A propósito del G-20 y de las críticas por su supuesta irrelevancia
La cumbre del G-20, compuesto por los países que aportan casi el 85% del Producto Interior Bruto mundial y que se celebró en la ciudad china de Hangzhou los días 4 y 5 de septiembre, está teniendo una crítica mucho peor que cualquier otra de las celebradas anteriormente. Lo curioso de ello es que esta crítica proviene de sectores pretendidamente progresistas o izquierdistas y van desde calificativos de “irrelevancia” de los documentos aprobados (1) a considerar que lo que se ha dicho allí es poco menos que pensar que hay salida para el capitalismo iniciando el proceso de colonización de Marte (2).
Es entendible el ansia, más con el corazón que con la cabeza, por encontrar alguna salida al capitalismo que ha arrasado el planeta en estos últimos 25 años de poder unipolar y expansión del neoliberalismo pero ese ansia conduce, de forma inevitable, hacia el abismo porque sirve para anular los sentidos: vemos, pero no oímos; tocamos, pero no sentimos; comemos, pero no degustamos. Y así todo.
Es una actitud típica del eurocentrismo –incorporando aquí a quienes desde fuera de Europa, especialmente en América Latina, piensan y actúan igual que si viviesen en ella, vamos, como los antiguos criollos en la etapa colonial- que es incapaz de entender que desde que se inició la gran crisis del capitalismo, allá por 2008, se están construyendo nuevas rutas por las que transitar y en las que cada vez hay menos señales de poder por parte de las instituciones tradicionales de gestión del capitalismo como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial por mencionar sólo las dos más conocidas. Es la actitud típica del eurocentrismo (u occidentalismo) cuando ve que esas nuevas rutas ya no pasan por las carreteras habituales, que se da cuenta del peligro en el que está y que es el mismo que han corrido muchos pueblos: quedar semi abandonados cuando la carretera que les daba vida deja de ser operativa porque hay otra.
La realidad, terca, es que sí hay nuevas rutas donde las señales que marcan la velocidad, el rumbo y el tiempo de tránsito ya no son tantas del FMI o del BM y comienzan a verse otras nuevas. Está claro que esas nuevas rutas y señales siguen las pautas del capitalismo, pero cada vez con mayores matices. Esta es la principal conclusión que hay que sacar de la reciente reunión del G-20 en Hangzhou y no dejarse llevar por lo clásico, por los documentos que se hayan aprobado y que son los que dan pie a los calificativos de “irrelevancia”.
Hace tiempo que no sirve de nada el centrarse en los documentos, aunque hay gente que sólo sabe interpretar las situaciones en función de lo que lee juntando palabras y no sabe, ni quiera, leer entre líneas. Es, todavía, un ejercicio muy saludable para la higiene mental. Además, muchas veces es conveniente levantar la vista de vez en cuando de la lectura para encontrar el marco y ver lo que hay alrededor. Y lo que ha habido alrededor del G-20 es mucho más significativo que uno, que cien documentos. Eso es lo que no han sabido ver, ni analizar, esos críticos.
Por ejemplo, el simple hecho de que China fuese el anfitrión de esta cumbre ya es significativo de muchas de las cosas aparentemente menores pero que se han manifestado como las verdaderamente relevantes del G-20. Uno de los gestos más llamativos, y es algo que sorprende que no se haya visto desde América Latina, ha sido la apuesta china no sólo por los BRICS (dando, por una parte, legitimidad al golpista Temer pero, al mismo tiempo, atándole ante cualquier veleidad de abandonar o ralentizar la presencia del país en este eje) sino por Argentina y México. De forma muy notoria, China ha apostado por “subvertir” el Acuerdo de Asociación Transpacífico que se inventó EEUU para contener la expansión china en América Latina (3). Aunque dicho acuerdo ha estado dando vueltas desde 2008, más o menos, no ha sido hasta el mes de febrero de este año, 2016, cuando ha entrado plenamente en vigor. Por lo tanto el que en la foto oficial del G-20 hayan aparecido en la primera fila los representantes de China, Rusia, Brasil, India, Sudáfrica (o sea, los BRICS) junto a los de EEUU, Alemania, Francia, Indonesia, Turquía, Argentina y México –mientras que Japón o Italia, por ejemplo, quedaban en la segunda fila y el FMI y España estaban relegados a la tercera fila- pone de manifiesto el giro que se ha dado al G-20.
No tener en cuenta estas cosas es no tener en cuenta nada; es intentar analizar el presente sin tener en cuenta el pasado y, lo más peligroso, sin prever el futuro. Es más, es no tener presente que estamos hablando de China, que las normas, los métodos de funcionamiento de China no se parecen en mucho a los que conocemos. Hablamos de un pueblo milenario que si por algo se ha caracterizado a lo largo de la Historia es por la sutileza con la que se ha comportado su diplomacia. Y cuando no ha habido sutileza, ha habido dureza. Levantar la vista de los textos de vez en cuando sirve de mucho. Entre otras cosas, para no pasarte la parada en la que te tienes que bajar. O dicho de otra manera, hay que ser conscientes de que muchas veces no dejamos que la realidad nos estropee un buen análisis. Y la realidad es que sí ha servido para algo esta reunión del G-20.
