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Mundo :: 16/11/2014

Burkina Faso: ¿Revuelta o revolución?

Christian Darceaux
La juventud burkinesa, artesana valiente y a veces heroica, reivindica el término revolución tras la caída del dictador Blaise Compaoré

Imprudente aquel quien hoy, a 3 de noviembre, cuando son ya las diez, se aventure a pronosticar el desenlace de los acontecimientos actuales en Burkina Faso. Se ve a la legua: enviados especiales de Naciones Unidas (ONU), de la Unión Africana (UA), de la Unión Europea (UE)… Los hoteles de lujo y las residencias diplomáticas están llenos.

Los políticos —muchos de ellos, viejos reincidentes— se traen algo entre manos. Algunos candidatos especialmente providenciales van que se matan, atropellándose. Una gran mayoría anda muy atareada levantando un campo de minas para asegurarse una continuidad sin cambios esenciales.Guardar silencio, aparentar que nada ha cambiado, aunque no haya nada igual: del mismo modo caza el guepardo.

Y, sin embargo, uno se ve tentado a decir que la única respuesta a todo esto es la revolución.

La juventud burkinesa, artesana valiente y a veces heroica, reivindica este término tras la caída de Blaise Compaoré (1). El respeto que se le debe a su actuación es bien merecido. Tras el asalto al Parlamento, se puede escuchar en la calle cosas como «¡Es nuestra Bastilla!» o «¡Por fin Tom Sank (2) podrá descansar en paz!».

Más allá de eso, es un símbolo. Igual que el encarcelamiento y la decapitación de Luis Capeto (3) acabó con muchas prisiones mentales de la época, la provocación con la quiso aparentar ser un sabio intocable (¡África aún tiene en cuenta estas cosas!) o su pésimo plan de fuga ayudan a que todo un continente conserve la esperanza. En los próximos tres años habrá más de una veintena de elecciones presidenciales en África y en muchas de ellas la tentación será grande, especialmente para los dirigentes actuales: un golpe de Estado constitucional como el Compaoré, que les asegure el poder de por vida, como a los monarcas anteriores a 1789.

La respuesta burkinesa quizá les haga pensárselo dos veces.

Antecedentes

Blaise Compaoré llegó al poder en octubre de 1987 tras el asesinato de Thomas Sankara, líder revolucionario. Se sospecha que fue partícipe de este drama. En cualquier caso, dicho crimen le vino bastante bien. Después de dos pucherazos constitucionales, los cuales le han permitido continuar como presidente, pretendía hacer otra de las suyas. Este caudillo, jefe de una dictacracia durante 27 años, gobernaba con mano de hierro en guante de seda. Y todo aparentemente muy democrático, aunque unos cuantos hombres de la escena política burkinesa, especialmente aquellos que le resultaban molestos, fueran eliminados. La más simbólica de todas esas muertes fue la del periodista Norbert Zongo, quien hizo tambalear su poder.

La corrupción y nepotismo imperante agujereaban, poco a poco, el tejido social de un país que cada vez merecía menos el sobrenombre de «patria de hombres íntegros» —traducción de Burkina Faso—. Un crecimiento considerable, basado en el extractivismo (4) de oro y del cultivo del algodón genéticamente modificado (OGM) de Monsanto, resultaba especialmente beneficioso para solo unos pocos poseedores de una riqueza insultante. Una clase media emergente, a veces (¿a menudo?) corrupta, ávida en cualquier caso del consumismo occidental, se encontraba demasiado a gusto en esta posición.

En algunas ocasiones, y siempre con la bendición de Francia y Occidente, Compaoré ha actuado mediador en conflictos regionales; pero no se olvida fácilmente que su nombre es citado como protagonista en las horribles guerras de Liberia y Sierra Leona. Del mismo modo, aparece en el proceso a Charles Taylor (5), implicado en el tráfico de armas y diamantes.Apoyó la toma de poder de Alassane Ouattara (6) en Costa de Marfil, «su buen amigo, su hermano», según declaraba hace apenas unos días. Las Nuevas Fuerzas de Costa de Marfil (FNCI) (7) pueden estar agradecidas por su ayuda durante la rebelión armada en el norte, la cual ocurrió bajo la mirada cómplice y condescendiente de gobernantes franceses. Por eso Compaoré buscó refugio en casa de su compinche marfileño.

