Principal
España | País Vasco | Internacional
Pensamiento autónomo
Antimúsica
La haine
.

Reconstruyamos la Historia

El fin de la UP
El MIR, 35 años ( Parte 4 )
Andrés Pascal Allende - Punto Final, 13 de octubre de 2000

Haremos un alto en el recuento de la agitada lucha de clases de fines de 1972, para tocar aunque sea superficialmente algunos aspectos de la concepción y práctica organizativa del MIR durante el período de la Unidad Popular.

Experiencias históricas nos indicaban que habitualmente los períodos prerrevolucionarios son cortos. Tienden a desembocar rápidamente en una situación revolucionaria con el triunfo del poder popular, o la apertura de un período contrarrevolucionario al imponerse la reacción burguesa. El caso chileno era atípico: el período prerrevolucionario se prolongaba por cerca de dos años sin resolverse. Como analizaba Miguel Enríquez después de la coyuntura de Octubre, para ser "vanguardia revolucionaria" no basta proponérselo. También es necesario haber logrado una fuerte vinculación orgánica con las masas populares, en especial con la clase obrera. El MIR había logrado crecer entre los pobres del campo y la ciudad, capas del pueblo donde la influencia de la Izquierda tradicional no era tan fuerte. Pero en la clase obrera, recién estábamos logrando extender nuestra organización. Justamente era este sector donde la Izquierda tradicional tenía su anclaje más hondo y una legitimidad mayor. De allí que el papel de la Izquierda del PS en la acumulación de fuerza revolucionaria dentro de la clase obrera era clave. Pero lamentablemente sus dirigentes nunca asumieron con consecuencia las tareas de construcción del poder popular. Jamás terminaron de decidirse a romper sus ataduras con el reformismo (y sus propios intereses institucionales) para unirse con el MIR y demás sectores radicalizados en la construcción de una fuerte vanguardia revolucionaria.

Nuestra inadecuación organizativa tendió a sortearse mediante el desarrollo de lo que llamábamos "frentes intermedios" de masas: FTR (trabajadores urbanos), MCR (campesinos), MPR (pobladores), FER (estudiantes), etc. Se produjo así una dualidad en la organización. Por una parte estaba el MIR, que concebíamos como un partido centralizado, de estructura políticomilitar piramidal, semi compartimentado, formado por militantes de dedicación profesional o casi profesional, muy selectivo y exigente en el reclutamiento que se relacionaba con el movimiento de masas a través de los frentes intermedios. Por otra, estos frentes muy enraizados en los sectores de masas donde se construían, abiertos y sin compartimentación, muy flexibles en sus modalidades orgánicas y exigencias de reclutamiento, cuyos miembros se identificaban como miristas. En la práctica ambos operaban como una sola organización política tensionada por la dinámica de conducción vertical, uniformadora, que venía desde el "partido" , y la dinámica más democrática, expresión de la diversidad de los sectores sociales donde se anclaban los "frentes intermedios". Al iniciarse el período prerrevolucionario el MIR no debe haber superado los tres mil miembros. En 1973 el "partido" se acercaba a los diez mil miembros, y la suma de los "frentes intermedios" superaba los treinta mil. En conjunto el mirismo organizado agrupó entre 40 y 45 mil personas, logrando una influencia de masas aún mucho más amplia.

A partir de 1972 comenzó a discutirse en el MIR la necesidad de adecuar nuestra organización al período. No había problema de liderazgo porque la legitimidad de Miguel fue acompañada por un proceso de ampliación de los órganos de dirección colectiva y la cooptación de dirigentes que tenían fuerte respaldo de base. Fluía un permanente intercambio interno de información y se alentó la discusión en todos los niveles. Pero esta tendencia a la disminución del centralismo y aumento de la democracia interna, no fue suficiente.

NUEVA OFENSIVA GOLPISTA

Ni el gobierno ni la oposición obtuvieron el resultado deseado en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. La UP logró una importante votación (44%), pero no el control del Parlamento. Los sectores hegemónicos en la UP siguieron apostando a una alianza con la DC que permitiera conformar un gobierno de centro que resolviera institucionalmente la crisis política, combatiendo y aislando tanto a los sectores extremistas de derecha como de izquierda.

