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Europa :: 09/05/2015

El trabajo: una historia benjaminiana

Maciek Wisniewski
El carrusel de la austeridad –puesto en movimiento justamente para bajar los salarios, estándares laborales y asfixiar aún más al mundo de trabajo– sigue girando

Walter Benjamin (1892-1940) –incluso ya cuando descubrió a Marx para su filosofía y crítica cultural, expandiendo luego las fronteras del marxismo– no le prestó ninguna atención especial a la cuestión del trabajo. Simplemente no era su principal tema de interés.

Pero la historia de su vida –como las historias de tantos de nosotros que, viviendo bajo el capitalismo, estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para poder sobrevivir– estuvo íntimamente entrelazada con este asunto.

Los fantasmas de inseguridad y precariedad, los problemas financieros y laborales, acechaban al autor de las Tesis sobre la historia desde el principio hasta su muerte suicida; su vida en este sentido –y en sus propias palabras– era una permanente ruina y catástrofe.

Cuando sus planes de emprender una carrera universitaria de tiempo completo se vieron finalmente frustrados (en un momento, incapaz de mantener a su esposa e hijo, tuvo que volver a vivir con sus padres), la única fuente estable de ingresos eran sus colaboraciones para la radio, en aquel entonces una nueva oportunidad laboral para los knowledge workers ('trabajadores del saber', véase: Radio Benjamin, Verso, 2014, 424 pp.).

Si bien él mismo menospreciaba este trabajo, sólo por el dinero –una de las razones por las que sus programas cayeron en el olvido–, aquellos años fueron para él una época de una rara y preciada seguridad, encima en los tiempos de la Gran Depresión de los años 30 (y el único momento en que tuvo a un verdadero jefe: su amigo Ernst Schoen, director artístico de la Radio Francfort). La llegada de los nazis al poder –entre otros motivos, gracias al desem­pleo rampante– lo dejó otra vez sin un empleo fijo y lleno de pensamientos sombríos (Ibid., p. xx).

Entre sus programas hay dos sobre el trabajo: uno de los jóvenes y el mercado laboral; otro de cómo relacionarse con un jefe. Ambos –más allá de los cambios en las modalidades del trabajo– tocan problemas que siguen siendo actuales, sobre todo a la luz de la crisis en curso.

Carousel of jobs (p. 283-291). ¿No es la imagen de un carrusel muy apta para hablar de lo que siente un joven a punto de escoger una carrera, contemplando todos los pros y contras?, preguntaba Benjamin, y añadía: ¡Pero qué tan graves y opresivas se volvieron estas cuestiones a raíz del desempleo en Europa!

Si bien antes, en una era más idílica –continuaba–, el lema era el hombre correcto en el lugar preciso, ahora el lugar preciso era donde uno tenía oportunidad de quedarse. ¿Suena familiar?

Sin duda lo es hoy para millones de jóvenes europeos de la generación perdida, a quienes el sistema es incapaz de ofrecer oportunidades de planear y/o desarrollar sus vidas y carreras, contando con un buen salario y seguridad social.

Y que –si tienen suerte– deben conformarse con cualquier trabajo, por más precario que sea; como los jóvenes en España, donde el paro juvenil sobrepasa el 50 por ciento (Público, 23/4/15).

Pero no sólo es problema de Europa: en México por ejemplo siete de cada 10 jóvenes tienen un empleo informal y su tasa de desempleo es el doble de la media nacional (La Jornada, 27/2/15).

Para Michael Roberts, marxista inglés que analizando los ciclos capitalistas subraya que entramos en una gran recesión, esto ya es una brecha generacional. Por ejemplo, él y otros nacidos entre 1946 y 1965 son una lucky generation que creció en una era casi idílica, en que el capital, gozando de altas tasas de ganancia después de la guerra, era capaz de ofrecerle más concesiones al trabajo y repartir la riqueza de manera más igual.

Pero ante la caída de la tasa de ganancia a partir de los años 70, la contraofensiva neoliberal empujó los recortes de salarios, derechos y prestaciones, "flexibilizando" el trabajo y promoviendo el autoempleo ('The Next Recession blog', 5/3/15).

Los jóvenes nacidos entre 1980 y 2000 –la generación del milenio– ya fueron entrenados en estas nuevas modalidades, a punto de asegurar ellos mismos que no desean estabilidad, empleo, ni salario fijo, prefiriendo ser sus propios jefes (véase La Jornada, 30/4/15).

Si bien esta postura se parece a un noble afán de liberarse de las restricciones laborales/corporativas, en realidad es parte del proceso de alienación y despojo –de lo que el sistema ya no es capaz ni está dispuesto a ofrecer– sólo disfrazado de libre elección.

A pay rise?! Whatever gave you that idea! (pp. 292-303, '¿Un aumento?! ¿De dónde has sacado esa idea?'). Ese fue uno de sus modelos experimentales de educar, ideados para enseñarle al radioescucha cómo lidiar con las situaciones conflictivas. Éste era una historia de dos empleados –uno menos y otro más astuto– que pedían a su jefe un aumento.

Sólo el segundo, gracias a una táctica inteligente –diseñada por el propio Benjamin, algo bastante irónico, dadas sus propias incapacidades en este tema...–, lo logró, y a pesar de tiempos como esos (¡la crisis de los años 30!).

Una historia parecida –pero en forma de una carrera de obstáculos– narró Georges Perec (1936-1982) en su novela, también convertida en un programa de radio, donde la solicitud de un aumento refleja la neurosis de una mente corporativa (The art of asking your boss for a raise, 'El arte de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento' [traducción del título en francés], Verso, 2011, 96 pp.).

¿Y hoy? ¿Quién se atrevería a pedir un aumento hoy? Cuando la nueva normalidad es trabajar más por menos dinero, tolerar la creciente disparidad de ingresos –en los años 70 un director ejecutivo cobraba 30 veces más que un trabajador promedio; hoy, 300 veces más ('Economic Policy Institute Report', 2014)– y aceptar los recortes salariales en nombre de combatir a la crisis y crear nuevos empleos [otro argumento es no perder los existentes].

Pero como bien subraya Michel Husson, un destacado marxista francés, bajar salarios para crear empleo nunca ha funcionado y es una estafa (Público, 27/8/13).

Mientras tanto, el carrusel de la austeridad –puesto en movimiento justamente para bajar los salarios, estándares laborales y asfixiar aún más al mundo de trabajo– sigue girando.

Algunos jóvenes parados o subempleados le oponen resistencia, como aquellos jóvenes griegos que apoyaron a Syriza; aunque otros, por la misma frustración, decidieron apoyar a la neonazi Aurora Dorada.

Otros decorados; la misma historia que en los tiempos de Benjamin.

@periodistapl

 

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