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Estado español :: 19/12/2015

Ante el 20D

Red Roja
(Una reflexión solo electoral porque sale el 19)

Llegan las elecciones generales del 20D que culminan un larguísimo periodo electoral y, como dicta la costumbre, parece obligado posicionarse ante las mismas en cuanto al “sentido del voto”. Si en términos generales ya hemos establecido nuestra opinión de que la “táctica electoral” de una fuerza revolucionaria que interviene de forma seria en la realidad no puede reducirse a expresar qué va hacer (o no) con el voto –incluso si no se presenta a las elecciones como es nuestro caso-, aún menos nos podemos contentar con un llamamiento-proclama ante la papeleta de este domingo 20D, dado el particular contexto de crisis económico-social y de movilizaciones en que se ha dado este periodo electoral. No podemos contentarnos, insistamos, ni siquiera desde la actitud abstencionista que muy probablemente primará entre nosotros.

El papel que esta retahíla de elecciones ha jugado en la canalización (en el peor de los sentidos) de las mareas de indignaciones, producto de la crisis que estalla en 2008, exige una seria reflexión de qué ha pasado, o cómo ha podido pasar tan “fácilmente”, con el objetivo de afrontar los retos propios de quienes pretendemos contribuir al desarrollo de una línea revolucionaria de intervención. Ha sido tal la siembra de falsas ilusiones, contraproducentes para la acumulación de fuerzas revolucionarias, que paradójicamente estas elecciones se merecen mucho más que simplemente “pasar” de ellas.

Ya en la última reunión de la Coordinadora estatal de Red Roja se decía que -ante la desorientación, la desmovilización y la dispersión organizativa reinantes, pero también ante las demandas de “qué alternativas” planteamos al respecto– es clave recordar nuestra tesis de que el protagonismo del reformismo y del electoralismo más oportunista en la “canalización de la indignación” no ha sido la causa de los límites de la línea revolucionaria, sino sobre todo su consecuencia; por más que evidentemente luego le haya supuesto un serio obstáculo.

Desde ese sentido de la responsabilidad, hemos puesto más el acento en explicar las expectativas electorales en las masas -aunque sin avalarlas ni apuntarnos a ellas- que en limitarnos a criticar a quienes las siembran y se aprovechan de esas expectativas. Hemos dicho muchas veces que hoy más que nunca –por la propia crisis histórica de nuestro movimiento comunista- se trata de acompañar en la práctica el proceso de superación de contradicciones que se da en “la gente” y en las propias luchas. Si se nos permite expresarnos en términos filosóficos, en la actualidad la (re)afirmación de nuestra línea (su apoyo) será para muchos el resultado de experimentar la negación de lo que nos niega. Y eso será eminentemente un proceso práctico en el que la forma, la modalidad y hasta el momento en que expresemos nuestras críticas políticas más abiertas y públicas deberán supeditarse “pedagógicamente” a nuestra obligación de acompañamiento de las masas. Merece la pena pararse un poco en este asunto porque será algo que tendremos que tener en cuenta más allá de la coyuntura actual. Y porque, en definitiva, consideramos que ha de ser una seña de identidad de nuestra línea de intervención que nosotros mismos hemos de asimilar mucho más profundamente.

En la percepción de “la gente” se ha mezclado tanto la politiquería con la crisis propia que toda política seria hereda de los avatares del socialismo en el siglo XX, que hace tiempo que las concepciones justas no pueden aprovecharse de aparecer como nuevas e ilusionantes como, precisamente, sí le ocurría al socialismo entre el siglo XIX y el XX y una buena parte de comienzos de este. Por tanto, no avanzaremos a golpe de repetir frases revolucionarias generales de autoproclamadas vanguardias, si encima se da la sensación de repetir lo mismo pero desde esquinas sectarias, no ya distintas, sino enfrentadas. Caer en eso es sencillamente inútil y contraproducente. Incluso la mera crítica del reformismo y del “podemismo” puede sonar también a politiquería. ¿Acaso no hay una izquierda institucional que ahora sin empacho alguno, a fin de no hundirse tanto, se apunta gratuitamente al discurso radical y hasta en contra del régimen del que, buena parte de sus estructuras, han venido durante décadas alimentándose?

