La forja de un rebelde: Arturo Barea
La República de trabajadores de toda clase y de los poetas
Cuando el siete de noviembre de 1936 el gobierno de la República se traslada a Valencia, Arturo Barea permanece en Madrid dispuesto a defender la ciudad sitiada por el ejército fascista pese a que las previsiones más optimistas le concedían a lo sumo unos pocos días para su caída. Pero Madrid resistió las bombas aquella fría noche de noviembre y continuó resistiendo durante muchos meses más porque la ira de miles de trabajadores analfabetos y hambrientos curtidos en mil huelgas se tornaba en vendaval revolucionario dispuesto a tomar las riendas de la historia.
Muchos años antes de estos acontecimientos, Barea era un niño de las buhardillas que soñaba con ser ingeniero o escritor mientras crecía feliz entre los gatos de las estrechas y concurridas calles del Avapiés, las ratas gordas del retrete colectivo y las cucarachas veloces que crujen cuando se las pisa. Las lavanderas bajaban al río Manzanares cada mañana a la salida del sol para lavar la mugre de los señoritos y retornaban ya de noche con las manos desolladas, ateridas en invierno y abrasadas en verano. Cocinaban la misma cena de patatas cocidas y un poquito de café humeante hecho de posos, para dormir enseguida el sueño grave de los pobres. Los hijos de las lavanderas no podían ser ingenieros.
Sin embargo el autodidacta Arturo Barea sí llegó a ser escritor y su obra narra los capítulos más severos de nuestra historia reciente en un franco estilo directo y ágil, realista y sincero, salpicado de porciones precisas de jovialidad e ironía. Inteligente, agudo, implacable, brutal, sagaz y extrañamente sensual "La forja de un rebelde" es un relato autobiográfico interesadamente silenciado porque su contenido histórico escapa de la visión lacaya surgida del pacto de silencio adoptado tras la muerte del general por las principales fuerzas políticas, sociales y mediáticas acerca de la segunda república y la guerra civil. Si dijese "érase una vez un bonito país lleno de valientes españoles que lucharon en una guerra fratricida." o "érase una vez unos republicanos buenos que luchaban por la libertad y la democracia, eso que ya tenemos ahora gracias a la intervención de un rey salvador", en este caso Arturo Barea sería un escritor de reconocidísimo prestigio, dada la calidad literaria de su obra, y sufriríamos campañas publicitarias de lanzamiento de la enésima edición.
Pero Arturo Barea murió en el exilio mucho antes del invento de la transición ejemplar cuya fórmula mágica se exporta a otras dictaduras y no está sujeto al pacto de silencio, no se acomoda a las necesidades de la nueva burguesía (hija de la anterior y nieta de la de siempre), y en lugar de contar un cuento maricuento encubridor de la historia, dice que su vida corre paralela a la de la revolución española, forjándose ambas en la pobreza y en la rabia, en la humillación infligida por los señoritos y los patrones perpetuamente ávidos de obtener más beneficio, en las jornadas de doce horas y salario de hambre, en las tristes lavanderas de vida corta que traen al mundo hijos soñadores que ansían ser ingenieros para que sus madres dejen de bajar al río, y en los hipócritas curas apegados a los ricos e indolentes con los pobres.
Memorables pasajes de la vida cotidiana contemplados con los ojos sinceros de la infancia neutral que aún no sabe condenar pero otea cada detalle escondido y lo nombra, se suceden rítmicamente: una romería, las fiestas de un pueblo del páramo castellano, el colegio de curas (orden y silencio), los cafés de las tertulias con sus cigarreras en la entrada, criar gusanos de seda, los oficios antiguos sepultados por la industria, los coches de caballos, la Cava Baja, el Viaducto y El Rastro, las casas de labor en el campo, una herrería, los mendigos con sus reyertas y su falta de compasión (no se lo pueden permitir), los juegos infantiles, el vociferante niño vendedor de periódicos, ya eres un hombrecito, descubrir la innombrable sexualidad, hacerse mayor, las beatonas aburridas, el amor y el deseo y la pobreza, siempre la pobreza y la desigualdad social envolviéndolo todo y sembrando la rabia.
