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Independencia, socialismo y juventud
x Iñaki Gil de San Vicente
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0. PRESENTACION.
1. VIEJOS ARGUMENTOS INTIMIDADORES.
2. CAPITALISMO HISTÓRICO Y OPRESIÓN NACIONAL.
3. CONDICIONES OBJETIVAS Y CONCIENCIA SUBJETIVA.
4. LA JUVENTUD COMO FUERZA REVOLUCIONARIA.
5. EL MARXISMO COMO TEORÍA ABERTZALE.
0. PRESENTACION.
Este texto tiene el objetivo de plantear algunas reflexiones teóricas
sobre cuestiones de urgencia muy presente que afectan a la militancia
juvenil tanto porque surgen del interior mismo de las contradicciones
que le afectan, como porque están en el orden del día en
los debates internacionales desde que la nueva oleada de luchas populares,
sociales, etc., empezó a recorrer el capitalismo mundial. Como
siempre que se asiste a una nueva participación de la juventud
en las luchas, la prensa burguesa y sobre todo la reformista, se lanzan
a popularizar conceptos ambiguos, tramposos, polisémicos, que confunden
y dificultan la necesaria relación mutua entre la práctica
y la teoría. La última vez que sucedió una situación
así, con la fuerza parecida a la actual, fue la crisis prerrevolucionaria
mundial de finales de la década de 1960 y toda la década
de 1970. De entonces a ahora también ha habido situaciones parecidas
pero no ha alcanzado la fuerza de entonces y tampoco la que ahora se está
gestando. No podemos mostrar ahora cómo la prensa burguesa y reformista,
pero sobre todo la de los partidos comunistas oficiales de origen stalinista,
hicieron esfuerzos impresionantes para ocultar la realidad de lo acaecido
desde finales de 1960 hasta finales de 1970 y en algunos países
de comienzos de 1980, pero sí hay que decir que ahora, desde finales
de 1990 y para desactivar la oleada de luchas que ya comenzaron a mediados
de esa década e incluso un paco antes en algunas zonas, están
haciendo lo mismo.
Con la excusa del uso múltiple del concepto de "globalización"
y desde el choque que supuso la batalla de Seattle y las posteriores para
quienes no estaban al tanto del surgimiento de otras luchas más
fuertes y decisivas, se ha popularizado --han popularizado-- el término
de "antiglobalización", y con él una sopa ecléctica
de supuestas "nuevas teorías" que de un modo u otro vuelven
a "demostrar" la enésima "muerte del marxismo".
Son, en realidad, teorías tan viejas como las que ya aparecieron
a finales del siglo XIX. Resurge así la tradicional necesidad de
los marxistas por aclarar determinadas cuestiones, y sobretodo, por hacerlo
desde y para la práctica revolucionaria en sus naciones, en sus
países, en sus centros de trabajo y de explotación asalariada,
de estudios, de explotación doméstica, sexual, etc. Pero
aquí, en las páginas que siguen, solamente hemos podido
desarrollar algunas ideas sobre las tareas de la juventud, la independencia
nacional vasca y el batiburrillo de modas intelectuales.
1. VIEJOS ARGUMENTOS INTIMIDADORES.
El domingo 31 de marzo del 2002 el periódico español El
País dedicó dos artículos a mostrar, en el primero,
las ataduras económicas y comerciales, además de administrativas,
burocráticas, de representación internacional, etc., que
la CAV, en general Hegoalde, tiene hacia el Estado español. Y en
el segundo, la "mala imagen" que tienen las empresas vascas
como efecto del "terrorismo". Las ataduras, relaciones y dependencias
tan fuertes y sólidas, según este periódico, impedirían
cualquier utopía independentista vasca porque al romperse o debilitarse
en extremo los lazos económicos, legales, administrativos y políticos
con el Estado español, más temprano que tarde, si no inmediatamente,
la economía vasca entraría en una caída libre hacia
la pobreza, el desabastecimiento, el atraso tecnológico, el aislamiento
total con respecto a la economía mundial y europea, la indefensión
por pérdida de competitividad ante esta economía al carecer
de la "protección" del Estado español, etc. Como
consecuencia de semejante desastre, la realidad social vasca se deterioraría
hasta lo insostenible.
El País no dice nada nuevo. Solamente repite en el momento actual
lo que desde hace mucho tiempo afirman tanto los españoles como
los regionalistas. Los españoles, sean de derechas o de izquierdas,
han dicho siempre por activa o por pasiva que la independencia vasca,
además de no tener cabida en la "ley" y en la "democracia"
--su ley y su democracia--, es económicamente inviables. Los españoles
de derechas lo dicen desde sus intereses capitalistas; y los de izquierdas,
sin precisar ahora sus diferencias pero, en la práctica objetiva
"izquierdas" dentro de un Estado que no es sino una cárcel
de pueblos, sólo proponen, y como mucho, crear un "marco federal"
que milagrosamente resolverá todos los problemas existentes. Por
su parte, el regionalismo ha dicho por todos los medios que la independencia
no es posible porque nos hundiríamos en la pobreza, y solamente
y no siempre, ha recurrido a esta idea en momentos puntuales de reafirmación
propagandística para consumo de sus bases populares. En la práctica
diaria y durante años, el regionalismo ha practicado un auténtico
unionismo económico con el Estado, ligeramente disfrazado y envuelto
con el celofán del estatutismo y a lo sumo del "pacto con
la corona". Unicamente cuando la presión popular y social
creciente desde la mitad e la década de 1990 a esta parte, que
demanda pasos y conquistas prácticas en el camino de la independencia
nacional, sólo bajo esta presión, el regionalismo ha aumentado
ligeramente su demagogia al respecto. Sin embargo, en los momentos decisivos,
ha sido el interés socioeconómico de clase --los lazos capitalistas
con el Estado español-- el que ha hecho fracasar estrepitosamente
toda veleidad independentista en el regionalismo. No negamos que hayan
existido otras razones, que las hay, pero también tienen una base
económica como es el caso de las amenazas españolas y los
intereses corporativistas y de burocracia partidista del PNV, amenazados
por el ascenso electoral de la izquierda abertzale.
Ahora bien, pese a ser un "argumento" viejo, no por ello pierde
efectividad ya que su fuerza no radica en su razón sino en su sinrazón,
en el miedo que impone, en las fuerzas irracionales que activa y en el
reforzamiento de la ideología capitalista que logra. Como sucede
con todo lo relacionado con la economía capitalista, su realidad
aparece encubierta, invertida, tergiversada y velada porque la economía
capitalista nunca aparece en la realidad tal cual ella es realmente, sino
que aparece como lo que no es, aparece de forma inversa y opuesta a como
es en su esencia. La causa de esta discordancia, que sólo el marxismo
ha puesto al descubierto, radica en la propia naturaleza del proceso de
producción basado en la propiedad privada y en la lógica
de la explotación. No podemos extendernos en detalle ahora en esta
cuestión pero esperamos dejarlo lo suficientemente claro en las
páginas que sigues. Para colmo, además de esto, también
la dominación española ayuda mucho a falsear la realidad,
a impedir que se descubra la razón verdadera de las ataduras económica
y a cerrar toda perspectiva de libertad e independencia nacional fuera
del marco estatal impuesto.
Por estas razones es conveniente empezar desde abajo, desde las raíces
históricas de la opresión y desde la lógica misma
del proceso de explotación capitalista para captar correctamente
la unidad indisoluble entre opresión nacional y opresión
capitalista, y para sentar las bases de comprensión del papel de
la juventud abertzale en el proceso de liberación nacional y construcción
de Euskal Herria.
2. CAPITALISMO HISTÓRICO Y OPRESIÓN NACIONAL.
Este pequeño repaso era conveniente porque nos lleva al centro
del problema de la independencia nacional de cualquier pueblo oprimido,
y por tanto, también del nuestro, de Euskal Herria. Este problema
no es otro que el de la capacidad de dicho pueblo para ser propietario
de las riquezas que produce. Aquí, y aunque no podemos extendernos,
por riqueza debemos entender el conjunto de bienes materiales e inmateriales,
de economía y cultura, de carreteras y de la lengua, de infraestructuras
y de tradiciones, de campos de pasto y agricultura y de reservas naturales,
de universidades y de deportes populares, etc., bienes materiales y espirituales
acumulados durante generaciones de trabajo y convivencia, también
de explotación de género y de clase. Pues bien, son estos
bienes los codiciados por el Estado ocupante, y la nación ocupada
no es libre para hacer lo que quiera con sus bienes, ni incluso para decidir
ella misma qué bienes quiere hacer, siempre teniendo en cuenta
la lucha de géneros y de clases dentro de la nación oprimida,
y la voluntad de la clase dominante. De este modo, la libertad nacional
se recupera cuando el pueblo oprimido puede decidir él mismo qué
hace y, lo que es igual de importante, qué hace con lo que hace,
es decir, con lo que produce, con su excedente, con lo que sobra tras
el consumo de lo que ha fabricado y creado.