La alternativa financiera que anula el poder de Occidente
Ha servido, por ejemplo, para presentar en sociedad el instrumento con el que se anula el poder de Occidente de forma definitiva. Ese instrumento tiene el marchamo chino. Se llama CIPS. Es la alternativa china a la gran espada de Damocles que Occidente siempre esgrime sobre la cabeza de los países cuando los gobiernos no se doblegan a sus intereses.
El CIPS, Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos –también denominado Sistema de Pagos Interbancarios de China, de ahí las siglas- es la alternativa china al gran poder occidental que se conoce como SWIFT, Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales, con el que Occidente estrangula a los pueblos cuando fallan todas las otras medidas de agresiones clásicas como las guerras y las sanciones. El caso de Irán es el más claro de ello (4), pero también fue la amenaza que temerariamente se utilizó contra Rusia en 2014 por la crisis en Ucrania (que Occidente tuvo que retirar porque Rusia no es Irán, militarmente hablando) y contra Argentina para que este país cediese al pago que le reclamaban los fondos buitres estadounidenses y a lo que se negaba con firmeza el gobierno de Cristina Fernández. La amenaza se retiró cuando Macri ganó las elecciones presidenciales y una de sus primeras decisiones fue, precisamente, pagar a esos fondos buitres.
Que quienes han criticado esta reunión del G-20 en unos términos que no han hecho con las anteriores no tengan en cuenta estas cosas dice mucho sobre ellos y sus análisis. Bien es cierto que a la alternativa financiera china para el comercio mundial aún le queda un trecho largo por recorrer, pero el que ya formen parte de la misma 19 bancos chinos y extranjeros de forma directa y otros 176 de forma indirecta dice bastante de una iniciativa que ya está consolidada aunque su volumen de negocio sea muy inferior a la del SWIFT. Entre otras cosas, porque el CIPS sólo tiene cinco meses de vida. Un ejercicio interesante para los críticos con esta reunión del G-20 sería que averiguasen a qué países pertenecen esos bancos que ya se han adherido al CIPS. Una pista: los primeros en mostrar interés en este sistema han sido, además de la propia China, Rusia e Irán. Y la sorpresa es que en el mismo están empezando a aparecer algunos bancos africanos, además de otros países asiáticos. Los que ni están ni se les espera son los europeos y los latinoamericanos.
Esta realidad por supuesto que no va a aparecer en los documentos no ya del G-20, sino de ninguna otra cumbre parecida por lo que hablar de “irrelevancia” de esta cumbre es algo más que una estupidez, es una muestra de absoluta ignorancia. Tan es así, que ya se está elaborando un memorando de entendimiento entre el SWIFT y el CIPS para “crear una gran red que permita a las instituciones financieras de todo el mundo enviar y recibir información sobre las transacciones financieras en un entorno seguro, confiable y estandarizado”.
Visto desde una postura simple, que es la que están manteniendo estos sectores críticos, el CIPS parece que se inserta dentro de los estándares del SWIFT o del FMI o de lo que se quiera, pero el diablo está en los detalles.
Y esos detalles hay que buscarles precisamente en los discursos que realizó el presidente chino, Xi Jinping, en la cumbre del G-20. Lo primero, y eso sí está en los documentos, luego quienes hablan de “irrelevancia” de la cumbre deberían, cuando menos, volverlos a releer, fue un claro mensaje al fin del unilateralismo y al concepto de “guerra fría” que tanto le gusta a Occidente. Jinping dijo: “hay que desarrollar un nuevo concepto de seguridad inclusiva, integral, cooperativa y estable”. Si se sabe leer más allá de juntar las palabras, Jinping está diciendo que hay que contar con otros actores y está implícito que los primeros son China y Rusia. Y dijo algo más, que no ha sido sorprendentemente leído por los críticos: “hay que incluir un cambio en las reglas económicas”. El CIPS es uno de los instrumentos más importantes que ya existen para que ello sea posible.
El CIPS opera, por el momento, en yuanes por lo que no son muchos los actores occidentales que hagan caso de él. Pero resulta que Occidente –incluyo a América Latina- no es el ombligo del mundo. El ombligo del mundo es ya Eurasia, y no sólo porque es aquí donde reside el 62% de la población mundial y donde están casi el 60% de los recursos del planeta. Lo es también por los instrumentos con los que cuenta, de los que el más importante es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) que desde que en enero de este año comenzó sus operaciones de forma oficial ya ha ofrecido préstamos a varios países en esa moneda, el yuan. Eso significa, entre otras cosas, que ya no están circulando tantos dólares en la economía mundial. Traducido: estamos entrando en una nueva era de desdolarización de la economía mundial.
