Como murió Aramburu según Mario Firmenich y Norma Arrostito
Relato de la muerte de Aramburu, documento histórico ineludible para visitar ese momento.
Publicado en La Causa Peronista Nº 9 con fecha 3 de septiembre de 1974
ERA LA UNA Y MEDIA de la tarde del 29 de mayo de 1970. Las radios de todo el país interrumpían su programación para dar cuenta de una noticia que poco después conmovería al país. «Habría sido secuestrado el Teniente General Pedro Eugenio Aramburu».
Era la una y media de la tarde. Esquivando puestos policiales y evitando caminos transitados, una pick up Gladiator avanzaba desde hacía cuatro horas rumbo a Timóte.
En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viajaba el fusilador de Valle escoltado por dos jóvenes peronistas Lo habían ido a buscar a su propia casa. Lo habian sacado a pleno día, en pleno centro de la Capital y lo habían detenido en nombre del pueblo.
Uno de los jóvenes peronistas tenía a mano un cuchillo de combate. Ante cualquier eventualidad, ante la posibilidad de una trampa policial, ante la certeza de no poder escapar de un cerco o una pinza, iba a eliminar al jefe de la Libertadora. Aunque después cayeran todos Asi se había decidido desde el principio. El fusiladortenia que pagar sus culpas a la justicia del pueblo.
Era el 29 de mayo de 1970. El día en que el Onganiato festejaba por última vez el Día del Ejército. El día en que el pueblo festejaba el primer aniversario del Cordobazo. Habían nacido los Montoneros.
El Aramburazo, como lo bautizó el pueblo, que jamas tuvo dudas respecto de los autores del operativo, fue el lanzamiento público de una organización político militar que habría de transformarse, en poco tiempo, en ejemplo y bandera del peronismo, en la máxima expresión de la lucha del pueblo contra el imperialismo y todos sus aliados y sirvientes nativos.
En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo de combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso. Montoneros definió su proyecto y mostró un camino. El Aramburazo logró, en ese sentido, la mayoría de sus objetivos.
El primer objetivo del Operativo Pindapoy. como lo bautizaron en un principio Los Montoneros era el lanzamiento público de la Organización. Se cumplió con éxito. En cuestión de horas, días cuanto más, todos los argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia, las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y toda las expresiones combativas del peronismo, se habían sintetizado en un grupo de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto lo supieron los gorilas de quince años atrás y los gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora, la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra cada «nueva estrategia imperialista, la que había dado su ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.
El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria contra el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora. Porque si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo. Pedro Eugenio Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice. En Aramburu, el pueblo había sintetizado al antipueblo. El vasco era responsable directo de
los bombardeos a la Plaza de Mayo, de las perssecusiones y las torturas. Aramburu era culpable directo, además, del fusilamiento de 27 patriotas durante la represión brutal de junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros la justicia de ese pueblo. Por primera vez el pueblo podía sentar a un cipayo en el banquillo y juzgarlo y condenarlo. Eso hizo Montoneros en Timóte: mostró al pueblo que, más allá de las trampas, las argucias legales y los códigos para reprimir a los trabajadores, había un camino hacia la verdadera Justicia, la que nace de la voluntad de un pueblo.
Aramburu fue, además, culpable de un delito que a los peronistas los había herido e indignado como pocas veces se indignó este pueblo. Aramburu había sido el artífice del robo y desaparición del cadáver de la compañera Evita. El pueblo lo sabía. Por esa intuición que lo caracteriza, el pueblo sabia, sin tener que preguntarle a nadie, que Aramburu era culpable de ese robo y de la mutilación del cuerpo de la Abanderada de los Trabajadores. Su recuperación, uno de los objetivos fundamentales del Aramburazo, no se pudo lograr. La negativa del fusilador a confesar, amparándose en un pacto «de honor» con otros gorilas, impidió que Montoneros supiera exactamente el paradero del cuerpo.