Renán Fuentealba fue reemplazado en la conducción de la DC por Patricio Aylwin que representaba la línea dura, es decir, la estrategia de detener el "avance del marxismo" utilizando todos los mecanismos, incluidas la subversión civil y la intervención militar. Así, la reacción en su conjunto, convergió en la opción golpista. Desde abril, con la huelga de los mineros de El Teniente y su marcha a la capital, la reacción volvió a desatar una nueva ofensiva intensificando la sedición abierta y los llamados a la insubordinación militar.

Por nuestra parte convocamos a la Izquierda y al movimiento de masas a enfrentar la ofensiva desplegando una contraofensiva revolucionaria que se apoyara en la movilización directa de masas para debilitar las bases del poder burgués, organizar y defender el poder popular y ganar a los sectores democráticos de las FF.AA. En esos meses se intensificaron las alianzas y el trabajo conjunto con los sectores de Izquierda de la UP en los frentes y regiones.

Como encargado del MIR para el trabajo democrático hacia las FF.AA., me correspondió organizar en una vieja quinta cercana a Puente Alto una reunión de Miguel, Carlos Altamirano (secretario general del PS) y Oscar Guillermo Garretón (secretario general del MAPU) con una delegación de suboficiales y marineros democráticos. Ellos se habían organizado en oposición a los oficiales golpistas de la Armada. Confirmaron lo que ya sabíamos: la activación sediciosa de la oficialidad golpista era creciente en todas las instituciones armadas, pero también había oficiales y, sobre todo, suboficiales, clases y soldados que se oponían al golpismo y simpatizaban con el gobierno popular. Esto lo conocíamos pues desde el año 69 veníamos vinculándonos con uniformados progresistas. Muchos se incorporaron como militantes al MIR y lucharon contra la dictadura, algunos entregando generosamente sus vidas como el teniente Mario Melo Pradenas, del ejército, Carlos Díaz Cáceres, suboficial de la Marina, Enrique Reyes Manríquez, un joven y alegre cabo 1º de la FACH, y como hicieron también otros miembros democráticos de las FF.AA. La mayoría de los uniformados antigolpistas con que estábamos vinculados no eran miristas. Recuerdo con aprecio y respeto al coronel Ominami de la FACH, a cargo del arsenal en la Base Aérea de El Bosque. El solicitó a mi madre, la diputada Laura Allende, un encuentro para contarle cómo estaban operando altos oficiales golpistas en su arma, reemplazando a los oficiales democráticos del mando de unidades claves, extendiendo la sedición, mientras los oficiales que se oponían al golpe no recibían apoyo del gobierno. En esa conversación a la cual mi madre me pidió que asistiera, el coronel Ominami le pidió que informara al presidente de esta situación, y le dijera que otros oficiales que como él estaban dispuestos a defender al gobierno, le solicitaban una entrevista. Allende nunca concedió esa entrevista, ni otras que me consta le fueron solicitadas por otros oficiales y suboficiales. Su política siempre fue no pasar por sobre los altos mandos y no intervenir dentro de las instituciones armadas.

Relato esto porque difiero del pesimismo histórico que sostiene que no había otra posibilidad que esa prescindencia ya que los únicos que podían detener el golpismo eran los mandos constitucionalistas de las FF.AA. Esto no significa desconocer la consecuencia democrática y la lealtad con el presidente constitucional que demostraron el general Carlos Prats y ese puñado de oficiales superiores que le secundó. Además de apoyarse en esos altos mandos, el gobierno de la Unidad Popular pudo haber organizado y respaldado un número importante de oficiales medios y bajos, además de la gran masa de tropa que tenía simpatía por el gobierno. Prats y los mandos constitucionalistas hubieran contado así con un firme respaldo de sectores corporativos.

