El título de este texto parece una redundancia, un pleonasmo. Pero considerando lo vapuleado del término Socialista, es necesaria la precisión. Veamos
Pocas veces un vocablo ha sufrido tantas acotaciones, tantos límites, recortes y deformaciones. La palabra Socialismo es víctima, o mejor, escenario, de una importantísima lucha ideológica. Es comprensible, las clases dominantes le temen y contra él confabulan sus mejores artimañas, una de ellas es la deformación, la castración.
Así, hablan de socialismo pero atenuado, socialismo para dentro de siglos, socialismo "no te digo que no pero no te digo cuándo", socialismo pero respetando al capitalismo, socialismo sin historia, socialismo aéreo, socialismo acuático, socialismo americano, socialismo negro, socialismo chino, socialismo nuestro, socialismo de ellos.
Cualquier cosa puede ser socialismo, ya Chávez se quejaba de la proliferación del término… Capriles, en la campaña, se disfrazó de socialista, y Borges decía que ellos eran los verdaderos socialistas.
Teodoro, el inefable, era ministro del gobierno de Caldera y se preocupó tanto por seguir disfrazado de socialista que hasta escribió un libro justificativo. El MAS fue una de las mayores operaciones fraudulentas que conozca la política venezolana: aquello no era socialista, ni fue movimiento hacia ninguna parte, en un reciente arrebato de sinceridad quisieron quitarle el nombre de socialista.
¿Por qué el término Socialista es objeto de tanta deformación? La respuesta hay que buscarla en su propia esencia. El Socialismo es el sistema que supera al capitalismo, es decir, supera a todos los sistemas anteriores basados en el egoísmo y en la propiedad nosocial de los medios de producción. Este formidable salto de la organización social trae consigo grandes cantidades del lastre de lo viejo, que se enfrenta con inusitada violencia y astucia a lo nuevo, esta lucha comienza desde el primer asomo de la posibilidad socialista.
Los capitalistas saben que en esta batalla la principal arma es la ideológica, que un Socialismo con una ideología débil será fácilmente derrotable. Es así que enfilan contra la consolidación de la ideología socialista, comienzan a deformarla desde el propio nombre, la difuminan, la diluyen, la confunden.
De todo esto se desprende el cuidado con la teoría socialista: de ella, de su claridad, de su vigor, dependerá el triunfo. Esta teoría debe cuidarse desde el nombre, que no es algo inocente, al contrario, debe contenerla, resumirla toda. Cuando decimos Socialista estamos compendiando una teoría, una posición ideológica que viene desde lo profundo de la historia, tallándose, afinándose, aprendiendo. No es un 'slogan' publicitario que se le ocurrió a alguien para una campaña, está nutrido con la sangre de millones de luchadores, con las ideas de intelectuales revolucionarios, con el esfuerzo de millones de trabajadores. El término tiene hoy una extraordinaria precisión: ya se sabe qué es Socialismo y qué no es Socialismo.
Cuando a ese término lo acompañemos con otro vocablo debe ser para elevarlo, para adaptarlo al momento y al espacio, pero no puede ser para desvirtuarlo y transformarlo en un sepulcro blanqueado, en un sarcasmo donde cabe cualquier disparate.
Una de las grandes batallas del Socialismo es por la precisión ideológica, aunque sabemos que ésta no le gusta a los oportunistas, a los indecisos, a los que no quieren avanzar, que se esconden tras la imprecisión.
No está de más la precisión: nuestro Socialismo debe ser Socialista. Sólo así se podrá enriquecer con todo lo demás.