En contra de lo que dice la propaganda del Estado ocupante, que afirma
que invierte en la nación ocupada para aumentar su desarrollo económico,
para modernizarla o, en palabras clásicas, para "civilizarla",
pese a esta propaganda, en realidad sólo invierte las sumas imprescindibles
para garantizar la continuación del saqueo, del expolio, del robo
generalizado. Si el Estado ocupante sólo quiere arrasar cuanto
antes con toda la riqueza acumulada por los invadidos, entonces no gasta
ni una peseta en ese pueblo, sólo se lleva todo lo que le interesa
y hasta destruye el resto. Pero si quiere sangrarlo y estrujarlo durante
todo el tiempo posible, entonces debe invertir algunas cantidades de dinero,
debe cuidar al menos las carreteras, los puentes y los puertos siquiera
para permitir que ese pueblo siga trabajando, y para que pasen por esas
carreteras y puentes los bienes expoliados por el ocupante. Esta forma
de "preocuparse" por el invadido es tan vieja como la costumbre
de los romanos de hacer carreteras y puertos, fundar ciudades en sitios
estratégicos y crear una burocracia incluso autóctona pero
decididamente fiel al ocupante para facilitar el rápido flujo hacia
Roma del comercio y de los impuestos obtenidos en el pueblo ocupado.
La evolución socioeconómica posterior, en especial el capitalismo,
ha hecho que los grandes Estados colonialistas primero y luego imperialistas,
invirtieran lo imprescindible para asegurar la continuidad y, en todo
caso, el aumento de los beneficios obtenidos con la ocupación.
Del mismo modo que ningún empresario individual invierte en un
negocio si no es con claras esperanzas de obtener un beneficio mayor más
temprano que tarde, y del mismo modo que ningún empresario individual
mantiene abierta una empresa ruinosa, que le produce pérdidas y
puede llevarle a la ruina general, prefiriendo antes hundir en el paro
y en el hambre a los trabajadores que seguir él con algunas pérdidas,
de este mismo modo pero mucho más a lo bruto, ningún Estado
ocupante aguanta mucho tiempo los costos de ocupación de una nación
si éstos son superiores a los pocos beneficios que obtiene con
dicha ocupación. Es cuestión de números, a la larga.
Y decimos que a la larga porque un Estado ocupante puede gastar enormes
cantidades de recursos en los ejércitos de ocupación, en
guerras, y en sobornar a las clases ricas y propietarias de la nación
ocupada, dejando que sigan en el poder y que se queden con parte del botín;
puede hacer esto y de hecho lo hace, pero siempre buscando un objetivo
mayor, siempre como una inversión necesaria, como un adelanto inevitable
para posteriores beneficios que deben compensar los gastos adelantados.
Puede darse el caso que un Estado ocupe un país no tanto por las
ganancias directamente económicas que obtiene sino por su ubicación
geoestratégica y militar, como territorio-cuartel desde el que
controlar otros pueblos ocupados y sí rentables económicamente,
o como territorio-tapón para frenar ataques exteriores. Mas sea
como fuere, incluso así la razón última y decisiva
no es otra que la ganancia que se asegura mediante esos gastos militares.
Esta es una ley de oro, y nunca mejor dicho, para entender el origen y
la naturaleza de la opresión nacional.
Pero es en los casos históricos en los que un Estado opresor se
ha formado gracias a la ocupación de varias naciones periféricas
cuando toda esta dinámica se desarrolla más cruel y demoledoramente.
Este es el caso del Estado español que se ha formado históricamente
oprimiendo a pueblos como Euskal Herria, Galiza, Països Catalans,
Andalucía, Canarias, etc., y al propio pueblo castellano. En este
caso, para centrarnos ya, el Estado opresor central es el instrumento
decisivo para que la burguesía española obtenga inmensos
beneficios mediante la explotación de esas naciones, y también
de su propio pueblo. Pero, en contra de la simple apariencia, la fuerza
del centralismo opresor es su misma debilidad porque no puede permitirse
el lujo de ceder ante un solo pueblo oprimido porque, entonces, los demás
exigirán el mismo trato, que se les concedan los mismos derechos
que al otro. Sería como quitar una carta de un castillo de naipes.
Se caería todo el montaje o casi todo. Para impedirlo, el centralismo
opresor tiene, como mínimo, tres métodos: aumentar la represión
en todos los sentidos, incluso el recorte y el cerco económico;
asegurarse la fidelidad egoísta de las burguesías de las
naciones ocupadas y, dividir e impedir cualquier unidad liberadora de
las naciones oprimidas.
En síntesis, eso es lo que ahora está haciendo el PP pero
también el PSOE. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque la
supuesta "izquierda" se beneficia de la opresión nacional.
Aunque con una gran diferencia entre ellas, todas las clases de la nación
opresora se benefician de la dominación que ejercen sobre otro
u otros pueblos. Desde luego que la que más tajada obtiene es la
burguesía y que luego, en cascada, van cayendo hacia abajo el resto
de beneficios de modo que, aunque pocos, las clases trabajadoras de la
nación dominante también terminan beneficiándose
en algo, en poco pero en algo. Y ese poco ayuda a mantener el poder capitalista
en el Estado dominante. Los marxistas fueron conscientes de esta realidad
ya en la segunda mitad del siglo XIX al comprender cómo la burguesía
inglesa alienaba al proletariado, además de con otros instrumentos,
también haciéndole partícipe de una porción
de los inmensos beneficios que obtenía con su expansionismo mundial.
La opresión nacional irlandesa y las brutales formas de explotación
de los obreros irlandeses emigrados en Inglaterra también fortalecía
al poder burgués aumentando el interclasismo, el nacionalismo imperialista
y hasta el racismo antiirlandés en la clase trabajadora inglesa.
Posteriormente, toda la experiencia mundial ha confirmado esta realidad.
Y en la medida en que se corrompe la clase trabajadora de la nación
ocupante con parte de los beneficios que esa ocupación genera y
con el nacionalismo y hasta el racismo que la legitiman, también
se corrompen los partidos y sindicatos reformistas que controlan al grueso
de esa clase. Ellos también se benefician directamente del saqueo
imperialista, y se benefician más que los obreros porque la burguesía
les concede una parte mayor del botín, para corromperlos y pudrirlos
más, para integrarlos más profundamente en los aparatos
del Estado.
Conforme la nación oprimida aumenta su resistencia y su lucha
independentista, conforme avanza en su construcción nacional propia,
en esta medida la "izquierda" del Estado ocupante se vuelve
más y más defensa del imperialismo de su burguesía
porque, por un lado, todo su esquema conceptual, político y teórico
está penetrado por el nacionalismo burgués de su Estado;
por otro lado, es consciente que oponerse a su burguesía en esas
cuestiones es peligros y arriesgado, y la poltrona, el dinero y la fama
atan mucho; además, en medio de un aumento del nacionalismo imperialista
en su sociedad, salir en defensa de la nación ocupada supone perder
votos que es lo mismo que perder dinero y comodidad, y, por último,
como debe diferenciarse un poco en lo propagandístico de la burguesía
y de la derecha más reaccionaria, para no perder votos por su izquierda,
mantiene ligeras diferencias de matiz secundario, pero apoyando decididamente
el imperialismo de su burguesía. Por su parte y por lo general,
la izquierda autocalificada de revolucionaria, apenas sale en defensa
activa y consecuente de las necesidades de los pueblos ocupados por su
Estado, sino que se limita a una solidaridad ambigua, limitada y condicionada
a que la nación oprimida modere sus formas de defensa. Incluso
su "radicalismo" sufre un serio retroceso cuando se trata de
denunciar algo tan inhumano como la tortura. Esta es la triste y amarga
experiencia acumulada por las izquierdas occidentales.
Por tanto, cuando el periódico El País, vocero del reformismo,
intenta "demostrar" la inviabilidad económica de la independencia
vasca no está sino comportándose como debe y quiere hacerlo,
al margen de la corrección y lógica de lo que diga. En modo
alguno pretende aportar una solución siquiera reformista al contencioso
histórico, sino que sólo reforzar el poder de su Estado
y confirmar su fidelidad al nacionalismo imperialista de su burguesía.
Es mucho lo que se juega esa izquierda y por ello no duda en recurrir
al miedo y al chantaje económico y lo hace, además, usando
el lenguaje aséptico y supuestamente neutral de las cifras. Cuando
el Estado ocupante recurre a estos métodos por boca del reformismo,
sabe que cuenta con la predisposición ideológica y conceptual
de la burguesía vasca y del regionalismo para aceptar sin crítica
alguna los dogmas de esa argumentación, pues ambos, el Estado ocupante
y la burguesía de la nación ocupada, son capitalistas y
tienen además de la misma ideología de clase sobre todo
los mismos intereses de clase.
3. CONDICIONES OBJETIVAS Y CONCIENCIA SUBJETIVA.
Cuando se dice que los lazos económicos entre el capitalismo vasco
y el español, las ayudas del Estado español a los negocios
internacionales del capitalismo vasco, las inversiones del Estado en las
infraestructuras vascas, etc., cuando se dice que esto hace inviable la
independencia vasca se parte de un planteamiento tramposo, consistente
en hacer del presente una realidad eterna, de siempre, y que existirá
para siempre. Se oculta, primero, que si existe esta economía es
porque ha sido impuesta y no por que sea "natural", pudiendo
existir otra muy distinta; segundo, que esta economía se sostiene
además sobre la alienación, el miedo y la fuerza represiva,
despilfarrando recursos y sufriendo crisis periódicas que destruyen
grandes cantidades de bienes y equipos, cuando, en realidad, puede desarrollarse
otra cualitativamente superior; y, tercero, que existen condiciones objetivas
suficientes para avanzar en esa otra economía, en esa sociedad
socialista.