Tuve el privilegio de conversar en aquella época con ese gran socialista que fue el general Alberto Bachelet, y reunirme con otros coroneles, mayores y capitanes que simpatizaban con Allende y su partido. Ellos reclamaban una política del gobierno más ofensiva contra la oficialidad sediciosa y coordinar a los uniformados democráticos con las organizaciones populares para que ante un peligro de golpe, ellos pudieran dotarlas de armas de las propias FF.AA. Del Ministerio del Interior dependía Carabineros y la policía civil, donde el gobierno tenía más apoyo. Pudo haber fortalecido esos cuerpos con personal de confianza, creando algún contrapeso a las instituciones de la Defensa. Existía la Ley de Defensa Civil de 1945 que orientaba la organización de cuerpos civiles y su coordinación con las instituciones policiales y militares para situaciones de desastre o conmoción, que el gobierno pudo haber aprovechado para desarrollar formas de autodefensa de los simpatizantes del gobierno. Tanto en el campo como en la ciudad había miles de trabajadores dispuestos a empuñar las armas en defensa del gobierno popular. En varias ocasiones solicitamos al comandante Fidel Castro que nos apoyara con armamento para el desarrollo de milicias populares. El nos respondió invariablemente que lo haría siempre que el presidente Allende lo autorizara. Y el presidente jamás lo aceptó. Salvo algún armamento menor e instrucción para la seguridad personal y resguardo de algunos locales, el gobierno nunca aceptó formar mandos militares propios ni traer medios para el armamento del pueblo. La articulación de estos factores hubiera permitido construir una capacidad propia de defensa del gobierno popular apoyándose en palancas institucionales, pero sobre todo en la disposición de lucha del pueblo organizado. Se argumentará que ello hubiera precipitado un quiebre de las FF.AA. y una guerra civil. Pero la historia ha demostrado que la renuencia del reformismo a desarrollar una capacidad propia de defensa del gobierno popular, la incorporación de los militares al gobierno, y concesiones a la reacción como la devolución de empresas, la Ley de Control de Armas, etc., no impidieron el derrocamiento del gobierno y que la oficialidad golpista, apoyada por el conjunto de la reacción, desatara una sangrienta guerra contra el movimiento popular desarmado. Nos correspondió a Miguel, a Arturo Villabela y a mí, elaborar el plan estratégico de lucha políticamilitar contra el golpismo que fue aprobado por el comité central del MIR en febrero de 1972. Releyéndolo con la perspectiva del tiempo y el conocimiento del desenlace histórico, se puede constatar que padecía de la incertidumbre fundamental que tuvo el desempeño estratégico del MIR en el período prerrevolucionario.

"Seríamos capaces de ganar la carrera contra el tiempo en la acumulación de fuerza revolucionaria (social, política, militar e ideológica) como para sobrepasar la conducción reformista y tomar la iniciativa en el enfrentamiento directo al golpismo, logrando el triunfo, o al menos una continuidad de la lucha revolucionaria en condiciones de mayor equilibrio de fuerzas políticomilitares" Intentamos encarar esta disyuntiva diseñando un plan que contemplaba la constitución de fuerzas que pudieran operar en los espacios territoriales y en condiciones alternativas. Pero el problema era que para tomar la iniciativa de golpear ofensivamente a los golpistas y derrotarlos, teníamos que hacerlo en los espacios urbanos, constituyendo amplias unidades milicianas regulares, articuladas con las tropas militares que pudiéramos desgajar de las instituciones armadas, todo ello acompañado de la organización del poder popular de masas. Si apostábamos a que no habría tiempo para acumular la fuerza para derrotar de inmediato al golpismo, nuestra estrategia debía ser defensiva, centrando esfuerzos en preparar condiciones para el repliegue a territorios rurales de topografía más favorable para la resistencia mediante unidades guerrilleras irregulares, y grupos clandestinos que operaran en los espacios urbanos y suburbanos. También había que prepararse para una resistencia política e ideológica en condiciones represivas muy duras, lo cual no es fácil cuando el movimiento de masas está todavía desplegando una amplia lucha social y política abierta. Al no decidirnos por una opción e intentar prepararnos para las dos, cometimos un grave error estratégico. Carecíamos de tiempo para la construcción de fuerza suficiente para ocupar todos esos espacios y constituir los distintos tipos de fuerza a la vez.