Por tanto, no tenemos otra que seguir sembrando clarificación a partir de la “prueba de la práctica” y del ejemplo militante. Es la pérdida de valor de todo discurso político lo que hace que un buen discurso (por certero y necesario) pueda ser también señalado como politiquería porque suene “a viejo”, al tiempo que un discurso ambiguo, demagógico y hasta insustancial, cuando no sencillamente ininteligible (1), reciba apoyos de antemano, de forma casi religiosa, porque se crea (o se necesite) que el que lo emita tenga la llave (o parte) de la salida a una situación insostenible.

La cosa se complica cuando algunos que, incluso se reconocen del socialismo, se dedican a extender que se están haciendo concesiones táctico-electorales para no asustar “a las mayorías” –dados los sambenitos que nos han colgado los enemigos- y también para coger de sorpresa a estos, a los enemigos. E invocan precedentes de experiencias revolucionarias –apoyadas ciertamente por nosotros- que, nos dicen, también maniobraron de forma “oportuna” (y escondían su verdadera ideología) con tal de coger por sorpresa… al poder. Ante ello, digamos de antemano que nosotros ya hemos dejado claro que nunca nos parecen correctas las concesiones en el discurso teórico porque comprometen la suerte de la revolución, si no hoy, mañana. El marxismo permite el máximo de flexibilidad en la táctica y en las relaciones políticas sin por ello pisotear una teoría, unos principios, que por lo demás no pertenecen a ningún proceso particular o nacional, tal como demostrara Lenin en medio de los peores escenarios de aislamiento, de agresión y de retrocesos en que se vio la revolución en Rusia. Pero una vez dicho esto, nos parece fuera de lugar comparar diferentes debilidades de discurso sin tener en cuenta las estrategias de conquista de poder reales en que se hayan (o no) insertado. Ni siquiera se pueden comparar esas debilidades de discurso sin tener en cuenta si van acompañadas o no de medidas concretas antioligárquicas.

Al respecto, mucho nos tememos que aquí las concesiones de discurso no son para emular en su “heterodoxia” a procesos revolucionarios como en Cuba o Venezuela; o incluso para emular medidas gubernamentales tomadas en Ecuador o Bolivia. Se hacen más bien para seguir el camino de Syriza. Incluso pensamos que si estas concesiones y contorsiones del discurso no terminan por reeditar al felipismo del 82 es porque estamos en esos momentos en que a la historia le cuesta reeditar hasta caricaturas; máxime por estos lares, en que estamos ligados a un centro imperialista euroalemán que batalla por disciplinar sus huestes en un contexto de crisis sistémica internacional que no termina de acabar, bregando por asegurar hegemonías de bloque y en un escenario de creciente degradación bélica internacional.

Si el efecto de sorpresa casi nunca “llama por dos veces” de seguido, encima, los oligarcas de Bruselas y Berlín han demostrado ser expertos en no dejarse impresionar por “tomas díscolas de gobierno” cuando además los “díscolos” juran y perjuran que fuera de la UE sencillamente no hay vida; a no ser que nos quieran convencer ahora de que las elecciones generales en Madrid son también un simple hito de cambio para las elecciones decisivas, no ya del Parlamento europeo (que nadie se lo toma en serio), sino en el “gran ámbito democrático” que supone la Comisión Europea.

En fin, comprendemos la tendencia a apuntarse a lo fácil, pero es una irresponsabilidad caer en ello y no plantear las tareas revolucionarias que son imprescindibles hoy, por más que desafinen con la música celestial electoral en curso; tareas que incluyen recoger las más que probables frustraciones futuras y dificultar así que se alimenten eventuales movilizaciones reaccionarias. No será la primera vez en la historia en la que haya que saber elegir mantenerse a la espera en “paciencia minoritaria” para recoger desesperos postelectorales masivos.

