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Mundo, Pensamiento :: 03/04/2016

Intelectuales conservadores, teoría del péndulo y el fin de la historia

José Lorenti
El fin del ciclo progresista y otras "teorías" plantean un vaciamiento de los recuerdos acumulados por las victorias populares, impulsando un ambiente de inacción política

Sobre la Teoría del Péndulo Democrático

Las armas teóricas de ciertos círculos conservadores, si no es de todos, mantienen una misma matriz metodológica, la matriz metafísica del análisis. La teoría del Péndulo Democrático y el Fin de la Historia, a pesar de parecer opuestas, e incluso antagónicas, son complementarias, porque ambas parten de la aquiescencia de lo metafísico por sobre el cambio y la praxis, la parálisis social contra el devenir.

La teoría del Péndulo Democrático es sencilla, y quizás por ello de fácil aprehensión por los intelectuales conservadores y sus epígonos. Esta teoría habla de la existencia de un movimiento pendular en cuanto a las formas del Estado, es decir, en tanto, las manifestaciones que tiene un Estado en determinados momentos; digamos que en la parte izquierda del péndulo se encuentra el Estado Social de Derecho (ESD) y en la parte derecha se encuentra el Estado Liberal de Derecho (ELD). Los vaivenes de la política en cada Estado, o en cada país, oscilan en este péndulo, mientras más se aproxima algún movimiento político a la izquierda se encuentra más “cerca” de apresurar el advenimiento de la derecha, y viceversa, es decir, mientras más te aproximas a la construcción ideal de un ESD, más te aproximas a un ELD, y mientras más te aproximas a la construcción ideal de un ELD más te aproximas a un ESD.

Esta lógica binaria, entre la derecha y la izquierda en un ciclo pendular parte de la aseveración funcionalista de los roles que debe cumplir cada gobierno en determinado momento, si el gobierno no mantiene relativo equilibro dentro de su manejo gubernamental y dentro de las políticas públicas, lo más probable es que lo que tendría previsto construir no se realice, o en su defecto fracase. Como dijimos antes, el péndulo viraría hacia su opuesto.

Hasta aquí podemos reconocer claramente cierto grado de realismo en esta teoría. Realismo porque el común de las personas piensa que la vida funciona en una relación diádica entre la causa y el efecto, si haces algo, esto tendrá un efecto, por lo cual se piensa en resultados, en fines, en pocas palabras: en algo mecánico, y a pesar de lo veraz de este discurso, el mismo es incompleto, porque no se puede calcular con precisión el efecto de una causa, ésta existe sí, pero no puede ser que ésta inevitablemente gire hacia lo preestablecido, eso nos llevaría a la inacción, si calculas el efecto entonces hace falta hacer nada, es como un experimento de química donde sabes que la reacción de dos compuestos será siempre la misma.

Si el efecto será el mismo, es decir, si el péndulo viraría a la izquierda después de la derecha y la derecha después a la izquierda, entonces cualquier intento de cambio social no sería otra cosa que un eufemismo epistemológico para que el sujeto piense en un supuesto movimiento, el cual no existiría porque el lugar donde te encuentras sería el lugar a donde volverías, la izquierda y la derecha serían lo mismo, simplemente momentos de la metafísica del ser humano, no habría una diferencia cualitativa, sino simplemente de cantidad, y como tal reversible, (la cualidad es irreversible, la cantidad no).

Aquí surge otro problema, si movernos implicaría volver al mismo lugar, el péndulo no sería nada más que una circunferencia, y cualquiera de los puntos de una circunferencia es el mismo, y toda distancia diametral entre un punto y su paralelo en una circunferencia es igual a la de cualquier punto, en otras palabras, cualquier punto de la circunferencia es el mismo.

Entonces si movernos significaría no movernos, en realidad no existiría acumulación de momentos, ni cualidad en cada momento sólo cantidad, entonces ¿Cuál es el objetivo de ir a la izquierda o la derecha? Ninguno, es un sin sentido, la lucha política se vuelve simplemente algo eterno, sin posibilidad de transformación. No importa dónde te encuentres ni lo que hagas, se cae en “un eterno retorno de lo mismo”. No hay diferencia entre estar en un punto de la circunferencia y estar en otro, no existe ni izquierda ni derecha, en pocas palabras no existe la política.

La teoría del Péndulo Democrático es irremediablemente apolítica, a pesar de pregonarse eminentemente política, e incluso considerada como de rigurosidad en los análisis políticos. La matriz metodológica metafísica es el no-movimiento.