El último objetivo del Aramburazo se inscribía en la situación política que vivía el país en aquel momento. Aramburu conspiraba contra Ongania. Pero el proyecto de Aramburu para reemplazar el régimen corporativista de Ongania era politicamente más peligroso. Aramburu se proponía lo que luego se llamó Gran Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema liberal a través de «peronistas» de la calaña de Paladino, Coria y todos los burócratas y participacionistas. Aramburu, que fragoteaba con varios generales en actividad, había superado hacía mucho la torpeza gorila del 55 en materia política. En 1970 era un agente hábil del imperialismo, un hombre que intenta vaciar al peronismo de contenido popular, en una maniobra eleccionaria de trampa. Usar al «peronismo de corbata» y a los traidores que aparecían como sus dirigentes para aniquilar al Movimiento, para aislar definitivamente al General de los peronistas. No le hubiera resultado muy difícil «engrupir a la gilada», ofreciendo el olvido de viejos rencores, el mea culpa por los muertos, la negociación de los restos de Evita.
En fin, todo lo que intentó Lanusse tres años después y que desbarató el pueblo. Pero en un momento en que las fuerzas del peronismo estaban lejos de ser óptimas. Y este objetivo también lo logró Montoneros. La dictadura tuvo que esperar dos años para intentar la trampa. Para entonces aquel reducido grupo era una organización poderosa. Y sus cantos de guerra ya no eran las lágrimas de algún viejo peronista emocionado por el acto de justicia histórica de «los muchachos de la guerrilla». Ahora era la voz de las multitudes que enfrentaban al régimen en todos los frentes de batalla con las banderas de* esos jóvenes que, un 29 de mayo, se largaron al todo o nada para enseñarle al imperialismo cómo contraataca y cómo golpea el pueblo a medida que se va organizando en la lucha.
MARIO: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular --la reparación por los asesinatos de junio del 56--, pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer.
Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no temamos formado el grupo operativo. Entretanto trabajábamos en silencio: la ejecución de Aramburu debía significar, precisamente la aparición pública de la organización.
A fines del 69 pensamos que ya era posible encarar el operativo. A los móviles iniciales, se habla sumado en el transcurso de ese año la conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el cordobazo.
Por la importancia política del hacho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo inicial de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho.
ARROSTITO: Toda la «organización» éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez.
Lo empezamos a fichar a comienzos del 70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres, fotos, fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista. Fernando encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos dio una idea de cómo podian ser las cosas adentro.
MARIO: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje extemo. El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos, íbamos a leer ahí. El que inauguro el método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por períodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos preguntó nada.
ARROSTITO: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat.
Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer asi porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.
MARIO: A medida que chequeábamos, fuimos variando el modelo operativo. La primera idea había sido levantarlo por la calle cuando salía a caminar. Pensábamos usar uno de esos autos con cortina en la luneta, y tapar las ventanillas con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos, y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso.
Para eso hacia falta una buena «llave». La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo Maza y otro compañero habían sido liceístas, conocían el comportamiento de los militares. Al Gordo Maza incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar a Femando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos.
ARROSTITO: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo, pasaban por colimbas. Así que allí compraron las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas, hasta se hicieron pasar por boy-scouts. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabia para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos --era un gorrón, le bailaba en la cabeza-- pero usamos la chaquetilla y las insignias.
¿COMO ENTRAR?
MARIO: Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos chequeando, no vimos custodia extema ni ronda de patrulleros. Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento.
A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿por qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero esa fue la excusa que usamos.
El terreno. Justo en esos días que la operación iba tomando forma, a alguien se le ocurre arreglar la calle Montevideo, una de esas reparaciones de luz o de gas que siempre están haciendo; vaya a saber. Lo cierto es que rompieron media calle, justo del lado de su casa. Y nosotros teníamos que poner la contención ahí.
Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros que dicen «En reparación», «Hombres trabajando», pero lo descartamos.
Después nos fijamos que el garage del Champagnat daba justo frente a la puerta del edificio, y que en dirección a Charcas había otro garage, y que ahí el pavimento no estaba roto. Entonces la contención iba a estar ahí: un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garage.