Primero, cuando Roma construía carreteras, puentes, puertos y
ciudades, formaba burócratas autóctonos, etc., para facilitar
el flujo comercial y la recaudación de impuestos, así como
la rapidez de movimientos de sus legiones en la tarea de reprimir las
crecientes sublevaciones nacionales y luchas sociales, no sólo
destruía las formas socioeconómicas anteriores a la invasión
romana sino que también imponía una base económica
nueva y una cultura nueva, y a la vez determinaba el futuro de las generaciones
posteriores. Pues bien, esta ha sido después la misma práctica
de todas las invasiones que han buscado quedarse el mayor tiempo posible
en el país ocupado para sangrarlo lo más posible. A la vez,
las burocracias fieles al ocupante tienden a constituirse en clase dominante.
Aunque el proceso histórico ha sido más complejo y concreto
en cada caso particular, a la larga, la estructura de clases y la base
socioeconómica asentada en la propiedad privada de los medios de
producción tuvo uno de los orígenes en la dialéctica
entre la dominación interna y la externa. Y en determinados casos,
como en Euskal Herria, la dominación externa, las invasiones españolas
y francesa en concreto, han tenido una importancia decisiva en el triunfo
definitivo del sistema capitalista. Y lo siguen teniendo en el mantenimiento
del capitalismo.
Ocurre que la ideología burguesa sostiene que el capitalismo es
"natural", que surge porque sí, sin mayores problemas
y sin violencia. La realidad histórica es muy otra. En nuestro
caso, el capitalismo, que aunque ya estaba embrionariamente asentado en
Euskal Herria desde el siglo XVI sobre todo con la producción de
hierro, armas y de barcos, fue creciendo económicamente pero chocando
cada vez más con las estructuras político-administrativas
del Antiguo Régimen, de los Fueros. Aunque, en sentido general,
la burguesía comercial y mercantil, luego manufacturera, quería
destruir los Fueros y unirse al Estado francés y español,
no tenía fuerzas suficientes para lograrlo por ella misma y necesitó
de la decisiva ayuda de los ejércitos extranjeros para imponer
el triunfo político-administrativo del capitalismo, que ya era
el modo de producción dominante en lo económico. Esta forma
de imponerse el capitalismo ha marcado desde entonces el contenido y la
esencia de la opresión nacional que sufrimos, y las formas de esa
opresión que han venido sucediéndose --bajo la monarquía,
la república, el franquismo, la monarquía franquista y constitucional,
en Hegoalde, y bajo la república, la reinstauración monárquica,
las sucesivas repúblicas posteriores, la ocupación alemana
y luego de nuevo la república francesa en Iparralde-- en modo alguno
han negado ese contenido sino que lo intentaban reforzar en cada período
correspondiente.
Consiguientemente, si el capitalismo y la opresión nacional se
han impuesto de esa manera, nada asegura que sean eternos y que de la
misma forma en que se han impuesto así, también pueden ser
superados históricamente si fallan sus fuerzas de sustentación.
En este caso, perfectamente plausible, puede desarrollarse otro sistema
socioeconómico y una realidad de libertad nacional vasca. Y para
comprenderlo más fácilmente es bueno prestar atención
a los otros tres puntos.
Segundo, esta relación entre las presiones y amenazas, invasiones
y represiones exteriores, y el colaboracionismo de la burguesía
interna, vasca, explica además de los lazos socioeconómicos
y políticos actuales de Hegoalde con el Estado español e
Iparralde con el francés, también y sobre todo que el capitalismo
sólo se ha mantenido en nuestra nación mediante la fuerza
militar y policial exterior que en lo momentos críticos aplicaban
esos Estados --con la ayuda de la burguesía vasca-- para solucionar
la crisis de orden que afectaba a dicho capitalismo. En general, todo
capitalismo concreto se ha mantenido en las situaciones críticas
gracias a brutales represiones y hasta guerras contrarrevolucinarias atroces
en algunos casos. La historia concreta de los grandes Estados capitalistas,
oficialmente pacífica, es en realidad un charco de sangre obrera
en un cenagal de alienación y enajenación, soborno, corrupción
y miedo, sólo superados por las brutalidades sufridas por las naciones
ocupadas. La historia concreta y real vasca, desde finales la segunda
mitad del siglo XVIII, cuando el capitalismo interno está ya asentado
económicamente, chorrea sangre por todas partes. De no ser por
los ejércitos extranjeros, sobre todo por el español en
Hegoalde, la burguesía vasca hubiera tenido muy serios problemas
para seguir en el poder y mantener su alianza vital con la burguesía
española. En Iparralde también fue decisiva la ferocidad
militar francesa pero el débil proletariado vasco, vertebrados
del pueblo trabajador en la Euskal Herria continental, no estaba en condiciones
de sostener una lucha como en Hegoalde. La razón fue el subdesarrollo
de un capitalismo fuerte como en el sur de nuestra nación porque,
básicamente, París se encargó muy pronto, desde comienzos
del siglo XIX, de poner todos los obstáculos posibles a su crecimiento.
Estas realidades históricamente innegables han marcado al capitalismo
de forma indeleble de manera que, en los hechos y no en la propaganda,
resulta ser un sistema enormemente despilfarrador, irracional e incoherente,
y minado por inevitables contradicciones y crisis internas que periódicamente
multiplican el malestar y la infelicidad humanas. Los Estados español
y francés no han hecho por ellos mismos nada serio para limitar
esta realidad, sino solamente aquellas medidas que de algún modo
favorecían y favorecen directamente su expoliación o lo
hacían y hacen indirectamente, mediante las ganancias de la burguesía
vasca que, por su alianza de clase con la burguesía franco-española,
revierten en su beneficio. Las soluciones que mal que bien se han desarrollado
han sido sólo producto de la lucha tenaz y sistemática del
pueblo trabajador vasco, muchas veces en la clandestinidad y frecuentemente
careciendo de los derechos básicos que debiera conceder una democracia
burguesa normal. Ahora bien, si pese a esto hemos podido, en primera instancia,
evitar la derrota estratégica y la extinción nacional de
Euskal Herria y, después, avanzar en nuestra construcción
nacional, ¿qué no podríamos hacer con y en otro sistema
socioeconómico no basado en la opresión y explotación,
sino en la democracia socialista y en la independencia nacional?
Y tercero, lo peor del capitalismo no son sólo los terribles sufrimientos
que causa a la humanidad y la destrucción ya casi irreversible
de la naturaleza, y, en nuestro caso, su responsabilidad en la opresión
y desmembramiento nacionales que padecemos, con ser estas realidades insoportables
e injustas. Lo peor del capitalismo es que ha agudizado al extremo la
contradicción irreconciliable que existe entre los sufrimientos
y crisis que genera y la potencialidades objetivas de superarlos que ha
construido. Es decir, por un lado, es un sistema esencialmente destructor
pero, por otro lado, ha generado las posibilidades objetivas para dar
el salto a una sociedad cualitativamente superior, el comunismo al cual
se llega mediante la etapa anterior, el socialismo. Toda la historia humana
desde 1917 hasta ahora se explica, en última instancia, por el
desenvolvimiento concreto de esta contradicción entre el hecho
de que existen las condiciones objetivas a nivel planetario --fuerzas
productivas, tecnología, transportes, bienes acumulados, conocimientos
científicos, etc.-- para dar el salto al socialismo como paso necesario
al comunismo y, por el contrario, las condiciones subjetivas para lograrlo
--la conciencia de las masas oprimidas, la fuerza de las organizaciones
revolucionarias, etc.-- están sometidas a una atroz, brutal, genocida
e implacable agresión global por el imperialismo para impedir que
se materialicen esas condiciones objetivas. Esta contradicción
a escala mundial, también la padecemos en Euskal Herria y, además
de otras cuestiones, explica también el presente y el futuro de
la juventud vasca y mundial.
Mundialmente esta contradicción se plasma en las luchas revolucionarias
de liberación nacional, en las luchas de las clases trabajadoras,
en las luchas antipatriarcales que recorren el planeta, en las luchas
ecologistas, culturales, sociales, etc., de todo tipo, de las cuales,
la lucha antiglobalización es sólo una parte; pero también
se plasma en las represiones inhumanas de las burguesías, en las
dictaduras, guerras provocadas y agresiones múltiples; en los chantajes,
amenazas económicas e imposiciones comerciales del imperialismo;
en la exclusión y prohibición del uso e investigación
de nuevas tecnologías blandas y democráticas y desarrollo
de un sistema científico progresista y crítico, así
como en el monopolio férreo de la medicina y de los sistemas alimentarios
por el imperialismo para usarlos como armas opresoras; en la pasividad
cuando no colaboracionismo con el capital de la ONU y otras instituciones
internacionales, y un largo etcétera. Esta contradicción
nunca es lineal en su evolución sino que pasa por ondas u oleadas
de ascenso, estancamiento y descenso, por flujos y reflujos, dependiendo
de factores internos que no podemos exponer ahora pero de entre los cuales
son decisivos la conciencia política revolucionaria y capacidad
de autoorganización, autogestión y autodeterminación
consciente de las masas oprimidas. Pero cada oleada nueva que renace tras
la sanguinaria derrota y represión de la anterior, lo hace mejorando
viejos métodos y creando nuevas formas de lucha, del mismo modo
que cada nueva contraofensiva del capitalismo también intenta mejorar
sus armas asesinas y exterminadoras.