Tampoco aparece en los documentos oficiales del G-20 -que, como todos los documentos, son ambiguos e interpretables- el que unos días antes de la cumbre China diese otro paso que se puede interpretar de dos maneras: o bien como un desafío a Occidente o bien como una muestra del nuevo camino que hay que empezar a recorrer. China vendió 500 millones de bonos en yuanes aplicando el derecho a usar su moneda, ya reconocida como divisa internacional por los Derechos Especiales de Giro del FMI. Dicho así parece que entra dentro de lo normal; si está reconocido, pues adelante. Pero no es tan lineal porque China hizo este movimiento no sólo marcando territorio antes de la cumbre del G-20 sino antes de que legalmente pudiese hacerlo puesto que esa utilización del yuan como DEG sólo es oficial a partir del mes de octubre. Es decir, lo hizo un mes antes de que ello fuese “legal”. Ni qué decir tiene que nadie se atrevió a protestar, ni siquiera el FMI al que con esa decisión China dejó literalmente, con el culo al aire.
La nueva globalización
No estamos ante un nuevo entrentamiento entre el capitalismo y el socialismo, ni mucho menos. China es un buen defensor de las prácticas capitalistas aunque en los últimos tiempos, y acuciado por una importante contestación interna que no trasluce hacia fuera pero que se traduce en un cada vez mayor retorno a Mao y a lo que supuso el maoísmo, sean cada vez más los llamamientos que hace a una “nueva globalización”.
Lo que China entiende por “nueva globalización” es el fin de la hegemonía neoliberal y, lo más importante, el fin de la hegemonía occidental en ella puesto que ya no serán los valores occidentales, ni sus instrumentos, quienes dominen el mundo. No tendría que ser necesario recordar que China ya en el mes de abril decidió abrir su propia bolsa del oro, ya operativa, y que tiene previsto hacer lo mismo con la de la plata y la del platino en un futuro que tal vez sea el 2017. Si Rusia finalmente se decide a abrir su propia bolsa petrolera, el círculo se habrá cerrado y Occidente o bien estará fuera de él o dentro, pero con otras reglas.
Algo más: Xinping insistió una y otra vez en que cada país tiene que tener su propio camino específico hacia el desarrollo (términos modernos para un concepto antiguo en la tradición maoísta) y que, traducido, quiere decir que hay que dejar de presionar (como hace Occidente con sus instrumentos como el FMI y el BM) a los países después del desastroso, largo y ruinoso camino de “extender la democracia” tal y como planteaba la “antigua globalización”. Esto de antigua y nueva globalización deberían haberlo entendido quienes han criticado esta reunión del G-20 puesto que anuncia un claro posicionamiento de China por jugar un papel mucho mayor en el ámbito geoestratégico y geopolítico.
Si utilizamos el análisis marxista, China está diciendo que en el nuevo clima de colaboración global que reclama tiene que haber nuevos motores de crecimiento económico y ello sólo será posible con una decisión política sobre una nueva fórmula de producción que no sea la que se ha mantenido hasta la fecha. Sin ello no habrá transformación de la economía mundial.
Leyendo entre líneas, que es como hay que leer estas cumbres como la del G-20, China está diciendo que tiene que haber un aumento de la cooperación internacional –es decir, rechaza de forma evidente el concepto de retorno a la “guerra fría” que se ha vuelto a imponer en Occidente- y que tiene que haber una mayor participación de todos los países en la misma, es decir, garantizar la igualdad de condiciones en el sistema internacional. Esto, entre otras cosas, está en el origen del BAII que –deben tomar nota quienes se limitan a leer los documentos oficiales- explica su creación en “la necesidad de incluir a las naciones que han sido marginadas en la primera ola de la globalización”. Esto se publicó en octubre de 2014, cuando se puso en marcha el proyecto del BAII.
Por seguir con la terminología marxista, China está proponiendo una nueva economía global en la que tendrían –condicional- que ponerse en práctica nuevos mecanismos de creación de valor que no recaigan exclusivamente en los productos financieros.
Si todo esto no está en las antípodas de Occidente y sus instituciones, como el FMI y el BM, es que algunos se han puesto gafas de madera para analizar esta cumbre del G-20. Y debido a ello, es por lo que la critican.
________________
Notas:
(1) La Jornada (México), 7 de septiembre de 2016.
(2) Sin Permiso (España), 10 de septiembre de 2016.
(3) Alberto Cruz, “China-América Latina, la relación que preocupa al Banco Mundial” http://www.lahaine.org/mundo.php/china-america-latina-la-relacion-que-pre
(4) Alberto Cruz, “El gambito iraní en las conversaciones nucleares” http://www.lahaine.org/mundo.php/el-gambito-irani-en-las-conversaciones-n
CEPRID