Está claro que el Frente Amplio no se propone hacer una revolución en Uruguay. Entonces cabe la pregunta: ¿para qué quiere la centroizquierda acceder al gobierno cuando es consciente de que eso no implica tener el poder real ni la posibilidad de realizar profundos cambios estructurales?
A fines del siglo XIX y todo el siglo XX la premisa era la toma revolucionaria del poder para destruir el antiguo régimen, inspirados en el ejemplo de la revolución francesa. Luego construir el socialismo. En el siglo XXI parece que muchas centroizquierdas apenas se proponen administrar un país sin siquiera tener el poder real. Muy lejos han quedado los debates sobre “reforma o revolución” ya que pocos hablan de “revolución”, y tal vez se trata de explorar de qué hablamos cuando hablamos de “reformas”.
La primera parte del breve discurso de asunción de Yamandú Orsi rescata los 40 años ininterrumpidos de democracia y aclara que no llega al gobierno “con un espíritu refundacional”. Citando al prócer José Gervasio Artigas señaló que “las causas de nuestro pueblo no admiten la menor demora”. Estas palabras generales de Orsi podrían ser pronunciadas por un presidente de cualquiera de los dos partidos tradicionales (blancos y colorados) que gobernaron casi siempre desde la independencia. Es más, lo elogian por su moderación.
Allá a lo lejos, en los archivos del Frente Amplio, quedaron las expresiones como imperialismo, sumisión a la recetas del Fondo Monetario, evasión criminal de divisas, profunda crisis estructural o privilegios de una minoría apátrida y parasitaria, que figuraban en su Acta Constitutiva de 1971. Si bien no se anunciaba una “refundación”, sí se planteaban “grandes transformaciones”.
Para esa época, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) Tupamaros estaba fuera del FA y sus principales documentos eran aún más radicales. Una y otra vez aparecía la palabra “revolución”. Desde ya que mucha agua ha pasado bajo el puente a nivel global, regional y local. Hubo una dictadura, incorporación del MLN al Frente Amplio, 40 años de democracia y 15 seguidos de gobiernos de centroizquierda (2005-2020). Esto implica que el Frente ya gobernó, y no pocos años.
Tal vez el tramo más impactante del discurso fue cuando Orsi dijo que es “inadmisible que un país de renta alta como el nuestro tenga uno de cada cinco de sus niños y adolescentes viviendo bajo la línea de pobreza”.
No se le puede achacar toda la responsabilidad a Luis Lacalle Pou del Partido Blanco –que gobernó entre 2020 y 2025- aunque la situación se hubiera agravado, y mucho, durante su gestión. Implícitamente Orsi reconoce el fracaso de los sucesivos gobiernos del Frente Amplio (Tabaré Vazquez – Pepe Mujica – Tabaré Vázquez) ya que no lograron eliminar la pobreza infantil y adolescente. Vale decir que -en su discurso- Orsi tampoco presentó un plan para resolverlo. Esto remite a la pregunta inicial: ¿para qué se quiere gobernar?
En líneas generales pareciera que se vive mejor que en 1971. Aunque la democracia y las libertades y la represión sean peores. Sin embargo, Orsi dice, y con razón, que uno de cada 5 niños y adolescentes es pobre. Y no es un tema menor.
En octubre de 2019, días antes de las elecciones que ganaría Luis Lacalle Pou, el Movimiento de Participación Popular de Pepe Mujica realizó un balance de sus logros en cinco años de gobierno. Allí se resalta que se redujo la pobreza al 12 por ciento, y que 10 años antes era de 40 por ciento.
Además, que hubo una mayor distribución de las riquezas, un crecimiento económico sostenido, el nivel de desigualdad más bajo en la historia, la ley de matrimonio igualitario, la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo hasta la duodécima semana de gestación y la legalización de la compra, venta y cultivo de marihuana bajo regulación del Estado.
Son reformas importantes. ¿Se las puede definir como reformas estructurales? Sí y no. No cabe la menor duda que la ley de matrimonio igualitario es una reforma estructural que difícilmente un gobierno conservador pueda anular. Como lo han demostrado muchos países, es una reforma que se pudo concretar en el marco del capitalismo, aunque los países socialistas la tuvieran mucho antes.
En otras palabras, se hará lo que se pueda, o lo que permitan los históricos partidos y las clases dominantes a las que no se quiere enfrentar porque sobre esta base se consolidó la democracia uruguaya desde el fin de la dictadura. Es lo que dijo Orsi con otras palabras.
Ahora bien, la reivindicación de los cuarenta años ininterrumpidos de democracia que hace Orsi en su discurso conlleva una paradoja. En el siglo pasado la pasión revolucionaria no contemplaba mantener la democracia burguesa.
Frente al avance de las extremas derechas, la centroizquierda aparece ahora como la defensora de la democracia, ya no “burguesa”, sino democracia a secas. Ninguno de los componentes del amplio Frente Amplio propone en 2025 una revolución, ni siquiera enuncia reformas estructurales. Por el contrario, son las diversas fuerzas de extrema derecha las que proclaman la necesidad de reformas estructurales –regresivas- en base a un discurso disruptivo que atrae, frente al mantenimiento del orden vigente que defiende la centroizquierda.
El Frente Amplio en sus 15 años de gobierno demostró que puede mejorar muchas cosas, incluso con algunos cambios estructurales, aunque sabe que no se puede tocar el Poder Judicial o las Fuerzas Armadas, con todo lo que ello significa.
Por otra parte, y siguiendo con la importancia que le dio Yamandú Orsi al dato de la pobreza de niños y adolescentes, parece que con reformas no alcanza. Pero la centroizquierda ya no ofrece «una utopía hacia la que hay que caminar, aunque se aleje cada día», como le gustaba repetir a Eduardo Galeano la frase del cineasta Fernando Birri.
Es posible que en 2025 la vara sea muy baja y solo se trate de “administrar” mejor el Estado que las clases dominantes construyeron. El problema central es que, como la centroizquierda por lo general tampoco logra eso, suele dejar las puertas abiertas para que vuelvan los gobiernos de derecha.