Vuelven los ninís
En 2002, unos meses antes de la invasión de Iraq, escribí un breve artículo titulado "Sadam y la mortadela" que, cambiando algunos nombres propios y con algún leve retoque, podría haber escrito hoy mismo. Este era el texto:
Como todos los vegetarianos (y muchos que aún no lo son), considero el carnivorismo inmoral y reaccionario. Entre otras cosas, porque con el grano y la soja que consume el ganado estadounidense se podría alimentar a toda la humanidad (para producir un kilo de proteína animal se necesitan unos diez kilos de proteína vegetal).
Pero si una hipotética potencia fundamentalista bombardeara a los países productores de embutidos, no me manifestaría bajo el lema “Ni bombas ni mortadela”, pese a estar en contra de la mortadela.
También estoy en contra de Sadam (como de casi todos los gobernantes del mundo, dicho sea de paso), pero creo que para desfilar tras una pancarta en la que pone “Ni Bush ni Sadam” hay que ser un bobo o un político sin escrúpulos a la caza del voto de ese bobo.
Sadam no amenaza a nadie, y si es mal gobernante le corresponde al pueblo iraquí deshacerse de él, por las urnas o por otros medios, como nos corresponde a nosotros, los italianos y los españoles, deshacernos de Berlusconi y de Aznar respectivamente.
Bush, con su embargo genocida, mata a un niño iraquí cada seis minutos, y planea -tiene decidida ya- una invasión que provocaría cientos de miles de víctimas más. Equipararlo a Sadam es como comparar a Herodes con un bocadillo de mortadela.
Hasta aquí la soflama de 2002. Y a los nuevos ninís, los de “Ni OTAN ni Gaddafi”, hay que añadir ahora a los descerebrados que comparan a los "rebeldes" libios con los republicanos españoles en su desesperada demanda de ayuda internacional. Con una izquierda así, la derecha puede dormir tranquila.