*

Con ese criterio venimos enfrentando el largo periodo electoral que se inicia a principios de 2014 y que ahora acaba, salvo réplicas de alguna que otra repetición de elecciones que pudiera darse (por ejemplo en Catalunya). En el análisis de este largo periodo, realmente lo que más nos tenía que demandar la atención –por su relación con las movilizaciones- era lo que se presentaba como oferta electoral de nuevo tipo (Podemos) para “una indignación” que estaba poniendo en cuestión todo el sistema político surgido de la Transición (incluida su ala oficial más a la izquierda: IU) bajo la acusación de vieja política. Y en la que se relacionaba esa vieja política con el conjunto de todas las ideologías, incluida la nuestra (aprovechando la crisis histórica, cierta, de nuestro movimiento comunista), y metiendo en el mismo saco incluso hasta quienes no habían entrado por el aro de la Transición. No se trata aquí de repetir todo lo que hemos ya editorializado acerca de la evolución-involución, tanto del discurso como del curso real seguido (incluso en sus devaneos intraorganizativos más “circulares”), de este nuevo fenómeno; un fenómeno, en realidad, tan plagado de “viejas” contradicciones (propias de la politiquería que denunciaba) desde su nacimiento, que nos dimos cuenta de que su éxito sólo dependía de lo que públicamente se creía que negaba (y se quería que negara) más de que de verdad se comprendiera lo que afirmaba y se conociera su verdadera naturaleza. Y eso, claro, no podía dejar de darle un cierto crédito temporal de impunidad.

En ese sentido también, en vez de caer en la teoría de la conspiración de que era un invento del sistema, hemos visto que en tiempos en que la tarta se contrae, y se recrudecen las disputas internas, realmente la irrupción de Podemos ha sido un factor que, como mínimo, ha movido y desazonado un tablero político que durante treinta años ha creado muchos intereses concretos y partidistas ligados a las cuotas de representación electoral conseguidas. Eso ha generado un nuevo escenario político ante el que, por cierto, los poderes reales (menos expuestos a la teatralidad política) se han sentido finalmente menos alertados que sus propios “viejos” gestores, más allá de la parte de inevitable inestabilidad e incertidumbre que conlleva toda recomposición política en tiempos de crisis. No vamos tampoco a versar mucho más sobre las particulares pérdidas de legitimidades a varias bandas (y nunca mejor dicho) dentro del régimen del 78, producto de las brutales y continuas consecuencias socio-económicas de las políticas de recortes. Pérdidas de legitimidades que se visualizaron (electoralmente) tras las elecciones europeas, desde la abdicación borbónica al estallido del “café para todos” autonómico con la cuestión nacional en Catalunya saltando de nuevo a la palestra.

Hoy, al cierre de este largo periodo electoral, nos confirmamos más en que el actual estado de cosas es la confluencia de una trágica crisis -sobre todo, en el plano económico-social, donde se ha dado la degradación que han impulsado las movilizaciones- con herramientas políticas de comedia que no se plantean seriamente echar el telón de fondo a un sistema con problemas cuya mejor esperanza es que también los tiene su única solución: la revolución.

