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Prisión
x Javier Campos Vidal
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Está tirada en la esquina, acurrucada, en
posición fetal, como creyendo que al salir de acá fuera
como nacer otra vez. Pero falla, pues se dice que antes de nacer la placenta
es un lugar agradable, tranquilo, caliente, y no este infierno de golpes,
humedad, frío, golpes y calambres.
Orina sangre, vomita sangre, sangra sangre. Esa gigantesca contusión,
esa ceguera total en el ojo izquierdo fue una patada con el píe
derecho. No puede recordar el momento exacto ni el golpe justo. Fue nomás
que otra paliza, ni más ni menos, que ahora le ha dejado ciega
del ojo izquierdo.
Esas marcas rojas en los costados son cables pelados. Son calambres cuando
estaba atada en una silla atada de pies y manos. Calambres que hacían
arquear todo su tronco, levantarse casi de la silla, y tirarse por fin
a un lado buscando la suerte de golpearse la cabeza.
También sufrió cables pelados en los genitales, pero no
es por eso por lo que no se puede levantar. No se puede levantar por muchos
hombre, no demasiado gordos, no demasiado largos, pero simplemente demasiados.
Uno tras otro, le jadeaban al oído, la penetraban, trataban de
besarla... por esos tiempos era bastante guapa.
Se desmayaba con los cables pelados en los genitales. Pero ellos esperaban
a que despertara, claro, si no, no servía de nada. Sus gritos llegaban
hasta el fondo de la tierra, pero sin embargo no tenían tanta potencia
para salir a la calle, que estaba detrás de la pared.
Le llamaban, cree recordar, el pocito. Pero no está segura, el
nombre es lo de menos. Lo de más puede ser, tal vez, el agua, helada,
aun con trozos de hielo. Atada, la metían en la bañera,
la obligaban a no sacar la cabeza, a no respirar. Y ni manta le dieron
luego.
También los cigarros apagados en su cuerpo, las llagas en las
axilas, los genitales, la boca. Las llagas infectándose, llenándose
de pus. Las llagas, doliendo de dentro afuera, quemándole.
Por eso ahora está enferma. Delira de fiebre y cree ver, por su
único ojo, al resto de la Humanidad que la mira. La mira mientras
come, millones de familias. Y comentan las torturas, eligen a sus verdugos
predilectos.
No diremos acá si tras las torturas habló, ya ni importa.
Ahora que agoniza, no diremos si muere de dolor, de enfermedad o de vergüenza,
diremos nomás que muere.
Y que tras las paredes de la prisión se anunciaba que el mundo
libre crecía.
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