Dispersamos nuestra limitada capacidad, nos organizamos de una forma híbrida que, como veremos más adelante, neutralizó la eficiencia táctica ante una u otra posibilidad. Lamentablemente, hay situaciones de la lucha de clases que no se compadecen con las opciones intermedias.

A fines de 1972 se constituyó un grupo conspirativo de quince generales, cinco por cada rama. En mayo de 1973 habían decidido dar el golpe en el mes de junio, para lo cual contaban con la I, II y IV Divisiones del ejército y sectores de la Marina, Aviación y Carabineros. En la III División correspondiente a la capital, todavía los oficiales constitucionalistas eran fuertes. El complot fue detectado por el SIM, que alertó al comandante en jefe del ejército, procediendo éste a ordenar la detención de varios oficiales el 25 y 26 de junio. Ello produjo el repliegue de los conspiradores, pero el 29 de junio el comandante Souper sublevó al Regimiento Blindado Nº 2, dirigiéndose hacia el centro de la ciudad con una columna de tanques y carros blindados. Con el apoyo de civiles armados de Patria y Libertad, procedieron a atacar el palacio de La Moneda y el Ministerio de Defensa, donde liberaron a los oficiales detenidos. Mientras de La Moneda respondían el fuego, el general Prats movilizó las unidades leales y cercó a los sublevados, tras lo cual procedió a caminar, acompañado sólo de dos oficiales, hacia los blindados a los que conminó a rendirse. Todos se rindieron, salvo un tanque que huyó. La sublevación del Regimiento Blindado produjo un estado de gran deliberación de los oficiales golpistas, que en algunas unidades intentaron apoyar a los sublevados. Esto se frustró por la negativa de los uniformados antigolpistas, en especial de los suboficiales y tropa. Pero la situación seguía siendo de gran tensión pues todavía no se sabía cómo reaccionarían las unidades en otras Divisiones, y si podían sumarse sectores de otras ramas de las FF.AA. Alrededor de las 11:30 de la mañana Prats y el general Sepúlveda se reunieron con el presidente que había llegado a La Moneda, para informarle de la situación.

Los miembros de la comisión política nos concentramos en una casa prevista para tal efecto, al igual que el resto de las direcciones intermedias y unidades del MIR lo hicieron en sus respectivos lugares de acuartelamiento. Miguel se comunicó con el general Carlos Prats, manifestándole que si lo requería podía contar con nosotros en la lucha contra los golpistas y le comentó que había visto un tanque alejarse del centro de la ciudad. Prats, que estaba enojado porque ese blindado se había escapado le dijo Miguel que si lo ubicaba lo detuviera. Miguel orientó a una unidad de la fuerza central del MIR salir a enfrentar el tanque lo cual no se logró por lo lento que era poner en pie de combate a unidades compartimentadas con deficientes medios de comunicación, cuyos miembros vivían y trabajaban en distintos lugares, y cuyas armas debía recibirlas de una unidad de logística que estaba a cargo de un depósito secreto. Igualmente lento fue poner en funcionamiento la red clandestina que coordinaba a los miembros de las FF.AA., los cuales habían sido acuartelados en sus respectivas unidades militares, lo que dificultaba el contacto. Se evidenciaron así las limitaciones tácticas que tenía nuestra estrategia híbrida de construcción de fuerza.