Pero vamos por más, en esta teoría se habla que cada lado del péndulo no sería el mismo porque tendría tres características, estas serían los tres fundamentos de la democracia moderna impelidos en la Revolución Francesa: libertad, justicia y fraternidad (algunos autores utilizan solidaridad), estas tres características darían el trasfondo cualitativo al péndulo, lo que demostraría que no sería sólo un “eterno retorno de lo mismo” sino que cada lado del péndulo tendría sus propias características. El lado del ESD (socialismo según otros autores), tendría como base la justicia, en menor medida la solidaridad, y en menor medida la libertad, el otro lado el ELD sería su opuesto tendría primero a la libertad, después a la solidaridad y finalmente la justicia, ambos inversamente proporcionales.

En esta dicotomía entre el ESD y el ELD, se puede vislumbrar, la misma construcción teórica que dice que la libertad es inversa a la justicia, mientras más justicia menos libertad, y mientras más libertad menos justicia, o sea, la total libertad sería injusta y la justicia total sería la esclavitud.
¿Cómo se concibe la libertad en este sentido? Y ¿Cómo se concibe la justicia? La libertad sería la libertad del individuo de hacer lo que quiere, del individuo abstracto, de la metafísica del individuo, del individuo, esto sería una persona puede hacer lo que quiere incluso eliminar físicamente a otra persona, por supuesto no sería justo, empero ese sería el zenit del péndulo en el lado derecho, en el otro lado tendríamos la justicia total, que en su extremo más alto (extrema izquierda) la sociedad sería tan justa –se refiere a la distribución equitativa de la riqueza- que la gente sería esclava, para precisar el individuo abstracto no sería libre, entonces la igualdad sería injusta.

Resumamos, si la libertad total es igual a la injusticia, y la justicia total es igual a la esclavitud, entonces el ser humano es obligado a no desear ni la libertad ni la justicia, cada paso que uno daría para construir una sociedad más justa sería un paso para construir la esclavitud, y cada paso que la sociedad daría para ser más libre llevaría a construir una sociedad injusta, esto nuevamente llevaría a una inacción del ser humano, porque no existirían las experiencias ni las interpretaciones de la sociedad, sino simplemente una pugna de dos valores universales irresolutos,

Esto obliga a los defensores de la Teoría del Péndulo a encontrar un tercer elemento que disuada estos dos extremos y que evite que se destruyan entre sí: la solidaridad. Con la solidaridad, es decir, con la voluntad del ser humano de ser solidario, la pugna entre la libertad y la justicia se disolvería y sería obligada a encontrar un punto de equilibrio (algunos autores llaman a esto la socialdemocracia). Con este tercer elemento estos autores tratan de decir que su teoría no sería fatalista (como es una circunferencia) y tratan de poner cierto grado de cualidad humana a esta pugna cuantitativa entre libertad-justicia.

Empero, aquí se presenta una vez más un problema teórico. ¿Quién pone la solidaridad en el ser humano? Si no existe un avance, si el péndulo se repite eternamente, si no existe diferencia cualitativa entre estar en la izquierda ni la derecha, ni tampoco existe diferencia real entre la libertad y la justicia (sólo una libertad “matemática” donde un poquito de algo quita un poquito del otro), ¿Dónde encontramos a la solidaridad? Pues, según la metafísica, en el mismo ser humano, se encontraría inmersa y natural en el ser humano, como algo instintivo.

Esta percepción platónica y judeo-cristiana de la solidaridad vendría a ser una incorporación natural que hace que el ser humano actué “bien”, pero si la solidaridad es connatural al ser humano, ¿por qué no podría también ser el egoísmo?, ¿Por qué tomar como pares inseparables a la justicia y a la libertad y no a la solidaridad y al egoísmo que son como dos caras de una misma moneda? Es aquí donde el discurso de la Teoría del Péndulo se tensiona, y se demuestra que la incorporación, la yuxtaposición de la solidaridad a la lógica interna de esta teoría es simplemente una construcción política de los mismos teóricos para subsanar las inconsistencias de esta teoría.

De esta manera se podría pensar que la incorporación metafísica de una solidaridad abstracta e intrínseca en el ser humano no sería otra cosa que el dique de contención axiológico que los creadores de esta teoría interponen en la misma, para darle cierto grado de rigurosidad teórica. Que como acabamos de ver no es tal.

La Teoría del Péndulo podría ser llamada, también, como la teoría de una circunferencia apolítica, que invita al sujeto a evitar hacer política (¿por qué hacerla si carece de sentido hacerla?), y la construcción inversamente proporcional de la libertad-justicia no es otra cosa que la expresión más clara del liberalismo económico yuxtapuesto al análisis social, que trata de crear un punto de equilibro (como la oferta y la demanda) entre la libertad y la justicia, y que subsana su poca rigurosidad teórica incorporando un valor abstracto como la solidaridad como placebo.

