"La renta básica: una vía rápida a la precariedad"
La renta básica (o prestación universal), ¿sería la reforma milagrosa que permitiría reducir las desigualdades sociales y sacar a millones de personas de la pobreza? Tanto a derecha como a izquierda, el proyecto sedujo. El candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon ha hecho de la renta básica una propuesta estrella de su programa para las próximas elecciones presidenciales. Manuel Valls y Marine Le Pen también se habían mostrado igualmente favorables a la idea. ¿Sorprendente? Para entender mejor lo que esconde la renta básica y los detalles de una propuesta aparentemente progresista, hablamos con Mateo Alaluf, autor de “Prestación Universal. Nueva etiqueta de la precariedad” y co-director del libro colectivo “Contra la Prestación Universal”.
Según usted la renta básica, tal como la presenta el candidato Hamon, ¿representa una alternativa real de izquierdas? ¿Cuáles son sus orígenes históricos?
Mateo Alaluf: No es una alternativa de izquierdas sino una alternativa a la izquierda. En primer lugar, si se pone al lado la mitología idealizada que se le ha dado a posteriori: Tomás Moro, Charles Fourier… La idea de una renta básica es más reciente y se relaciona con la aparición del pensamiento neoliberal y en especial de Milton Friedman en la década de 1960. Sin embargo, más tarde, los economistas críticos del neoliberalismo como James Tobin o pensadores de derecha e izquierda se unieron a la idea de una renta básica incondicional.
Además, la concepción de la justicia social que vehicula la renta básica reposa en el principio de que cada individuo recibe de manera incondicional un mismo ingreso en efectivo, del que es responsable del uso que realice. La concesión de una renta básica se basa pues en el principio de la igualdad de oportunidades que caracteriza el pensamiento liberal. Esta idea difiere del principio de igualdad basado en la redistribución de las riquezas y que supone que cada uno aporta según sus capacidades y se beneficia según sus necesidades.
La igualdad a secas, no la igualdad de oportunidades es, en mi opinión, el principal marcador de la izquierda. Esta visión de la igualdad ha impregnado nuestros sistemas de protección social. Así, por ejemplo, cotizamos un seguro de salud en función de nuestros ingresos y nos beneficiamos según estemos o no enfermos. Desde este punto de vista la propuesta de una prestación universal de Benoît Hamon supone abandonar el principio de igualdad en favor del de la igualdad de oportunidades.
En teoría se nos presenta esta idea como casi milagrosa. En la práctica, ¿ha sido ya ha implementada en otros países? Si es así, ¿con qué resultados?
La idea de un ingreso básico no se ha implementado en ningún sitio, a menos que consideremos el caso de Alaska en los EEUU, donde se concede una renta petrolera a los residentes del Estado. Así que los “experimentos” que habitualmente se mencionan consisten en conceder ingresos a los pobres en la India y Namibia, por ejemplo, y constatar que su situación mejora. O aún observar que los parados que reciben ingresos sin someterse a los controles a los que están normalmente obligados, buscan, sin embargo, activamente trabajo sin ser animados a ello. No se trata, pues, de un ingreso remunerado sin ninguna condición tanto a los pobres como los ricos.
La experimentación de una renta básica de 560 € al mes concedida a una población de 2.000 desempleados en Finlandia es actualmente muy comentada. Se lleva a cabo por un gobierno de derechas que une a tres partidos, Kesk (centro), Verdaderos Finlandeses (extrema derecha) y Kok (nacionalista conservador), en el marco de una política de austeridad con miras a reducir el gasto público y contener los salarios.
La motivación esencial de esta iniciativa reside en el hecho de que un parado actualmente goza de muchas ayudas (desempleo, vivienda, los niños …) y que un puesto de trabajo, para alcanzar el nivel de las asignaciones acumuladas por un parado, debe corresponder a un salario de 2.300 € brutos. El propósito de la concesión de este ingreso básico es reducir el gasto en desempleo, contener los costes salariales y reducir el desempleo, que se eleva al 9%. Estamos aquí bien lejos de las promesas maravillosas de una prestación universal.
Alrededor de esta idea, habría pues varias ofertas bajo horizontes políticos diversos: renta básica, prestación universal, salario de por vida… Con el riesgo para el elector de encontrarse frente a un engaño sobre el producto. ¿Cómo no ser engañado?
Hay tantas versiones de la renta básica como de personas que las promueven. Se diferencian principalmente por su grado de incondicionalidad, su montante, su grado de sustitución de la seguridad social y su modalidad de financiación.
Algunos sostienen que para una formulación de izquierdas la renta básica se caracterizaría principalmente por el carácter “suficiente”, es decir, elevado, de los ingresos asignados y el mantenimiento de las prestaciones de la seguridad social. Ahora bien, a medida que aumentase la renta, su financiación afectaría a las prestaciones sociales. Así por ejemplo, en Bélgica Georges-Louis Boucher (MR) propone una subvención de 1.000 € en lugar de todas las otras ayudas y el seguro de enfermedad limitado solo a los grandes riesgos. Por contra Felipe Defeyt (Ecolo) se pronuncia por 600 €, que Philippe Van Parijs propone alcanzar en etapas, para tratar de preservar la seguridad social.
