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Sintel: Un pueblo dentro de la capital

En el corazón económico de la capital de España ha surgido un pueblo habitado por 1.300 trabajadores que exigen sus pagas. Tiendas de lona, barracones de madera, estructuras de metal y un huerto. El pueblo de sintel es el fortín de la protesta.

VICTOR RODRIGUEZ

Cuando en la madrugada del domingo 28 al lunes 29 de enero una avanzadilla de trabajadores madrileños de Sistemas e Instalaciones de Telecomunicaciones, SA. (Sintel) a los que se adeudaban seis nóminas comenzó a montar el Campamento de La Esperanza enfrente del Ministerio de Ciencia y Tecnología, a la altura del 160 del Paseo de la Castellana, alguno de ellos iba en bermudas. La mayoría no llevaba ropa más que para tres o cuatro días de acampada.El comité de empresa lo había fiado más largo y, para no vulnerar la legalidad, había convocado una huelga de tres semanas.

Todos se quedaron cortos. Han acumulado 55 días de resistencia, cerca de los 64 que en el mismo tramo se mantuvieron los acampados del 0,7. Pero lo de los trabajadores de Sintel es otra historia: 1.300 tipos noche tras noche, y 1.300 instaladores, empalmadores, conductores, técnicos, capaces de hacer funcionar un microondas o un televisor en mitad de la calle, de sacar una ducha con agua caliente de las conducciones urbanas del agua y de erigir barracones con literas a partir de palés de madera.

Son unas 350 tiendas de campaña. Pero la lona apenas asoma ya entre las construcciones de madera, algunas con su estructura metálica, con su puerta, con sus ventanas o con su chimenea que se extienden desde la calle de Juan Hurtado de Mendoza, más arriba de la plaza de Cuzco, hasta el estadio Santiago Bernabéu. De los 8.105 municipios que existen en España, sólo 3.000 superan los 1.000 habitantes. La ciudad protesta de Sintel tiene más gente que 5.000 pueblos en todo el país.

Y lo que no es menos chocante: el poblado sindical de la ex filial de Telefónica ha emergido en el kilómetro y medio orgánico de las finanzas y el consumismo españoles. Alrededor de 130.000 vehículos circulan en un día laboral cualquiera por el tramo de la Castellana en que se han apostado. En la zona tienen su sede cinco Ministerios: Ciencia y Tecnología, Defensa, Fomento, Trabajo y Asuntos Sociales, y Medio Ambiente. La Secretaría de Estado de Comercio y Turismo, el Instituto Nacional de Estadística y el Instituto Nacional de la Seguridad Social también están radicados en un área que concentra a más de 4.000 empleados públicos, aproximadamente uno de cada 500 de los que hay en toda España.

A escasos 100 metros de los acampados de Andalucía, los que están más al sur también en el Campamento de la Esperanza, está el complejo de Azca, una especie de Wall Street o de City a la madrileña.El BBVA, el Banco de Santander, el Banco Guipuzcoano, el Banco Zaragozano, la compañía de seguros Mapfre, la propia Telefónica a la que los hombres de Sintel culpan de la situación que les tiene sin cobrar desde el pasado mes de noviembre y con siete nóminas colgando unos 2.000 millones de pesetas en total hacen pavonear sus nombres en lo alto de los pequeños rascacielos de la capital.

Pero no es sólo eso. Los 1.300 extremeños, asturianos, malagueños, granadinos, zamoranos, burgaleses, albaceteños, valencianos...que le han sacado este sarpullido obrero a La Castellana se plantaron a dormir a la intemperie en una zona donde el metro cuadrado edificado se vende a 700.000 pesetas, el más caro de Madrid.A la vera del campamento, una treintena de las furgonetas azules de Sintel salpican el lateral de subida de la Castellana. Alguna en doble fila cierra el paso a un flamante Buick con matrícula del cuerpo diplomático. Los Mercedes, los Audi, los BMW suben la Castellana a razón de cuatro o cinco por minuto.

Ahí es donde han levantado su poblado los técnicos de Sintel.Frente a los escaparates de Crisol, (su dueño, Jesús Polanco, tiene más de 300.000 millones de pesetas sólo en Bolsa, según informaciones recientes), de Cortefiel (la empresa textil que hace 10 días quiso comprar por 13.000 millones de pesetas la compañía del modisto Adolfo Domínguez), de un concesionario de BMW (3,2 millones el modelo más barato)

Es un sarcasmo. En su hégira diaria Castellana abajo hacia el Ministerio de Trabajo, los manifestantes de Sintel pasan cada mañana por El Corte Inglés de Nuevos Ministerios. Desde hace unos días, un enorme cartelón rojo que ocupa casi toda su fachada publicita la firma de joyería Cartier. En el interior de los grandes almacenes se vende un reloj de oro macizo de la marca francesa por 1.650.000 pesetas. A la mayoría de los currantes de Sintel se les debe 500.000 pesetas menos. Los grandes almacenes de Isidoro Alvarez facturaron en el último ejercicio 1,6 billones de pesetas, el equivalente a unas 40.000 pesetas por español al año. Con el dinero que los españoles se gastan en El Corte Inglés en un día se podrían pagar las siete mensualidades que ya se adeuda a toda la plantilla con cotizaciones sociales e IRPF incluidos.

