La estéril ilusión del reformismo
En los tiempos que corren, de tan pródigos como incontestados prestidigitadores ideológicos y políticos, de tantos incongruentes, simplones, chapuceros e interesados discursos "reformadores", se hace necesario, imprescindible realmente, aportar un poco de cordura, rigor, y, porque no decirlo, empirismo.
No es nada nuevo este debate mil veces visitado entre el reformismo y las posiciones rupturistas o revolucionarias. No es nada nuevo el empeño falaz de retrotraer el desarrollo del sistema capitalista a una situación idílica de libre y sana competencia, de conciliación de intereses absolutamente irreconciliables. No es nada nuevo el propósito de presentar las instituciones y el aparato de dominación de la democracia burguesa como el más adecuado, sacrosanto e insustituible mecanismo de bienestar universal y eterno. No es nada nuevo concebir y hacer concebir la economía capitalista, como la "ECONOMIA", en mayúsculas, la única posible. No es nada nueva la evidencia de que este conjunto de concepciones que hemos descrito y su inoculación sistemática en la conciencia de las de la clase obrera y las clases populares por una serie de sus supuestos representantes políticos, ha sido la más valiosa herramienta de dominación de la que se han servido las clases dominantes para perpetuar su hegemonía y su sistema de explotación del hombre por el hombre.
Sin embargo, podemos describir como relativa novedad la manera tan ostensible y tozuda en la que la situación y las condiciones de la realidad socio-económica se nos muestran. Las posibilidades de seguir manteniendo una duda razonable sobre el futuro del capitalismo y sus efectos benéficos en las condiciones de vida de las mayorías sociales se han ido esfumando desde hace ya decenios y no existe en la actualidad el más mínimo indicio de que este sistema pueda guardar para la humanidad ninguna agradable sorpresa.
La ciencia económica cuenta en nuestros días con una capacidad de análisis empírico, con un bagaje estadístico tan sólido e incuestionable que no deja otra alternativa a la economía burguesa al uso que convertirse en una gran ciencia de la ocultación. La serie, ya histórica, de los datos económicos recopilados durante los últimos cincuenta años, lejos de refutar las leyes y tendencias económicas enunciadas por Marx y la tradición marxista, vienen a confirmar, reforzar y completar las "oscuras" predicciones que éstas auguraban sobre la decadencia del sistema capitalista.
Desde la década de los 70 del pasado siglo el capitalismo "no levanta cabeza", y mucho menos la clase obrera que lo soporta y sufre. Es un hecho irrefutable que la participación de los salarios en el "pastel económico nacional" de la gran mayoría de los países capitalistas no ha parado de descender estrepitosamente desde esos años (y continua haciéndolo en la actualidad), mientras sube criminalmente la participación en el mismo de las rentas de capital. La distribución de la riqueza ha sido crecientemente desigual desde esa década y escandalosamente desigual en los momentos de recrudecimiento de la crisis económica, como ocurre en la actualidad.
Y decimos recrudecimiento de la crisis porque no creemos que se trate de crisis aisladas de unos pocos años, sino de agravamientos periódicos de una crisis general más profunda y extensa en el tiempo cuyo inicio se remonta a mediados de la década de los setenta. Ante la incapacidad, o ante una muy mermada ya capacidad de este capitalismo decadente, de reproducir sus mecanismos de acumulación, los capitalistas han recurrido, recurren y seguirán recurriendo a la estrategia del empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores para conseguir mantener o aumentar su tasa de ganancia.
Y de momento, no les ha ido muy mal con esa estrategia. Han conseguido mantener e incluso aumentar su tasa de ganancia con ese último recurso desesperado, aunque el recrudecimiento de la crisis actual es muy probable que les obligue a su recurso favorito y más efectivo: el recurso de la guerra generalizada. (Muy recientes acontecimientos militares nos dejan entrever este último recurso como muy probable y cercano)
El coste del sostenimiento de su tasa de ganancia no puede ser otro en estos momentos que el empeoramiento de las condiciones de vida de las mayorías. Pero no es este un mal que se cebe sólo sobre el sector asalariado de estas mayorías. Tal y como Marx preveía, el desarrollo capitalista conlleva no solo un creciente empobrecimiento de los asalariados sino además una progresiva proletarización de la sociedad y una progresiva concentración y centralización del capital (como Lenin también observaba y anunciaba en una de sus más importantes obras) en unas pocas empresas monopólicas.
La experiencia histórica de más de un siglo de posiciones políticas reformistas, y la observación de estas tendencias económicas incuestionables, nos hacen inevitable ver en las mismas un profundo y continuado engaño, una estéril ilusión en el mejor de los casos, que ha contribuido de manera muy estimable en el sostenimiento de un sistema caduco y crecientemente injusto e insolidario. Los sucesivos colores y opciones políticas que han manifestado y “practicado” sus soluciones reformadoras dentro del marco del capitalismo no han conseguido tan siquiera rasguñar estas tendencias intrínsecas del desarrollo económico capitalista a favor de una distribución más equitativa de la riqueza y el bienestar.
No podemos considerar más que una mera superstición la idea según la cual un determinado gobierno “bueno”, que actúa en el ámbito del capitalismo y del sistema democrático burgués, pueda llegar a amoldar o transformar el capitalismo a unos “modos” más “humanos” o justos. En este sentido el caso español es absolutamente paradigmático, cuando constatamos, por ejemplo, que durante el periodo 1954-1978 se triplicó el salario real de los españoles mientras que desde la mal llamada “transición democrática” hasta la actualidad se ha mantenido invariable o incluso con algunos descensos.
Y, a todas estas, el reformismo sigue en lo mismo…
No han existido a lo largo de cien años razones más fundadas, que las que hoy tenemos, para considerar seriamente la idea de la caducidad del sistema capitalista, su más absoluta incapacidad para proporcionar a la humanidad la satisfacción de las necesidades que este momento histórico determina.
Nunca ha sido tan evidente la verdad expresada en aquella frase que decía: “Para que la Humanidad viva, el capitalismo debe morir”… Y, por tanto, nunca habíamos sido testigos de un reformismo tan mezquino, tan apocado y mojigato, tan grotesco, vil y mentiroso, como el que ahora se nos presenta como una novedad “liberadora”, con variados, pero muy similares, colores y nombres. Ante las evidencias y las condiciones actuales, el reformismo de hoy es el más despreciable y abyecto de los reformismos que hemos conocido en los últimos 150 años.
Frente a esto, no hay otro camino que arreciar la lucha contra todos esos que quieren seguir haciéndonos creer que existen soluciones que, una vez más, ni rozan el criminal corazón económico-político del sistema: la propiedad privada de los medios de producción, la apropiación individual del trabajo y los recursos que pertenecen al conjunto de la sociedad, en definitiva la explotación del hombre por el hombre y de la Tierra para el beneficio de unos pocos,… y el aparato coercitivo que la sostiene, que no es otro que el Estado burgués , sea formalmente ·”democrático” o no. …
Y en esta lucha es tan enemigo el que explícitamente apoya y defiende el sostenimiento de este sistema criminal como el que por consciente omisión oculta la necesidad perentoria de su derrocamiento.