En Euskal Herria esta contradicción se plasma en la lucha de liberación
nacional y social en su actual fase de construcción soberanista,
con la fuerza creativa demostrada a lo largo de los decenios; pero también
en la sucesión ascendente de paradigmas, sistemas y estrategias
represivas aplicadas por los Estados español y francés para
detener y destruir el ascenso no lineal pero sí objetivamente tendencial
al alza del proceso independentista y socialista. Esta contradicción
cada vez más aguda es la que explica la urgencia de los aparatos
estatales para multiplicar todos los recursos de manipulación e
intimidación, como los artículos citados de El País
que, tras este breve y rápido análisis, demuestran ser no
un estudio "objetivo" de la situación sino un instrumento
de dominación basado en el chantaje y en miedo al empobrecimiento,
la ruina y hasta el hambre que destrozará Euskal Herria si avanzamos
en nuestra independencia. Ahora bien, esta amenaza se cae por los suelos
cuando vemos que sí existen condiciones objetivas también
en nuestro país para liberarnos, que esas condiciones objetivas
están dadas parcialmente dentro del capitalismo y dentro de nuestro
pueblo que ha ido construyendo con su lucha fuerzas autoorganizadas.
La fuerza y la razón de nuestro proceso se basa en que no sólo
luchamos por la independencia nacional a secas, sino a la vez por el socialismo
dentro de una sociedad no patriarcal que, además, aplique criterios
cualitativamente diferentes de forma de vida, trabajo y relaciones humanas
en y con la naturaleza. En resultante de estas luchas reivindicativas
no es una simple suma de todas ellas, sino una totalidad coherente que
integra a sus partes en un sistema superior y global. Es decir, el límite
insuperable de las amenazas españolas sobre la inviabilidad económica
de la independencia se basa en que conciben esa independencia sólo
dentro del marco capitalista, o sea, como una "solución",
por denominarla de algún modo, muy similar a los tramposos y fracasados
procesos de descolonización impuestos por los imperialismos europeos
para garantizar la continuidad de su dominio directamente económico
sobre las excolonias y su indirecto pero muy presente dominio político,
cultural, tecnocientífico, militar, etc. Estos pueblos son "libres"
e "independientes" sólo en la apariencia legal, y ya
prácticamente ni eso en la inmensa mayoría de los casos,
pues sus estructuras administrativas internas, sus Estados, están
al borde de la extinción y podridos por mafias, castas y corrupciones
impuestas por el capitalismo mundial. Estos pueblos sí que padecen
descarnadamente lo que dice El País porque las potencias ocupantes
se encargaron de arruinarlos, empobrecerlos e impedir que generaran sus
propios recursos. Es muy significativo que los Estados español
y francés lleven años haciendo lo mismo, intentando destruir
o debilitar al máximo el capitalismo vasco, haciéndolo más
dependiente y sujeto a sus dictados, contando con la pasividad y con el
apoyo de las diversas fracciones de la burguesía regionalista.
Es incuestionable que desde la cegata perspectiva del independentismo
abstracto y vacío, sin contenido socialista, antipatriarcal, ecologista,
etc., alguno, este independentismo está condenado a la inexistencia
porque sólo es una frase demagógica, hueca y propagandística
de la burguesía regionalista. Y, desde esta perspectiva falsa y
reaccionaria, es lógico decir como han dicho periódicamente
destacados dirigentes del PNV que "para qué queremos la independencia
de las berzas". Sin embargo, el problema cambia ciento ochenta grados
cuando lo analizamos desde la izquierda abertzale, cuando planteamos una
alternativa total y sistemáticamente superior a la burguesa, y
cuando demostramos que además de las condiciones objetivas ya existentes
hay que añadir las que se crean por y en la intervención
consciente del pueblo trabajador movilizado por la conquista de esos objetivos.
Hasta el presente toda la historia de la emancipación obrera y
popular ha demostrado la impresionante capacidad creativa de las masas
cuando dirigen ellas mismas su emancipación. Además, no
partimos de la nada ni carecemos de experiencia acumulada, proyectos y
planteamientos alternativos. Todo lo contrario. La izquierda abertzale
en particular y el conjunto de las fuerzas democráticas y progresistas
vascas en general hemos elaborado durante años de práctica
y de elaboración teórico-crítica no solamente programas
políticos sino también socioeconómicos, administrativos,
educacionales, de infraestructuras y transporte, sanitarios, ecologistas,
urbanísticos, etc., que iluminan el camino a seguir. De igual modo,
a lo largo de décadas de lucha, nuestro pueblo se ha dotado de
una muy sana prevención antiburocrática, de una red de movimientos
populares y sociales, sindicales, vecinales, sociales, etc., que aunque
con limitaciones forman la base real, cotidiana, de un futuro y eficaz
poder popular.
Sabemos que los Estados español y francés, con el apoyo
de las fuerzas reaccionarias, unionistas y regionalistas pondrán
todos los obstáculos posibles al proceso independentista y socialista,
desde los intentos de asfixia socioeconómica y tecnocientífica,
sanitaria y alimenticia, hasta la agresión militar externa y la
movilización reaccionaria interna, pasando por el sabotaje y el
boicot, el aislamiento internacional y la más mentirosa propaganda
imaginable. Nos sombran experiencias al respecto. Por eso, para superar
esos ataques, damos tanta importancia al carácter sistémico,
global y totalizante del proyecto independentista y socialista. Su fuerza,
como decimos, radica en su capacidad de interrelacionar todos y cada uno
de los problemas y necesidades de Euskal Herria con los sujetos concretos
que los han de resolver y, a la vez, relacionar a estos sujetos entre
sí en el marco de una democracia socialista y de un poder popular.
Y también damos importancia al hecho reiterado de que los procesos
emancipadores tienden a acercarse bajo el impulso de la ley del desarrollo
desigual y combinado, lo que aumenta las condiciones de solidaridad internacionalista.
En contra de lo que dice la propaganda burguesa, no estamos solos ni aislados,
y en la medida en que asciende la oleada internacional, mundial, de luchas
aumentan y se fortalecen los lazos solidarios entre los pueblos oprimidos.
Pero de modo alguno debemos caer en el error de pensar que nuestro futuro
va a resolverse simplemente esperando a la famosa "revolución
mundial" o, como sostenían las izquierdas estatalistas de
hace tres décadas, uniéndonos a la "revolución
española" y acompasando nuestra velocidad a la suya, más
lenta. No hay que esperar a nadie, sino que cada pueblo y cada clase trabajadora
ha de impulsar lo máximo posible su propio proceso revolucionario.
Este es el más efectivo internacionalismo posible y el que más
ayuda prácticamente a otros pueblos.
4. LA JUVENTUD COMO FUERZA REVOLUCIONARIA.
Históricamente, la juventud trabajadora y campesina, y en bastante
menor medida la pequeño burguesa, ha sido el motor principal de
los procesos revolucionarios en general y con especial significación
en las guerras revolucionarias de liberación nacional. Es normal
que sea así, pero el cinismo del poder hace esfuerzos inmensos
para ocultar esta realidad, o para tergiversarla. Por lo general, las
personas mayores van perdiendo impulso y decisión psicológica
para la lucha conforme envejecen. Frecuentemente es un proceso que no
corresponde a causas biológicas sino a debilidad de su conciencia
política, a los desengaños producidos por las traiciones
del reformismo político y sindical, a las derrotas sufridas y no
analizadas autocríticamente, al acomodamiento egoísta, al
miedo por el futuro propio y de la familia, etc. Sin embargo, si las organizaciones
revolucionarias consiguen no cometer estos y otros errores e incluso crean
e impulsan programas, reivindicaciones y colectivos para las personas
adultas, si sucede esto, es normal y frecuente que también participen
activamente en la lucha. En Euskal Herria, estos y otros factores han
logrado que una apreciable cantidad de personas mayores intervengan activamente
en muchas luchas y movilizaciones casi permanente.
Pero hemos de recordar que esas personas fueron jóvenes en su
tiempo y entonces también echaron pestes contra lo que entendían
y demasiadas veces veían como "pasividad de los mayores".
Sin embargo, uno de los méritos de esas personas, y de otras --generalmente
amatxos-- que por las presiones del sistema patriarcal no se movilizaron
tanto en la militancia en la calle, ha sido el de mantener viva la conciencia
abertzale y la memoria militar y de lucha de nuestro pueblo, enseñándosela
a los jóvenes de la década de 1950, por poner una fecha
significativa y que inicia el proceso ascendente de emancipación
independentista y socialista. Desde entonces a esta parte, ha sido decisiva
la participación de la juventud abertzale, revolucionaria, en el
proceso independentista y socialista. Ahora sólo vamos a sintetizar
esta decisiva participación en siete constantes típicas
que a su vez son seis lecciones que no deben olvidarse nunca, aunque su
nivel de aplicación concreta dependerá de los momentos,
de las coyunturas y de las necesidades tácticas de la lucha de
liberación y del proceso de construcción nacional.