LA HORA SEÑALADA
La planificación final la hicimos en la casa de Munro donde vivíamos Capuano Martínez y yo. Ahí pintamos con aerosol la pick-up Chevrolet que iba a servir de contención. La pintamos con guantes.
Como bien dice usted General, medimos el acierto o el desacierto de una conducción por los resultados que produce. Y aquí los resultados son claros, fábrica que llegamos para tomar contacto con los compañeros, fábrica en la que se nos pide más cabezas de traidores. No pensamos cortar cabezas porque si, pero hay el que piensa transfuguear lo piensa dos veces, y el pueblo confia más en nosotros que en ellos.
Hemos observado General, que usted no ha hecho condenas públicas respecto a la ejecución de Alonso, lo cual significa de algún modo convalidar la acción, pero también sobre este hecho han circulado versiones que indicarían que nuevamente un hecho nuestro o convalidado por nosotros se opone a sus planes tácticos inmediatos.
Conociendo las razones que nos han hecho proceder de esta manera, desearíamos que usted nos diera su opinión al respecto.
3) Otro punto sobre el que queremos hacerle llegar nuestras consideraciones es sobre el papel y las posibilidades del ejército.
A diario podemos observar en el mundo entero hechos que nos certifican que esta es la hora de los pueblos. Asi vemos en nuestra latinoamérica gobiernos populares surgidos de revoluciones militares protagonizadas por tos ejércitos regulares de estas naciones hermanas. Sin lugar a dudas, el caso que más interés a concitado es el peruano. Y asi se ha creado, aparentemente, como opción de la hora del pueblo argentino, una revolución a la peruana, es decir, un golpe militar nacional-populista que con manos férreas llevará adelante la revolución que la hora actual reclama. Ahora bien, nosotros pensamos que esto no es posible en la Argentina por la sencilla razón de que ya se ha dado, y es precisamente la revolución justicialista con sus diez anos de gobierno nacional y popular. Y la historia no se repite.
Esto que hoy se da en Perú, lo ha hecho usted en nuestro país hace 25 años. Y es justamente por esa diferencia de 25 años que el nuestro es el pueblo de mayor política de Sudamerica.
Pero creemos que no sólo por eso es imposible, porque sabemos que el ejército de hoy no es el misino de hace 25 artos. Hoy el ejército argentino, sus oficíalos, están vendidos y subordinados a los dólares yanquis, y no son mas que el sostén armado de la oligarquía aliada al imperialismo.
No obstante, algunos companeros del Movimiento confian esperanzados en que «algún sector» del ejército tome el poder y, haciéndose acompañar por el pueblo, salve al pala.
Nosotros pensamos que dicho «sector» no existe. Que lo único que puede ofrecer este ejército es su sector desarrollista, y los argentinos ya hemos sufrido en carne propia los efectos de esta política, que en última instancia consiste en cambiar algo para que no cambio nada. Lo que si existen son expresiones individuales, sobre todo a nivel de oficialidad joven, y el companeroLicastro es un exponente de ello. Pero estas expresiones tienen dos limitaciones: en primer lugar, y fundamentalmente, son Individuales; en segundo lugar por su escasa jerarquía carecen de peso suficiente.
Además, si bien se puede circunstancialmente confundir al pueblo, sabemos que no se lo puede engañar. Y nuestro pueblo que conoce su doctrina y lucha por una patria libre, justa y soberana, sabe que no puede pedirle peras al olmo. Por eso es que no puede llamarse a engaño con este ejército al que ha visto sumarse a la contrarrevolución del 55, al que ha visto fusilar a tos generales del pueblo, el que lo ha reprimido tanto en sus movilizaciones como en el Cordobazo, el que le anuló legítimos triunfos electorales, y el que lo frustró definitivamente con la llamada «Revolución Argentina».
4) Otra aparente opción para la hora del pueblo argentino es la salida electoral. Esta perspectiva se ve alimentada por el triunfo de Salvador Allende en Chile.