Si uno echa una mirada atrás y repasa el recorrido de las “fuerzas del cambio”, no puede dejar de reparar en que por mucho que se haya dicho que lo electoral no era lo más importante, que se trata de tener “un pie en las instituciones y mil en la calle”, en realidad, hay quienes llevan meses y meses en exclusiva dinámica electorera. Y cuando no han abandonado los marcos de lucha, ha sido, en gran medida, para convertirlos en reclamo electoral. No se ha utilizado lo electoral para elevar la voz de la calle, sino en gran medida se ha terminado por contribuir a acallarla, cumpliéndose la misión, más allá de intenciones iniciales, de “elevar” de responsabilidad cívica a los manifestantes. Tanta ha sido la perversión electoral, que hasta la calle ha terminado por ser un handicap a la hora de competir en ver quién va antes que quién en las candidaturas electorales. Es decir, que no sólo se ha canalizado la indignación contra el sistema, sino que se le asegura a este que los que la canalizan son, sobre todas las cosas, gente de orden o en cursillo acelerado hacia el mismo. En fin, del “no nos representáis” espetado a políticos y banqueros, se ha entrado por el aro de demostrarles que “somos presentables”. No es de extrañar que un nutrido grupo de ejecutivos y analistas españoles de firmas financieras internacionales reunidos por Expansión en la City de Londres (2) consideren la posibilidad de que los “representantes de la indignación” de aquí sigan los pasos de su admirada Syriza griega y terminen también ellos por convertirse en lo mejores representantes de los causantes de la indignación. Ya decía Engels que, no porque no se le entienda, la dialéctica deja de existir (y actuar); incluyendo en aquella la “interpenetración de contrarios” y su conversión en lo otro.

Pero, como indicábamos al principio, a nosotros nos han venido interesando más los retrasos de conciencia generalizados (y de conciencia organizada) que han posibilitado que más de lo viejo se haya servido en copa nueva con una relativa facilidad y con no poca impunidad.

Efectivamente, hemos dejado claro en más de una ocasión que el contrapunto de nuestra crítica no es la idealización de “la calle”; ni siquiera en su máxima expresión masiva que se dio el 22M de 2013. Porque el reto estaba (y está) en contribuir a que la calle superara sus propios límites e inconsecuencias, tanto en contenidos reivindicativos como en medios de lucha y de organización popular. Y eso sólo podía venir, por un lado, de que “la calle” caminara hasta insertarse en un programa revolucionario que asumiera la imposibilidad de vuelta atrás a un “estado de bienestar” (que, en cualquier caso, no sería objetivo revolucionario ni aunque fuera posible). Precisamente por eso decíamos que la situación era de proyección revolucionaria y no que lo fuera ya: porque dentro del sistema no pueden encontrar satisfacción las reivindicaciones que incluso mucho sectores que hemos dado en llamar intermedios (lejanos pues en reconocerse explícitamente en un programa revolucionario) exigen. Por otro lado, la calle también tenía que asumir que la resolución de la profunda crisis social no es posible dentro del institucionalismo y que, en todo caso, una utilización del arma electoral o de cualquier espacio en las instituciones tendría que ponerse al servicio de una senda de conquista de poder donde esos medios no están llamados a ser los principales. Nada de esos avances de conciencia podrán darse en la lucha “más masiva” si desde anteayer no hay una línea revolucionaria comprometida a organizarse resuelta y estratégicamente sin preguntarse por cuántos están dispuestos a aguantar el chaparrón de moda.

Hemos dicho que el reformismo (cada vez con menos margen) y el electoralismo (desmovilizador) han venido alimentándose del protagonismo excesivo en las protestas de sectores que no se reconocían en una clase obrera con el objetivo histórico de toma del poder, y de una línea revolucionaria por el socialismo que no podía dejar de ser tributaria de los límites heredados de su propia crisis de desarrollo en el siglo XX. Fuimos conscientes de esa contradicción que se daba en la calle (antes de la deriva electoralista), tal como expresamos en Línea revolucionaria y referente político de masas, que viene a ser la defensa de un camino de acompañamiento de la lucha de clases para hacer posible que las masas se planteen aquello que pensamos que deben plantearse. Todo lo contrario, pues, de la estrategia de quienes han terminado por ponerse como objetivo superar el domingo electoralmente al P.S.O.E (debidamente “excastizado”) porque “solo así el P.S.O.E se apunta al cambio”…Y que se vanaglorian de que sin ganar ya han ganado (una syrización preventiva en toda regla) porque han obligado a la “clase política” a cambiar de forma de hacer política (3). ¡Cómo no hablar de comedia cuando al final todo queda en avalar un juego de P.O.S.E.s propias y extrañas!

