Elecciones en España: mucho ruido y pocas nueces
Nunca en estos 40 años de monarquía parlamentaria los medios de comunicación han jugado un papel tan determinante en el proceso electoral. Han condicionado –hasta el extremo de ignorar candidatos, coaliciones, formaciones políticas e invisibilizar opciones– para favorecer una visión manipulada e interesada de quienes se jugaban ser alternativa de gobierno. En este sentido ninguno de ellos constituye una amenaza para el sistema. Los cuatro están de acuerdo en lo fundamental y gozan del beneplácito de los empresarios, la banca y las instituciones europeas, más allá de los discursos estridentes.
Por hacer memoria. En el plazo de un año de vida Podemos ha pasado de promover el sí a la renta básica, el impago de la deuda, la salida del euro, la nacionalización de las compañías eléctricas, las telecomunicaciones, la banca, los transportes, el sector sanitario, a un no sin paliativos. Ya no defiende la jubilación a los 60 años y se suma a la reforma laboral del PSOE y del PP.
Asimismo, del no a la OTAN pasa a un sí. Igualmente, de rechazar las empresas de trabajo temporal a reconocer su valía. Y en política internacional no ha sido menos su transformación. No es de extrañar que el presidente de la Cámara de Comercio y la presidenta del consejo de administración del Santander señalen que no hay por qué temer a Podemos. Ahora ellos mismos han pasado a definirse como nuevos socialdemócratas, continuadores de la labor progresista de los primeros gobiernos de Felipe González y Rodríguez Zapatero.
En otro orden de cosas, tampoco habíamos asistido a una mentira construida para hacer creíble un discurso falaz y maniqueo: presentar la realidad política de España como un sistema bipartidista, imperfecto, pero al fin y al cabo bipartidismo. En España nunca ha existido tal situación; cuestión diferente es la existencia de partidos hegemónicos, Partido Popular y Partido Socialista. Ambas organizaciones, en momentos determinados, han conseguido la mayoría absoluta, lo cual les ha permitido gobernar en solitario.
No es lo mismo partidos hegemónicos que bipartidismo. Mientras uno de los dos partidos gozó de la mayoría absoluta, aplicó la política del rastrillo. Así aprobaron recortes, la guerra del Golfo, privatizaciones, rescates bancarios y concesiones de soberanía y seguridad, sin olvidar las leyes mordaza y de restricción a las libertades ciudadanas.
Sin embargo, cuando tal situación no se ha producido, Partido Popular y PSOE han sido obligados a pactar, negociar, llegar a acuerdos y construir legislaturas abiertas y con coaliciones de coyuntura. Para estos fines han servido las minorías vasca, catalana, navarra o partidos regionales con uno o dos diputados.
La situación que hoy se presenta como novedad no lo es tanto; la diferencia estriba en la emergencia de nuevos actores que sustituyen a otros o, mejor dicho, expresan nuevas voluntades, que en nada suponen desestabilizar el régimen, más bien lo apuntalan. Bien es cierto que parte de los votos de los partidos hegemónicos han ido a parar, mayoritariamente, a sus hermanos de sangre: Podemos, con respecto al PSOE, y Ciudadanos, en relación con el Partido Popular. En este sentido los datos son elocuentes: con 96.2 por ciento de los votos escrutados, según cifras oficiales del Ministerio del Interior, el PP logra 123 diputados y el PSOE 90. Entre ambos conservan 50 por ciento de los votos emitidos, el equivalente a 13 millones de votos de los 25 millones que acudieron a las urnas (73,6 por ciento de participación).
Por otro lado, Ciudadanos alcanza 13,9 por ciento, 3 millones y medio de votos, y 40 diputados; Podemos se sitúa con 12,6 por ciento de los votos y 42 diputados. Constituye una manipulación mal intencionada concederle como suyos los diputados electos pertenecientes a las coaliciones de las cuales forma parte junto con movimientos sociales y partidos de izquierda. Anove, en Galicia; Compromis, en Valencia, e Izquierda Unida, Iniciativa, PSUC e independientes, en Cataluña. Lo cual no supone desconocer un porcentaje mayor si fuese posible desagregar a quienes votaron a Podemos dentro de las coaliciones. En otras palabras, no todos los diputados electos de estas listas pertenecen a Podemos.
Lo cierto es que el mapa electoral se rediseña y un gobierno de coalición se advierte como resultado de la fragmentación del voto. Pero no será viable a cuatro bandas. Se intuye una legislatura inestable, a lo cual hay que agregar una hipotética convocatoria de elecciones anticipadas a medio plazo. Salvo sorpresas de última hora, acuerdos a tres bandas, entre los cuatro primeros más votados, se antojan improbables. Unos y otros han mostrado su reticencia bien a Podemos, al Partido Popular o Ciudadanos. Recordemos que el congreso lo conforman 350 diputados, situándose la mayoría para formar gobierno estable en 176 curules.
La casi desaparición de la izquierda política en el parlamento, por el descalabro de Izquierda Unida, acosada por una campaña espuria llamando al voto útil para traspasarlo a Podemos y el PSOE, le hace perder 800 mil votos. Ayer, con dos diputados, alcanza 3,7 por ciento de los votos. Unión Progreso y Democracia (UPD) desaparece. La que sí mantienen su fuerza con altos y bajos es la derecha vasca y catalana. El voto nacionalista se decanta mayoritariamente hacia el PNV, Ezquerra Republicana y la nueva derecha salida de la ruptura de Convergencia y UPD, con el proyecto independentista.
En conclusión, mucho ruido y pocas nueces. No habrá crisis de régimen, gobiernos de izquierda, cambios constitucionales de gran calado o un cuestionamiento de la casta. Ahora se antoja un tiempo de espera en el cual, lo más probable, será una restructuración de los dos grandes partidos hegemónicos bajo la atenta mirada de EEUU, la Troika y el Ibex 35.
La Jornada