La salida electoral hay que analizarla desde dos puntos de vista: por un lado el del régimen; por el otro, el del pueblo.
El sistema ha cometido la torpeza de desenmascararse comprometiendo a su ejército en este farsa llamada «revolución argentina», y que a esta altura del partido ha demostrado rotundamente su fracaso. En más de 4 anos de gobierno lo único que ha conseguido es empobrecer al trabajador y descapitalizar al país, dando carta libre al capital Internacional que, en general, no trabaja por amor al arte. Pero fue como escupir al cielo, porque arruinaron a todo el mundo y politicamente no crearon nada nuevo, y entonces lo que consiguieron fue enfurecer al pueblo, hartarlo.
Asi es que el sisteme busca entonces abrir una válvula de escape, engañar al pueblo entregando a algunos tránsfugas al estilo de Luco. Como no es suficiente porque además el peronismo ha engendrado organizaciones armadas y temen que éste se transforme en el movimiento armado peronista, buscan desesperadamente la salida electoral que sirva a la vez de válvula de escape y para sacarse de encima esta pelota de fuego que les quema entre las manos y con la que ya no saben qué hacer.
Ahora bien, los más lúcidos se dan cuenta que de todos modos la única manera de frenar al pueblo es producir un mínimo desarrollo. Esto exige hacer retroceder al capital internacional a ajustarse el cinturón para poder ahorrar divisar, lo cual es imposible sin le fuerza que da el consenso político popular. De ahí la maniobra para tratar de crear el partido de la revolución argentina incorporando al peronismo en ella. Logrado este, entonces si, elecciones. Claro que de todos modos sabemos que este ya no es posible. SINTETIZANDO: la salida electoral es para el régimen la única salida que les permite durar algún tiempo más sin que el pueblo estalle definitivamente.
Veamos que le ofrece al pueblo la perspectiva electoral. Ya sabemos por la cuantiosa experiencia acumulada que no nos ofrece nada; es decir, mientras el enemigo siga manteniendo en sus manos los resortes fundamentales de la economía y el poder de las armas, a nosotros no nos significará ninguna garantía ganar una elección; porque no hay duda de que la ganamos, pero tampoco hay duda de que no van e tolerar un gobierno justicialista, porque justiclalismo es Socialismo Nacional, y este al capital no le agrada pues va en contra de sus intereses.
Precisamente por esto es que no podemos considerar en nuestra estrategia la toma del poder por el camino de las urnas; porque inexorablemente la conseguiremos, pero irremediablemente lo perderemos, y entonces estamos siempre en la misma; o sea que considerar las elecciones como camino estratégico para la toma del poder es inoperante y por lo tanto incorrecto.
Sin embargo, nuestra experiencia también nos indica que este continuo juego de elecciones fraudulentas seguidas de golpes gorilas solo tiene un perjudicado: el sistema, porque lo desgasta. De este modo, acosarlo para que dé elecciones en las que Inexorablemente tendrá que proscribir, anularlas o dar un cuartelazo, es en definitiva acorralarlo continuamente hasta dejarle sin margen de maniobra. Esto es tácticamente correcto. Y lo es también estratégicamente en el sentido de que, a la larga, termina por destruir la esfera política del poder del sistema. Lo incorrecto es creer que esta maniobra es un fin en si misma, o sea, que las elecciones sean el camino apto para el retomo del justiclalismo al poder.
Dentro de estas consideraciones vemos nosotros como tácticamente acertado el último pacto firmado por el Justiclalismo, llamado, precisamente. La Hora del Pueblo, porque no sólo le quita al enemigo el caudal de votos peronistas, sino también los votos radicales.
Ahora bien, para llevar adelante este paso táctico, el compañero Paladino plantea como opciones estratégicamente equivalentes el camino electoral y el camino revolucionario por la vía armada. Esto, come hemos visto, es en si Incorrecto.
