Las corporaciones transnacionales y el cambio de paradigma en las relaciones internacionales
Uno de los factores determinantes en las relaciones internacionales, proviene cada vez más de la inversión extranjera y del manejo que le corresponde a las Corporaciones Transnacionales (CT). Ese manejo es político y está afectando la posibilidad de desarrollar un nuevo orden mundial que permita relaciones internacionales basadas en los equilibrios de poder y en mecanismos internacionales acordados para contener las aspiraciones de supremacía en el nivel que fuere y en la nación que lo ostente.
Las cadenas de valor mundiales coordinadas por las CT representan aproximadamente el 80% del comercio mundial (UNCTAD.2013). Esto significa que gran parte del volumen de capital (liquidez en primer lugar) circulando por el mundo proviene de estas corporaciones. Este enorme flujo de recursos es en sí mismo un determinante mayor a la hora de la suma y resta en cualquier economía dependiente de la inversión extranjera, y por antonomasia influyendo a veces desmedidamente en la política exterior de los países. Si antes, digamos cuatro décadas atrás, la dependencia económica operaba a través de los estados, ahora la operación de dependencia es esencialmente no estatal y de convergencia directa entre capitales privados con escaso margen de regulación y selectividad por parte del estado. Esto sucede preferentemente en naciones menos industrializadas y autosuficientes en generación de inversión y dicho directamente, pobres y subdesarrolladas.
De las 100 CT con activos de mayor envergadura en el extranjero, cerca de 90 tienen sedes o se comandan en países que forman la Alianza Transatlántica. Principalmente éstos son: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Holanda, Italia, Japón, Bélgica, Luxemburgo y España. La enorme disparidad en cuanto al alcance global de las corporaciones con banderas de estas naciones respecto a las corporaciones del resto de los países, es un factor para tomar en cuenta en el análisis de las relaciones internacionales y sus tensiones actuales.
El cambio de paradigma en las relaciones internacionales es una idea previa a la globalización que estalla en la década de 1980 con la aplicación del ajuste estructural a las economías. La estrecha imbricación entre el capital corporativo transnacional y las economías nacionales es el sueño de Jacques Maisonrouge, uno de los más influyentes presidentes de la IBM. En 1974 señalaba que el mundo de las corporaciones globales necesitaba de una contraparte. Concebida como una entidad tripartita compuesta por miembros de la fuerza laboral, el Gobierno y la representación de compañías transnacionales, quienes sentarían las bases de las nuevas reglas del juego. (Barnet, R.J.1974).
A partir del ajuste estructural señalado, cuyos principios rectores. - ajuste fiscal, privatización y desregulación-, deberían ser permanentes, las reglas del juego de la globalización también implicaban desarrollar uniformidad en los gobiernos de los países, lo que significaba un cambio institucional radical para facilitar el flujo del capital transnacional. El objetivo consiste en instalar una sola entidad económica de nivel mundial y finalmente un gobierno global unificado.
La transformación institucional de los estados para darle dirección y legitimidad a ese proceso de ajuste, requiere de su equivalente en el gobierno y en consecuencia en lo político. Ese determinismo económico no es un artificio teórico sino que es la condicionante fundamental para la gobernabilidad de la globalización que se ha expresado esencialmente en su dimensión económica.
La tensión internacional surgida en torno a Ucrania, Crimea, Siria, Irak, Corea del Norte e Irán, por citar las zonas de conflicto y guerras de mayor impacto, está revelando que el manejo en la política internacional, es cada vez más dependiente del peso económico del capital transnacional y las corporaciones que lo administran.
La confrontación que se observa en esas regiones está centrada en los recursos energéticos y por ser zonas de interconexión para el flujo de los mismos. Refleja que la geopolítica es también y por sobretodo geo-economía, donde las naciones que cobijan las corporaciones transnacionales que dominan la economía global, son las mismas que lideran la Alianza Transatlántica y las mismas que aspiran a ejercer su dominio sobre las naciones ubicadas fuera de esta alianza. Estas a la vez, impulsan sus propias corporaciones con un alcance global emergente como son los casos de China, Rusia, India, Sudáfrica y Brasil y otras naciones con sus economías en alza.
También surgen iniciativas como la alianza entre Rusia e Irán para dar curso a una entidad bancaria y un circuito monetario propio y autónomo que estimule el comercio independiente del dólar de Estados Unidos. Si a esta alianza se sumara China, se estaría frente al mayor desafío económico para la Alianza Transatlántica en el período post guerra fría. Las duras sanciones económicas y políticas de la Alianza Transatlántica a Rusia por el conflicto en Ucrania y a Irán por el tema nuclear, se deben leer como medidas preventivas para desacelerar el crecimiento económico en ambas naciones en pos de su desestabilización y colapso.
La caída de las bolsas en las economías más desarrolladas a partir del triunfo estrecho de Dilma Rousseff en Brasil, es una señal que el peso del capital transnacional y de las corporaciones que lo manejan no cesará en su intento de interceder en las relaciones entre los estados y en las políticas domésticas de las naciones. La guerra está declarada, es soterrada y abierta a la vez.
La tensión internacional por los conflictos en Ucrania, Siria, Irak, Medio Oriente, y partes de Asia reflejan el cambio de paradigma en las relaciones internacionales. La globalización requiere de uniformidad económica y en la política un sistema de gobernabilidad único también en función de la rentabilidad del capital transnacional. Un mundo sin fronteras excepto en Estados Unidos y los países que forman la Alianza Transatlántica. El resto aparece como comparsas aunque sean gigantes como Rusia, Irán, China e India.