Debemos reflexionar acerca de que, en realidad, el mayor fraude de Podemos no está en las “rebajas programáticas” que una tras otra protagoniza. ¿Qué hacer si entras de lleno en el sistema y en sus reglas del juego? El mayor fraude lo planteó a su comienzo, con su propio nombre, afirmando o dando a entender que las exigencias de las movilizaciones antirrecortes pudieran encontrar satisfacción dentro del institucionalismo (incluido el de la Unión Europea) y con ese mismo institucionalismo como árbitro exclusivo. Recientemente hemos hablado de crisis en ciernes del (neo)reformismo al lado de la del sistema y de la propia de nuestro movimiento comunista (4). El agravamiento de esa crisis del (neo)reformismo está servido desde el momento en que ni siquiera las rebajas programáticas encuentran escaparate en esta gran superficie-prisión que es la Unión Europea. Grecia, sí, ha puesto durante meses el tono trágico a una “europartitura” que no admite versiones más ligeras a la hora de tocarla.

Pero sigamos con las condiciones que han parido la criatura. Podemos es casi (no nos gusta el determinismo) la lógica salida institucionalista a un quincemismo que se metió en un callejón sin salida. Ya dijimos en su día que el quincemismo era la expresión de una crisis, pero no podía ser su solución. La resolución de esa contradicción se planteaba en estos términos: “qué ir haciendo de lo que debemos” o “a ver qué nos dejan ir haciendo”. Y como no podía ser de otra manera, el parón de la calle (llegó el voto y mandó a parar), el estar atento sólo a lo electoral (por más que se “posara” que no), era el campo inmejorable para que se repitieran todas las politiquerías con las que también se decía pretender acabar. Politiquería en la que se cayó para disputar (y arrancar) adeptos y puestos a una Izquierda Unida con el argumento (cierto) de que era demasiado institucional y cómplice de las políticas de austeridad (con responsabilidad de gobierno, por ejemplo, en Andalucía). Politiquería, después, para viajar por un centro del tablero (perdón, centralidad) donde semejante ingenierías de marketing diseñadas tan desde arriba entraban en urgente contradicción con una variedad indigerible de círculos; unos círculos que, a su vez, rodeaban no poco artificio al tiempo que tenían que lidiar entre vender la última ocurrencia llegada “desde arriba” y gestionar el arribismo que llegaba “desde… todos lados”. Y como la politiquería no respeta límites ni memoria, para colmo ahí tenemos a IU criticando a Podemos porque prácticamente se parece a la “Izquierda Unida que ya no soy” y porque “se ha olvidado” nada menos que de “superar el régimen del 78”.

Reformismo (cada vez con menos margen), Institucionalismo (que no puede dejar de provocar tensiones políticas internas dentro de la vieja partitocracia) y Politiquería (como herramienta necesaria para vender lo contrario de lo que inicialmente se dijo mientras se provocan vacantes “en el contrario” y así colocarse a empujones en un tablero que se estrecha). Un verdadero RIP para ir poniendo fin a aquel ciclo abierto por el 15M con la presión de que finalmente se sancione que “otra Grecia (más) será imposible dentro de la misma Europa” en vez de “otra Europa es posible”.

*

Las elecciones del 20D nos hacen entrar en un periodo distinto, solo sea porque ya no podrá retornar al mismo punto el ciclo de movilizaciones. Estas han cambiado en su propia dinámica interna, en cuanto a la moral y la energía disponibles. También ha cambiado la capacidad de convocatoria y liderazgo de los actores que protagonizaron precisamente esos “poderes” en el periodo anterior. En este sentido, los particulares encuadramientos electorales –hechos en mitad de trifulcas- restan anteriores unanimidades en el seguimiento ante futuros llamamientos.