En 1911 la precariedad laboral es máxima; en los bancos y oficinas trabajan y compiten chavales durante un año de meritorios (sin sueldo) sabedores de que únicamente tres de los sesenta que inician la carrera obtendrán la plaza, se sustituye a los empleados antiguos por chicos y mujeres con salarios más bajos, filas de muchachos rivalizando por un trabajo ofrecen un sueldo menor que el anterior aspirante para conseguir la colocación, despidos arbitrarios, llamadas de atención denigrantes. Pero lentamente van llegando a este universo de empleados y chupatintas de camisa descolorida, traje gastado y hambre, los ecos de la lucha de los tipógrafos, albañiles y panaderos, las huelgas obreras que consiguen mejorar las condiciones laborales, las cajas de resistencia, la solidaridad entre los trabajadores, los mítines, la UGT, los anarquistas, las manifestaciones en la Puerta del Sol. La clase obrera aprende a defenderse, se hace mayor y sufre, como nuestro protagonista, y lucha, tal vez a muerte. Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta.
Cuando una monarquía corrupta soporta un ascenso imparable en la lucha de clases y mantiene además una interminable guerra colonial que reporta grandes beneficios a la Corona y a las clases altas, dejando para las familias pobres únicamente la enfermedad y la muerte de sus hijos, se acerca a un punto de no retorno en que la revolución puede hacer su intento. En el ejército español del Marruecos ocupado se extiende como una infección intratable el robo generalizado al estado por parte de oficiales y generales, las mafias de compraventa de todo tipo de productos y los negocios corruptos. El saqueo se traduce en enfermedad y piojos para los desnutridos soldados de reemplazo que se alimentan de sardinas podridas y alubias con gusanos. Algunos se reenganchan para huir del paro o de la miseria de sus pueblos y de las palizas de la Guardia civil por robar bellotas en las fincas de los señoritos.
Tres años de mili obligatoria en la guerra de Marruecos contribuyen enormemente a la formación de un rebelde (futuro revolucionario), tras el aprendizaje de los primeros conocimientos en la vida civil de la explotación y la lucha obrera, especialmente cuando algunos hijos de la patria (la de ellos) compran con dinero e influencia la exención de la milicia. Millán Astray da ¡vivas! a la muerte y los burdeles de Tetuán se llenan de soldados con permiso. Romanones, el mayor cacique de España, es socio del rey en los negocios turbios de Marruecos. El contrapunto es Chauen la medieval con sus tres culturas, Chauen la misteriosa con sus judíos, sus moros y sus cristianos, apacible y quieta en su desfiladero-fortaleza mientras Abd el Krim gana territorio y levanta su república independiente.
Las normas del Tercio, el ala más fascista del ejército colonial, castigan con la muerte de un tiro perdido por la espalda al oficial que vulnera ciertas leyes no escritas, pero el pavor que infunde un joven general, solitario, inteligente, frío y valiente hasta la demencia es tan grande, que asesinos convictos quedan lívidos ante una simple mirada del terrible militar, futuro caudillo de España. Todo el mundo le odia pero nadie se atreve a aplicar la justicia cuartelaria. Así nace el mito de Franco.
En Italia Mussolini acaba de asaltar el poder y el ejército español toma nota. La amenaza real de la revolución acecha. Rusia es un ejemplo y una advertencia. La República empieza a ser soñada. Empresas alemanas se extienden por España y las simpatías de banqueros y capitalistas hacia la ideología nazi y su gobierno asesino de rojos crecen a la par.