Por razones de racionalidad económica y del determinismo en el poderío de las Corporaciones Transnacionales (CT), antes del fin de la URSS, adquirió una relevancia inusitada la noción de que la seguridad global debería estar a cargo de una fuerza única. Las funciones de paz de la ONU en la década de 1980 estaban prácticamente moribundas y mientras la URSS mantenía una fuerza militar en Afganistán para proteger un gobierno socialista y secular, la OTAN era la alternativa para la seguridad de Europa Occidental. Con el estallido de la guerra en los Balcanes en la década de 1990, esa tesis de la “fuerza única” se comprobó.
La idea de una fuerza global de seguridad no es nueva. Fue planteada en los años 70 con el advenimiento de las corporaciones globales modernas. En ese tiempo ya se pensaba que Naciones Unidas podría ejercer un rol de contraparte global y que al mismo tiempo, pudiera funcionar como un brazo armado para mantener paz y seguridad a nivel mundial. Sin embargo había reservas por la cantidad de representatividad de países subdesarrollados en el organismo y también por las características del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que nunca ha tenido el beneplácito de las CT.
En esa línea, la seguridad global debería privilegiar un sistema de gobernabilidad que fuera lo más uniforme posible. Como forma de uniformizar en lo más básico los requerimientos del absolutismo económico global, el cemento ideológico que podría nutrir y legitimar un sistema único de gobierno, consistió en expandir la doctrina de los derechos humanos y un restringido concepto de libertad que opera con mayor fluidez cuando no existen desigualdades significativas, particularmente económicas.
Por la tendencia global a colocar la corporación transnacional por sobre la identidad nacional, el esquema doctrinario de protección a los derechos humanos y la libertad -abierto en la apariencia-, ha sido un instrumento que al final privilegia a los que han sido siempre los más poderosos, particularmente las naciones con tradición colonialista. La excusa para intervenir o desestabilizar países como China, Rusia, Corea del Norte. Venezuela, Cuba. Myanmar, Irán y Siria, son los Derechos Humanos en la lógica del común denominador para un gobierno global de las corporaciones transnacionales. Es así que identidades, culturas, nacionalidades, raíces, tradiciones, forman la retaguardia o desaparecen en la carrera desenfrenada por la máxima rentabilidad del capital sin fronteras.
El capital de las CT conforma un sistema mundial de bienes y servicios que se transan en procesos productivos fragmentados a través de un intenso comercio fronterizo. El circuito de insumos y productos adquiere vida en redes y franquicias manejadas por contratistas y los bienes y servicios que lo componen, en su gran mayoría pertenece a consorcios privados. Todo ello existe porque al nivel macro, el capital corporativo transnacional además de ser el principal propietario del circulante, diseña y controla.
La implicancia consiste en que cualquier modificación mayor de política económica doméstica y con mayor razón, de política económica internacional, estará sujeta a ese flujo de capitales que proviene de las CT, especialmente las privadas.
Esta circulación se rige cada vez más por los vaivenes y ritmos del mercado mundial de capitales que por las indicaciones de los organismos que tradicionalmente han formulado políticas como son la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Estos organismos diseñaron en las últimas cuatro décadas los destinos económicos de una gran masa de países dependientes del capital foráneo y dictaron sus políticas económicas. Hoy, por la omnipresencia del poderío monetario de las corporaciones transnacionales, esos organismos apenas mantienen cierta “potestad” de entregar algunas indicaciones y estándares para las economías de los países en vías de desarrollo y para los países más desarrollados en crisis, como es el caso de los países menos favorecidos con las políticas económicas de la Comunidad Europea.
A.W. Clausen ejecutivo del Bank of America y que después encabezó el Banco Mundial, señalaba en la década de 1970 que la expansión de la conciencia de la globalización ofrece a la humanidad quizás el último chance real de construir un orden mundial que sea menos coercitivo del que ofrece el estado-nación. (Barnet, R.J. 1974). Si bien se observa hoy como una noción un tanto apocalíptica, claramente Clausen no está refiriéndose a la desaparición del estado-nación de su país, Estados Unidos, que es el país madre de las corporaciones globales.
El orden mundial actual, sin la bipolaridad soviético-estadounidense, es el que atisbó el genio globalizante de líderes corporativos como Maisonrouge y Clausen, auténticos planificadores estratégicos del capital transnacional, mucho antes de que se hablara del modelo neoliberal, la escuela de Chicago y cuando Chomsky se dedicaba a la lingüística y a despotricar contra Lenin.
Las relaciones internacionales de última generación se sustentan en un modelo de globalización regido por un sistema económico desregulado y ultra-corporativo para proteger la rentabilidad del capital transnacional privado. La ideología que debe primar en este sistema de relaciones internacionales determinadas por la competencia y el crecimiento de la corporación transnacional, no es el internacionalismo que pregona la Carta de Naciones Unidas y los manuales de derecho internacional, sino que consiste en propagar el anti-nacionalismo, la no auto-determinación, colocando a la corporación transnacional por sobre la identidad nacional, por sobre los valores culturales e históricos de las naciones. El periodista Ruperto Concha al concluir su impecable crónica semanal en una estación radial en Chile (Bio Bio-La Radio) lo resume en pocas palabras: “Cuídense, hay peligro".
Boletín Entorno