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La organización: su táctica y su disciplina
Mijail Bakunin

Es cierto que hay -en el pueblo- una gran fuerza elemental, una fuerza sin duda superior a la del gobierno y a las de las clases dirigentes tomadas en conjunto; pero una fuerza elemental no es, sin organización un poder real. Sobre esta innegable ventaja de la fuerza organizada respecto de la fuerza elemental del pueblo se basa el poder del Estado.

En consecuencia, el problema no estriba en saber si -el pueblo- puede sublevarse, sino si es capaz de construir una organización que le proporcione los medios de llegar a un fin victorioso. No a una victoria fortuita, sino a un triunfo prolongado, definitivo.

...Solo la revolución universal es lo bastante fuerte para trastornar y romper el poder organizado del Estado, sostenido con todos los recursos de las clases ricas. Pero la revolución universal es la revolución social, es la revolución simultánea del pueblo campesino y del pueblo urbano. Eso es lo que hay que organizar, porque sin una organización preparatoria los elementos más poderosos se vuelven impotentes y nulos.

En los momentos de grandes crisis políticas o económicas, cuando el instinto de las masas, al rojo, se abre a todas las inspiraciones felices, cuando los rebaños de hombres esclavos, doblegados, aplastados, pero nunca resignados, se rebelan por fin contra su yugo, aunque se sientan desorientados e impotentes por lo mismo que se hallan completamente desorganizados, diez, veinte o treinta hombres instruidos y bien organizados entre sí, que sepan a dónde van y qué quieren, pueden fácilmente arrastrar a cientos, a doscientos, a trescientos hombres o aún más. Recientemente lo vimos en la Comuna de París. La organización sería, apenas iniciada durante el asedio, no era perfecta ni fuerte, y sin embargo bastó para crear un formidable poder de resistencia.

...Para que la Internacional pueda realmente adquirir ese poder, para que la décima parte del proletariado -organizada por la Asociación- pueda arrastrar las otras nueve décimas partes, es necesario que cada miembro, en cada sección, esté mejor imbuido de los principios de la Internacional. Sólo bajo esta condición podrá llenar con eficacia, e tiempo de paz y de calma, la misión de propagandista y apóstol, así como en tiempos de lucha llenará la misión de jefe revolucionario.

...Para que todos los miembros de la Internacional puedan llenar de manera consciente su doble deber de propagandistas y jefes naturales de las masas en la Revolución, es necesario que cada de uno ellos esté imbuido, tanto como sea posible de esa ciencia, de esa filosofía, y de esa política.

...Nunca se debe renunciar al programa revolucionario claramente establecido, ni por lo que atañe a su forma, ni por lo que atañe a su sustancia.

Las reticencias, las verdades a medias, los pensamientos castrados y las complacientes atenuaciones y concesiones de una diplomacia cobarde no son los elementos con que se forman las grandes cosas; éstas sólo se forman con corazones enhiestos, con espíritu justo y firme, con una finalidad claramente determinada y con una gran valentía.

...Sabemos ... que en política no hay práctica honesta y útil posible sin una teoría y una finalidad claramente determinadas.

No cabe duda de que el número de nuestros adherentes será mayor si evitamos precisar nuestro real carácter.(...) Pero ya dice el proverbio que quien mucho abarca poco aprieta: compraríamos todas esas preciosas adhesiones al precio de nuestra completa aniquilación. Y entre tantos equívocos y frases que hoy envenenan la opinión pública de Europa, sólo seríamos una mala broma más.

...Mal que bien, hemos logrado formar un pequeño partido; pequeño con relación al número de hombres que han adherido a él con conocimiento de causa, pero inmenso con respecto a sus adherentes instintivos, a esas masas populares cuyas necesidades representa mejor que cualquier otro partido. Ahora debemos navegar todos juntos en el océano revolucionario, y de aquí en adelante debemos propagar nuestros principios, ya no con palabras, sino con hechos, porque tal es la más popular, poderosa e irresistible de las propagandas.

