos de la reconcentración del siglo pasado con las fotografías de las hambrunas en la India o Africa en este siglo.

La reconcentración, empero, no provocó la retirada del ejército mambí. Pudieron más las divergencias entre las fuerzas independentistas que la "política de exterminio" del ejército español. Luego, en octubre de 1897, cambiaron las circunstancias políticas en España. Murió Cánovas del Castillo y lo substituyó en el poder Práxedes Mateo Sagasta, jefe del Partido Liberal. Este intentó efectuar concesiones a Cuba para evitar la debacle: destituyó a Weyler como gobernador y capitán general, revocó la política de reconcentración y ofreció la autonomía a Cuba.

Fue demasiado tarde. La suerte estaba echada: España había perdido por vía de hecho a la "más preciada joya de su corona" y Estados Unidos esperaba "la caída de la fruta madura". El 15 de febrero de 1898 explotó el acorazado Maine en el puerto de La Habana. El pretexto perfecto para la intervención militar norteamericana en una guerra que ya habían ganado los libertadores.

Homero Campa

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