Para seguir contribuyendo a la búsqueda de la verdad sobre el 11-M, hemos empezado un repaso de los cabos sueltos que existen en la pista más probable, la de la autoría de servicios secretos vinculados a EEUU (tipo Gladio). Nuestro objetivo es dar explicaciones a unos aspectos que a primera vista pueden parecer incoherentes en esta hipótesis. Según esta hipótesis la meta del atentado era, después de la invasión de Irak, dar a los halcones del Pentágono una excusa para lanzar nuevas guerras contra otros regímenes enemigos como Siria, Irán, Libia (y esta vez con una ayuda masiva de los europeos). Para ello el Pentágono contaba con el presidente del gobierno español para acusar a Al-Qaeda de haber cometido el 11-M, y a uno de esos regímenes de haber sido cómplice. En los artículos precedentes explicamos por qué Aznar probablemente tenía el sentimiento de haber sido traicionado por sus socios norteamericanos, y por qué abandonó de repente la retórica del choque de civilizaciones para acusar a ETA.
En los tres textos que publicamos a partir de hoy, seguimos con el mismo método: explorar los acontecimientos internacionales de marzo del 2004. Uno de esos eventos nos va a servir de clave para entender otro aspecto que a primera vista no cuadra bien con la pista norteamericana en el 11-M. Esta aparente incongruencia son los atentados fallidos atribuidos a ETA en los meses anteriores al 11-M, que habrían provocado que Aznar se liara con la pista vasca el 11 de marzo, y que le PP perdiera las elecciones del día 14.
La autenticidad de esos atentados abortados siempre ha sido puesta en duda y, entre los que investigan seriamente el 11-M, son muchos los que los interpretan como unos señuelos destinados a engañar a Aznar, a despistarlo. Según ellos el objetivo hubiera sido que se lanzara tras una pista falsa, la pista vasca, cuando ocurriera el atentado en Madrid poco tiempo después (en cambio mi opinión es que su decisión de acusar a ETA tiene otros motivos, expuestos en los capítulos anteriores).
Muchos investigadores dan por sentado que esos señuelos apuntando a ETA fueron montados por los mismos autores que el 11-M, y sacan la conclusión de que una de las metas del 11-M era que el PP se liara con la pista vasca y perdiera las elecciones del 14 de marzo. Habría que reconocer que una derrota electoral del PP no cuadraría muy bien con los intereses de los norteamericanos, ya que el PSOE se había posicionado claramente en contra de su invasión de Irak.
Pero es probablemente errónea esa conclusión (o sea que la meta del 11-M habría sido que el PP perdiera el poder), ya que se basa en una premisa que no es necesariamente verdad: que quienes estuvieron detrás del atentado del 11 de marzo también estuvieron detrás de esa serie de atentados fallidos poco tiempo antes. Veremos que es posible que tengan autores completamente distintos.
El extraño caso del grupo AZF
Para ver cómo se pueden interpretar de otra manera esos atentados fallidos atribuidos a ETA, otra vez nos vamos a fijar primero en un evento ocurrido en el extranjero. Se trata de un misterioso caso de amenazas terroristas, poco conocido en España, aunque en Francia ocupó las portadas durante semanas enteras en el mes de marzo del 2004.
Para quien se interese en el 11-M llaman mucho la atención ciertas coincidencias, que desgraciadamente nunca se han indagado más allá en el país galo. En las primeras semanas de marzo del 2004, da la casualidad de que Francia estaba en alerta terrorista máxima. Y todos los franceses temían que ocurriera un ataque terrorista…¡en unos trenes! Pero al final nunca se produjo ningún ataque, y como sabemos, no fue en el país vecino sino en Madrid donde acabarían explotando unos trenes en esa época.
No deja de sorprender que las fechas y el modus operandi (atacar trenes) coincidieran tanto en ambos casos. En cambio los sospechosos no tenían nada que ver. El autor de esas amenazas en Francia era un misterioso grupúsculo totalmente desconocido hasta entonces, que se hacía llamar groupe AZF (comentaremos más adelante este nombre). Los mensajes que enviaba tenían un toque vagamente anti-sistema, pero lo que reclamaba era muy prosaico: se trataba de extorsionar varios millones de euros al Estado francés.
Este caso salió a la luz el día 3 de marzo del 2004 (como consta en la prensa española[1]), pero en realidad todo había comenzado en diciembre del 2003, cuando las autoridades francesas empezaron a recibir correos postales firmados por ese grupúsculo. Al principio las fuerzas de seguridad no se tomaban demasiado en serio esas cartas, que amenazaban con hacer explotar varios objetivos – como vías férreas – si no se pagaba un rescate de 5 millones de euros. Hasta que el día 21 de febrero el grupo AZF demostró que iba en serio, al transmitir las coordenadas de un artefacto colocado en unas vías de ferrocarril. Cuando los investigadores acudieron al sitio indicado, encontraron un artefacto explosivo montado de forma tan profesional que ya no quedó la menor duda de que Francia estaba frente a un gran peligro.
A partir de este momento esta historia da un giro bastante rocambolesco. En una nueva carta el grupúsculo exige que las autoridades policiales dialoguen con él mediante la publicación de anuncios clasificados en el diario Liberation. Los altos mandos policiales tendrán que dirigirse al misterioso grupúsculo llamándolo “mi lobo gordo”, y tendrán que firmar esos anuncios con el apodo Suzy (y a ningún policía se le escapa que las primeras y últimas letras corresponden a las del entonces ministro del interior, Sarkozy). Esos anuncios peculiares tienen que servir para que la policía publique un número de teléfono, al cual “lobo gordo” podrá llamar para dar instrucciones directas. A esas alturas el caso todavía no se ha hecho público, así que esos anuncios extravagantes pasan desapercibidos por el público y nadie se da cuenta de lo que hay detrás.