¿Que deben hacer, luego, las autoridades revolucionarias ( y procuremos que éstas sean las menos posibles)? ¿Qué deben hacer para extender y organizar la revolución? No deben hacer la revolución por decreto: no deben imponerla a las masas. Deben provocarla en las masas. No deben imponer éstas una organización, sea la que fuere, sino que, promoviendo su organización autónoma desde abajo hasta arriba, deben trabajar bajo cuerda, con ayuda de la influencia individual sobre los individuos más inteligentes e influyentes de cada localidad, a fin de que esa organización se adecue en la mayor medida posible ha nuestros principios. En esto finca todo el secreto de nuestro triunfo.

No se piense que estoy abogando en pro de la anarquía absoluta en los movimientos populares. Una a como esa no sería nada más que un completa ausencia d pensamiento, de finalidad y de conducta común, y necesariamente habría de desembocar en una común impotencia. Todo lo que existe y todo lo que es viable se produce dentro de cierto orden, que le es inherente y que pone de manifiesto lo que hay en él.

...Los revolucionarios políticos, los partidarios de la dictadura ostensible, recomiendan, una vez que la revolución ha obtenido su primera victoria, el apaciguamiento de las pasiones, el orden, la confianza y la sumisión a los nuevos poderes establecidos. De esta manera reconstituyen el Estado. Nosotros, por el contrario, debemos fomentar, despertar y desencadenar todas las pasiones; debemos producir la anarquía y, como pilotos invisibles en medio de la tempestad popular, debemos dirigirla, no por un poder ostensible, sino por la dictadura colectiva de todos los aliados (miembros de la Alianza Revolucionaria). Dictadura sin cetro, sin título, sin derecho oficial, y tanto más poderosa cuanto que no tendrá ninguna de las apariencias del poder. Esa es la única dictadura que yo admito. Pero para que pueda actuar es necesario que exista, y par ello es necesario prepararla y organizarla por anticipado, pues no se hará sola, ni por discusiones, ni por exposiciones y debates de principios, ni por asambleas populares.

Por muy enemigo que sea de lo que en Francia se llama disciplina, reconozco, no obstante, que cierta disciplina, no automática, sino voluntaria y reflexiva y que esté en perfecto acuerdo con la libertad de los individuos, es y será siempre necesaria cada vez que muchos individuos, libremente unidos, emprendan un trabajo o una acción colectiva, no importa cuál. En tal caso, la disciplina no es nada más que la concordancia voluntaria y reflexiva de todos los esfuerzos individuales hacia un fin común. En el momento de la acción, en medio de la lucha, los papeles se dividen naturalmente, según las aptitudes de cada cual, apreciadas y juzgadas por toda la colectividad: unos dirigen y mandan, y otros ejecutan las órdenes. Pero ninguna función se petrifica, se fija ni permanece irrevocablemente adherida a persona alguna. El orden y la promoción jerárquicos no existen, de manera que el comandante de ayer puede ser el subalterno de hoy.

En ese sistema ya no hay, en rigor, poder. El poder se funde en la colectividad y se convierte en la sincera expresión de la libertad de cada uno, en la realización fiel y seria de la voluntad de todos. Todos obedecen sólo porque el jefe de ese día no ordena sino lo que todos quieren.

Tal es la disciplina verdaderamente humana, la disciplina necesaria para la organización de la libertad.

La unidad viva, verdaderamente poderosa, es la que queremos todos, es la que la libertad crea en las entrañas mismas de las diversas y libres manifestaciones de la vida, expresándose por la lucha, es el equilibrio y la armonización de todas las fuerzas vivas. Comprendo que un general de división de un ejército adore el silencio de muerte que la disciplina impone a la muchedumbre. Vuestro general, nuestro general, el general del pueblo, no tiene necesidad de ese silencio de esclavos; habituado a vivir y a comandar en medio de las tormentas, jamás es mayor su talla que en la tempestad. La tempestad, esto es, el desencadenamiento de la vida popular, lo único capaz de arrasar todo ese mundo de iniquidades establecidas.

(tomado del periódico EN LA CALLE)

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