Cuarentena: Un paréntesis sobre neoliberalismo y rebelión (IV)
Conforme he venido avanzando en la investigación, construyendo el mapa de las decisiones y omisiones del Gobierno, y en general identificando los principales hitos en materia económica desde 2013 hasta la fecha, algunas cosas van quedando claras.
En primer lugar, es notable la manera como la lógica de las dos minorías ha intentando imponerse también en el campo del relato sobre la economía. Del lado del oficialismo, el relato gira en torno a la guerra económica y, más recientemente, sobre todo a partir de 2017, a las llamadas “sanciones” o medidas coercitivas unilaterales estadounidenses. Por su parte, el antichavismo desconoce de plano la existencia de la guerra económica y tiende a explicarlo todo apelando a la incapacidad del Gobierno para manejar una crisis de la que además sería culpable, subrayando el fracaso de los intentos de controlar el mercado.
En cuanto a las “sanciones”, se atrinchera en la negación de su impacto en la sociedad venezolana, y en aquellos casos en que reconocen algún efecto perjudicial para la población, se apresuran a afirmar que la grave crisis económica precede a las “sanciones”, convalidando de hecho la idea de que éstas serían casi la consecuencia “natural” de la crisis, y que su objetivo, por demás legítimo, sería “presionar” para lograr el necesario “cambio de régimen”.
En el caso del chavismo, este relato tiene una eficacia parcial: mientras que a una parte de su base social le permite disponer de mínimos criterios de inteligibilidad sobre la situación económica, a una mayoría creciente le resulta insuficiente, por varias razones: porque percibe que se le escamotea una parte importante de la explicación, porque las promesas de una pronta mejoría de la situación no se corresponden con la realidad, porque percibe que el peso de la crisis no es repartido equitativamente, concentrándose en las clases populares, mientras que un pequeño grupo de privilegiados se libera de cargas, etc.
En cuanto al antichavismo, salvado de cualquier responsabilidad, apuesta al cambio de régimen como solución mágica de todos los problemas, como principio del fin de la crisis económica. El malestar se concentraría en lo que percibe como la evidente incapacidad de su clase política para cumplir su función de catalizador de la crisis: porque no es lo suficientemente frontal, en algunos casos porque asume posiciones “colaboracionistas” con el régimen, etc.
Como suele ocurrir en situaciones en las que predomina la lógica de las dos minorías, un tercer actor muy minoritario, a la izquierda del espectro político, intenta dar cuenta analíticamente de la crisis homologando a las dos fuerzas en pugna, a las que acusa por igual de neoliberales. En líneas muy generales, este tercer actor suscribe la premisa antichavista de que la guerra económica es un mito, pone el acento en la responsabilidad del propio Gobierno, al tiempo que condena las “sanciones” imperialistas. La solución es al mismo tiempo evidente y enigmática: evidente en el sentido de que este tercer actor sería el llamado a asumir las riendas del país; enigmática en tanto que las mediaciones políticas que harían esto posible brillan por su ausencia. La lógica de las dos minorías es realmente la de las tres minorías.
El problema con la política boba, o de la política subordinada a la lógica de las tres minorías, es que se produce una clausura en dos sentidos: programática y estratégica. Programática, porque la discusión deja de estar mediada por los programas que, en teoría, orientan la actuación de las fuerzas políticas: Plan de la Patria versus Plan País. Estratégica, porque pierden su centralidad los análisis conducentes a construir una correlación de fuerzas que nos permita reafirmar el horizonte programático de la revolución bolivariana.
En tal sentido, repolarizar la discusión sobre la economía pasa, en primer lugar, por reconocer esta clausura programática y estratégica. Y actuar en consecuencia.