Aunque este tartufo que nos gobierna apele hoy al respeto de la Constitución y a la calma, no hará olvidar los elogios dedicados por Ségolène Royale, Laurent Fabius y demás consortes al presidente caído. Tampoco podrá disimular su silencio «diplomático», cuando todos saben que el golpe de Estado constitucional enmascarado es una deshonra para la gran mayoría de los ciudadanos. No hay duda de que los militares franceses, influyentes en las altas esferas del Estado, estuvieron muy agradecidos cuando este acogió, dejando al margen cualquier tratado, al Comando de Operaciones Especiales (COS), con más de un centenar de hombres situados muy cerca de Uagadugú (dependiendo directa y únicamente de Hollande, ¡algo que pocos saben!).

EEUU, por su parte, hizo pública su desaprobación, pero cuenta con una base de drones dentro de Burkina Faso, a la vez que el aeropuerto de Uagadugú sirve como pista de aterrizaje para sus aviones militares. Todo esto, como es natural, en nombre de la sacrosanta lucha contra el terrorismo. No había riesgo alguno de que el Gobierno francés metiese la pata como lo hizo Michèle Alliot Marie durante las sublevaciones tunecinas. Nuestros educadores ya se encargan de castigar muy duramente en los campos de instrucción de las fuerzas de represión burkinesas: todo el mundo sabe que sus miembros vienen a Francia, con cierta regularidad, para formarse. Al parecer, esta es una de las ayudas públicas para el desarrollo (APD).Sin embargo, cuando se corrigen los presupuestos correspondientes a la APD, el dinero dedicado a estos gastos está protegido.

¿Dónde está?

El silencio de Francia, que bebe los vientos por su aliado saheliano, animó a Compaoré en órdago criminal, finalmente detenido. La determinación y, sobre todo, la valentía de la juventud burkinesa lo movieron hacia su patético intento de huida y búsqueda de refugio en tierras del amigo Ouattara. Y, a propósito, cabe destacar aquí que los militares y policías, en su conjunto, han dado señales de cierta moderación, quizá contagiados por el hartazgo general.Ellos no provocaron el temido baño de sangre cuando los manifestantes desarmados tomaron el Parlamento en la capital o el Ayuntamiento de Bobo Diulasso, símbolos de poder serviles y corruptos. Pero, pese a todo, parece que tenemos que lamentar la muerte de unos veinte o treinta civiles, además de contar con un centenar de heridos. Algunas de esas víctimas fueron asesinadas o lastimadas por familiares de Compaoré, quienes defendían sus privilegios.

Mientras estas líneas están siendo escritas, un único militar, el teniente coronel Yacouba Isaac Zida, se presenta como jefe de Estado en plena transición, designado por unanimidad entre sus compañeros. Durante un tiempo, también aspiraba a este cargo el General Traoré, jefe del Estado Mayor, nombrado en su momento por Compaoré. Zida declaró, delante de la multitud, que contaba con el apoyo de los representantes de «Balai Citoyen» (8) y otros movimientos bastante dinámicos, agentes del derrocamiento de Comparoé; que la transición sería lo más corta posible y que las «fuerzas vivas» se unirían. Algo positivo.

Lo que puede mosquear, de ahora en adelante, es el papel que pretenden atribuirse los militares. Como complemento, añadamos que Zida era el segundo de abordo dentro de la jerarquía del regimiento de seguridad presidencial: un fiel entre fieles. La oposición política, cuyos dirigentes han gobernado con Compaoré y son defensores a ultranza del liberalismo (¡antiguos ejecutivos de Areva Africa, del Banco Mundial o incluso de la Organización Mundial del Comercio!), afirma, y con razón, que no quiere ser dejada de lado. El pasado domingo 2 de noviembre, tuvo lugar un encuentro emplazado por los partidos de la oposición y por los movimientos sociales. Allí se confirmó el rechazo a que un golpe de Estado militar sucediera al intento de un golpe de Estado constitucional; allí ratificaron su voluntad de transición civil.

