París, viernes 13: el factor Negroponte
Duele París. Como duelen las miles de víctimas de las matanzas indiscriminadas y los ataques directos, encubiertos o de falsa bandera de gobiernos, grupos terroristas, paramilitares y ejércitos privados de mercenarios en Beirut (Líbano); Ankara (Turquía); Rabaa, Nahda, el Sinaí (Egipto); Mosul (Irak); Raqqa, Alepo, Homs, Palmira, al-Shuaytat, Deir-ez-Zor (Siria); Bamako (Malí); Gaza y Cisjordania y un largo etcétera, Iguala incluido.
Duelen todas las víctimas de la barbarie homicida, los fanatismos apocalípticos y los baños de sangre de la violencia de Estado o al por mayor (según la ya añeja clasificación de Noam Chomsky y Edward Herman de 1979), siempre mucho más extensa tanto en escala como en poder destructivo y letal, que la violencia al por menor −o terrorismo desde abajo− de grupos no estatales que se oponen al orden establecido.
Existe mucha hipocresía en Occidente. Amén del maniqueísmo, la doble moral y la praxis mediática mentirosa y xenófoba de la coyuntura, la horrorosa carnicería de París no tiene vínculos con el islam y un eventual choque de civilizaciones. Más bien huele a hidrocarburos. Tiene que ver con oleoductos y gasoductos. Y también con la industria armamentista. Responde a reacomodos geopolíticos y geoestratégicos de las grandes potencias capitalistas y a los intereses de corporaciones económico-financieras trasnacionales en la actual fase de acumulación neocolonial por desposesión o despojo.
Por lo general, detrás de los grupos terroristas no gubernamentales se esconden estados que los financian. El autodenominado Estado Islámico no es la excepción. Surgido vertiginosamente como de la nada, el EI, Isis o Daesh es el comodín de turno del Pentágono estadounidense y sus aliados europeos de la OTAN, de la que la Francia del presidente François Hollande forma parte. Con sus asesinatos en masa, sus decapitaciones difundidas en las redes sociales, el secuestro de miembros de minorías religiosas y su califato en territorios de Irak y Siria, el EI es una creación artificial; con sus diversos disfraces, es el instrumento de la política genocida de un puñado de estados neocoloniales al servicio del gran capital.
Más allá del manto nebuloso que envuelve al terrorismo yihadista y a sus mentores y patrocinadores estatales, suficientes pruebas e indicios indican que el Estado Islámico ha sido financiado por las monarquías absolutistas del golfo Pérsico apoyadas por Occidente (Qatar, los Emiratos y Arabia Saudita), en particular la dictadura saudita; ha recibido apoyo militar, técnico y de infraestructura (equipos antitanques, pick ups Toyota artilladas, sofisticados aparatos de comunicación, etc.) de los servicios de inteligencia y los ejércitos de EEUU, Gran Bretaña, Francia e Israel; el flujo transfronterizo de armas, entrenamiento y su capacidad operativa en Irak y Siria han sido articulados por la OTAN y compañías de seguridad privadas (mercenarios) desde el territorio de Turquía, país que ha servido también de supermercado negro para la venta de antigüedades, drogas, petróleo y gas robados en los territorios que controla.
En cuanto al origen del EI, asoma la larga mano de Washington y la sombra de un viejo halcón de la diplomacia de guerra del Pentágono: John Dimitri Negroponte, ex zar de la inteligencia estadounidense y ex embajador en Honduras, México e Irak. Desde su llegada a la misión diplomática de EEUU en Bagdad, en 2004, Negroponte fue el articulador de la triple alianza de los imperialistas de la OTAN, los déspotas de los estados del Golfo y grupos fundamentalistas musulmanes, cuyo objetivo inicial fue la destrucción de los gobiernos laicos, la sociedad civil y la economía de Irak y Libia, y luego de Siria.
Como ha reseñado Michel Chossudovsky, Negroponte fue enviado a Bagdad por la inteligencia militar de EEUU para que, en el marco de un programa de contrainsurgencia dirigido a desarticular a la resistencia iraquí, principalmente sunita, reditara su actuación en Tegucigalpa, donde se había encargado de reclutar, financiar y hacer operar escuadrones de la muerte locales, y desde donde tuvo un papel clave en el apoyo y supervisión de los contras nicaragüenses basados en Honduras.
Tras la llegada de Negroponte a Bagdad con sus dos principales operadores de campo –Robert S. Ford, como agregado político, y el coronel retirado James Steele como consejero para las fuerzas de seguridad iraquíes bajo la ocupación– comenzaron a aparecer cuerpos de víctimas esposadas, con señales de descargas eléctricas en el cuerpo, la piel quemada o arrancada, los ojos fuera de sus órbitas, y tiros de gracia.
Abu Bakr al Bagdadi, detenido por EEUU en Faluya y formateado en la cárcel de Camp Bucca, crearía el Estado Islámico de Irak. Y con base en el terror y la violencia sectaria de escuadrones de la muerte y grupos paramilitares, el modelo iraquí, conocido como la Opción Salvador ['Remember El Salvador'],fue operado después por Robert Ford en Siria, tras su designación como embajador en Damasco, en 2011. Ford llegó a Siria dos meses antes del comienzo de la insurgencia del autodenominado Ejército Libre Sirio, creado por Washington, y uno de sus objetivos fue generar divisiones y facciones entre sunitas, alauitas, chiítas, kurdos, drusos y cristianos.
A su vez, el Frente Al-Nusra −la rama de Al Qaeda en Siria, integrada ahora al Estado Islámico−, del que el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, declaró que estaba haciendo un buen trabajo, también exhibe las huellas de entrenamiento paramilitar y sistemas de armas estadounidenses, además de que la limpieza étnica y las atrocidades cometidas contra civiles son similares a las que perpetraron escuadrones de la muerte en Irak. Asimismo, sobran indicios de que ha sido financiado clandestinamente por EEUU y la OTAN.
El objetivo de EEUU y sus aliados europeos y de Medio Oriente no es atacar al EI, sino propiciar un cambio de régimen en Damasco y fragmentar Siria, según el modelo tribal y caótico sembrado en Irak y luego en Libia. El terrorismo geopolítico tiene que ver con la pugna hegemónica para el despojo entre EEUU y la OTAN versus la nueva alianza Rusia/China.
La Jornada