La primera lección, que se remonta a bastante más allá
de finales de la década de 1950, es que la juventud vasca ha tenido
casi siempre consciencia de la extrema importancia de la buena, ágil
y permanente interrelación de todas las formas de resistencia a
la opresión nacional y de clase. No podemos hacer aquí siquiera
un repaso de cómo la juventud vasca se ha caracterizado, de un
lado, por rechazar la participación en las fuerzas represivas de
los Estados ocupantes, y, de otro lado, por aplicar su derecho inalienable
a defenderse de los ataques que sufría como juventud y como pueblo
trabajador. Es una verdad admitida a regañadientes por los historiadores
oficiales que la juventud vasca se ha caracterizado y se caracteriza por
una rotunda y radical negativa a hincar la rodilla. Esta constante histórica
también es confirmada y reafirmada por los estudios sociológicos
i más recientes realizados por investigadores llamados "neutrales".
Pero no se pueden conocer plenamente las razones sociales e históricas
de semejante característica colectiva sin estudiar el importante
papel que juega la llamada "memoria militar" de un pueblo, es
decir, el conocimiento de los sacrificios que han asumido y pagado las
generaciones pasadas para mantener vivo ese pueblo.
Llegamos así a la segunda lección que debemos aprender:
la necesidad de que el pueblo y en especial la juventud valore en su enorme
importancia el mantenimiento de la memoria de lucha y de la conciencia
nacional. Si se rompe esa continuidad, las generaciones siguientes deberán
empezar de nuevo, con todos los costo innecesarios y errores evitables
que ello supone. ¿Cómo hacer esto? Por un lado, agilizando
las relaciones entre la juventud autoorganizada y las organizaciones adultas;
por otro, prestando especial atención a la re-construcción
de la historia vasca tal cual la vivió el pueblo trabajador, y
no tal cual la falsifica la historiografía española y francesa,
y la malinterpreta interesadamente el regionalismo. Ahora bien, la juventud
abertzale ha de prestar especial atención a la crítica implacable
de la historia oficial, la del poder, que siempre falsifica, desvirtúa
o niega el decisivo papel de la juventud. En la historia oficial, la juventud
está prácticamente ausente, como si no existiera, pero ha
sido ella la que en los momentos cruciales lo ha entregado todo por Euskal
Herria. Y una juventud ignorante de su historia, convencida de que siempre
ha sido pasiva y obediente, sumisa, sin historia propia, es una juventud
acomplejada, sin orgullo ni autoestima, y por tanto sin capacidad de autoorganización
propia.
Esto nos lleva a la tercera lección que consiste en la necesidad
obvia de la autoorganización juvenil. Toda la estructura del poder
burgués --estatalistas y/o regionalista, pero siempre adulto--
está diseñada e interviene para impedir la concienciación
y la autoorganización juveniles, y semejante obsesión se
agudiza en lo cualitativo cuando, además y sobre todo, hay que
desnacionalizar a una juventud luchadora. La organización juvenil,
en este nivel de la reflexión, ha de cuidar con especial mimo,
además de lo antes visto sobre la re-construcción de la
propia historia, también la doble tarea de, una, demostrar la esencial
unión del futuro de la juventud con el futuro de la independencia
y el socialismo en base a los acuciantes problemas concretos que le afectan
y, otra, mantener siempre activo el flujo de entrada de los más
jóvenes para compensar la salida de los menos jóvenes. Ambas
tareas se conjugan en una tarea decisiva cual es la de construir en la
práctica algo parecido al "orgullo juvenil". Una de las
características del poder adulto, al margen de quien lo aplica
en cada caso, es que idiotiza y desorienta a la juventud con "alternativas"
falsas y tramposas como el botellón, el passotismo, las drogas,
el gamberrismo y el individualismo nihilista y fatuo, etc.; la convierte
en jóvenes envejecidos, pasivos y disciplinados, sin capacidad
crítica y menos aún constructiva. Pero el "orgullo
juvenil" debe basarse en las conquistas materiales de la juventud,
en la demostración práctica de lo que ha logrado hacer y
lo que ha conquistado, y esto exige, además de una imprescindible
y suficiente formación teórica sobre los problemas que le
afectan, también en una rentabilización y divulgación
pública de esos logros en primer lugar a los demás jóvenes,
pero también a sus entornos familiares y al pueblo en general,
y sobre todo a sus relaciones con el sindicalismo.
Precisamente la cuarta lección se deriva en directo de lo anterior
y concierne a las relaciones estrechas entre la juventud autoorganizada
y el sindicalismo independentista y socialista. Tengamos en cuenta que
la inmensa mayoría de la juventud es de origen obrero aunque no
sea asalariada. Para entender esto hay que explicar los rudimentos del
marxismo, cosa que haremos al final. Tengamos en cuenta que la juventud
obrera seguirá siendo obrera cuando deje de ser joven y aunque
obtenga un puesto de "trabajo", de explotación, con un
salario incluso algo más alto que la media social. Desde esta perspectiva
hay que analizar tanto la extrema dureza de los ataques capitalistas actuales,
que sin embargo resucitan tácticas del capitalismo del siglo XIX
con el retroceso histórico que ello implica, como la urgencia de
una práctica socialista radical, coherente y unida en lo decisivo
a la lucha del pueblo trabajador. Por decisivo ha de entenderse el hecho
estructural de la explotación asalariada de la juventud en cuanto
es juventud trabajadora. Lo secundario, aunque también muy importante,
es el hecho de la explotación asalariada particular en cuanto a
qué fracción de la clase obrera se pertenece, qué
trabajo asalariado se realiza, qué niveles de explotación
y disciplinas laborales se sufren, que derechos sindicales han sido negados
o restringidos, etc. Pero incluso esto segundo nivel exige a su vez una
correspondiente relación vital con el movimiento obrero abertzale.
Teniendo en cuenta esto, hay que considerar tres criterios imprescindibles
como, uno, la juventud autoorganizada debe organizarse dentro del sindicalismo
abertzale en su puesto de trabajo pero ha de mantener a su vez su propia
autoorganización juvenil en cuanto es esta la que garantiza la
independencia de pensamiento y práctica global joven; dos, un objetivo
básico de la autoorganización juvenil ha de ser el de formar
a sus militantes en un intransigente rechazo a toda burocracia y gerontocracia,
es decir, a la inercia objetiva a concentrar las decisiones en los despachos
ocupados por sindicalistas envejecidos y alejados de las fábricas,
y tres, un objetivo básico del sindicato ha de ser el de formar
con especial eficacia a su miembros jóvenes para que puedan primero
llevar ellos mismos sus propias luchas y después puedan asumir
cada vez más tareas internas en el sindicato, cubriendo los vacíos
que deben ir dejando los liberados cada período determinado congresualmente.
Pues bien, estos tres criterios básicos deben contrastarse siempre
con las luchas concretas, con sus resultados, con la participación
juvenil en ellas y con las posturas que han tomado los sindicalistas "viejos".
En este sentido, la quinta lección que la juventud ha de aprender
en cuanto sujeto revolucionario es que si bien debe y puede desarrollar
la visión específicamente juvenil de todos los problemas
que afectan a Euskal Herria, o al menos a los fundamentales y más
urgentes si es que no pueden atender a la totalidad de ellos, también
debe pedir y hasta exigir consejos, ayudas e informaciones del resto de
colectivos y grupos. En la práctica, ya se realiza esta visión
específicamente juvenil y existen muchos campos de intervención
que lo demuestran, desde los gaztetxes hasta las movilizaciones pasando
por otros temas. El problema surge cuando, por un lado, su complejidad
desborda a la capacidad juvenil, para lo cual ésta ha de pedir
ayuda; pero también, por otro lado, cuando ha de rentabilizar y
divulgar esa visión y sus logros, cuando una y otra vez los jóvenes
comprueban que la prensa los silencia sistemáticamente, los deslegitima
y criminaliza los decisivos y fundamentales. También en estos casos,
desgraciadamente muy frecuentes, la juventud debe contar con el apoyo
de otras organizaciones y colectivos. Quiere esto decir que existe una
seria distancia entre lo que se hace y lo que se conoce, y que esta distancia
oculta los logros y las conquistas de la lucha juvenil a los propios jóvenes,
a una parte más o menos grande, con las consecuencias negativas
que eso supone. Y más temprano que tarde, si la juventud autoorganizada
no expande el orgullo de ser joven y revolucionario, abertzale, el poder
adulto, el poder del sistema dominante, terminará aislando e incomunicando
a los jóvenes autoorganizados rompiendo la continuidad de la lucha
y asfixiando y ahogando el futuro de la lucha juvenil, que no es sino
el futuro mismo de todo el proceso independentista y socialista porque,
tarde o temprano, esos jóvenes deberán coger las riendas
de la lucha. Por tanto, es la totalidad de la izquierda abertzale la que
debe participar en la divulgación y rentabilización de las
conquistas juveniles.