En el caso del chavismo, hay que comenzar por asimilar que el relato oficialista sobre la economía está en crisis. Para comprender el alcance de esta crisis de relato, al chavismo le bastaría con dialogar francamente consigo mismo, escuchando con particular atención a la mayoría creciente previamente mencionada, y que podría denominarse chavismo desafiliado. Este diálogo, que no es una tarea que le corresponda exclusivamente a su liderazgo político, es precondición para identificar aciertos y errores, para medir la distancia entre el contenido del plan estratégico que le da sentido histórico, y sus acciones y omisiones.
El chavismo no puede seguir permitiéndose el lujo de una cesura respecto de la insuficiencia de pensamiento estratégico de la dirección política de la revolución bolivariana para lidiar con una situación económica hostil (2013), que se fue expresando progresivamente como caotización de las relaciones económicas y sociales (2014-2015), acentuada drásticamente por las medidas coercitivas unilaterales, en particular desde 2017.
No solo es necesario un balance sobre la actuación del Gobierno venezolano al momento de tomar decisiones para enfrentar la severa contracción de la renta como consecuencia de la caída en picada de los precios del petróleo, que inicia en el último trimestre de 2014, lo que coincide y explica parcialmente la caotización de las relaciones económicas y sociales. Además, es indispensable una evaluación de los resultados de las dos principales iniciativas en materia económica, una vez que se produce lo que podría denominarse un giro pragmático: la Agenda Económica Bolivariana (enero 2016) y el Programa de Recuperación, Crecimiento y Prosperidad Económica (agosto 2018). En general, habría que evaluar las implicaciones de las medidas tendientes a la “liberalización” de la economía, que caracterizarían este giro pragmático.
En otras palabras, para que sea eficaz políticamente, el relato económico del chavismo debe incluir las causas y consecuencias de la guerra económica y las medidas coercitivas unilaterales imperialistas, pero también de las decisiones y omisiones del Gobierno en materia económica.
Incluir esta última variable es prácticamente una cuestión de principios. Excluirla, pero sobre todo valorar como “inevitable” cualquier medida económica pragmática en razón de la guerra económica y las “sanciones”, son prácticas que seguirán siendo rechazadas por el grueso del chavismo, y por tanto deben ser urgentemente corregidas.
Además, evaluar las decisiones y omisiones del Gobierno venezolano en materia económica se hace aún más necesario en la medida en que las rebeliones populares en Ecuador, Chile y Haití, a las que se suman las movilizaciones en Honduras, Panamá, Colombia y Perú, más las ocurridas y por venir en Argentina y Brasil, implican una fuerte contestación popular al neoliberalismo, que comenzaba a instalarse en el sentido común del continente luego de las derrotas de los gobiernos “progresistas” en Paraguay (2012), Argentina (2015), Brasil (2016) y Chile (2018), y a partir del agravamiento de la crisis económica en Venezuela, circunstancia aprovechada por la derecha continental para ilustrar el fracaso del “socialismo”.
Una de mis hipótesis de trabajo es que la neoliberalización de facto de la sociedad venezolana, que tiene relación directa con la pérdida de capacidad estatal para controlar la economía, proceso que se inicia con la caotización de las relaciones económicas y sociales, en particular durante los años 2014 y 2015, tuvo un impacto muy profundo en la subjetividad de las clases populares.
El correlato en la subjetividad popular de este proceso de neoliberalización de facto de la economía es la emergencia de un fenómeno que, para decirlo con Verónica Gago, puede denominarse neoliberalismo desde abajo (https://lahaine.org/cM9P).
Dos precisiones conceptuales muy importantes: por una parte, hablar de neoliberalización de facto de la sociedad venezolana quiere decir que es un proceso que inicia a pesar de la voluntad del Gobierno bolivariano, al margen de la presencia de elementos neoliberales en su seno. Antes bien, este proceso sería la consecuencia de su derrota en el plano económico, en la medida en que pierde capacidad para controlar el mercado. Por otra parte, neoliberalismo desde abajo no significa que las clases populares se convierten súbitamente al neoliberalismo, adoptándolo pasivamente como patrón de sociabilidad. Significa que a las clases populares no les queda más alternativa que lidiar con la racionalidad predominante, reproduciéndola y adaptándose a ella, pero de manera ambivalente, beligerante, no acrítica.
