La historia de dos apartheids
Sin embargo, ha habido momentos de ingenuidad.
En abril de 1976, John Vorster, presidente del entonces régimen racista del apartheid en Sudáfrica, llevó a cabo una visita oficial a Israel, donde se le recibió con todos los honores.
La televisión israelí le mostró el primer día de su estancia visitando el monumento conmemorativo del Holocausto en Jerusalén. En el banquete oficial ofrecido a Vorster, el primer ministro israelí, Yitzhak Rabin , brindó por “los ideales compartidos por Israel y Sudáfrica”.
¿Por qué un destacado miembro de las milicias nazis de Sudáfrica durante la Segunda Guerra mundial y un dirigente importante del partido que había establecido oficialmente las políticas del apartheid en Sudáfrica estaba siendo festejado en Israel?
La respuesta se encuentra en una afirmación del anuario del gobierno sudafricano dos años después de la visita de Vorster: “Israel y Sudáfrica, por encima de todo, tienen algo en común: ambos están situados en un entorno predominantemente hostil habitado por pueblos de tez oscura”.
Esas estrechas relaciones provienen de la identificación que ambos Estados sentían por la causa del otro. Ambos eran Estados coloniales que afirmaban estar llevando la “civilización” a los denominados pueblos retrasados. Y ambos estaban decididos a utilizar cualesquiera medios para mantener su dominación regional sobre los “nativos” a los que habían conquistado- en Sudáfrica, para crear un Estado blanco basado en la explotación de la mano de obra negra; en Israel, para establecer un Estado exclusivamente judío por medio de la expulsión sistemática de la población autóctona palestina.
En un excelente artículo en dos partes, publicado en el Guardian en 2006, Chris McGreal citaba a Ronnie Kasrils, entonces ministro del interior en el gobierno posterior al apartheid dirigido por el Congreso Nacional Africano. Kasrils, judío y coautor de una protesta contra la ocupación israelí del territorio palestino, explicaba el porqué de semejante afinidad desarrollada entre los dos países:
Los israelíes afirman que son el pueblo elegido, el elegido de Dios, y encuentran una justificación bíblica para su racismo y exclusividad sionista.
Es lo mismo que los Afrikaners de la Sudáfrica del apartheid que tenían también la creencia bíblica de que la tierra les había sido concedida por derecho divino. Al igual que los sionistas afirmaban que Palestina en los años 1940 era “una tierra sin gente para un pueblo sin tierra”, los colonos afrikaners difundían el mito de que no había un pueblo negro en Sudáfrica al iniciar su colonización en el siglo XVII. Pero ellos la conquistaron por la fuerza de las armas y del terror, y mediante la provocación de una serie de sangrientas guerras coloniales de conquista.
La visita de Vorster supuso una aceleración de la cooperación económica, diplomática y militar entre los dos países, una colaboración que ya tiene una larga historia.
El general sudafricano, Jan Smuts, que tenía una estrecha relación con el dirigente sionista Chaim Weizmann- primer presidente del gobierno israelí- fue fundamental para convencer a Gran Bretaña para que firmara la Declaración Balfour que acordaba el “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. En 1948, Sudáfrica fue uno de los primeros países en reconocer a Israel.
N. Kirscher, veterano dirigente sionista, escribía en 1950 en una publicación israelí: “Existe un vínculo entre las aspiraciones judías y las aspiraciones del pueblo de Sudáfrica”.
Ese vínculo se materializó principalmente en la creciente cooperación secreta militar y nuclear Ambos países compartían sus técnicas de espionaje y contrainsurgencia, y Sudáfrica compraba armas de Israel, mientras Israel le compraba materiales nucleares para el desarrollo de su programa secreto de armas, y a cambio Israel le facilitaba asistencia técnica y científica que ayudara a Sudáfrica a fabricar sus bombas nucleares.