La paradoja, entonces, consiste en si hay que abogar por una prestación universal de una cantidad alta, cuya viabilidad implica el cuestionamiento de la seguridad social y los servicios públicos y por lo tanto aceptar una regresión social importante; o bien conformarse con un modesto subsidio que podría conciliarse en su totalidad o en parte, con el sistema de protección social. En este último caso, la cantidad modesta de la prestación obligaría, para vivir o sobrevivir, a recurrir a trabajos complementarios condenando así a los beneficiarios a aceptar “pequeños trabajos” precarios y mal pagados.
En lugar de permitir a cada uno elegir entre ocupar o no un trabajo y consagrarse a actividades para las que podría haber escogido determinar, con plena autonomía, su finalidad, los beneficiarios de una asignación universal estarían limitados a aceptar no importa que trabajo a tiempo parcial. Tal sistema, por lo tanto, es un poderoso incentivo para aceptar un empleo y lleva a la institucionalización de la precariedad.
Concretamente, ¿cuál es la oferta propuesta por el candidato francés Benoit Hamon?
La prestación universal propuesta por Benoît Hamon parece por el momento muy imprecisa. Ha variado mucho en sus versiones e incluso ha planteado la idea de que su sistema podría estar condicionado por los recursos y sólo afectaría a los salarios por debajo de 2.000 €. Se trata, de hecho, en estas formulaciones, de ingresos para los jóvenes de entre 18 y 25, resultantes de la fusión de los mínimos sociales y la ampliación de la base del RSA (ingreso de solidaridad activa) para cualquier grupo de edad .
Estamos, en efecto, lejos de los principios que fundamentan generalmente la renta incondicional. Un tal sistema, aún muy edulcorado, conlleva el riesgo de disminución de los salarios y de constituir una subvención a los empleadores. Suponiendo que un joven perciba una prestación de 750 €, por ejemplo, ¿podemos suponer que su empleador no lo tendrá en cuenta para fijar su salario? La puerta estaría en cualquier caso abierta en Francia para el SMIC [salario mínimo] joven que había sido hasta ahora combatido por los jóvenes y por toda la izquierda.
Ciertamente uno puede concebir fórmulas de renta incondicional que, al apartarse del principio de incondicionalidad dura defendido por sus promotores, pueden ser concebidos sin socavar demasiado las protecciones sociales. Pero cuando la izquierda se inscribe en esta perspectiva pierde su brújula que no es la igualdad de oportunidades, sino la igualdad y abandona el terreno del conflicto entre capital y trabajo.
Usted afirma categóricamente que la defensa de una prestación universal equivale al abandono de la lucha contra las desigualdades. ¿Por qué razones?
Al hacer suyo el principio de la prestación universal, la izquierda hace confesión de impotencia. Bajo su presidencia, Francois Hollande ha capitulado ante su “enemigo la finanza”. Su gobierno ha hecho pasar a la fuerza la ley Macron “crecimiento y actividad” que subvenciona largamente sin contrapartidas a las empresas y la “ley del trabajo” que desmonta la legislación laboral.
La renta universal aparece entonces como un señuelo bajo las apariencias de la renovación que oculta su impotencia ante las políticas de austeridad. Consiste en hacer un paso a un lado en lugar de repensar el sistema de protección social, para frenar la inversión en servicios públicos y, especialmente, oculta la cuestión central de los salarios.
Sin embargo, este concepto tiene la ventaja de desplazar la orientación de los debates políticos bajo el ángulo de la emancipación social, en lugar de la estrategia del miedo y la regresión prometida por Valls, Fillon y Le Pen. ¿Podríamos considerar la aplicación de esta medida complementándola con otras prestaciones?
Vale más, efectivamente, discutir sobre la renta universal en lugar de exacerbar como Valls, Fillon y Le Pen las luchas identitarias y estigmatizar a los musulmanes. Además este debate tiene el mérito de poner de relieve la necesidad de un ingreso mínimo -diferente de la renta básica-, que comparto plenamente.
También es posible, aunque su montante sea modesto, considerarlo como complemento de las otras prestaciones de la seguridad social. Yo pienso, no obstante, que hay que ser más ambicioso.
En lugar de una cantidad irrisoria concedida a todos ¿no es mejor dedicar todos los recursos que podrían ser liberados para unos mínimos sociales dignos bajo la condición de los recursos económicos y dar más autonomía a los jóvenes mediante la concesión de una prestación que les permita financiar sus estudios y su formación continua?
Frente a la ofensiva neoliberal todavía vigente a escala europea y en el contexto de la construcción de una alternativa progresista, ¿qué acciones están a nuestro alcance para avanzar hacia una dinámica de conquistas sociales?
En función de todo lo precedente, se ve bien que una nueva dinámica de las conquistas sociales debe romper con las políticas de austeridad y poner el acento en los salarios y el aumento de los mínimos sociales. La izquierda, en la tradición que le es propia, debería imaginar en el presente el estado de bienestar en un nuevo contexto mundializado.
La abolición del concepto de convivencia en la reglamentación del desempleo, la individualización y la universalización de los regímenes de seguridad social deben inscribirse en la ampliación de los derechos sociales. La inversión en los servicios públicos y un sistema fiscal más justo son también elementos esenciales.
La cuestión principal sigue siendo, no obstante, el de la reducción colectiva del tiempo de trabajo. En un pequeño libro escrito en 1930 y titulado “carta a nuestros nietos” John Meynard Keynes preconizaba para nuestra época el pleno empleo de 15 horas a la semana. Es, en mi opinión, la perspectiva que debería movilizarnos.
Traducido por Carles Acózar para Investig’Action. Revisado por La Haine