Romper el cerco de silencio es una necesidad imperiosa, y una lección,
la sexta, que se deriva de las amargas derrotas de las organizaciones
juveniles en todo el planeta. La historia de la lucha juvenil europea,
por ejemplo, está llena de grupos juveniles que aparecen y crecen
en determinados períodos críticos, tomando conciencia de
la opresión que sufren; grupos que se coordinan con más
o menos efectividad y que incluso llegan a hacer aportaciones importantes
pero que, casi indefectiblemente, empiezan a declinar, comienzan a tener
grandes dificultades para asegurar la entrada de nuevos jóvenes
mientras aumenta el cansancio y el abandono de militantes y concluyen
disolviéndose en la nada. Muchas son las razones que explican estas
derrotas --inexistencia de un movimiento revolucionario global que integre
y respete a la lucha juvenil; fuerza asimiladora de la burguesía
y represora de los aparatos de Estado, y presiones masivas del poder adulto
y del sistema familiar y educativo; indiferencia y pasividad de la "izquierda"
oficial ante la juventud, y colaboración con el poder establecido;
errores recurrentes de la juventud, incapacidad para resistir a las ofensivas
de las drogas y del consumismo, desconexión total con el movimiento
obrero y sindical y con los movimientos populares y sociales, etc.-- pero
no debemos menospreciar la función de los llamados "medios
de comunicación" incidiendo permanentemente en todos los citados
y en otros muchos, y sobre todo criminalizando a la juventud más
activa. Pero también es una necesidad de las organizaciones adultas
porque se juegan su propio futuro ya que, por ley biológica, su
militancia envejecerá e irán siendo cada día menos,
hasta desaparecer.
La séptima lección aconseja aumentar el internacionalismo
de la juventud independentista. Desde su mismo nacimiento, la izquierda
abertzale ha prestado toda la atención que ha podido, dentro de
sus limitaciones, al internacionalismo en general y en abstracto; pero
en concreto y en lo particular su internacionalismo ha sido enorme si
por tal entendemos el hecho objetivo de que la mejor ayuda que un pueblo
oprimido puede dar a otro también oprimido es liberarse a sí
mismo cuanto antes, o al menos lograr conquistas prácticas que
faciliten e iluminen la lucha de los demás. En este sentido, el
verdadero, el internacionalismo abertzale es impresionante porque sus
logros y conquistas aparecen hoy como uno de los referentes obligados
a toda práctica y teoría no sólo revolucionaria sino
también simplemente democrática. Y la juventud abertzale
ha jugado, como es lógico, un papel destacado. Ahora bien, por
razones que no podemos exponer ahora, en la última década
del siglo XX el capitalismo está avanzando mucho en la mayor y
mejor centralidad operativa de sus diversas fuerzas represivas estatales,
disciplinándolas y, lo más reciente, unificando sus objetivos,
tácticas y estrategias dentro de un proceso de homogeneización
de sus códigos y leyes. Naturalmente, como siempre, la industria
político-mediática, la "prensa", cumple una tarea
fundamental en la uniformización represiva. Frente a tal reordenamiento
de los poderes represivos, las organizaciones juveniles han de aumentar
su internacionalismo solidario como una tarea constante y consustancial
a su propia praxis militante.
Las siete lecciones --relacionar formas de autodefensa, re-construir
la memoria propia y colectiva, autoorganización y orgullo juvenil,
alianza estratégica con el sindicalismo abertzale, elaborar su
teoría y práctica revolucionaria, romper el cerco de silencio
mediático, y, aumentar su internacionalismo-- no anulan otras que
no se pueden exponer, y menos aún han de ser vistas sin interrelación
mutua y sin integrar problemáticas decisivas como la lucha contra
el sistema patriarcal, criticar el orden familiar burgués, criticas
el orden educativo, etc. Resulta obvio que desde la concepción
del independentismo abertzale como una totalidad sistémica que
se enfrenta irreconciliablemente con la totalidad sistémica del
capitalismo y la opresión nacional que le es inherente, desde este
antagonismo, no puede existir ninguna opresión y explotación,
ninguna injusticia por parcial y ceñida que esté a un grupo
muy minoritario, que quede fuera de la práctica de la juventud
abertzale. Si quedase al margen alguna de ellas, esa juventud dejaría
de ser revolucionaria. Pero entonces surge una pregunta básica:
si debemos atender a todas las injusticias ¿cómo hacerlo
teniendo en cuenta que nuestros recursos son limitados? ¿Cómo
decidimos cuáles son las luchas decisivas y prioritarias, que requieren
las mayores energías, y qué recursos menores debemos dedicar
a las restantes? La respuesta a estas y otras preguntas sobre la misma
cuestión nos lleva al debate entre el marxismo y el resto de teorías
revolucionarias.
5. EL MARXISMO COMO TEORÍA ABERTZALE.
Si hay algo especialmente tergiversado y falsificado en el campo del
pensamiento humano y en el campo de la historia concreta en el último
siglo y medio, eso es el marxismo. De hecho, el marxismo, en cuanto teoría
que retoma crítica y creativamente lo mejor del pensamiento humano
anterior a él, fue atacado desde su mismo inicio con una ferocidad
que no sufrieron otras teorías socialistas, como el anarquismo
en cuanto síntesis mínima que se puede hacer de la enorme
cantidad de corrientes dispersas que de algún modo se incluyen
en el movimiento libertario, por ejemplo. Es como si la burguesía
hubiera sabido de la diferencia entre ambos y de la mayor peligrosidad
para ella del método marxista en comparación al anarquista.
Lo más significativo es que el anarquismo surgió antes que
el marxismo, y que en los primeros tiempos hubo entre ambos una estrecha
relación. También es muy significativo que no existan diferencias
cualitativas entre ellos en lo concerniente a los objetivos últimos
y a muchas cuestiones decisivas. Las diferencias, más que todo,
son de táctica, lo que en modo alguno niega o minimiza su importancia
pues estas diferencias tácticas han resultado desastrosas para
las clases y naciones oprimidas dado que en determinados momentos cruciales
para la emancipación humana, el anarquismo ha fallado estrepitosamente
cuando precisamente tenía en sus manos el poder revolucionario.
En este sentido, el decisivo por cuanto no es otro que el veredicto de
la práctica, los hechos confirman la superioridad del marxismo
aunque, a diario, la industria político-mediática capitalista
se esfuerza en sostener lo contrario. Sin embargo, el marxismo tiene en
contra cuatro grandes obstáculos para poder demostrar su superioridad:
Uno, la losa de plomo de la socialdemocracia y del stalinismo. La máquina
intelectual burguesa no ha parado nunca de decir que, por un lado, el
reformismo socialdemócrata iniciado incluso en vida de Marx y Engels,
"demuestra" la naturaleza anticientífica del marxismo,
pues fueron sus primeros y más fieles (sic) discípulos los
que antes que nadie se cercioraron de los errores del marxismo. Sin embargo,
a la altura del conocimiento histórico y teórico actual,
esta afirmación es absolutamente insostenible, de no ser que se
quiera legitimar el orden capitalista. Y por otro lado, esa misma maquinaria
intelectual, más la propia socialdemocracia, sostienen que el stalinismo
es el auténtico marxismo, y que el fracaso de la URSS es la certificación
de la "muerte del marxismo". No podemos responder ahora a estas
afirmaciones. Mientras, el anarquismo, bastante menos atacado por la prensa
especializada burguesa, puede ocultar su absoluto fracaso práctico
desde antes incluso de la formación del marxismo. La intelectualidad
burguesa y la reformista en modo alguno entrar a saco de la experiencia
histórica anarquista, sino que sólo atacan el comportamiento
de los grupos anarquistas cuando se producen oleadas de contestación
generalmente juvenil y estudiantil. Lo que busca la burguesía no
es entrar a un debate a fondo, sino en movilizar reaccionariamente a la
sociedad contra la juventud, nada más.
Dos, la relativa dificultad del aprendizaje del método marxista,
científicamente riguroso y exigente con la metodología del
pensamiento dialéctico, hace que muchos jóvenes militantes
desistan de aprender el manejo intelectual del marxismo. Además,
a esto hay que unir las consecuencias del punto anterior en lo relativo
a la perniciosa vulgarización superficial, mecanicista y dogmática
impuesta por el stalinismo. Pero lo peor no es el vaciamiento interno
del marxismo sino el hecho de que los partidos stalinistas impusieron
una absoluta separación entre la práctica y la teoría,
rompiendo y prohibiendo la crítica dialéctica, de modo que
las "escuelas de formación de cuadros" eran mecanismos
de imposición dogmática. Si a esto unimos el silenciamiento
y la represión de las aportaciones teóricas de centenares
de marxistas no stalinistas, no sólo de los anti-stalinistas, entonces
comprendemos que la mayoría de la juventud militante se tope con
grandes obstáculos para aprender a usar en su práctica la
teoría marxista. Mientras, el anarquismo tiene la "ventaja"
de una palabrería fácil, superficial y llena de tópicos
heredados del socialismo utópico de los dos primeros tercios del
siglo XIX. Resulta muy fácil, comparado con el marxismo, usar la
terminología anarquista porque, como veremos luego, proviene en
un simple endurecimiento por la izquierda de lo más radical, originario
y progresista del democraticismo y del socialismo utópico.