Lo que en realidad parece suceder, es que se utiliza la opción revolucionaria armada, es decir, nosotros, como factor de presión para reforzar el golpe táctico, o sea las elecciones.
Esto puede que sea tácticamente útil, aunque abrigamos algunas dudas. Sobre lo que no abrigamos dudas es sobre la necesidad de mantenernos como opción estratégica, y por lo tanto la absoluta imposibilidad de subordinar nuestro accionar a una opción táctica. En síntesis, no interferiremos al ala política del movimiento en tanto la Hora del Pueblo es una maniobra útil, y por lo tamo tácticamente acertada, pero nos mantendremos en la actividad señalando la via armada como único método estratégicamente correcto para la tomar el poder, y creemos que seria conveniente, en consecuencia, que los distimos frentes del movimiento no interfirieran la presentación de la vía armada como una opción estratégica.
5) Bien, hemos visto la eficacia de nuestro método de lucha para golpear al régimen con le ejecución de Aramburu, el descreimiento popular sobre el sindicalismo como herramienta capaz de conducir un proceso revolucionario, la imposibilidad de que el ejército pueda generar un proceso de liberación nacional, y la Insuficiencia del camino electoral para tomar el poder. En fin, hemos querido expresarle en estas consideraciones, dichas aquí un poco a vuelo de pájaro, lo que en realidad constituye nuestro teoría, es decir, un análisis tiempo-espacial de le realidad argentina hecho a la luz de la doctrina justicialista.
Tenemos clara una doctrina y clara una teoría de la cual extraemos como conclusión una estrategia también clara: el único camino posible para que el pueblo tome el poder e Instaure el socialismo nacional, es la guerra revolucionaría total, nacional y prolongada, que tiene como eje fundamental y motor al peronismo.
El método a seguir es la guerra de guerrillas urbana y rural. Esto no es un capricho, es una necesidad: a carencia de potencia recurrimos a la movilidad; en fin, no es nada nuevo pero no por ello deje de ser eficaz.
Lo cierto es que no somos un tiro al aire. No somos ni tantos ni tan pocos, pero no estemos para hacer mucho ruido y ofrecer pocas nueces. La concepción es dará y la decisión total, como lo prueban nuestros compañeros muertos en combate y tos muertos de la trinchera de enfrente.
Es para nosotros de fundamental importancia conocer sus opiniones acerca de estas consideraciones. Usted ordenará si su respuesta debe hacerse pública o si es de carácter confidencial y secreto. Tenemos entendido que el compañero portador de la presente se va a entrevistar con usted en más de una oportunidad. Naturalmente, tenemos en él la máxima confianza y pensamos que él mismo puede ser el canal para hacemos llegar su carta.
General, sus muchachos peronistas, saben que esta es la hora del pueblo argentino. Sabemos que sobre nosotros, su juventud peronista, recae el peso de la responsabilidad y que no tenemos derecho a recostarnos en nadie. No lo defraudaremos, hacíamos todo con guantes, para no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el asunto pero por las dudas no dejábamos huellas ni en ios vasos, y en las prácticas llegamos a limpiar munición por munición con un trapo.
ARROSTITO: La casa operativa era la que alquilábamos Fernando y yo, en Bucaretli y Ballivian. Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico.
La noche del 28 de mayo. Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono. Con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo asi. Pero ya sabíamos que estaba en su casa.
Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot 404 blanco; y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca, mía. un taxi Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la madre de Ramus.
La mañana del 29 salimos de casa Dos compañeros se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos. La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero adentro. El taxi y taGladiator cerca de Aeroparque, en una cortada, el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator.
En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien cortito. Y detrás, Maza con uniforme de capitán y Fernando Abal, como teniente primero.
MARIO: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la «flaca» (Norma) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás ibamos un compañero disfrazado de cura, y yo con uniforme de cabo de la policía.
ARROSTITO: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien vestida y un poco pintarrajeada.
