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Reconstruyamos la historia

Santucho y la Determinación
Por Luis Mattini
La Fogata Digital

Argentina.- Uno de los rasgos políticos más originales de Mario Roberto Santucho fue su persistencia en la necesidad del Partido obrero como instrumento indispensable para una política de poder revolucionario inscrita en la certeza de vivir la época del tránsito del capitalismo hacia el socialismo.

Lo notable de Santucho, en este aspecto, consistía en que, siendo impulsor de las líneas más radicalizadas de las concepciones político-militares de los años sesenta, el más auténtico seguidor y recreador de Guevara, discrepara sustancialmente con los elementos que distinguían el llamado «foquismo». Estos eran, en trazos gruesos: Poner la fuerza militar como rectora del proceso; la formación de «columnas» guerrilleras, surgidas de la inspiración de la experiencia cubana; el mando único en base al «Comandante» y los «cuerpos de comandantes» a quienes se subordinaba el «movimiento político» ; la búsqueda de apoyo social fundamental en el campesinado o, en el caso de las regiones urbanas, el los sectores más excluidos , los cuales por lo general consistían en éxodo campesino hacia la ciudad no incorporado al proceso industrial y la baja clase media pauperizada.

Para Santucho, en cambio, el Partido de la clase obrera, como órgano colectivo dirigente de la revolución, debía ser el mando supremo de la fuerza militar. Y esto tenía una profundidad y consecuencias mayores que las sospechadas a simple vista, pues el objetivo de Santucho no era el partido en sí, sino éste como medio de formación del sujeto. Es decir, para el jefe del PRT-ERP, el problema del sujeto era el problema fundamental de la revolución.

Esto tenía que ver, además, con la interpretación de Santucho acerca de los «desgeneramientos» de los procesos revolucionarios que conformaron el llamado socialismo real y la frustración de los movimientos «nacionales y populares» cuyos objetivos fueron a la postre «traicionados». En el primer caso la burocratización que desnaturalizaba el socialismo y en el segundo caso la subordinación a la burguesía.
Frente a estos hechos, recorría Latinoamérica una tendencia bastante extendida que intentaba poner como «antídoto» la base campesina, la cual por provenir «de la tierra» no estaría corrompida por la ciudad como la clase obrera. A su vez, el ejercicio de la lucha armada actuaria, no solo como «engendrador de conciencia», sino hasta como «purificador» de la corrupción política. Era muy fuerte la ingenua idea que la lucha armada impedía la burocratización.

Sin embargo, para Santucho - o quizas hoy podríamos decir la apuesta de Santucho - consistía que la clase obrera por expresar la contradicción antagónica con el capitalismo, por no tener «nada que perder, salvo sus cadenas», por su papel en la producción, por su destino histórico, por su capacidad de organización y disciplina; era la única garantía objetiva contra esas desviaciones. Pero la "objetividad" de dicha garantía contenía al mismo tiempo una tendencia hacia la consolidación del sistema capitalista (pacto social) en tanto y cuanto no adquiriera el carácter de sujeto autónomo.

Hasta aquí solo se trataba del abc del marxismo de los cursos de Politzer, que nos deja un seco determinismo «objetivista», el llamado «determinismo histórico», muy cerca de las posiciones de los partidos comunistas de pos guerra y no tan lejos del ala izquierda de las socialdemocracia.

Por eso es que Santucho avanza en Lenin, lo profundiza y trata de zafar del determinismo para encontrar en el jefe bolchevique aquello que, tanto él como muchos de nosotros sosteníamos, fue su rasgo más original, con el cual se identifica el Che a pesar de las evidentes diferencias de tiempos, espacios y estilo.

Se trata de la determinación, así como sustantivo, llamado a veces «‘determinismo subjetivo» o «determinismo de la voluntad», el cual, dicho sea de paso, fue reflotado por el «guevarismo tardío» de la década del ochenta bajo la expresión «factor subjetivo», pero sin lograr aprehenderlo porque para ello se necesitaban dos cosas: erradicar el determinismo histórico y asumir la determinación de Santucho como paradigma de la radicalización política de la generación del setenta. (De ahí el fracaso del 16 Congreso del PCA y otros intentos de recomponer la izquierda revolucionaria en los años del alfonsinismo: falto determinación.)

El determinismo histórico originado en el iluminismo de la burguesía del siglo XIX, junto con el mito del progreso y la absolutización del saber científico, fue un lastre que arrastro el marxismo prácticamente hasta la década del ochenta. Suponía que la historia de la humanidad era un camino de espiral ascendente desde alfa a beta y en donde siempre el futuro seria mejor que el pasado.

