Venezuela: el golpismo en su pantano
Finalmente llegó el gran día anunciado por la derecha venezolana: la denominada Toma de Venezuela. Habían amenazado con un estruendo de antichavismo en todo el país, una ola que desbordaría las calles para salir de una vez por todas de Nicolás Maduro, del régimen -como tanto gustan llamarlo. Las expectativas eran grandes en la base social y difusas en palabras de la dirigencia. Capriles Radonsky había sido el más arriesgado, planteando la posibilidad de ir al Palacio de Miraflores. Los demás se habían mostrado más cautos en cuanto a los objetivos, no así acerca del maremoto que estaba por suceder.
Como de costumbre los lugares de concentración fueron, en el caso de Caracas, en el este de la ciudad, zona de clases altas. La convocatoria resultó concurrida, aunque menor que el pasado primero de septiembre, su anterior acto de masas. El sujeto siempre igual: burgueses, ricos, blancos en su mayoría, acostumbrados a ser dueños, patrones, jefes, directores, a tener poder desde siempre, o casi. Una minoría histórica, feliz hasta la llegada de la revolución, extraña dentro del mismo país, que vive otras vidas, otras geografías y odia hasta los huesos a los chavistas. Quien no comprenda el abismo de clases y su traducción a la política en Venezuela, difícilmente puede comprender la potencia del enfrentamiento.
Esa base social se concentró con una meta clara: derrocar al presidente. Y se encontró con una dirigencia que planteó la necesidad de ir paso a paso, desatando chiflidos sistemáticos de la concentración -ninguno se salvó del abucheo, ni Ramos Allup, ni Capriles Radonsky, ni Chúo Torrealba, ni Lilian Tintori. La agenda quedó definida de la siguiente manera: ir a la Asamblea Nacional el jueves, realizar un paro el viernes, decretar el juicio político a Nicolás Maduro y movilizar al Palacio de Miraflores el día 3 de noviembre. Y no participar del diálogo con la mediación del Vaticano.
La insurrección de la burguesía quedó así enflaquecida. No desaprovecharon la oportunidad para generar confrontaciones en algunas ciudades del país, matar a un policía y herir a varios más. Pero para llevar adelante un Golpe de Estado hace falta más que una Asamblea Nacional en desacato -como lo indicó el Tribunal Supremo de Justicia-, unos veinte o treinta mil ricos, grupos de choque callejeros, y discursos encendidos que hablan de hambre cuando tienen el estómago lleno de la mejor comida.
Para tumbar un gobierno hace falta pueblo o Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
No tienen, hasta el momento ninguno de los dos.
Nada parece indicar que los tendrán.
No hay que subestimar. Se trata de un adversario político -enemigo es el concepto más exacto, dado la naturaleza del enfrentamiento planteado por él mismo- capaz de desatar muertes callejeras, desabastecimientos de comida y medicamentos, choques de poderes, etc. Financiado acaudaladamente por los sucesivos gobiernos norteamericanos. Que en un acto desesperado intenta este anuncio de Golpe de Estado cuando ya existe un calendario electoral planteado: elecciones a gobernadores a finales del primer semestre del 2017, a alcaldes a finales de ese año, y el siguiente serán las presidenciales.
En cuanto al referéndum revocatorio se sabía desde hacía meses que no tendría lugar este año. Los tiempos no daban, y no por culpa del Consejo Nacional Electoral, sino porque deberían haberlo activado a inicios de año y no a mediados. Y junto a eso agregaron las más de 600 mil firmas fraudulentas. La pregunta que queda sin respuesta segura, es si esa no fue justamente una estrategia para tener una excusa para el choque que vivimos en estos días.
El chavismo por su parte tiene el desafío de que la decisión tomada por los Tribunales de suspenderlo -que no es igual a anular- no aparezca como una decisión política tomada por el miedo a la confrontación en las urnas. La suspensión fue legal, la legitimidad en cambio está en la cuerda floja.
En cuanto a las calles, ya se ha puesto en marcha un proceso de movilización permanente. El miércoles fue el segundo día consecutivo, siempre con miles, con la Venezuela profunda, en movimiento. Que no se cruza con la base de la derecha, salvo para realizarle trabajos de oficina, limpieza, obras. El jueves siguió la concentración frente al Palacio presidencial y la Asamblea Nacional: todo está en pleno desarrollo, nadie puede descuidarse y lo primero es no abandonar el espacio de génesis del chavismo.
Cada día será una jugada de ajedrez con varias piezas. La derecha avanza hacia un callejón negando el diálogo abierto, radicalizando a su base sin respuestas para los próximos días, apretando a fondo el acelerador del juicio político, una figura que no permite la misma Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y con la posible movilización del 3 a Miraflores. Ir al Palacio significa, en política venezolana, buscar un enfrentamiento directo.
En cuanto al chavismo, además de la presión popular, tiene al Gobierno nacional con el Consejo Nacional de Defensa activado, de donde han emanado cuatro líneas principales de acción: el diálogo, la recuperación económica, el cese a la violencia política y el rechazo a la intervención extranjera.
Resulta difícil realizar pronósticos certeros: en la política venezolana lo seguro es efímero. Pero una conclusión posible es que este avance insurreccional de la derecha fortalece al chavismo por dentro -deja en claro también quienes son traidores- en un momento de gran complejidad. Una vez más queda demostrado que las estrategias de la derecha y el imperialismo terminan muchas veces por fortalecer la unidad de la revolución. Esa fortaleza interna será imprescindible para enfrentar los asaltos que vendrán.
Fotos: Vicent Chanza
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