Así, por ejemplo, si para la cultura política chavista, que se instaló como sentido común en las mayorías populares, es deseable un Estado fuerte, con capacidad de controlar al mercado, el hecho de que el Estado pierda capacidad de control no hace a las clases populares más propensas a valorar positivamente al mercado, simplemente las obliga a lidiar con éste en condiciones claramente desventajosas.
Es un error concluir que la emergencia de este neoliberalismo desde abajo equivale al triunfo definitivo del neoliberalismo. Hay un “vitalismo de la vida” (https://lahaine.org/cM9P) de las clases populares, para seguir con Gago, que excede la racionalidad neoliberal, y que eventualmente prepara las condiciones para rebeliones populares expresamente antineoliberales como las que hoy tienen lugar en varios puntos del continente.
Si este proceso de neoliberalización de facto de la sociedad venezolana ocurre a pesar de la voluntad del Gobierno venezolano, y si este neoliberalismo desde abajo es lo que ocurre cuando a las clases populares no les queda más alternativa que lidiar con las fuerzas victoriosas del “libre mercado”, el peor error que puede cometer el liderazgo político venezolano es asumir que no tiene más alternativa que ceder frente al neoliberalismo, y que por tanto lo que corresponde, inevitablemente, es privilegiar lo pragmático sobre lo programático.
Al contrario, la capacidad de maniobra política es todavía descomunalmente grande, dada la manifiesta incapacidad del antichavismo para capitalizar el malestar popular: mientras emergía este fenómeno de neoliberalismo desde abajo, el antichavismo organizó lo que podría calificarse como una verdadera rebelión neoliberal, en 2014, a la que siguió otra de idéntico signo en 2017, ambas de carácter profundamente clasista y racista, y por tanto marcadamente antipopular, no obstante lo multitudinario de algunas manifestaciones. Algo muy similar ocurre ahora mismo en Bolivia, a propósito del desconocimiento de la victoria electoral de Evo Morales.
Tanto el contenido expreso del Plan País, como los objetivos estratégicos inconfesables, son contrarios a los intereses de ese sujeto popular que es el protagonista de este fenómeno de neoliberalismo desde abajo, y uno de cuyos correlatos políticos es lo que he llamado chavismo desafiliado: uno al que le cuesta cada vez más identificarse con el Gobierno, incluso reconocerse en la identidad chavista, pero mucho más reconocerse en el antichavismo.
El relato económico antichavista abunda en diagnósticos sesgados y parciales: es un universo en el que es frecuente toparse con recuentos pormenorizados del “colapso” económico sin precedentes, que hacen muy poco esfuerzo para disimular un tono que casi podría calificarse como exultante, celebratorio. Pero a la hora de las recetas, terminan siempre en el agujero negro neoliberal.
Con frecuencia pareciera que la revolución bolivariana transita un callejón sin salida. El relato económico que ha construido durante los últimos años suele impedirle vislumbrar una vía de escape, con todo y que el chavismo ofrece o dispone de un proyecto de país radicalmente democrático, popular, antineoliberal y, más allá, con algunas orientaciones estratégicas generales de carácter anticapitalista. Su contenido está claramente expuesto en el Plan de la Patria de Hugo Chávez.
En contraste, por momentos pareciera que, dada la gravedad de la situación económica y la cortedad de miras estratégica del chavismo, el desenlace inevitable es que el antichavismo asalte el poder. Pero aun en el poder, y en términos programáticos, es el antichavismo el que se encuentra en un callejón sin salida, con todo y el enorme apoyo político y económico que recibiría de los poderes fácticos globales. Eventualmente en el poder, tendría que vérselas con una rebelión popular de carácter antineoliberal, que encontrará en el Plan de la Patria una de sus principales fuentes de inspiración.