¿Ser de izquierda?
Recientemente se efectuó el segundo Seminario Nacional de Formación Política del Partido de los Comunistas, singular organización que apoya con congruencia política y especial compromiso ético al Congreso Nacional Indígena–Concejo Indígena de Gobierno y al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Entre otros temas, en la reunión se planteó la interrogante de lo que significa actualmente el término de izquierda, particularmente en el contexto de la acumulación militarizada y el terrorismo global de Estado, hegemonizado por EEUU, y una realidad nacional marcada por la continuidad de la violencia estructural y el desencanto creciente por transformaciones aparentes.
Valorando la vigencia de Marx, se propuso mantener la radicalidad con la que estudió, criticó y combatió al capitalismo, en las condiciones específicas de tiempo y lugar, identificando la raíz de los problemas que derivan de la explotación de clase y los sistemas de dominación, en sus particularidades de género y condición étnico-racial-nacional, esto es, colorear la matriz clasista en su complejidad y diversidad. En particular, se planteó incorporar la etnicidad en el análisis de las contradicciones interclasistas en países como el nuestro, en el contexto del colonialismo interno formulado hace décadas por Pablo González Casanova y Rodolfo Stavenhagen.
En la construcción de nuevas alternativas, se revalidó evitar que los pueblos originarios sean subsumidos en categorías que todavía hoy día los observan en el pasado de la gens, el comunismo primitivo, el buen salvaje de la modernidad o la revolución, convocados como objetos pasivos del Estado o aliados subalternos y testigos etnográficos del verdadero acontecer de la historia, asumiendo la condena del eurocentrismo que subyace en el concepto de pueblos sin historia, aquellos que no se ajustan a la lucha de clases moderna y civilizada.
Desde esta perspectiva crítica, se identifica el llamado obrerismo, posición economicista que tanto daño ha hecho a los procesos revolucionarios en el mundo y que ha sido una concepción difícil de abandonar por partidos y organizaciones políticas que se reclaman no sólo de izquierda, sino incluso comunistas. Ya en 1986, Leopoldo Mármora criticó este fenómeno que en el ámbito de la política se expresó en atribuir al proletariado misiones históricas que sobrepasan sus posibilidades reales. “Ni las ‘masas obreras’ ni el ‘partido del proletariado’ están en condiciones de ser –como tales– portadores de los intereses globales de la sociedad. El proletariado tiene y conservará siempre intereses de clase particulares y propios”. En consecuencia, Mármora sostenía que una lucha contra-hegemónica es una tarea nacional popular que desborda a la clase obrera y no puede ser depositada en un destino histórico exclusivo de una clase (El concepto socialista de nación. México: Cuadernos de Pasado y Presente, número 72).
Esta lucha, necesariamente, tendrá que ser el resultado de un movimiento democrático y socialmente heterogéneo de masas, en el que los pueblos originarios tienen un papel estratégico. Adolfo Sánchez Vázquez señalaba hace casi 20 años, que no podía sostenerse que la clase obrera fuera “el sujeto central y exclusivo de la historia, cuando la realidad muestra y exige un sujeto plural, cuya composición no puede –ni debe– ser inalterable o establecerse a priori”. (Discurso en la Universidad de La Habana, Causa, 2004).
En el seminario se caracterizó a la izquierda como una organización o partido que objetiva y subjetivamente coadyuva o construye poder popular, sin transformarse en estamento burocrático o vanguardia autodesignada. Ser de izquierda es crear comunidad a partir del sujeto autodesarrollado que propone la marxista ucrania Raya Dunayesvkaya, quien consideraba que la teoría sólo puede desarrollarse plenamente cuando se asienta en lo que las propias masas hacen o piensan, y destacaba que para Marx lo fundamental consistía en que el ser humano no era meramente objeto, sino sujeto; que no sólo estaba determinado por la historia, sino que también la creaba. Esta revolucionaria coincide con Lenin en concebir a las masas, al proletariado, al campesinado, e incluso a la nacionalidad o pueblo oprimido, como sujetos autodesarrollados. Recuérdese que Lenin sustentó la necesidad de un nuevo impulso teórico porque habían nacido nuevos sujetos a partir del derecho a la autodeterminación de pueblos y naciones.
Se reconoció la urgencia de mantener viva la idea de una trasformación sistémica de la sociedad, en contraposición a proyectos desarrollistas, luchas contra la corrupción, políticas clientelares y corporativas de redistribución del gasto público en sectores vulnerables, que se constituyen en la base electoral del partido en el gobierno, y cambios periféricos en los aparatos de Estado, que no tocan ni con el pétalo de una recomendación de derechos humanos, su continuismo capitalista y su esencia represiva.
La Jornada