Ciertamente todos compartíamos este mito teórico aparentemente confirmado por los rotundos éxitos de la revolución en el mundo, sin percatarnos que el hecho de que esas revoluciones se produjeran sistemáticamente en los países «atrasados» (atrasados desde el punto de vista de la teoría del progreso) no era solo que «la cadena se rompía por el eslabón más débil» sino que estaba cuestionando precisamente ese determinismo.

Sin embargo, la paradoja de este siglo fue que la praxis de los revolucionarios se llevo a cabo a pesar de la aceptación teórica del determinismo histórico y la teoría del progreso. Dicho de otra manera, los hechos demostraron que entre condiciones objetivas y condiciones subjetivas, las revoluciones o los actos revolucionarios, triunfantes o no, se produjeron fundamentalmente por las condiciones subjetivas y que las revoluciones,tanto en su estallido como consecuencias, sorprendieron a los revolucionarios.

Desde luego, no los «sorprendieron», tomando café en los locales partidarios, sino precisamente dedicados a la revolución. Fueron sorprendidos por su propia obra.

Se puede observar, y sobre todo hoy día después de tantas experiencias, que estas concepciones se deslizan por muy delicados equilibrios,ya que fácilmente se cae en el idealismo filosófico y el tan condenado voluntarismo. Sin embargo, la declinación actual del determinismo histórico como pretensión de prever el futuro, ha dejado claro que el papel de los hombres y mujeres en la historia no consiste en accionar con el conocimiento de un camino hacia un destino existente objetivamente y por tanto previsibles por el análisis lógico racional (determinismo) sino por la actitud teórica y practica de actuar con convicción ante las aporias e incertidumbres sobre medios y fines a crear.

Prosiguiendo con Santucho podemos observar, más en su conducta que en su discurso , que ese cuerpo de ideas «deterministas objetivas» que conformaban la teoría y ese «determinismo subjetivo», se materializaban en un instrumento colectivo llamado Partido cuya finalidad principal no consistía tanto en ser el «estado mayor» de la clase obrera, como la transformación de esta de objeto en sujeto. Insisto: el objetivo de Santucho no era el partido como fin, sino el instrumento de la expresión de la determinación subjetiva de la clase obrera.

Siempre en esta lógica, los intelectuales aportarían efectivamente la «teoría», la cual consiste en saberes (saber no es sinónimo de pensar) de la praxis histórica elaborando categorías conceptuales como «guía para la acción», pero los obreros aportarían, además de la consabida «practica objetiva» (permítaseme esta irónica redundancia) fundamentalmente la subjetividad en forma de nueva praxis política. La confluencia de estos dos elementos conformarían el militante, el cual, dentro del partido «pierde» su identidad como obrero o intelectual para una mutua elevación y nueva identidad como sujetos revolucionarios: El «hombre nuevo» en autoformación colectiva. Esta «perdida» es a la vez condición indispensable para el paso a hombres libres, pues la primera condición de libertad es la eliminación del divorcio entre el trabajo intelectual y el manual. Solo de esta reconciliación puede salir el pensamiento,la accionó, la vida integral. Es verdad que esto ultimo no solo no fue entendido y explicado así, ni siquiera por el propio Santucho, y por el contrario, frecuentemente aparecía como un ingenuo obrerismo o un irritante y estrecho antiintelectualismo que despilfarraba enormes recursos mandando a escritores o artistas a repartir volantes o pintar paredes. Sin embargo, contradictoriamente, se desprende en forma elocuente de la persistencia de Santucho en la formación del militante multilateral (todos estábamos obligados a pensar en toda la problemática de la revolución aun cumpliendo tareas más o menos especializadas) sus enojos cuando alguien pretendiera lavarse las manos porque tal asunto «no era su mesa» y su insistencia en «llenar de obreros» los órganos dirigentes del partido, para que impregnaran a los mismos con los «puntos de vista de clase». Asimismo en su negación a que los intelectuales elaboraran desde gabinetes estancos donde se reproduce el saber pero se burocratiza el pensamiento.

Sin embargo en esta necesaria «perdida» puede estar una de las pistas esenciales para la recreación del pensamiento emancipador. Porque de algún modo el militante pasaba a ser un hombre libre en la medida que dejara de ser obrero (independientemente si continuaba trabajando en la fabrica o no) pero la clase no se emancipaba porque la supuesta praxis política pasaba por otro lado. En rigor, en tanto clase asalariada, en tanto vigencia de la ley del valor, la praxis política pasaba por el mejoramiento máximo de sus condiciones dentro de la sociedad capitalista o del «capitalismo de estado» de aquel llamado socialismo real. Esta distancia, es decir, este espacio de libertad entre el obrero-intelectual militante y los demás, explica en parte porque que el PRT poseía una notable capacidad para «extraer» obreros de las fabricas y una enorme impotencia para «llevar» el Partido a las mismas.