Cuando la narración por fin alcanza las empinadas costas rocosas del Frente Popular midiéndose con una burguesía temerosa de perder el poder y dispuesta a hacer concesiones a las clases populares, mientras el Ejército fascista se erige en salvador de esa burguesía timorata en peligro, y la Iglesia Católica y los Jesuitas llaman a la insurrección, el relato se precipita por un torrente de aguas veloces, el caudal se agita y el corazón del lector o la lectora bombea apresuradamente. No puedes abandonar la lectura, deseas que se prolongue, que sea inagotable, empaparte de cada suceso, conocer la actitud de cada personaje real, histórico o anónimo, seguir la senda del capítulo más doloroso, audaz y maduro de nuestra historia revolucionaria.
El proceso revolucionario abierto el doce de abril de 1931, cuando la clase obrera en la calle desaloja del poder a la monarquía y se instaura una República interclasista, se encuentra en el momento decisivo en que la insurrección es inevitable: o el pueblo toma el poder o lo hará el Ejército al asalto. Conocemos el resultado histórico de este duelo, pero muchas veces olvidamos el desarrollo de los avances concretos, el día a día, los ensayos prácticos y la enorme capacidad de organización y resistencia de un pueblo decidido a dominar su futuro, que se convirtió en referente de los trabajadores del mundo.
Arturo Barea recorre magistralmente esos días aciagos y grandiosos con el realismo y la crudeza de quien los ha vivido en primera persona, sus luces y sus sombras, su esplendor y sus miserias. Rápidamente se organizan las milicias populares para la defensa de las ciudades y el pueblo pide armas para sostener a la República, los comités obreros ocupan las fábricas y las gestionan, las grandes casas abandonadas por sus ricos propietarios o expropiadas por los revolucionarios sirven para albergar a la muchedumbre hambrienta que huye de los barrios destruidos por las bombas y las milicias organizan la distribución de alimentos, los tribunales populares celebran juicios sumarios contra falangistas de la quinta columna que recorren veloces las calles disparando desde sus automóviles a los milicianos y a la gente, y contra los "pacos", francotiradores que descargan su arma desde las torres de las iglesias, en ocasiones sin las debidas garantías probatorias pero el tiempo y los medios escasean cuando caen las bombas sin cesar y el enemigo interno acecha a la vuelta de cualquier esquina. Los comunistas crean el mítico quinto regimiento, preludio del ejército popular. Y por fin llegan las Brigadas Internacionales cargadas de revolucionarios alemanes, ingleses, franceses, estadounidenses o rusos dispuestos a luchar por la República de los poetas y de los maestros, de los trabajadores de todas clases y de las mujeres, de la Institución Libre de Enseñanza, de los milicianos y las milicianas, de los comités obreros, de los jornaleros andaluces y extremeños, de la tierra para quien la trabaja, del poder popular y de la sociedad sin clases. La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando.
"La forja de un rebelde" no ambiciona ser un libro de historia, no pretende sentar cátedra sobre una etapa de la vida nacional, no ansía juzgar los aciertos y los errores de los revolucionarios republicanos, ni distribuir las culpas en su exacta medida. Es un relato literario acerca de la vida de un intelectual comprometido que habla de la Historia porque la vive, la sufre y la juzga; observa, analiza y obtiene conclusiones, toma partido, adopta una ideología y llora como todos en las horas tristes de la derrota. No fue al completo un socialista ni un comunista, tampoco era anarquista o trosquista ni se sometió a la disciplina de ninguna de las organizaciones obreras (aunque mantuvo el carné de la UGT desde su juventud de empleado de banca). Trabajó en cada momento a las órdenes de la que consideró más capacitada para dirigir la revolución y tal vez por ello ninguna le brinda el reconocimiento merecido por su vida y por su espléndida obra literaria. Pero tal vez también por ello pertenece a todos nosotros, nos dignifica a todos y nos muestra caminos. Aprendes, disfrutas, maldices y lloras. Y cuando has cerrado el libro y se disuelve el último malestar, tienes la certeza de poder contribuir un poquito mejor a la causa por la emancipación de la humanidad.
Fahrenheit 451