La respuesta popular al llamado del presidente Allende a movilizarse contra el intento golpista de junio, ocupando los centros de trabajo y advirtiendo que si era necesario armaría al pueblo, fue extraordinaria. Cientos de fábricas, escuelas, campos, oficinas públicas, otras entidades fueron ocupadas a través del país, manifestándose un resuelto ánimo combativo. Interminables columnas de trabajadores, pobladores, estudiantes, confluyeron frente al palacio de La Moneda, donde la multitud pedía castigo a los golpistas. Los compañeros de las FF.AA. nos informaban que los oficiales golpistas estaban en repliegue, que el ánimo de los uniformados antigolpistas era combativo y reclamaban pasar a la ofensiva para golpear a los sediciosos. Esa tarde con Miguel y otros miembros de la dirección analizamos si no era el momento de tomar por nuestra cuenta la iniciativa, con la participación de grupos de uniformados organizados, entregar armas a las organizaciones milicianas, ocupar las unidades militares que fuera posible, y proceder a detener a los oficiales golpistas. Para que resultara había que actuar de inmediato, esa misma noche, aprovechando el desconcierto golpista. La preocupación de Miguel era que, si dábamos ese paso, había un grave riesgo de que el gobierno y el alto mando nos reprimiera, la Izquierda de la UP no nos apoyara, y quedáramos políticamente aislados. No teníamos tiempo para consultar a los sectores más afines de la Izquierda. Nunca el movimiento de masas había alcanzado tan alto nivel de combatividad, estábamos seguros que la respuesta de los sectores populares más radicalizados sería entusiasta. Pero tampoco podíamos cerrar los ojos al hecho de que Allende y los sectores reformistas mantenían un fuerte liderazgo sobre el movimiento de masas y podían neutralizar, o incluso poner en contra nuestra, a los sectores menos radicalizados. Si teníamos éxito, lograríamos un atajo que aceleraría la acumulación de fuerza y generaría una situación revolucionaria, pero si nos equivocábamos el retroceso sería enorme. En la duda, preferimos esperar. A veces pienso que hicimos bien, otras me parece que por esa decisión perdimos la iniciativa estratégica revolucionaria.

OFENSIVA FINAL

Superado el "tanquetazo", el gobierno volvió a la misma política: insistió en la búsqueda de acuerdos con la DC. Para favorecer ese acercamiento hizo concesiones, como alentar la desmovilización de masas, llamar a devolver las empresas ocupadas, y combatir la constitución de órganos de poder popular locales, aceptar que las FF.AA. amparadas en la Ley de Control de Armas comenzaran a allanar las industrias y campos ocupados, desalojando violentamente a los trabajadores, así como a rastrillar las poblaciones en la supuesta búsqueda de armas con el propósito de aterrorizar al movimiento de masas. Como respuesta al llamado del cardenal Raúl Silva Henríquez a un diálogo de concordia nacional, se reunieron a fines de julio, Allende y Aylwin. Pero la DC no satisfecha con las concesiones, exigió el nombramiento de un Gabinete con representación mayoritaria de las FF.AA. y que éstas pudieran actuar con autonomía para restablecer el orden institucional. Ello significaba pedir al presidente su capitulación, una suerte de golpe legal.

Mientras tanto, la reacción en su conjunto se había lanzado en una nueva ofensiva sediciosa. Se multiplicaron los atentados y sabotajes que los grupos terroristas realizaban con impunidad y bajo la mirada complaciente de las FF.AA. El 26 de julio fue asesinado el comandante Arturo Araya, edecán naval y amigo del presidente. Los transportistas se lanzaron a otro paro indefinido, al cual se sumaron comerciantes y profesionales, intensificándose el boicot empresarial, acompañado de un intenso hostigamiento parlamentario y una subversiva campaña de prensa. Desde Estados Unidos llegaba generoso apoyo financiero y asesoramiento para los golpistas. El gobierno no sólo perdió todo el control de la economía, que se debatía entre la hiperinflación y el desabastecimiento, sino que tampoco pudo hacer nada efectivo contra la subversión reaccionaria.

El 17 de julio el MIR realizó un combativo acto de masas en el Teatro Caupolicán. Además de Miguel Enríquez habló Carlos Altamirano. Las agudas contradicciones entre el sector reformista agrupado alrededor de Allende y la Izquierda de la UP llevaron a un virtual colapso de la conducción colectiva de este frente. El PS y el MAPU radicalizaron verbalmente sus políticas, rechazando todo intento de alianza con la DC. Propiciaron abiertamente el poder popular alternativo, la disolución del Congreso y el armamento del pueblo. La reagrupación revolucionaria al margen de la UP parecía una posibilidad inminente y la influencia política del MIR creció. Pero al mismo tiempo las claudicantes políticas gubernamentales produjeron desconcierto, confusión y luego una creciente desilusión popular. El ascenso de la movilizacion de masas que había alcanzado su cumbre más alta como respuesta al "tanquetazo", inició a partir de julio una rápida declinación. Al punto que se podría situar en ese momento el inicio de un período contrarrevolucionario.