Tres, la disciplina consciente y el rigor práctico de la militancia
marxista tan arduas y ásperas para los anarquistas, nacen de los
análisis estratégicos de contexto y los tácticos
de coyuntura, e imponen criterios de prioridad a determinadas cuestiones
y de secundariedad a otras, con los problemas de explicación teórico-política
y de organización táctica que ello implica. El marxismo
no concibe ninguna lucha sin un análisis concreto de su realidad
concreta, y sin la práctica consecuente de las lecciones que se
han extraído del estudio. Tal exigencia, esencial en el método
dialéctico y materialista, conlleva el que la práctica posterior
se acerque lo más posible a la estrategia y la táctica sustentadas
en dicho estudio. La disciplina consciente es aquí decisiva, como
también lo es la explicación democrática, científica
y fácil de las razones y de los objetivos. Mientras, el anarquismo
permite una "libertad" de interpretaciones y conclusiones que
a su vez propician otra "libertad" similar en los campos y formas
de acción. Más aún, en el caso de la juventud, el
anarquismo tiene la "ventaja" de que, en apariencia pero sólo
en apariencia, va directamente al fondo del problema al moverse con conceptos
vagos y absolutos como "individuo", "libertad", "tiranía",
"opresión", etc. El marxismo también los emplea
pero dentro de una totalidad teórica que les dotan de contenidos
mucho más ricos, y por ello obliga al que los usa --desde el marxismo--
a una sofisticación teórica y rigor práctico muy
superiores. Cuando la juventud acude en masa a la lucha lo primero que
busca y necesita es la acción práctica, y está bien
que así sea. Aparece claramente entonces la "ventaja"
del anarquismo sobre el marxismo. Los dos insisten en la acción,
pero el primero no insiste tanto como el segundo en la teoría,
y éste, el marxismo, sin menospreciar nunca la acción, sí
insiste en saber guiarla teóricamente, en saber invertir mejor
las fuerzas, en saber cuáles son los eslabones débiles de
la cadena opresora, porqué golpearlos y no perder el tiempo en
los eslabones fuertes, cómo golpearlos y qué hacer después
de romper la cadena.
Y cuatro, la exigencia marxista de verificación práctica
y autocrítica de los resultados obtenidos en la lucha, exigencia
que viene de la esencia revolucionaria y científica del método
dialéctico, sólo puede realizarse eficazmente si existe
un medio organizado de debate y de práctica relacionada internamente
con la teoría; es decir, si la organización revolucionaria
está pensada para asegurar la metodología democrática
de investigación y debate. Toda organización exige una disciplina
de funcionamiento, y todo método riguroso de debate autocrítico
exige de una disciplina colectiva anterior, simultánea y posterior.
Del mismo modo que cualquier ciencia concreta, salvando las distancias,
tiene sus necesarios protocolos e impone por ello una metodología
disciplinadora del proceso científico, exactamente sucede lo mismo
en el marxismo, pero con el agravante de que aquí la relación
entre las condiciones objetivas y la conciencia subjetiva es mucho más
compleja. Además, nada de esto se entiende si se le aísla
de los tres puntos antes vistos pues se trata de una totalidad, de un
sistema. Pues bien, cuando la juventud sin apenas formación ni
experiencia se involucra en la lucha, no se detiene a pensar en lo aquí
dicho por que la gran mayoría de los jóvenes buscan en primer
lugar los resultados inmediatos, desanimándose si estos no llegan
o cansándose y hasta abandonando ante las presiones del poder adulto,
familiar, estudiantil, etc. Conocemos de sobra con qué facilidad
aparecen, engordan, se estancan, enflaquecen y se extinguen organizaciones
juveniles anarquistas y no marxista, e incluso "marxistas" dogmáticas.
La gran "ventaja" del anarquismo es está en gran medida
libre de esas autoexigencias permitiendo que cada cual aplique criterios
muy laxos e individualistas de autodisciplina y autocrítica.
Pese a estos iniciales obstáculos y desventajas del marxismo en
comparación al anarquismo, la balanza de la experiencia histórica
se ha inclinado a favor del marxismo. Las causas hay que buscarlas precisamente
en que dichos obstáculos iniciales son en realidad fuerzas tendenciales
de crecimiento a medio y largo plazo. Consideradas a grandes rasgos ocho
diferencias tácticas entre el marxismo y el anarquismo, podemos
ver cómo todas y cada una de ellas han terminado por reforzar la
teoría marxista.
La primera hace referencia a la primacía que el marxismo otorga
a la dialéctica de las contradicciones entre las fuerzas productivas
y las relaciones sociales de producción, como núcleo duro
de la concepción materialista de la historia. El anarquismo, que
inicialmente estaba de acuerdo en todo con esta concepción, sin
embargo se fue distanciando no de ella en cuanto tal, sino de su aplicación
práctica en los análisis estratégicos y en las síntesis
teórico-prácticas consiguientes. Muchas buenas obras anarquistas,
sin embargo, adolecen de una sustentación científico-crítica,
en el sentido marxista. Y esta debilidad es manifiesta en todo lo relacionado
con la crítica radical de la economía política burguesa,
de las leyes de movimiento de las contradicciones irreconciliables que
minan al capitalismo. Siglo y medio de lucha revolucionaria ha concluido
por cerrar definitivamente el debate.
La segunda hace referencia a la otra primacía irrenunciable del
marxismo, que es la que otorga a la dialéctica materialista en
cuanto método de pensamiento capaz de captar las leyes básicas
y generales del movimiento de la naturaleza, de la sociedad y del conocimiento
humano. El anarquismo prestó mucha menor atención a esta
otra prioridad del marxismo. De hecho, el conocimiento de la dialéctica
hegeliana y de la filosofía idealista alemana era muy precario
y superficial en los primeros y decisivos fundadores del anarquismo, y
esta preocupante limitación inicial se ha ido agravando con los
años pese a que todos los avances científicos posteriores
han confirmado y mejorado --síntesis dialéctica-- las primeras
bases de la dialéctica materialista, muchas de ellas enunciadas
con restringida base de sustentación empírica y epistemológica
pero con suficiente solidez hipotética.
La tercera hace referencia a la importancia que el marxismo otorga a
la organización política estable dedicada a expandir la
conciencia revolucionaria dentro del pueblo trabajador. Es cierto que
algunas corrientes anarquistas también se estructuran en forma
de organización con algunas inquietudes políticas, pero
el anarquismo no presta apenas atención a la política en
cuanto síntesis y quintaesencia de las relaciones antagónicas
entre la explotación y la liberación, que es como la entiende
el marxismo. Esta diferencia es muy importante porque se sustenta, a su
vez, en una teoría sobre la conciencia de clase que inicialmente
estaba apuntada sólo en sus puntos nodales pero que fue enriqueciéndose
y ampliándose con las experiencias posteriores, avance teórico
que no se aprecia en el anarquismo. Y la teoría básica de
la conciencia de clase, de las clases mismas, llevaba en su interior también
el embrión de una teoría de la psicología humana
en el capitalismo --la decisiva teoría de la alienación--
que ha demostrado su valía al engarzar con el mejor psicoanálisis,
con la antipsiquiatría y con la psiquiatría crítica.
Desde el marxismo, que no desde el stalinismo y la socialdemocracia, la
acción política revolucionaria es inseparable de la desalienación
y de la superación de la falsa conciencia, de la reificación
y cosificación. El anarquismo ha avanzado muy poco en este decisivo
tema pese a la insistencia que hace en la "libertad individual".
La cuarta hace referencia al paso siguiente en la lógica de lo
político como quintaesencia de las contradicciones sociales, a
saber, la teoría de la organización revolucionaria como
expresión material en el capitalismo de la democracia socialista
y de la dictadura del proletariado. En contra de la fácil y hueca
palabrería, el funcionamiento burocrático, vertical y dirigista
de una organización, eso que eufemísticamente de licúa
con la excusa del llamado "culto a la personalidad", esa degeneración
está tan presente en la mayoría de los anarquismos como
en el stalinismo, mientras que apenas aparece o lo hace con mucha menos
intensidad en las organizaciones y/o partidos revolucionarios marxistas.
La burocratización y el dirigismo vertical son tanto más
fáciles cuanto menor es el funcionamiento práctico de las
cuatro desventajas del marxismo con respecto al anarquismo arriba vistas,
que son efectivas garantías del funcionamiento interno adecuado
a las necesidades revolucionarias. O dicho a la inversa, cuanto más
se aplican las "ventajas" del anarquismo más fácil
es el dirigismo vertical y burocrático de un líder, y más
difícil es obtener el equilibrio entre la necesidad de la crítica
y la necesidad de la cohesión práctica.