El Peugeot iba adelante por Santa Fe. Dobló en Montevideo, entró en el garage. Capuano se quedó al volante y los otros tres bajaron. Le pidieron permiso al encargado para estacionar un ratito. Cuando vio los uniformes, dijo que sí en seguida. Salieron caminando a la calle y entraron en Montevideo 1053.
Nosotros veníamos detrás con la pick-up. En la esquina de Santa Fe bajé yo y fui caminando hasta la puerta misma del departamento. Me paré allí. Tenia una pistola.
MARIO: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat y estacionamos sobre la vereda. «B cura» y yo nos bajamos. Dejé la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento, al alcance de la mano. Habla otra en la caja al alcance del otro compañero. También llevábamos granadas.
Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación era qué hacer si se me aparecía, ya que era mi «superior», tenía un grado más que yo. Pasaron dos cosas divertidas. Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me pidió permiso para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir: «¿Y por qué la pick-up si?» Le dije: «¡Circule!» Se fueron puteando.
En eso pasó un celular de la policía. Le hice la venia al chofer, y el tipo me contestó con la venia.
Y de golpe, lo increíble. Habíamos ido allí más bien dispuestos a dejar el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por la puerta de Montevideo, y el gordo Maza lo llevaba con un brazo por encima del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba del otro brazo. Caminaban apaciblemente.
ADENTRO (FERNANDO, EMILIO)
Sus voces no están, se perdieron en La Calera y en William Morris. Pero su testimonio ha traspasado el tiempo, en la evocación de sus compañeros.
Un compañero quedó en el séptimo piso, con la puerta del ascensor abierta, en función de apoyo. Fernando y el Gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre, rígidos en su apostura militar. Fernando un poco más rígido por la «metra» que llevaba bajo el pilotín verde oliva.
Los atendió la mujer del general. No le infundieron dudas: eran oficiales del Ejército, los invitó a pasar, les ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse.
Al fin apareció, sonriente, impecablemente vestido. Tomó café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento de custodia que le hacían esos jóvenes militares. A Maza le descubrió en seguida el acento: «Usted es cordobés».
«Sí, mi general». Las cortesías siguieron un par de minutos mientras el café se enfriaba, y el tiempo también, y los dos muchachos agrandados se paraban y desencerraban, y la voz cortante de Fernando dijo:
--Mi qeneral, usted vienen con nosotros.
Asi. Sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana. ¿Si se resistía? Lo matábamos ahí. Ese era el plan, aunque no quedara ninguno de nosotros vivo.
AFUERA
MARIO: Pero no, ahí estaba, caminando apaciblemente entre el Gordo Maza que le pasaba el brazo por el hombro, y Fernando que lo empujaba levemente con la metra bajo el pilotín.
Seguramente no entendía nada. Debió creer que alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque todavía no dudaba de que sus captores eran militares. Su mujer había salido. De eso me enteré después, porque no recuerdo haberla visto.
Subieron al Peugeot, y arrancaron hacia Charcas, dieron la vuelta por Rodríguez Peña hacia el Balo. Y nosotros detrás.
EL VIAJE
Cerca de la Facultad de Derecho detuvieron el Peugeot y trasbordaron a la camioneta nuestra. Capuano; la Flaca y otro compañero subieron adelante. Fernando y Maza, con Aramburu, atrás. Allí se encontró por primera vez con «el cura» y conmigo. Debió parecerle esotérico: un cura y un policía; y el cura que en su presencia empezaba a cambiarse de ropa.
Se sentó en la rueda de auxilio. No decía nada, tal vez porque no entendía nada. Le tomé la muñeca con tuerza y la sentí floja, entregada. Maza, «el cura», la Flaca y otro compañero se bajaron en Pampa y Figueroa Alcorta, llevándose los bolsos con los uniformes y parte de los fierros. Fueron a la casa de un compañero a redactar el comunicado número. Quedamos Ramus y Capuano adelante, Aramburu, Fernando y yo atrás. Seguimos hasta el punto donde estaban los otros dos coches. Bajamos. Capuano subió al taxi, y nosotros nos dirigimos a la otra pick-up, la Gladiator, donde había un compañero.