Incertidumbre. Reina la mayor de las incertidumbres mientras escribo estas palabras.

No es por nada, pero si a la toma de la Bastilla le sucedió el bonapartismo, es porque la Revolución ya había pasado. El 30 de octubre de 2014 supuso la afirmación ineludible tanto del rechazo popular a los presidentes vitalicios, como de la irrupción decisiva de la juventud en la escena política del país. Y, a propósito, es necesario subrayar la importancia capital de la «Balai Citoyen», movimiento que ha sabido reunir, fundamentalmente, a gente joven antes de estas jornadas históricas. Como figuras estrellas, contaban con la compañía de dos cantantes, uno de rap y otro de reggae: Smokey y Sam’s K le Jah. Ellos le han dado voz al repudio categórico del movimiento hacia la presidencia de por vida y a los amaños políticos. Pero también han fijado un objetivo concreto en los cortes de electricidad, el pésimo funcionamiento de algunos hospitales o la susodicha corrupción. Su consigna «Nuestra fuerza nos da nombre» ha brillado estos días con luz propia y, de ahora en adelante, el pueblo burkinés tiene en su haber una victoria inexpugnable. No quieren formar parte del panorama político, pero asumen su herencia sankarista.

________________

Notas:

1. Blaise Compaoré (1951—). Presidente de Burkina Faso desde 1987 hasta octubre de 2014 y fundador del partido político Congreso por la Democracia y el Progreso (CDP) (N. de la T.).

2. Thomas Sankara (1949-1987). Conocido como el Che Guevara africano, fue presidente de Burkina Faso entre 1983 y 1987. Revolucionario marxista y panafricanista, fundó los Comités de Defensa de la Revolución, adaptación burkinesa de los fidelistas cubanos, y centró su lucha en el antiimperialismo como respuesta a la política colonialista de Francia; en la autosuficiencia africana frente al neoliberalismo europeo y en la abolición de la mutilación genital femenina, los matrimonios forzados y la poligamia (N. de la T.).

3. Luis Augusto de Borbón, Luis XVI, rey de Francia, era llamado Luis Capeto por los revolucionarios antimonárquicos (N. de la T.).

4. Extractivismo: organización económica de un país, basada en una alta dependencia de la extracción intensiva de recursos naturales, con muy bajo procesamiento y destinado a la exportación (N. de la T.).

5. Charles Charles McArthur Ghankay Taylor (1948—), jefe de las Fuerzas Nacionales Patrióticas de Liberia (FPNL), causantes de la primera guerra civil liberiana, fue presidente de Liberia entre 1977 y 2003. Intervino en la guerra civil de Sierra Leona, dotando de armas al Frente Revolucionario Unido (FRU) a cambio de diamantes de sangre, lo que desembocó en la segunda guerra civil liberiana. Tras exiliarse en Nigeria y Camerún, fue juzgado por sus crímenes de guerra en el Tribunal Penal Internacional de La Haya (N. de la T.).

6. Alassane Dramane Ouattara (1942—), político tecnócrata del FMI de origen burkinés y presidente actual de Costa de Marfil. La crisis electoral de 2011, provocada por una lucha encarnizada con el anterior presidente marfileño, Laurent Gbagbo, fue resuelta con la ayuda de la ONU y del gobierno francés, presidido entonces por Nicolas Sarkozy, quienes impusieron a Ouattara como presidente legítimo del país (N. de la T.).

7. Las Nuevas Fuerzas de Costa de Marfil (NFCI) fueron, en origen, una coalición de movimientos rebeldes, que ocuparon el norte del país durante más de diez años. Tras la contienda electoral de 2011, el presidente Ouattara las integró dentro de las Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil, por lo que actualmente forman parte de la armada nacional (N. de la T.).

8. Esta «escoba ciudadana» es, en la actualidad, el movimiento social burkinés más activo y comprometido con el Estado de derecho. La unidad de acción ciudadana por la democracia, la libertad y el buen gobierno son algunos de sus objetivos fundamentales, gracias a los cuales pusieron fin a los 27 años de presidencia de Compaoré el pasado 30 de octubre (N. de la T.).

afriquesenlutte.org. Traducción para sinpermiso.info: Judit de Diego

 

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