En consecuencia, y como se vio claramente en 1973, el PRT no tuvo «política» para aquel giro de los acontecimientos nacionales. Y en el fondo no podía tenerla. No podía tener otra política que no fuera la que tenía. Esta era: el cambio radical de la sociedad. Otra política, cualquiera fuera y por «justa» que fuere significaba un retroceso en el carácter de sujeto autónomo de la clase obrera.(Sin dudas aun que dentro de esa política hubo errores muy serios, pero es otro tema)

Esta es la gran contradicción que Santucho y el PRT no pudimos resolver (y que nadie pudo resolver ) y en la que se encuadra toda la problemática del marxismo revolucionario desde la Comuna de París hasta nuestros días.

Sin embargo, la experiencia del PRT de Santucho, no solo es insoslayable, sino que, en su pequeñez y corto tiempo, se concentro uno de los nudos esenciales a desatar para recomponer un pensamiento transformador. Pero no en el terreno de la estrategias y métodos de lucha, las cuales son circunstanciales, sino en el ámbito perenne del sujeto autónomo. Santucho no invento el Partido, ni la teoría del poder, ni la estrategia de lucha armada. Santucho impulso un estilo (la determinación) en la prosecución de esos objetivos que implicaron un enriquecimiento en relación con el sujeto. Y este es el problema de hoy cuando se habla de «una nueva forma de hacer política».

En efecto, Santucho usaba el vocablo «determinación» no solo en su segunda acepción semántica (osadía, audacia) sino principalmente en su versión filosófica sartriana del acto de voluntad. La determinación, para Santucho era el acto de tomar partido: la decisión. No recuerdo que este concepto haya sido desarrollado en forma explícita en los materiales del PRT_ERP, pero fue muy discutido en la sesiones del Buro Político en las coyunturas decisivas (a juicio del PRT_ERP) entre 1973 y 1976.

El concepto es bien conocido en el arte militar. Todo buen general, sabe que, una vez desarrollada la estrategia y la táctica, el destino de la batalla lo define la determinación, formidable energía de la subjetividad, multiplicadora de los recursos materiales.

Por eso para Santucho lo esencial del partido no era su organización en el sentido «administrativo» del termino, sino su capacidad de determinación que debía expresar la determinación atribuida a la clase obrera en los momentos decisivos.

Pero lo notable y lo vigente, es que este concepto en Santucho no era una simple idea, sino que él era la determinación en persona o la personalización de la determinación. La determinación = deliberación - determinación - ejecución lo atravesaba como una pasión. Por eso, convencido que en la Argentina estaba planteada la cuestión del poder, construyó un partido desde el «tronco carcomido de Palabra Obrera», seleccionando no a los de más «labia» o los más sabedores ni a los más capaces de trazar estrategias, balancear correlaciones de fuerzas, condiciones objetivas y subjetivas y todo tipo de categorizaciones de la teoría, incluso de la experiencia, sino a aquellos en los cuales veía marcada la determinación. Y desde luego, no existe un «determinómetro» para medir este rasgo subjetivo, por lo tanto el margen de error es grande como grande es la apuesta a la revolución.

He tratado de sintetizar en pocas líneas lo que, como puede percibirse, no eran simples acciones, actos de heroísmo, geniales visiones, pueriles ultradas o mezquinos sectarismos, sino estructuras lógicas sólidas que apuntaban a problemas muy profundos del devenir social. Hoy aquellas estrategias de poder y sus instrumentos, los cuales se habían deducido de la visión determinista de la historia y de la seguridad de un progreso garantizado por la supuesta: ley objetiva y evidente producto paradigmático de la civilización industrial, pueden cuestionarse,deben cuestionarse, y enfrentar el desafío del presente pos - industrial con sus aporias e incertidumbres.Pero hacerlo desde la base del rescate de la profunda determinación subversiva frente a la excusa de los «fatalismos», sean estos históricos o geográficos. Porque las estrategias, las tácticas, y los métodos cambian con los cambios de la realidad, pero la accionó subjetiva, el sujeto, ese gran «descubrimiento» supuestamente «objetivo» de la Modernidad, había existido con Espartaco, hubo existido con los Macabeos, existía con Cuauthemoc, existió con el Che, ha existido con Santucho y los setentistas, existe, existirá y habrá de existir en la rebeldía, no como «ley objetiva», como clase predeterminada por la historia, sino como determinación.

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