La quinta hace referencia al problema de las relaciones con el pueblo
trabajador, con los diferentes sectores de la clase obrera y con el movimiento
obrero organizado en sindicatos sean reformistas y amarillos, sean revolucionarios
y sociopolíticos. El marxismo ha sido desde siempre tajante desde
su concepción política y sus profundo conocimiento de la
complejidad siempre cambiante de la fuerza de trabajo social y de las
relaciones entre la conciencia-en-sí y de la conciencia-para-sí
de la clase obrera. En este sentido, las críticas a los sindicatos
y a sus limitaciones son permanentes desde hace siglo y medio, pero a
la vez la insistencia en llevar una tenaz práctica concienciadora
político-económica que supere la tendencia al economicismo
reformista. Recuérdese que hablamos de marxismo y no de stalinismo
y menos aún de socialdemocracia. Por el contrario, el anarquismo
en su conjunto tampoco ha prestado tanta atención a esta problemática
decisiva, y a lo sumo ha desarrollado el sindicalismo-revolucionario destinado
a suplantar a la "politiquería" de los partidos, y avanzar
dentro de la sociedad capitalista algunas de las características
de la sociedad anarquista del futuro.
La sexta hace referencia a la importancia que el marxismo otorga a la
acción revolucionaria en el frente electoral e institucional, frente
secundario pero que refleja aproximadamente, entre otras cosas, la relación
de fuerzas existente en cada momento. Al ser un frente secundario, es
por ello mismo un frente no siempre obligado ni necesario ciegamente,
dependiendo de la coyuntura y del contexto en el que se realice. Y este
frente va unido al problema permanente de la relación entre las
reformas y las conquistas parciales, entre los objetivos tácticos
y los fines estratégicos, entre los avances parciales y la imposibilidad
última de mejorar cualitativamente la situación del pueblo
trabajador en el capitalismo. Una de las bazas del reformismo ha sido
la del desprecio por parte de las izquierdas revolucionarias de estas
problemáticas y de las posibilidades relativas que ofrece. Pero,
de entre las izquierdas, el anarquismo se ha caracterizado por su total
desprecio y hasta por su ridiculización. Por el contrario, las
izquierdas que sí se han preocupado por intervenir también
ahí lo han hecho, en la mayoría de los casos, insistiendo
correctamente en que lo decisivo de cualquier práctica electoral
e institucional radica en la dinámica de calle, de fábrica,
etc., en la creación de un poder popular de base que controle desde
la práctica la intervención institucional y electoral. Sin
embargo, el anarquismo se desentiende de esta problemática.
La séptima y última diferencia es la que concierne a la
teoría del Estado. Ambos afirman muy correctamente que hay que
avanzar hacia la extinción histórica del Estado pero la
diferencia surge en el cómo y en el cuándo. El marxismo
sostiene que a la vez que se destruye rápida y definitivamente
el Estado burgués, garante de la dictadura del capital, hay que
mantener sin embargo un Estado obrero en proceso de autoextinción
desde el primer día de su existencia, y que el Estado obrero en
autoextinción es necesario para garantizar la democracia socialista
y asegurar el desarrollo revolucionario. El anarquismo sostiene que hay
que destruir el Estado burgués pero que no hay que crear a la vez
ningún otro obrero en autoextinción porque, de ser así,
se regenerarían de inmediato los peores vicios autoritarios del
ser humano. En la apariencia de las frases pomposas y carentes de contrastación
histórica, la tesis anarquista es más atrayente y fácil
de imaginar que la marxista que exige, como en todo, una explicación
teórica. Sin embargo, este debate que tenía importancia
en la segunda mitad del siglo XIX, fue perdiendo valor en la medida en
que todo el siglo XX ha demostrado que las clases, naciones y mujeres
oprimidas necesitan objetiva y subjetivamente de un aparato estatal en
autoextinción cualitativamente diferente al capitalista. Nada de
la experiencia y de los logros revolucionarios --que los ha habido y muchos--
realizados en este período por las masas explotadas se comprende
sin el apoyo de un poder popular revolucionario que ha tomado, entre otras,
la forma de Estado obrero.
Como se comprueba no hemos calificado como "diferencia táctica"
lo que muchos anarquistas achacan al marxismo de haber abandonado la cotidianeidad,
la relación entre la vida privada y la pública, la emancipación
del cuerpo y de la sexualidad, la lucha por otra sanidad, pedagogía,
etc. No es cierta esta acusación. El marxismo ha prestado tanta
o más atención a estos problemas como el anarquismo. Más
aún, lo ha hecho con contundente superioridad teórica y
científica provenientes de la superioridad de su método
teórico. Una vez más, se confunde interesada y tramposamente
la dogmática autoritaria del stalinismo con el marxismo, e incluso
el stalinismo no se atrevió a liquidar del todo las conquistas
prácticas impresionantes logradas en estas reivindicaciones por
y en los procesos revolucionarios. Otro tanto hay que decir de las relaciones
del marxismo con los feminismos, con el ecologismo, etc. Aquí,
como en otras cosas, es llamativa la coincidencia de las críticas
anarquistas al marxismo con las tergiversaciones de la historia real que
hace la historiografía burguesa.
En la práctica, las siete diferencias tácticas se han plasmado
en un hecho innegable: los procesos revolucionarios habidos hasta el presente,
y todo indica que seguirá siendo así, se han caracterizado
por ir esencialmente unidos a su ubicación, contenido y continente
nacional. Es decir, como ya se indicó en los primeros textos marxistas
de antes de la mitad del siglo XIX, los procesos revolucionarios se moverían
en la dialéctica de lo nacional e internacional, como ha sido,
está siendo y será. Pero el anarquismo, a excepción
de genéricas afirmaciones sin concreción material, ha despreciado
olímpicamente la llamada "cuestión nacional",
tema que sin embargo está en el núcleo duro del materialismo
histórico y de la dialéctica del desarrollo desigual y combinado,
componentes esenciales del marxismo. Más aún, la experiencia
histórica muestra, primero, que los procesos revolucionarios que
han triunfado han sido aquellos en los que la opresión nacional
era una contradicción antagónica asumida conscientemente
por las organizaciones revolucionarias; segundo, que los procesos revolucionarios
que han menospreciado estos problemas o que han pospuesto su resolución
para un futuro indefinido, han terminado por estancarse y fracasar; tercero,
que las izquierdas que han dejado en manos de las derechas los profundos
y complejos sentimientos nacionales, populares, culturales, simbólicos,
etc., en realidad han dejado en manos de la clase dominante un polifacético
y polivalente campo de manipulación y control social; y, cuarto,
que en las crisis prerrevolucionarias el capitalismo, monopolizador de
los contradictorios sentimientos nacionales despreciados por las izquierdas,
los ha manipulado, ha aplastado sus contenidos democráticos y progresistas
desarrollando y oficializando sus contenidos reaccionarios, racistas y
machistas para, con la fuerza irracional así activada, proceder
a aniquilar mediante el terror y con el apoyo de las masas alienadas a
las organizaciones revolucionarias.
La experiencia abertzale no niega nada de esto sino que lo confirma,
y no vamos a extendernos en la responsabilidad reaccionaria del stalinismo
español en todas sus variantes y sobre todo del eurocomunismo,
en la década de 1970 y posterior. Pero tampoco tenemos que olvidar
el comportamiento del anarquismo con su indiferencia suicida ante la opresión
nacional, lo abstracto de sus tesis y, en la práctica, lo beneficioso
que ha sido para el Estado nacionalmente opresor tal indiferencia. En
este sentido, la experiencia abertzale confirma también que el
marxismo es la teoría que más ayuda a la independencia nacional
del pueblo trabajador, como lo ha sido, con todos sus problemas, en el
resto de luchas de liberación nacional y social. El anarquismo,
si quiere aportar ideas cualitativamente innovadoras y decisivas para
la emancipación vasca, debe introducir en su cuerpo teórico
ideas que surgieron después de su formación, ideas a las
que se ha enfrentado desde entonces. No es una tarea fácil sino
prácticamente imposible porque para lograrlo el anarquismo debería
reestructurar de arriba abajo y también en su interior el modelo
entero de su ideario. Podríamos usar el símil del edificio
viejo que debe albergar además de nuevos sistemas de electricidad,
agua, ascensores, muebles, sistemas aislantes y seguros contra terremotos
e incendios, etc., también y sobre todo a mucha más gente
sin tocar los cimientos, las paredes y las habitaciones. Imposible.
Sin embargo, el marxismo sí puede integrar y asumir el grueso
de las aportaciones anarquistas, que también las hay, porque su
estructura conceptual lo permite y lo exige. El ejemplo más valido
es precisamente el de la independencia de Euskal Herria. El pueblo trabajador
vasco necesita asumir todos los logros y avances progresistas provenientes
de las luchas y experiencias. Lo necesita por el mismo contenido dialéctico
del proceso revolucionario. De hecho, eso es lo que la izquierda abertzale
lleva haciendo en todos los campos en los que otras organizaciones no
abertzales han tenido la razón y han comenzado antes la lucha.
La izquierda abertzale ha sabido y podido integrar esas aportaciones porque
dispone de una verdadera ventaja estratégica consistente en haber
acertado antes que nadie la naturaleza del proceso independentista y socialista.
Es la dialéctica del todo y de las partes. El todo lo pensó
y lo desarrolla la izquierda abertzale, y algunas partes de las contradicciones
que nos afectan las han pensado y aportado izquierdas no abertzales. A
otra escala, sucede lo mismo entre el marxismo y el anarquismo.
EUSKAL HERRIA 2002/3/9
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