En el mismo correo postal el grupo AZF también había concretado cómo se tendría que entregar el dinero. Exigía que la policía lo transportara en un helicóptero, que tendría que esperar sus instrucciones telefónicas, ¡estacionado en lo alto de la torre Montparnasse! (la más famosa de París después de la tour Eiffel, donde no puede aterrizar ningún helicóptero). Pero esta demanda excéntrica es muy difícil de satisfacer por razones técnicas, así que cuando “lobo gordo” llama al número que la policía había publicado en el diario Liberation, ésta le convence de que el helicóptero tiene esperar en otro lugar más discreto.
Obviamente la policía monta un plan para detener a los miembros del grupo en el momento en que les entregue el dinero. Moviliza a 400 de los mejores agentes del país, que se despliegan en un círculo de 200 kilómetros de radio alrededor de la capital. Tienen instrucciones de acudir lo más rápido posible al sitio que el grupúsculo señale para que el helicóptero suelte las bolsas llenas de billetes. Además de cientos de coches rápidos, la policía también moviliza otros helicópteros y un avión militar de detección radar AWACS.
El día 1 de marzo a las 17:20 llega una llamada de “lobo gordo”, ordenando que el helicóptero se dirija hacia otro aeródromo, donde un mensaje esta escondido al pie de una manga de viento. Una vez allí el piloto encuentra el mensaje, que indica que tiene que volar varios kilómetros siguiendo una autopista, hasta que vea una lona azul grande. Tendrá que soltar las bolsas en esa lona y alejarse. Entonces vuelve a despegar y sigue esa dirección pero no logra localizar la lona, y como ya se esta haciendo de noche, tiene que abandonar la misión sin haber entregado el dinero. Al día siguiente se encontrará una lona a unos 20 kilómetros del aeródromo, pero es demasiado tarde, ese día “lobo gordo” no dará señales de vida.
Tal operación policíaca, con tantos efectivos, no podía pasar desapercibida por parte de la prensa. Y el día 3 de marzo toda la historia sale de repente a la luz, como titular en los diarios y en todos los telediarios. Entonces comienza una semana en la que este caso, espectacular y preocupante, es el tema favorito en los medios de comunicación y en las conversaciones en todo el país. Veremos más adelante que esa fecha del 3 de marzo, en que esta historia llega de repente a ser el principal foco de atención, puede ser el dato clave para entender este caso.
Pero por ahora sigamos con la cronología de los hechos. Ese mismo día 3 de marzo diez mil agentes de la empresa ferroviaria nacional (SNCF) se ponen a inspeccionar los 32 000 kilómetros de vías férreas del país, en búsqueda de bombas, pero no encuentran nada. Mientras tanto la policía esta esperando que el grupo AZF restablezca el contacto. Esto no ocurre hasta el día 11, cuando recibe una carta que ha sido mandada dos días antes. En esta carta el grupúsculo establece nuevas normas para comunicar y un nuevo aeródromo donde el helicóptero tiene que estar pendiente de sus instrucciones. En los días siguientes se realizan dos nuevas conversaciones a partir de cabinas telefónicas, que el negociador de la policía intenta alargar para obtener indicios, y dejar tiempo para localizar la llamada y mandar una patrulla al sitio a toda velocidad. Pero “lobo gordo” no cae en la trampa y siempre cuelga a tiempo, sin volver a dar la orden de que despegue el helicóptero con el rescate.
A partir del 11 de marzo la atención del público ha sido naturalmente desviada hacia la tragedia de Madrid y los medios de comunicación hablan un poco menos del grupo AZF. Pero el día 24 de marzo el caso vuelve de repente a salir como primera noticia en los telediarios. Ese día un agente de la SNCF notó algo raro: había un árbol anormalmente inclinado al lado de una línea. Al acudir al sitio los agentes descubrieron un paquete cerca de otro árbol. Contenía una bomba, muy parecida a la del 21 de febrero, muy bien confeccionada, pero que no podía explotar a causa de un cable desconectado. ¿Se trataba de una nueva amenaza del grupúsculo para presionar a las autoridades?
Pues en realidad no, ya que al día siguiente los altos mandos tienen una buena sorpresa. Reciben la última carta del grupo AZF, que declara que suspende todas sus operaciones por razones técnicas que no aclara. También asegura que ya no hay ninguna bomba en las vías férreas y se despide aunque no haya recibido el dinero. Lanza al final de la carta un sorprendente “¡Olvidémoslo todo!”, poniendo un punto final a ese caso extraordinario [2]. En el próximo capítulo intentaremos entender quien podía esconderse detrás del grupo AZF, y por qué ocurrió todo esto justo en la misma época que el 11-M.
Notas:
[1] https://elpais.com/internacional/2004/03/03/actualidad/1078268405_850215.html#
[2] En realidad cabe señalar que otro “punto final” se puso el año pasado, 20 años después de los hechos, cuando se juzgó a dos personas acusadas de pertenecer al grupo AZF. Reconocieron los hechos, pero tanto su perfil (nada profesional) como la pena leve que se pronunció (brazalete electrónico) nos hacen dudar de que sean los verdaderos culpables. Este punto final es tan inverosímil que tiene más bien forma de punto de interrogación.