La manifestación diaria es la razón de ser del campamento. Pero apenas consume tres horas. El resto del día se va en tareas, tareas, tareas. Al que no le toca cocinar para los de su región y hacer la compra le corresponde salir en busca de madera o vigilar la barraca donde se almacenan los víveres. El que no tiene que redactar un comunicado arregla alguno de los altavoces para la manifestación o erige una nueva construcción. El resto del tiempo se va en tallar madera, en unas vacas de mus y en quemarse hablando de la empresa, de la nostalgia de casa, de la mujer que ha tenido que empezar a trabajar limpiando casas y el hijo que ha tenido que dejar la universidad para arrimar el hombro.

El Campamento de la Esperanza sale adelante con cinco millones de pesetas diarios. Todos los acampados aportan 100 pesetas diarias, pero la mayoría del sustento proviene del apoyo de las secciones sindicales de otras empresas y hasta de particulares. Una panificadora de San Cristóbal de Los Angeles les regala 1.000 barras diarias, uno de los bares cercanos les ha entregado hasta siete jamones en los casi dos meses de protesta, el hueso del último de ellos aún colgaba el pasado miércoles de uno de los árboles de La Castellana, trabajadoras de L'Oréal donaron 34 kilos de productos de higiene...Y suma y sigue hasta conseguir que la caja de resistencia haya registrado sustanciosos superávits.

No deja de ser irónico que el balance resulte más equilibrado que el de la empresa. Sintel adeuda a sus trabajadores más de 2.000 millones de pesetas. Paradójicamente, Telefónica con 416.764 millones de beneficios netos en 2000 , dueña de Sintel hasta su venta a Mas Canosa en 1996, debe a la empresa de instalaciones 6.000 millones de pesetas, según denuncian los sindicatos. Ningún directivo de Sintel se ha dirigido a Telefónica para cobrarlos.


2.000 MILLONES. Desde que Sintel suspendió pagos, en junio, los 1.800 trabajadores sólo han cobrado tres nóminas. En enero decidieron plantarse en la Castellana. «O se negocia o de aquí nos tienen que sacar como a Vicente», aseguraban el martes los compañeros de Vicente Redondo, fallecido el sábado pasado víctima de un infarto. Se les debe 2.000 millones de pesetas.

JOSÉ LUIS CABRERO. JULIO A. PARRADO

Si la vida en el Campamento de La Esperanza ha sido dura desde el primer día, la última semana ha sido especialmente cuesta arriba. Particularmente en la jaima de los zamoranos. El pasado sábado un infarto se llevó a Vicente Redondo, de 50 años y con 22 de pertenencia a Sintel. Había salido de la Castellana el jueves 15 de marzo para gestionar el crédito de 500.000 pesetas que Caja España ha concedido a cada trabajador castellanoleonés de Sintel. «Es el séptimo muerto por infarto desde que comenzó el conflicto», asegura Valeriano Aragonés, presidente del comité de empresa de Sintel Madrid. Siete infartos y siete suicidios.

Un lazo negro se ciñe desde entonces junto al habitual amarillo «contra el terrorismo empresarial» en la pechera de los chubasqueros azules y grises que los trabajadores de Sintel han convertido en símbolo.

«Son tan terroristas como los de ETA», clamaba el jueves con rencor Katia Redondo, su hija de 19 años. Y es que Vicente ha dejado viuda y dos hijos, Katia y David, de 18 años.

«No sabemos qué hacer ni qué decir. No tenemos nada y Sintel nos ha quitado a Vicente. Con él sabíamos que pasara lo que pasara nunca íbamos a pasar hambre. Ahora no queremos pensar en el mañana», declaró a CRONICA Rosa María Obispo, la viuda de Vicente. En los últimos siete meses, desde la suspensión de pagos de Sintel, conseguía sacar adelante a sus dos hijas con trabajos como asistenta y con el magro sueldo de su hijo, empleado en una industria cárnica.«Hemos tirado con lo poco que ganábamos David y yo, pero sabíamos que estaba él y eso nos daba una tranquilidad».

Los problemas laborales que acabaron por llevar a Vicente hasta la Castellana, sin embargo, habían empezado antes. Concretamente en 1996, cuando Telefónica, propietaria de Sintel, decidió venderla al empresario cubano anticastrista Jorge Mas Canosa. La Fiscalía Anticorrupción investiga indicios de fraude en una operación que sirvió para que Mas Tec, la empresa de comunicaciones de Mas Canosa, se revalorizara 58.000 millones de pesetas en dos meses. Al cabo de un año se presentó un expediente de regulación de empleo para más de 1.400 trabajadores.

Hoy los Mas Canosa no quieren saber nada de Sintel. El patriarca murió en 1997, pero su hijo Jorge Mas Santos también participó en el desfalco, según los trabajadores. Él es quien sigue al frente de Mas Tec, que presenta en la actualidad un valor de mercado de 108.000 millones de pesetas, y también es él quien ha heredado el liderazgo de los cubanos del exilio. Reside en el lujoso barrio de Pine Crest de Miami mayoritariamente anglosajón y participa en las otras dos empresas de la familia, NeffCorp.de alquiler de equipos de construcción, y Church and Tower, una de las principales contratistas de obras públicas de Florida, investigada por presunta corrupción.

(Radioklara)

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