Febrero de 1936: punto de inflexión
En un 16 de febrero de hace 80 años, España se fue a dormir con un gobierno republicano derechista, y amaneció con otro izquierdista. El país luminoso de Federico García Lorca, el cante jondo y Pablo Picasso se había impuesto sobre el de la Contrarreforma y el retratado en las pinturas negras de Francisco de Goya y José Gutiérrez-Solana.
Sin embargo, la victoria del Frente Popular (FP, 17 partidos, 47.1 de los votos) portaba algo más que una ajustada ventaja sobre el Frente Nacional Contrarrevolucionario (FNC, nueve partidos, 45.6 por ciento).
Los principales partidos del FP ocuparon un total de 288 escaños en el Congreso: 99 el antiguo Partido Obrero Socialista Español (PSOE), de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero; seguido de Izquierda Republicana (Manuel Azaña, 87); Unión Republicana (Diego Martínez Barrio, 38); Esquerra Republicana de Catalunya (Luis Companys, 22), y el Partido Comunista de España (PCE, José Díaz y Dolores Ibárruri, La Pasionaria, 17).
Por su lado, el FNC ocupó 143 sillones. Entre los principales, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil Robles y José Calvo Sotelo (88), seguida por Comunión Tradicionalista (15), y Renovación Española (13). En tanto, los de centro ocuparon 50 bancas.
A eso hay que añadir las fuerzas extraparlamentarias: conspiradores de la clandestina Unión Militar Española, la odiosa Guardia Civil, terratenientes y empresarios fieles de la monarquía del inepto borbón Alfonso XIII, derrocado tras el triunfo de la segunda República (14 de abril de 1931) y que marchó al exilio sin abdicar. Y por sobre todas, la Iglesia del prehistórico cardenal Pedro Segura, quien luego de la optimista declaración de Azaña en octubre de 1931 (España ha dejado de ser católica), afirmó en una pastoral: Cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo.
Arenga llevada a la práctica por los requeté (paramilitares carlistas), los grupos de choque pro nazis de las Juntas de Ofensiva Nacional-sindicalista (JONS) y la Falange Española de José Antonio, el hijo ultra del dictador Miguel Primo de Rivera (1923-31). En el discurso fundacional de la Falange (1933) José Antonio resumió el espíritu de estas formaciones, diciendo:
“…Pero no saldrá de ahí nuestra España ni está ahí nuestro marco (el Parlamento). Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. (...) Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo y, en lo alto, las estrellas”.
Simultáneamente, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, anarcosindicalista) chocaba frontalmente con la Unión General de Trabajadores (UGT, socialista), dando lugar a la creación de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), de Buenaventura Durruti, quien esperaba hacer de Barcelona la capital espiritual del mundo. Pero en Cataluña la FAI también lidiaba con la Federación Comunista Catalanobalear, enemiga a su vez del PSOE y el PCE alineado con Stalin.
Diferencias que llevaron a las derrotas del bienio jacobino-reformador (1931-33), la insólita proclamación del Estado catalán dentro de la República federal (1934), y el voto en favor de un gobierno republicano derechista (1934-36). Sólo en Asturias dio el ejemplo. Allí, anarquistas, socialistas y comunistas superaron sus querellas, y durante 15 días protagonizaron la histórica insurrección del 5 de octubre de 1934.
Todos los dirigentes republicanos (Azaña, Prieto, Companys, Largo Caballero) fueron incapaces de percibir el trasfondo profundo del inesperado y ajustado triunfo electoral de febrero. Y los comunistas, luego de años de calificar a los socialistas de socialfascistas, tampoco advirtieron que la orden de sumarse al frentismo, dictada ahora por Stalin, llegaba tarde. Cinco meses después, el 17 de julio, un grupo de militares y falangistas (auxiliados por mercenarios de la Legión Extranjera) se sublevó en la guarnición africana de Melilla.
En un cuadro impresionante, Salvador Dalí vislumbró proféticamente la gran confrontación en marcha: Premonición de la guerra civil (1934). Presidido por Azaña, el gobierno del FP había subestimado los alcances del alzamiento faccioso. Pero la reacción popular también descolocó a Francisco Franco. Los nostálgicos de aquel día nefasto dicen que el reloj marcaba las cinco de la madrugada. Y los republicanos, que dieron las cinco de la tarde: hora tradicional en la que el torero sale a la arena a su lucha de vida o muerte con el toro.
Después de los tejes y manejes cupulares de 10 gobiernos demoliberales, intentonas golpistas, presos políticos y huelgas salvajemente reprimidas, la masas llamaron a defender la república con las armas, pero esta vez con revolución. Así empezó la mal llamada guerra civil, que frente a la compungida mirada de las democracias occidentales y los intereses geopolíticos de la patria universal del proletariado se llevó más de medio millón de vidas.
Días en los que, mordiendo un pedazo de pan con chorizo, César Vallejo escribió: ¡Cuídate, España, de tu propia España!
La Jornada