Centenares de sudafricanos blancos se graduaron en las escuelas de formación militar israelíes. “Es un secreto a voces”, escribía un periodista israelí en 1976, “que en los campamentos militares [de Sudáfrica] se puede encontrar un número importante de oficiales israelíes entregados a la formación de soldados blancos para luchar contra terroristas negros con métodos importados de Israel”.
Los paralelismos entre Israel y la Sudáfrica del apartheid son sorprendentes. En Sudáfrica, la minoría colonial blanca conquistó a la mayoría negra, y la encerró en bantustanes- denominados entidades africanas nacionales independientes- que ocupaban sólo el 13 por ciento del país, lo que permitió a los blancos declarar a Sudáfrica un país de blancos.
Los negros que superaban a los blancos en una proporción de 4 a 1, se convirtieron en la mano de obra barata que levantó la economía sudafricana pero sin tener derechos de ciudadanía.. De forma similar, Theodore Herzl, conocido como el padre del sionismo, presentó el Estado judío a sus potenciales partidarios imperiales como “una avanzadilla de la civilización contra la barbarie”.
Diversas declaraciones semejantes a la de Joseph Weitz, jefe del departamento de colonización de la Agencia Judía, se encuentran dispersas entre los escritos de los fundadores del Estado de Israel: “No hay sitio para ambos pueblos en este país... No hay otra solución que trasladar a los árabes desde aquí a los países vecinos. Echarlos a todos; ni una aldea ni una tribu deberán quedar aquí”.
Esos fueron los principios que guiaron a los militares sionistas y a las bandas paramilitares que se sirvieron de las masacres y del terrorismo para expulsar a 750.000 palestinos de sus hogares en 1948 para crear el Estado de Israel, y de nuevo, tras la guerra de 1967, que condujo a la expulsión de otros 325.000 palestinos de su tierra.
No se trata de viejas y superadas ideas, sino de la profunda convicción de los dirigentes sionistas de hoy. Escuchen al profesor israelí Arnon Soffer, jefe de la Academia de las Fuerzas Armadas de Israel, en declaraciones al Jerusalem Post en 2004 con motivo del abandono unilateral israelí de Gaza:
Les diremos a los palestinos que si disparan un único misil por encima de la verja, nosotros lanzaremos 10 como respuesta, y morirán mujeres y niños, y destruiremos sus casas. Tras el quinto incidente de este tipo, las madres palestinas impedirán a sus maridos disparar [cohetes] Qassam, porque sabrán lo que les espera.
En segundo lugar, cuando 2,5 millones de gentes vivan en una Gaza cerrada se producirá una catástrofe humana. Esas gentes se volverán incluso mucho más animales de lo que son ahora, con la ayuda de un Islam fundamentalista e insensato. La presión en la frontera será terrible.
Va a ser una guerra espantosa. Así que si queremos seguir vivos, tendremos que asesinar y asesinar y asesinar. Todos y cada uno de los días... y si no asesinamos, dejaremos de existir... La separación unilateral no garantiza la “paz”- sólo la garantiza un Estado judío sionista con una mayoría abrumadora de judíos.
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Existen algunas diferencias entre el apartheid sudafricano y el israelí.
La relación de Israel con la mano de obra árabe fue diferente de la de los gobernantes de Sudáfrica respecto a la mayoría negra. En lugar de explotar la mano de obra barata árabe, los primeros colonos sionistas de Palestina construyeron su Estado embrionario excluyendo la mano de obra árabe bajo el eslogan: “Una tierra judía, una mano de obra judía”.
Tras la creación del Estado de Israel, los árabes se convirtieron en una fuente de mano de obra barata pero Israel jamás dependió de la fuerza de trabajo árabe- mientras en Sudáfrica las huelgas amenazaron con acabar con el apartheid porque la mano de obra negra era su apoyo vital.
