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Eduardo Haro Tecglen
Alegrémonos: la democracia ha triunfado en Venezuela. La democracia
militar, ayudada por las clases medias y altas, ha derribado al presidente
Chávez, elegido por la democracia de las urnas, con una mayoría
muy amplia, lo cual no es válido. Ya se vio en Chile, donde la
democracia militar de Pinochet y del premio Nobel de la Paz a Kissinger,
con el Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, generosamente socorrido
por las empresas de EE UU, quitaron de en medio la democracia de urnas
de Allende. Pero aquí todavía no se comprendían bien
las cosas. Vivíamos en un régimen incierto, teníamos
inseguridad en los militares y habíamos inventado la palabra 'pronunciamiento':
lo de Chile nos pareció mal y lo de Venezuela bien.
No teníamos razón en Chile: ya se ha visto la suerte del
militar salvador y cómo unas democracias tradicionales le han ido
salvando de su destino macabro, empeñado por un juececillo español.
¿Cuál es la diferencia con Venezuela? En primer lugar, el
paso del tiempo sobre nosotros: hemos ido madurando, y hemos comprendido
que la democracia de urnas puede ser traidora: ahí está
Milosevic, cuya presidencia de urnas fue corregida por la alianza política
de Europa y las armas de EE UU, y terminada con la justicia europea: ahí
es nada, un tribunal en La Haya.
En estos años hemos tenido escuelas y universidades libres, prensa
independiente, televisión y columnistas, los cuales nos han ido
informando de que la elección de Chávez en Venezuela era
una demagogia y que el intento de que los pobres fueran menos pobres está
fuera de la realidad verdadera: era un agente de Castro, al que ya hemos
visto conseguir un cerco de EE UU para conseguir su propósito de
que no coma nadie, y vemos su empeño en mantenerse, sin dejar que
lleguen a gobernar los exiliados que eran demócratas con el sargento
Batista.
Hemos ido aprendiendo que la democracia no es lo que creíamos
los que estábamos adiestrados en la Enciclopedia francesa y en
la República española, que fue también una democracia
de urnas sustituida por el pronunciamiento y la guerra. Éramos
obsoletos. Ah, yo pienso seguir siéndolo. Tan tonto que ayer pensaba
una vez más en los millones de colgados en los ranchitos sobre
Caracas.
El País
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