Las Olimpiadas de Barcelona que nadie recuerda
La celebración del 25 aniversario de las Juegos Olímpicos del 92 unió a nacionalistas catalanes y españoles bajo el mismo techo capitalista. Las Olimpiadas de Barcelona de 1936 que hoy cumplen 81 años tuvieron un trasfondo más conmovedor del que nadie quiere acordarse.
Este 25 de julio la oligarquía catalana y española coincidía en un mismo acto para homenajear esa Barcelona 92 que consiguió captar las miradas del mundo entero. El acto que aglutinaba a las clases altas y políticas de ambas nacionalidades, con el rey Felipe VI, Puigdemont y Sáenz de Santamaría en un mismo escenario, hacía alarde del insigne evento deportivo. Si bien, destacaron discursos diferentes, con sendos espectáculos lingüísticos que variaban algo las intencionalidades, el resultado fue una integridad nacional un tanto extraña.
El glamur deportivo del 92 y otros acontecimientos, marcaron el supuesto desarrollo económico desbocado que dio lugar a nuestra primera crisis en democracia por el desorbitado déficit y despilfarro alcanzado. Fueron los años de las reconversiones sectoriales, la precarización del mercado laboral, la política de control salarial con los sindicatos de concertación. Fueron los comienzos de la temporalidad y privatización de lo público, la venta de empresas nacionales solventes a precio de saldo y todo ello aderezado en un marco internacional de crisis del petróleo (la Guerra del Golfo) llamando a las puertas. Había que apresurarse para acometer los ajustes sociales que lograran una rápida europeización y una restructuración metropolitana marcada por la Europa del capital. “La entrada en la CEE y la participación de la Comunidad Europea, los Juegos Olímpicos, la Expo de Sevilla, la capitalidad cultural de Madrid y el V Centenario se revelan como pantallas ideológicas que son útiles para esconder una realidad de la una nueva transformación capitalista, una transformación que comporta (y comportará) un gran perjuicio para un gran número de personas. (Fragmento del libro El descubrimiento del 92 /edit. Virus/abril de 1992), compendio de varios autores que aun con el paso de los años evidencian todavía los mimbres que soportan la actual crisis.
Chocante la miopía política del nacionalismo catalán que no repara en estos detalles y hace poco creíble su discurso de soberanía cuando es más de lo mismo. Ellos también fueron los precursores que llevaron a término el Plan estratégico Barcelona 2000, sucumbiendo a los intereses estatales y de Europa. Un plan que desfiguró la ciudad condal en una encrucijada de desigualdad social y marginación. La empresa-ciudad que había que erigir con faraónicas edificaciones inundó de accidentes laborales y desintegración social. La gentrificación a mano armada de la burguesía catalana cambió el eje metropolitano a golpe de ladrillo, empujando a los despojos sociales y a los pobres a las periferias o directamente al destierro. Para acometer sus inexorables planes hacía falta mano dura. Fueron años de persecución y control policial, los desalojos de espacios políticos y la persecución de los sectores contestatarios estaban a la orden del día. Dio comienzo una década de oscurantismo social y de colectividad bajo mínimos.
Todo lo contrario aconteció en la Barcelona de 1936, donde la eclosión del movimiento obrero reproducía innumerables asociaciones sociales y deportivas. Los clubes deportivos jugaban un papel conciliador y eran canales de transmisión al servicio de la sociedad. Por entonces aproximadamente en las mismas fechas, del 22 al 26 de julio se tenía previsto realizar las Olimpiadas Populares en Barcelona en contraposición de las XI Olimpiadas de Berlín que tendrían lugar un mes después en pleno régimen de Hitler. Las Olimpiadas Populares no tradicionales pretendían crear unos juegos internacionales para hacer frente al fascismo. Muchos de los países se negaron al principio a participar en los Juegos Olímpicos de Berlín, lo mismo que miles de atletas y deportistas, que veían en estos juegos paralelos el campo de batalla donde poder mostrar al mundo su oposición al avance del fascismo. En las Olimpiadas Populares de Barcelona iban a participar unos 6.000 atletas de 23 países, aún más participantes que en las Olimpiadas de Berlín donde participaron 3.993 atletas de 49 países. Finalmente las Olimpiadas Populares tuvieron que suspenderse debido al levantamiento militar del 18 de julio. No obstante, muchos deportistas disgustados por los acontecimientos no se quedaron con los brazos cruzados ante la inminente guerra. Los que volvieron a sus países tuvieron un papel proactivo frente a la propaganda nazi y no pocos de los deportistas se quedaron a participar de las milicias en España. Para mucha gente esto era un tema muy serio que no podía dejarse de lado. Las Brigadas Internacionales, tal como se denominan, empiezan a llegar a España a mediados de octubre de 1936, así que técnicamente hablando estos deportistas fueron los primeros “brigadistas” que se quedaron a defender y a morir por la libertad
Los JJ.OO de Barcelona 92 si bien marcaron una etapa deportiva importante en nuestro país, más destacó la imagen elitista de la nueva era que luego trajo lo que trajo. En el plano deportivo Barcelona 92 tuvo todo el mérito del mundo no cabe duda, aunque en esos tiempos de incursión telemática ya no había más vínculo que la exaltación a la bandera y el sentimiento teledirigido. Las otras Olimpiadas del 36 en Barcelona también fueron entonces un referente internacional del deporte además de un aliento popular frente al miedo y al racismo que venía. Deportistas de todo el mundo no solo vinieron a representar a sus países, si no que vinieron a dar la cara por el nuestro. Merecerían un mayor reconocimiento, quizá algún día.
Con todo y con eso, esas Olimpiadas son unas total desconocidas. No haría falta decir que la monarquía no tiene ninguna intención de hacer memoria de algo que le eche tierra encima. No es de extrañar tampoco, que el partido de gobierno apegado al alzamiento militar del 18 de julio no lo tenga a la mayor gloria del ideario social, pero… ¿qué pasa con el resto? Cuesta creer que la Generalitat no tenga la misma solemnidad por algo que innegablemente pone en valor la sociedad catalana.