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EE.UU. :: 29/06/2005

Estados Unidos: Intolerancia y cultura de la violencia

Jorge Hernández Martínez
La política imperialista norteamericana se afinca en la tragedia del 2001 para emprender una nueva y simbólica ola de intolerancia y violencia --que más que ripostar procuraba superar de manera simbólica a la agresión--, bajo el eufemismo de la lucha contra el terrorismo

A ningún lector interesado en las realidades pasadas o presentes de Estados Unidos le pasaría por alto la recurrente presencia de un definido y notorio componente de violencia institucionalizada, que reaparece con intermitencia a lo largo de su devenir histórico como nación. Ello se manifiesta tanto al nivel del sistema político como de la sociedad civil y la cultura. En fecha reciente, la televisión cubana repitió en espacios de la noche dominical el excelente serial Raíces, basado en el libro homónimo de Alex Haley, que con gran rigor reproduce ese largo, dramático e inconcluso capítulo en lo que parece ser una interminable historia de intolerancia en la sociedad norteamericana.

De manera regular, el ejercicio de esa violencia se incuba en caldos de cultivo saturados de tal grado de intolerancia, que ésta opera como justificación y legitimación ideológica de las acciones violentas que promueven entonces el Estado, los partidos o grupos de interés. En ese sentido, la historia norteamericana, con base en determinados hitos y etapas, ha sido un repertorio de excesos, a través de los cuales se han violado una y otra vez derechos constitucionales básicos de los ciudadanos, en el plano interno, y se han argumentando violaciones sistemáticas de la soberanía e integridad territorial de otros países, en la arena internacional.

Generalmente, la apelación a esas acciones, cuya organicidad, consistencia y persistencia permiten considerarlas, en su conjunto dinámico, bajo una perspectiva sistémica, como una cultura política de la violencia (en la medida que no constituyen actos aislados ni únicos, sino que se integran en un expediente sociohistórico que se reproduce), se afincan en una visión conservadora, en una pretendida protección de la pureza étnica, racial y cultural que le atribuyen a la nación. Ello se une a una vocación mesiánica y chauvinista, que implanta previamente el referido ambiente intolerante, en el momento histórico de que se trate.

Aunque los presupuestos ideológicos y psicosociales que sostienen y nutren esa cultura poseen estabilidad y permanencia, la misma se expresa de modo discontinuo, bajo el condicionamiento de acontecimientos y circunstancias que la estimulan o catalizan. Así, por ejemplo, por acudir solamente a situaciones del siglo XX, recuérdese que la década de 1920, en el marco de las secuelas de la primera guerra mundial, fue escenario de un profundo clima de racismo y xenofobia, de nativismo patriotero. Era un marco donde se proclamaba una campaña contra los intelectuales que, presuntamente, atentaban contra lo que se consideraba el auténtico espíritu norteamericano puro, es decir, las tradiciones conocidas como WASP (o sea, propia de los blancos de clase media, protestantes, anglosajones, cuyas siglas en inglés responden a los términos de White Anglo Saxon Protestant).

Resurgimiento del Ku Klux Klan

El resurgimiento del Ku Klux Klan-esa tristemente célebre organización racista, nacida luego de la guerra civil, en la segunda mitad de la década de 1860-- y la ejecución de los inmigrantes italianos Sacco y Vanzetti se ubican en ese contexto. Otra ilustración gráfica se halla en los años de 1950, cuando la tenebrosa era del macarthismo impuso una similar atmósfera de persecución contra toda manifestación, intelectual o política, que en apariencia atentara contra los valores esenciales de la nación y la cultura estadounidenses, en medio de un irrespirable ambiente anticomunista, definido por la obsesión conspirativa contra la seguridad nacional.

Entre otras ejemplificaciones que introducen jalones en la historia contemporánea de Estados Unidos, los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001, sin lugar a dudas, ocupan en la actualidad el primer lugar, como punto de obligada referencia. Son hechos que no quedan en el pasado, en la medida en que su impronta dinámica define y redefine antesalas de intolerancia que, como ha ocurrido otras veces, conducen a períodos oscuros, de represión e histeria. En ellos se entroniza la cultura política de la violencia como recurso de "salvación" ante problemas cuya envergadura ponían en supuesto peligro la estabilidad o la seguridad de la nación.

"Justicia Infinita", "Libertad Duradera"

La visceral naturaleza intolerante de la ideología política en Estados Unidos se expresa tanto a la luz de la violencia implicada en los terribles atentados de ese día como de la no menos violenta reacción del gobierno de George W. Bush, que desata la paranoica atmósfera doméstica y la gigantesca operación bélica intervencionista, cínicamente denominada primero "Justicia Infinita", y después "Libertad Duradera".