Sin embargo, las similitudes son más sorprendentes que las diferencias. Si la Sudáfrica del apartheid se auto proclamaba un Estado blanco al crear la ficción de unos “hogares” negros y poniendo en marcha la aprobación de leyes que restringían gravemente los movimientos de los africanos, en Israel, un Estado exclusivamente judío se estaba creando mediante la expulsión de los palestinos de sus tierras y prohibiendo legalmente su retorno.
Tras 1948, se pusieron en vigor una batería de leyes que garantizaban a las autoridades, de varias maneras, apoderarse legalmente de las granjas, huertos, viviendas y negocios árabes, si sus propietarios estaban ausentes por un determinado tiempo, o por razones de “seguridad”. Al mismo tiempo, a cualquier judío del mundo se le garantizaba el derecho legal para emigrar a Israel y convertirse en ciudadano.
Hoy, Israel trata a la minoría árabe que reside en el interior de sus actuales fronteras como ciudadanos de tercera clase (después de los mizrahim, provenientes de Oriente Próximo, en oposición a los judíos europeos). Los palestinos perciben salarios y presupuestos de educación más bajos, se enfrentan día a día al acoso y la brutalidad de la policía, y se ven sometidos a altos índices de encarcelamiento; se les prohíbe poseer tierras, y son víctimas del expolio de sus tierras y de expulsiones que siguen hasta hoy.
Un documento sobre la minoría árabe elaborado por Eric Gust del Centro Para Conflictos Contemporáneos, exponía que “ los progresos de loas árabes en el interior de la sociedad israelí, bien sea en los campos demográfico, económico, político o educativo, se percibe como algo que se produce a expensas de la población judía y puede ser visto como una amenaza a la naturaleza judía de Israel”.
Israel también es un Estado de apartheid, si no de derecho sí de hecho, ya que ha convertido los territorios que ocupó en 1967 –Cisjordania y Gaza- en bantustanes como los de Sudáfrica, cuyos habitantes se enfrentan al bloqueo económico y a los ataques constantes del ejército y de los colonos israelíes, y cuyas ciudades y campos de refugiados están aislados unos de otros por un muro de separación y un sistema de puestos de control, mientras existen carreteras especiales, para uso exclusivo de los judíos, que entrecruzan Cisjordania.
Dadas estas circunstancias cualquier solución de “dos Estados” que pudiera aceptar Israel sería legalizar la actual situación.
En 1983, el general Rafael Eitan, ex jefe del Estado Mayor del ejército israelí, dirigiéndose a un grupo restringido de profesionales israelíes, expuso que consideraba la política de los bantustanes sudafricanos como una posible solución al problema palestino.
El pasado noviembre, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, declaró que si Israel fuera incapaz de poner en marcha la solución de los dos Estados, habría de “enfrentarse a una lucha como la provocada en Sudáfrica por la igualdad del derecho a voto, y si ello llegara a producirse, el Estado de Israel estaría acabado”.
Cuatro años antes había advertido: “No disponemos de tiempo ilimitado. Cada vez más palestinos se desinteresan de una solución negociada con dos Estados porque aspiran a cambiar la esencia del conflicto desde el paradigma de Argelia al de Sudáfrica. Desde la lucha contra la ‘ocupación’, en su lenguaje, a la lucha por un hombre un voto. Esa es, por supuesto, una lucha mucho más clara, mucho más popular, y en último término, mucho más poderosa. Para nosotros significaría el fin del Estado judío”.
Los líderes israelíes ven con horror la perspectiva de la lucha por una Palestina laica y democrática- un Estado para todos sus habitantes- porque los cimientos de la existencia de Israel como un Estado exclusivamente judío se vendrían abajo.
Por las mismas razones, todos cuantos nos oponemos al sionismo recibiríamos con los brazos abiertos una lucha semejante.
Paul D’Amato es editor de la International Socialist Review y autor de The Meaning of Marxism, una introducción viva y accesible a las ideas de Karl Marx y a su tradición.
"http://socialistworker.org/2009/01/29/tale-of-two-apartheids" target="_blank">Socialistworker, 29 de enero de 2009