En el otro bando, el sistema ha logrado por el momento alejar el peligro de desbordamientos y ha acumulado experiencias en cómo afrontar movilizaciones de nuevo tipo como las surgidas tras el 15M. Y en el terreno represivo, ha exportado parte de su arsenal de la “lucha contraterrorista” al plano de las movilización de masas, donde la Ley Mordaza es sólo uno de sus ejemplos más conocidos. Además, en el ámbito de la recuperación de legitimidades entre el pueblo, la burguesía ha utilizado la cuestión nacional (sobre todo a raíz del proceso en Catalunya) para desviar “lo social” dificultando nuestra labor de promover la máxima unidad de clase. Y ello, independientemente de la propia inestabilidad político-institucional que conlleva la agudización de la contradicción nacional no resuelta en el Estado español. Hemos versado sobre esto recientemente en ocasión del 27S.

Continuando con el seguimiento de la estabilidad del régimen del 78, hemos de advertir de cierres en falso del periodo electoral que se acaba. En línea con lo ya dicho, la canalización electoral de la protesta sirve al sistema en su conjunto como factor desmovilizador, si bien puede generar tensiones políticas a las fuerzas partidistas en juego por las cuotas de poder de representación. La continuidad con las contarreformas sociales exigidas por Bruselas y la persistencia de la crisis capitalista con su corolario de reconversiones-absorciones industriales y financieras podrían alimentar un escenario como el que se dio antes de Syriza antes de su llegada al gobierno en enero de 2015, en caso de que se repitiera un gobierno en torno al PP. Ello daría alas, entonces, a más expectativas electorales.

Ante todo ello, e independientemente de los escenarios que se abran, debemos continuar con nuestra elección principal que es garantizar la independencia de clase y estratégica que requiere el desarrollo de la línea revolucionaria por el socialismo, y la constitución de núcleos revolucionarios de intervención. Y, precisamente, con respecto a nuestra intervención en los marcos populares de lucha, también aquí se requiere un trabajo que ponga más el acento en lo cualitativo, promoviendo la autoorganización del poder popular más allá de movilizaciones de un día. Pero también hemos de retomar nuestras iniciativas expresadas explícitamente en 2013 (y frenadas por el periodo electoral que ahora se cierra) de creación de un amplio referente político que, a partir de la línea de demarcación del rechazo al pago de la deuda y del conjunto del institucionalismo europeo, acompañe el proceso de superación de contradicciones dentro de la lucha de clases y de acumulación de experiencias en vía a la conquista del poder. Que no la de su gobierno. Los tiempos van con retraso. Puestos a abstenernos, abstengámonos también de ejercer el derecho al descanso y a la resaca electorales.

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Notas:

(1) En línea con aquel twitter de Iñigo Errejón en junio de este año: “La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura”. ¿Quién puede competir en novedad con esto?

(2) http://www.expansion.com/economia/politica/elecciones-generales/2015/12/08/566727e3ca4741e0668b45ef.html

(3) Por ejemplo, Noelia Vera, impuesta por Iglesias como nº1 por Podemos Cádiz, dice en una reciente entrevista a Diario de Cádiz:“Es que para nosotros las cosas ya han salido bien. Hace un año y medio no existíamos y todo lo que consigamos el domingo será sumar. Buscábamos acabar con el bipartidismo y ya lo hemos logrado. Nadie puede poner en duda que ya hemos conseguido cambiar políticamente este país.” La entrevista tiene dudosas joyas acerca de la existencia en Podemos de gente de derecha y monárquica. Aunque realmente no es recomendable, ponemos el enlace correspondiente: http://www.diariodecadiz.es/article/eleccionesgenerales2015/2177808/las/filas/podemos/tambien/hay/monarquicos/y/gente/derechas.html

(4) “Debemos organizar la intervención revolucionaria”, Informe Político de Red Roja, setiembre 2015: http://redroja.net/index.php/documentos/analisis-de-coyuntura/3646-debemos-organizar-la-intervencion-revolucionaria

19 de diciembre de 2015

 

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