Salvo la aplicación a los sublevados de penas absurdas por lo leves, el gobierno no tomó medida alguna con los sectores uniformados comprometidos con el "tanquetazo". Ello alentó a los golpistas a retomar la iniciativa. La incorporación en agosto, después del fracaso del diálogo UPDC, de tres generales (entre ellos Prats) al Gabinete, intensificó la agitación sediciosa hacia las FF.AA. A principios de agosto, junto con ordenar el acuartelamiento de su personal, los altos mandos de la Marina desencadenaron una fuerte represión interna deteniendo a más de trescientos suboficiales y marineros antigolpistas, salvajemente torturados. En otras ramas de las FF.AA. se procedió a relevar, licenciar, y sancionar a los uniformados democráticos.

La desmoralización cundió entre los oficiales, suboficiales y tropa antigolpista, que veía que su gobierno los dejaba en la indefensión y no hacía nada ante el avance de la sedición. A mediados de agosto los altos mandos golpistas de la Marina y de la Aviación eran mayoría aunque en el ejército todavía eran minoritarios. La mayoría de los generales del ejército se inclinaba todavía por obligar a Allende a ceder el poder a las FF.AA., mediante un Gabinete sólo militar, o su dimisión. Esta forma de "golpe blando" la DC lo alentaba en la expectativa de que Eduardo Frei, como presidente del Senado, recibiría el poder. Los partidarios de un "golpe duro" eran todavía minoría. Pero ambos bandos se unieron para desbancar a los generales constitucionalistas lidereados por Prats que exigían respeto a la institucionalidad y el acatamiento de la autoridad presidencial. El instrumento fue una provocación de esposas de oficiales que fueron a la casa del comandante en jefe a exigir su renuncia. Cuando Prats pidió al cuerpo de generales que firmara un documento de desagravio, más de la mitad se negó. Esto lo llevó a presentar su renuncia indeclinable para mantener la unidad corporativa, siendo reemplazado por Augusto Pinochet. Ese mismo día 22 de agosto la DC y la derechan aprueban una resolución de la Cámara de Diputados declarando "ilegal" al gobierno. La suerte del gobierno estaba echada.

A partir de julio, en una nueva carrera contra el tiempo, procuramos intensificar la preparación de condiciones para un repliegue de las direcciones del MIR y de nuestra limitada fuerza militar hacia zonas rurales. Nos dimos cuenta que ya no habían condiciones para una contraofensiva revolucionaria, aunque sin abandonar la idea de acompañar a los sectores de masas más radicalizados en una resistencia urbana inicial para luego replegarnos con mayor fuerza y legitimidad. El problema fue que en agosto nos dimos cuenta que la desmoralización y persecusión de los oficiales y suboficiales antigolpistas al interior de las FF.AA. era tanta, que no podríamos contar con ellos para obtener armas.

Nosotros no alcanzábamos a reunir más de doscientas armas de guerra, por lo que dependíamos de lo que pudiéramos obtener de las FF.AA. y los grupos de seguridad del gobierno.

Junto con la represión a la marinería, el fiscal naval pidió a fines de agosto el desafuero de Altamirano y Garretón, y dio orden de captura de Miguel y otros compañeros vinculados al trabajo democrático hacia las FF.AA., de modo que nos vimos obligados a pasar a la clandestinidad, lo que entrabó nuestros movimientos. Para entonces el gobierno designó su undécimo gabinete incorporando a cuatro altos mandos de las FF.AA. poco relevantes. Sabíamos que el presidente Allende, en una acción desesperada, se proponía convocar en los próximos días a un plebiscito que, probablemente perdería. Esto hacía pensar que se impondría la opción del "golpe blando" que, manteniendo una fachada institucional, profundizaría la represión contra los sectores revolucionarios y el movimiento de masas. Pero los militares partidarios del "golpe duro" lograron imponerse y se adelantaron a desencadenar su sangriento golpe el 11 de septiembre. Al día siguiente el presidente Allende se proponía anunciar el plebiscito en un acto que se realizaría en la Universidad Técnica del Estado.