Sobre el Fin de la historia

A diferencia de la anterior teoría, la teoría del Fin de la Historia plantea superficialmente un punto final, un pasado-futuro reconciliado, un final metafísico de la humanidad, inmovilidad pura, la imposibilidad de pensar nada más que no sea lo ya pensado.

Hegel fue quien acuñó esta frase tal como la conocemos (otros autores antes la usaron con otros sentidos), y fue Fukuyama quien la exaltó hasta el punto de lo morboso. Hegel expresaba un proceso ascendente (de racionalización humana) que iba desde etapas primitivas de conciencia hasta etapas de conciencia superior, hablaba incluso de la infancia de la humanidad y de su adultez. Etapas que iban desde sociedad tribales, esclavistas, teocráticas y finalmente sociedades igualitarias democráticas y racionales. Hegel realizó aportes gigantescos como la historización del ser humano y la influencia de su entorno histórico en desmedro de lo natural como lo aseveraban teóricos del derecho natural antes que él. Empero, la incorporación literal del Fin de la Historia como la máxima tesis del alemán es quizás el punto más flaco de su teoría.

Hegel proclamó en 1806 que la historia había llegado a su fin al ver la derrotada de la monarquía prusiana por Napoleón en la batalla de Jena. La victoria de Napoleón impulsó a pensar que la máxima expresión de la razón se había concretizado en la construcción del Estado-nacional moderno, no literalmente porque ya no avanzaría la historia o porque no faltaban más cosas por hacer (abolir la esclavitud y el voto universal por ejemplo) sino porque Hegel dibujó los márgenes de todo lo que podía ser posible en la humanidad hasta ese entonces.

Tomando de manera literal esta expresión Fukuyama, dijo: “(…) el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”.

Es así que dos veces, una en 1989 y la otra en 1992, Francis Fukuyama declaraba el Fin de la Historia.

La construcción de la narrativa del final de la historia viene de la mano de pensar el comienzo de la misma, y por consecuencia una evolución entre los puntos A y B. ¿Cómo encontramos un comienzo en la historia? Pues según estos autores, el comienzo se hubiera dado en Asia-África con las primeras sociedades trivales y que su final tendría lugar en Europa, precisamente en Europa Occidental. Para dibujar un origen en una narrativa histórica, es decir, para crear una filosofía de la historia, se debe partir del hoy, es decir, partir de la actualidad para explicar el pasado, entonces esto no sería otra cosa que un juego de retórica y de cronología donde se pueda encontrar cual es el punto primigenio que puede ser mi origen, es escarbar en la historiografía y dibujar un punto originario (punto A) en la línea del tiempo, que después justifique que mi actual estado de cosas (punto B) es superior a aquel origen para crear una impresión de evolución.

Necesariamente se debe tomar en cuenta a la evolución, sin evolución no hay final ni comienzo, y evolución acarrea la idea de inferior-superior, el fin será aquel que yo considere superior o que materialmente pueda satisfacer de mejor manera mis necesidades, es ponerme a mí y a mi sociedad en el punto final desde donde se pueda juzgar a otras sociedades que no lograron lo que yo logré. Es construir mi individuo a partir del éxito de los vencidos, de las memorias de los victoriosos, sólo así podría criticar a otras sociedades inferiores, porque no vencieron, es darme a mí la razón y a las otras la sin-razón.

Esta teoría del Fin de la Historia, lo que plantea en realidad es la expurgación de la historia, esto porque el fin de la historia ya no necesitaría a la historia, ¿por qué necesitaría ver el camino recorrido si ya no puedo aprender nada de él? ¿Para qué necesitan los otros la historia si lo único que tienen que hacer es seguir mis pasos? Esta teoría crea un manual, un manual de acción del deber ser de otras sociedades y de otros individuos, lo que expurga –reitero- a la historia y con ellos también a la forma de escribirla.

Si la “historia” es eliminada de la historia, entonces también se lleva consigo a todos los recuerdos que no sean los míos, porque yo al ser quien llegó primero a la meta (al fin) obligo a los demás a no pensar otras alternativas porque esas alternativas no le llevarían a la meta, lo único que tienen que hacer es encontrar formas, más aceleradas o lentas, de aproximarse a mí. En lenguaje hegeliano yo sería la gota que rebasó el vaso y que produjo el cambio dialéctico de la cantidad en la cualidad. Metafóricamente podría verse de esa manera.

