¿Están las libertades públicas en crisis?
Nada más cómodo que vivir en un orden constitucional representativo. La práctica democrática se trastoca en derechos formales, ninguno de los cuales se ejerce con garantías. El poder informa de su existencia, por si alguien duda su entidad corpórea. ¡Cómo no va a existir la libertad de prensa! El asesinato de cientos de periodistas lo demuestra. ¡Y qué decir de la libertad de expresión! Nada mejor que criminalizar y desautorizar el pensamiento crítico enviando a sus defensores a las mazmorras. De la libertad de manifestación mejor ni hablar. Se ha convertido en el derecho mejor resguardado por las fuerzas del orden público. Reprime, viola, dispara pelotas de goma, gases y proyectiles en pro de la seguridad ciudadana. Tampoco nos quejemos de la libertad de asociación.
Hay que pensar antes de tomar una decisión errónea. Nunca elija un sindicato de clase, no se afilie a organizaciones de gays, lesbianas, transexuales, pues es pernicioso e inmoral. Mejor dejarlo, ya se sabe. Si son ecológicas, en defensa del medio ambiente, reivindicativas de justicia social, pase de largo. Puede acabar, como cientos de dirigentes campesinos, asesinado por las autoridades policiales en connivencia con las políticas y los paramilitares. Saque de la lista a aquellas que malmeten contra las sanas intenciones de banqueros, trasnacionales, latifundistas y terratenientes, todos ellos benefactores, gente de bien, mecenas y filántropos, interesados en impulsar el interés general y el bien común. Aléjese de subversivos, antisistema y embaucadores. Si tanto le apetece asociarse, opte por algo cercano, amable, romo. Hágase miembro del Rotary club, socio de un equipo de futbol o de una biblioteca, pero seleccione bien los libros. La lectura es una actividad de riesgo. Pensar por cuenta propia trae consecuencias. Lea novelas rosas y libros de autoayuda.
Lo más adecuado, en una economía de mercado, es mutar en socio consumidor. Y no lo olvide: si en alguna ocasión opta por ser militante político, no todo es válido. Una mala elección lo puede llevar, como a muchos afiliados de izquierda, a la cárcel, al hospital con la cabeza abierta, una bala, repudiado por su familia y despedido de su trabajo. Afíliese a partidos de orden, neoliberales, conservadores, socialdemócratas, nacional-católicos y fundamentalistas.
Vivimos bajo una continua amenaza. Renunciar a comportarse como idiota social, seres anodinos, encerrados en una concha de marfil y optar por una ciudadanía responsable, defensora de las libertades sociales, nos trasforma en sujetos indeseables. La conclusión es obvia: la democracia política no tiene cabida en una economía de mercado. Cada vez que pretenda reivindicar sus derechos verá cómo, sobre usted, cae todo el peso de la ley.
La involución en el ejercicio de las libertades públicas se manifiesta descarnadamente. No existe espacio donde no se hayan recortado los derechos de las clases trabajadoras. El acceso a la educación, la sanidad, la justicia, los bienes comunes, como el agua, el medio ambiente, la naturaleza, se ha trasformado en privilegio para el goce de unos pocos. El poder se concentra en pocas manos, al tiempo que promueve su descentralización, obviando que tal proceso no presupone mayor democracia, siendo una adecuación a la lógica de privatización de los servicios públicos, acrecentando las desigualdades sociales, económicas, culturales y políticas, bajo el paraguas de un Estado totalitario.
Las desigualdades han producido una enorme brecha, donde la distancia entre las clases dominantes, la burguesía y las clases trabajadoras aumenta exponencialmente. Basta señalar que en España la distancia que separa la esperanza de vida de un miembro de la burguesía de un trabajador en paro supera 10 años. Los problemas se han vuelto crónicos y la salida, si se siguen aplicando las mismas recetas, cuyos resultados no han sido halagüeños, se aleja del horizonte mediato. En dos décadas hemos visto aumentar la marginalidad, la pobreza, la exclusión social, el hambre y las crisis humanitarias. En América Latina pensemos en México o en Chile, y en Europa basta mencionar a Grecia para no entrar en detalles.
La libertad de realización que hace posible la dignidad humana está en crisis. La precarización laboral, la pérdida de derechos laborales y el hostigamiento a los sindicatos de clase muestran que los proyectos democráticos han sido aparcados. Ya no tienen espacio y son perseguidos.
Parece ser que la memoria histórica de las luchas democráticas se invisibiliza hasta eliminar todo rastro que nos haga recapacitar y recordar que ninguno de los derechos que se han ganado fueron concedidos de buen grado. Las grandes batallas que han permitido el avance de las clases trabajadoras y populares son historias de entrega, solidaridad, trabajo y combate, en las que se han perdido muchas vidas para que otros podamos disfrutar de los derechos y las libertades sociales. No se puede claudicar. El futuro no está diseñado.
La Jornada