EL GOLPE MILITAR

Como Miguel y otros compañeros de la dirección del MIR teníamos orden de detención de la fiscalía naval, nos reuníamos en distintos lugares y de noche dormíamos en casas seguras. Esa noche lo hice en un departamento que consiguió James (Patricio Munita Castillo), y que nadie más conocía. Mientras me duchaba temprano, James me avisó que en la radio estaban informando de movimientos de tropa. Salimos a la carrera dirigiéndonos a un local de la fuerza central de MIR, desde donde contacté a los compañeros que trabajaban en nuestra red en las FF.AA. Me informaron que la noche anterior habían comenzado a recibir avisos de Valparaíso de movimiento de los marinos, del desplazamiento de tropas desde Los Andes, que parecía que esta vez la sublevación era en serio. Nuestros compañeros uniformados estaban movilizados y no lograban contactarlos. Yo tenía orientación de Miguel de que ante una situación de este tipo me dirigiera de inmediato a la embajada cubana, lo que hice acompañado de Arturo Villabela y otro compañero de las tareas militares. Estaba allí un grupo derechista armado y carabineros que comenzaron a montar una barricada con maderos y tanques de gasolina vacíos para impedir la entrada o salida de gente. Ante el peligro de quedar encerrados decidimos salir de inmediato. Yo manejaba una camioneta, y atrás estaban Arturo y otro compañero. Nos detuvimos frente a la barricada pidiendo que nos abrieran paso, pero uno de los civiles armados se acercó a la ventanilla, me reconoció y apuntando hacia el vehículo, gritó: "¡Es Pascal Allende, son del MIR!" Mis acompañantes, reaccionaron rápido, abriendo fuego contra los carabineros y civiles armados, mientras yo embestía con la camioneta y escapábamos aceleradamente por Pedro de Valdivia en dirección al sur. El vehículo quedó lleno de impactos, pero ninguno de nosotros resultó herido.

Nos dirigimos a una casa de San Miguel donde estaba acuartelada la comisión política. En la calle había un intenso movimiento de autos y compañeros. Junto con nosotros llegó otra camioneta con armamento que compañeros socialistas habían retirado de la casa presidencial de Tomás Moro. Encontré a Miguel dándole instrucciones a distintos compañeros, comunicándose por teléfono, desesperado por la dificultades para contactar a otros. La información evidenciaba que los golpistas empezaban a controlar las principales arterias de la ciudad, colocaban retenes, impidiendo el traslado de armamento casero y de las pocas armas que disponíamos, dificultando y retrasando la constitución de las unidades operativas, que había industrias ocupadas por trabajadores con ánimo de resistencia y a la espera de armas que nunca recibieron, pero que el grueso del movimiento de masas estaba desconfiado, desconcertado y atemorizado. La radio del MIR había sido copada a las 7 de la mañana. Tampoco Miguel lograba establecer comunicaciones con provincias. Me contó que había logrado contactarse con La Moneda y hablar con Beatriz Allende, ofreciéndole al presidente apoyarlo con una columna de combatientes para que pudiera replegarse hacia el barrio industrial donde había mejores posibilidades de resistencia. Allende le mandó a decir con Tati que no se movería de La Moneda, aunque muriera allí, y que ahora le tocaba a Miguel seguir adelante... Le expliqué que todas las unidades de las FF.AA. estaban movilizadas y que nuestros encargados de la coordinación con los compañeros uniformados me habían dicho que los intentos de contactarlos eran infructuosos, que no podíamos contar con su apoyo.