La Gladiator tenia un toldo y la parte de atrás estaba camuflada con fardos de pasto. Retirando un fardo, quedaba una puertita. Por allí entraron Fernando y el otro compañero con Aramburu. Adelante Ramus, que era el dueño legal de la Gladiator, y yo, siempre vestido de policía.
Durante más de un mes habíamos estudiado la ruta directa a Timote, sin pasar por ningún puesto policial y por ninguna ciudad importante. Delante iba el taxi conducido por Capuano, abriendo punta. Un par de walkie-talkies aseguraba la comunicación entre él y nosotros. Otro par entre la cabina de la Gladiator y la caja.
En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más sencilla que esta. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba era la Gral. Paz, pero la pasamos sinproblemas: no estaba tan controlada como ahora. Salimos por Gaona, y a partir de ahí empezamos a tomar caminos de tierra dentro de la ruta que habíamos diseñado. El río Lujan lo cruzamos por un viejo puente de madera, entre Lujan y Pilar, por donde no pasa nadie. Si la alarma se hubiera dado en seguida, creo que igual nos hubiéramos escapado, porque la ruta era perfecta. Tardamos ocho horas en hacer un camino que puede hacerse en cuatro, pero no entramos en ningún poblado ni nos detuvimos a comer o cargar nafta. Para eso estaba el taxi, legal, que traía las provisiones.
Aramburu no habló en todo el viaje salvo cuando los compañeros tuvieron que buscar el bidón en la oscuridad. «Aquí está», dijo.
A la una de la tarde la radio empezó a hablar del «presunto secuestro». Ya estábamos a mitad de camino. Serían las cinco y media o las seis cuando llegamos a La Celma, un casco de estancia que pertenecía a la familia de Ramus. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos. La primera tarea de Ramus fue distraer la atención de su capataz, el vasco Acebal.
Esto no fue fácil porque la casa de Acebal y el casco de estancia estaban casi pegados y Ramus tuvo que arrinconar al vasco a un costado de la entrada, habiéndole de cualquier cosa, mientras Fernando y el otro compañero metían a Aramburu en la casa de los Ramus. Ese compañero estaba tan boleado que bajó con la metra en la mano. Pero Acebal no sintió nada, y los únicos que aparecimos frente a él fuimos Ramus y yo, que me había cambiado el uniforme de policía.
EMPIEZA EL JUICIO
Metimos a Aramburu en un dormitorio, y ahí mismo esa noche le iniciamos el juicio. Lo sentamos en una cama y Fernando le dijo:
--General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaría peronista, que lo va a someter a juicio revolucionario.
Recién ahí pareció comprender. Pero lo único que dijo fue:
--Bueno.
Su actitud era serena. Si estaba, nervioso, se dominaba. Fernando lo fotografió asi, sentado en la cama sin saco ni corbata, contra ta pared desnuda. Pero las fotos no salieron porque se rompió el rollo a la primera vuelta.
Para el juicio se utilizó un grabador. Fue lento, fatigoso, porque no queríamos presionarlo ni intimidarlo, y él se atuvo a esa ventaja, demorando la respuesta a cada pregunta, contestando «No sé», «De eso no me acuerdo», etc.
El primer cargo que le hicimos fue el fusilamiento del general Valle y los otros patriotas que se alzaron con él el 9 de junio de 1956. Al principio pretendió negar. Dijo que cuando sucedió eso, él estaba en Rosario. Le leímos sílaba a sílaba los decretos 10.363 y 10.364, firmados por él, condenando a muerte a los militares sublevados. Le leímos las crónicas de los fusilamientos de civiles en Lanús y José León Suárez.
No tenía respuesta. Finalmente reconoció: «Y bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios.»
Le leímos la conferencia de prensa en que el almirante Rojas acusaba al general Valle y a los suyos de marxistas y de amorales. Exclamo: «¡Pero yo no he dicho eso!» Se le preguntó si, de todos modos, lo compartía. Dijo que no. Se le preguntó si estaba dispuesto a firmar eso. El rostro se le aclaró, quizá porque pensó que la cosa terminaba ahí.