Al llegar al final, no existe aprendizaje posible, y por consecuencia todo aprendizaje anterior es inútil sino coadyuva en reproducir el actual estado de cosas. La Teoría del Péndulo concibe un individuo sin posibilidad de transformar nada ni de aprender nada (y también de olvidar todo lo aprendido), la teoría del Fin de la Historia obliga a que los individuos tampoco quieran cambiar nada, les obliga a renunciar a la praxis, porque ya no tienen nada que aprender, más bien deben olvidar cualquier saber.

El Fin de la Historia es el fin de las múltiples formas de escribir la historia, es el fin de las dos versiones de la historia, de los derrotados y de los victoriosos, por consecuencia lógica es la petrificación de las memorias con el único fin de volverlas inútiles para la política, es la victoria de los de siempre. La teoría del Fin de la Historia es la teoría del fin de la política.

La metafísica de ambas teorías

Como se dijo a un comienzo, ambas teorías son metafísicas porque son inmóviles e impelen a la inmovilidad del sujeto y a la renuncia del cambio. ¿Por qué cambiar las cosas si el Péndulo me traerá al mismo lugar? ¿Por qué hacer algo si todo ya terminó? Esa fatalidad metafísica es lo que hace que ambas teorías sean complementarias, formalmente una plantea un movimiento pendular y la otra un proceso de evolución finalizado, pero esencialmente ambas plantean la eliminación de la historia y del devenir y por consecuencia también de la política. ¿Para qué hacer política sino es posible cambiar nada?

La pregunta ahora es, ¿A qué se debe que ambas teorías estén volviendo a ponerse de moda? La respuesta es más sencilla de lo que parece. Las derrotas electorales en los últimos meses de los gobiernos progresistas de la región, desde Argentina hasta Bolivia, permiten vislumbrar en estos intelectuales un supuesto fin del ciclo progresista y para ello deben respaldar sus incursiones argumentativas con teorías ad hoc, teorías que simulen cambio o evolución, pero que en el fondo plantean borrar toda la memoria política acumulada por las clases populares y sus líderes en tantos años, arguyendo que “esto sería sólo un ciclo más” (Si así lo fuera ¿por qué tanto afán en atacar a estos gobiernos si en los siguientes años vendría otra ola izquierdista?) para crear una atmosfera de zozobra en la población y un desaliento en la misma (casi como una forma de escarmentar a aquellos sectores subalternos que se atrevieron a llegar al poder).

Ambas teorías, entre otras, son representaciones ostensibles del andamiaje teórico-metodológico de los intelectuales conservadores, tienen por único objetivo crear un imaginario en la población de desagrado a los recuerdos, plantean un vaciamiento de los recuerdos acumulados por las victorias populares, impulsando un ambiente de inacción política y de apolitización en sus poblaciones.

Contexto político

Las derrotas en Argentina, Venezuela y Bolivia, los problemas internos en Brasil, el advenimiento de Keiko Fujimori en Perú, la negativa de Rafael Correa a una reelección, entre otros factores internos, crean cierto olor en la región a cambio, a un viraje conservador por la incapacidad o por el anacronismo de los gobiernos populares, o por lo menos es lo que se va plasmando en el imaginario social latinoamericano, ahora respaldado por las teorías ad hoc de estos intelectuales. Sin embargo, las particularidades de cada país hacen inconmensurable creer que la situación de Argentina es la misma que la de Bolivia, o la de Venezuela la misma que la de Brasil, sino que ese criterio sería más bien la articulación discursiva de ciertos intelectuales y políticos conservadores por entrelazar tejidos teóricos que expliquen situaciones disimiles. Explicar eventos muy diferentes por generalidades vacuas es característico de la propaganda y de la publicidad, pero no así de la rigurosidad teórica en las ciencias sociales. El péndulo y el fin de la historia son, enfocadas como están actualmente, simplemente propaganda.

Asimismo, creer que existiría un fin de ciclo y que se volvería al fin de la historia de los años 90s es desconocer que el mundo cambió, es creer que aún estamos en épocas post-guerra fría y en creer que aún existe una potencia unipolar dominante que no es amenazada por el mundo multipolar.

Es en este contexto, en el contexto de un mundo multipolar, con clara desvanecimiento paulatino de la influencia estadounidense, donde se debe caracterizar las derrotas populares en América Latina. El momento histórico que impulsó a que estas teorías sean consideradas como las representaciones más grandes del análisis filosófico y social, expiró, este nuevo mundo necesita otras explicaciones, explicaciones que no vendrían con pensar un fin de la historia, o un péndulo democrático, sino en ver las aristas que acarrean las teorías crítica actuales, desde las decolonizadoras, las feministas, las críticas ecologistas y los neomarxismos, cada vez más locales.

Generación Evo

 

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