Miguel y Humberto Sotomayor estaban saliendo en ese momento hacia la industria Indumet, que se encontraba relativamente cerca. Allí estaban acuartelados Arnoldo Camú, Rolando Calderón y un contingente de compañeros socialistas armados. Miguel, con la intención de coordinar la resistencia, se había encontrado temprano con esos dirigentes del Partido Socialista y un dirigente del Partido Comunista que manifestó que su partido estaba esperando ver si los militares cerraban o no el Parlamento para decidir qué curso de acción seguir. Los compañeros habían informado que Carlos Altamirano llegaría en un rato más, por lo cual Miguel había decidido volver más tarde a encontrarse con él. Lo acompañamos Arturo Villabela, Humberto Sotomayor y yo. Por el camino nos encontramos con León, un compañero de logística, al cual Miguel le hizo señas para que nos siguiera. En Indumet nos informaron que Altamirano no había llegado. Minutos antes de que una unidad de carabineros se desplegara frente a la entrada principal de la industria, llegó Rafael Ruiz Moscatelli con otros compañeros que traían más armamento de Tomás Moro y que comenzaron a repartir entre los socialistas que estaban acuartelados allí. En eso se inició un intenso intercambio de fuego con los sitiadores. Como nosotros andábamos sólo con armas cortas, nos entregaron unos fusiles AK. Miguel con otros compañeros empujaron unos vehículos para bloquear la entrada y parapetarse.

Pronto se evidenció que no sólo era imposible hacer retroceder a los golpistas, sino que además corríamos el peligro de que éstos cercaran el recinto. Se decidió entonces romper el cerco por la parte posterior. Se formó una pequeña columna que encabezó Miguel, nosotros que no nos despegábamos de él para protegerlo y nos seguía un buen número de compañeros socialistas. Al salir a la calle nos encontramos a boca de jarro con otra columna de carabineros que intentaba cerrar el cerco, produciéndose un enfrentamiento a corta distancia al descubierto. Instintivamente abrimos fuego más rápido que el enemigo, haciéndole varias bajas. El grueso de la columna que nos seguía retrocedió, replegándose a una industria cuyo ingreso estaba al otro costado de la calle. Entre ellos, nuestro compañero León que posteriormente fue muerto en ese lugar. Miguel, que a toda costa quería romper el cerco para volver a reunirse con el resto de la dirección, nos ordenó seguir adelante para lo cual tuvimos que cruzar la calle bajo fuego, donde había retrocedido y vuelto a parapetarse la columna de carabineros, dirigiéndonos a la Población La Legua. Como ninguno de nosotros conocía el barrio fuimos a parar frente a un cuartel de Carabineros. Estos estaban atrincherados con ametralladoras punto 30, con las que abrieron fuego. Afortunadamente no tenían buena puntería y logramos salir ilesos de este segundo enfrentamiento, sortear esa posición y perdernos en la población.

Después de requisar un auto que encontramos en el camino y de encontrarnos por tercera vez con el enemigo (esta vez un retén callejero de soldados de la FACH que no nos dispararon), logramos llegar por calles interiores hasta la casa donde estaban acuartelados Bautista von Schouwen, Edgardo Enríquez y otros compañeros de la dirección. Era ya pasado las cuatro de la tarde. Los compañeros nos informaron que La Moneda había sido bombardeada y que se decía que el presidente Allende había muerto cumpliendo su palabra de que no se rendiría ante los golpistas. Miguel se sentó y estaba pálido, conmovido, la mirada fija en el fusil que mantenía sobre las piernas. Guardó un prolongado silencio que compartimos con él.

Las noticias que recibimos durante la tarde evidenciaban que la resistencia era muy dispersa y fragmentaria, focos de resistencia aislados en algunas industrias, francotiradores en el centro, en algunas universidades, incapaces de detener el golpe sangriento y la represión masiva que se desató sobre el movimiento popular. No quedaba otra opción que replegarse lo más ordenadamente posible a la clandestinidad y desde allí reorganizarse para iniciar la resistencia a la dictadura militar. Miguel recordaría después: "..si bien todos fuimos invadidos por la sensación de cólera e impotencia, las condiciones objetivas imponían el repliegue..."

Sigue...Parte 5

Principal | España | País Vasco | Internacional | Pensamiento autónomo | Antimúsica
Alizia Stürtze
| Reconstruyamos la historia |
La prensa al servicio del neoliberalismo
Kolectivo La Haine