En la historia de ese país, las reacciones de intolerancia se basan con frecuencia en el empleo generalizado de la violencia, bajo determinadas condiciones históricas, como práctica definida y aplicada con criterios político-gubernamentales, contra individuos, grupos sociales o Estados que son descalificados con conceptos segregacionistas y xenófobos (por razones étnicas, raciales, ideológicas). Ambos componentes --la intolerancia y la violencia-- se entrelazan en una especie de amalgama que contribuye a dar cuerpo a la cultura política nacional, troquelada por las circunstancias e imperativos que de manera peculiar condicionaron la evolución del colonialismo, el capitalismo y muy especialmente, del imperialismo en Estados Unidos.

A pesar de su evidencia palmaria, esta realidad ha sido minimizada, relativizada, cuando no ignorada, o tergiversada, por una parte del pensamiento político, la prensa y la ciencia social norteamericana. Sus intelectuales orgánicos reproducen el viejo mito, funcional a la ideología de las clases dominantes, que demoniza aquellos actores internos que supuestamente desnaturalizan la cultura y valores de la sociedad estadounidense e insiste unilateralmente en el carácter externo de los peligros y amenazas, también satanizados desde esa óptica determinista.

Entre las diversas significaciones que posee el 11 de septiembre, una de las que desde el punto de vista subjetivo convierte a los acontecimientos terroristas de ese día en un hito trascendente para la situación internacional, es su marcado simbolismo.

Fueron ataques a símbolos del poderío mundial (económico y militar) de Estados Unidos y, hasta cierto punto, de la cultura norteamericana. Se cometieron contra centros simbólicos y reales de uno de los imperios más poderosos que ha conocido la historia, ante la mirada espantada de millones de otros seres humanos y en un momento en que Estados Unidos parecía constituir una fortaleza inexpugnable y su gobierno proyectaba con prepotencia incomparable su política internacional.

En esa medida han tenido un profundo y perdurable impacto para la vida cotidiana, la psicología nacional y la cultura política en la sociedad estadounidense. A tales acontecimientos se enlazan, de forma inseparable, las ulteriores diseminaciones y ataques de ántrax, dirigidos principalmente a los círculos y ciertos miembros del Congreso. Todo ello ha contribuido a mantener viva la sensación de ansiedad, temor, desconfianza, a nivel de la población y de las estructuras políticas, y a alimentar los imperativos de la supuesta "defensa" de la seguridad nacional. Ello supone crecientes apelaciones a un expediente intolerante, de violencia ilimitada, que lejos de ser ajeno a la cultura nacional, se encuentra incrustado en el mismo tejido socioclasista e ideológico de Estados Unidos.

A partir del 11 de septiembre de 2001

A partir del 11 de septiembre de 2001, como se sabe, el foco de la política norteamericana se redefine desde el punto de vista de la defensa de la seguridad nacional, sobre todo en su dimensión interna. Y aunque desde entonces, con respecto al terrorismo no se descarta a ciudadanos estadounidenses como posibles autores, más bien se les mira como posibles cómplices, asumiendo la premisa de que los responsables serían individuos y grupos extranjeros.

Pareciera como si el fértil terreno dentro del cual se masacró a los indios nativos, se les despojó de sus tierras y se les limitó a humillantes reservaciones, donde se explotó a los negros esclavos de origen africano y se les sometió posteriormente a un régimen de discriminación, en el que se persiguió a sindicalistas, intelectuales y políticos por sus ideas, fuese un territorio y un marco social ajeno, externo, lejano, extraño, a la sociedad norteamericana.

Una vez más, en la historia de Estados Unidos se apelaba a circunstancias propicias para responsabilizar a minorías étnicas, ciudadanos extranjeros, países subdesarrollados, movimientos sociales progresistas, ideologías radicales, Estados nacionalistas y gobiernos antiimperialistas, de los peligros y males que aquejaban al país. Como en anteriores períodos --quizás el más cercano es el de la llamada revolución conservadora, encarnada durante 3 mandatos presidenciales republicanos por Reagan y Bush, padre--, cuando se lanzó aquella cruzada anticomunista contra el denominado imperio del mal.

En esta oportunidad, la política imperialista norteamericana se afinca en la tragedia del 2001 para emprender una nueva y simbólica ola de intolerancia y violencia --que más que ripostar procuraba superar de manera simbólica a la agresión--, bajo el eufemismo de la lucha contra el terrorismo. Se aprovechó la ocasión para redefinir un "nuevo" enemigo interno y público, una "nueva" percepción de la amenaza, una vez desaparecidos los presuntos "peligros" domésticos y externos de la época de guerra fría. Ahora se habla del eje del mal, y de Estados villanos.

Por todo ello, más que estar en presencia de una secuencia o sumatoria de actos y expresiones de violencia, lo que se percibe es la articulación, sobre bases históricas, de una cultura de intolerancia, cuya institucionalización es altamente peligrosa, sobre todo por la tendencia a su permanencia.

Fuente: Resumen de entorno

 

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