«Si era por esto, me lo hubieran pedido en mi casa», dijo, e inmediatamente firmó una declaración en que negaba haber difamado a Valle y los revolucionarios del 56. Esa declaración se mandó a los diarios, y creo que apareció publicada en Crónica.
EL PROYECTO DEL GAN
El segundo punto del juicio a Aramburu versó sobre el golpe militar que él preparaba y del que nosotros teníamos pruebas. Lo negó terminantemente. Cuando le dimos datos precisos sobre su enlace con un general en actividad, dijo que ere «un simple amigo».
Sobre esto, frente al grabador, fue imposible sacarle nada. Pero apenas se apagaba el grabador, compartiendo con nosotros una comida o un descanso, admitía que la situación del régimen no daba para más, y que sólo un gobierno de transición --que él se consideraba capacitado para ejercer-- podía salvar la situación. Su proyecto era, en definitiva, el proyecto del GAN, que luego impulsaría Lanusse: la integración pacifica del peronismo a los designios de las clases dominantes.
EVA PERÓN
Es posible que las fechas se me confundan, porque los que llevamos el juicio adelante fuimos tres: Fernando, el otro compañero y yo. Ramus iba y venia continuamente a Buenos Aires. De todas maneras creo que el tema de Evita surgió el segundo día del juicio, el 31 de mayo. Lo acusábamos, por supuesto, de haber robado el cadáver. Se paralizó. Por medio de morisquetas y gestos bruscos se negaba a hablar, exigiendo por señas que apagáramos el grabador. Al fin, Fernando lo apagó.
«Sobre ese tema no puedo hablar», dijo Aramburu, «por un problema de honor. Lo único que puedo asegurarles es que ella tiene cristiana sepultura.»
Insistimos en saber qué había ocurrido con el cadáver. Dijo que no se acordaba. Después intentó negociar: él se comprometía a hacer aparecer el cadáver en el momento oportuno, bajo palabra de honor.
Insistimos. Al fin dijo: «Tendría que hacer memoria.»
«Bueno, haga memoria.»
Anochecía. Lo llevamos a otra habitación. Pidió papel y lapa. Estuvo escribiendo antes de acostarse a dormir. A la mañana siguiente, cuando se despertó, pidió para ir al baño. Después encontramos allí unos papelitos rotos, escritos con letra temblorosa.
Volvimos a la habitación del juicio. Lo interrogamos sin grabador. A los tirones contó la historia verdadera: el cadáver de Eva Perón estaba en un cementerio de Roma, con nombre falso, bajo custodia del Vaticano. La documentación vinculada con el robo del cadáver estaba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel Cabanillas. Más que eso no podía decir, porque su honor se lo impedia.
LA SENTENCIA
Era ya la noche del 1º. Le anunciamos que el Tribunal iba a deliberar. Desde ese momento no se le habló más.
Lo atamos a la cama. Preguntó por qué. Le dijimos que no se preocupara. A la madrugada Fernando le comunicó la sentencia:
--General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora.
Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda.
Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección al sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas.
«Sí no pueden traer un confesor» --dijo--, «¿cómo van a sacar mi cadáver?»
Avanzó dos o tres pasos más.
«¿Qué va a pasar con mi familia?» preguntó.
Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias.
El sótano era tan viejo como la casa, tenía setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.
«Ah, me van a matar en el sótano», dijo.
Bajamos. Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola.
Femando tomó sobre si la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mi me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos.
--General --dijo Fernando--, vamos a proceder.
--Proceda --dijo Aramburu.
Fernando disparó la pistola 9 milímetros, al pecho. Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma, y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo.
Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había estado escribiendo la noche del 31. Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político. Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada. La salida de Aramburu era una réplica exacta del GAN de Lanusse. Este manuscrito y el otro en que Aramburu negaba haber difamado a Valle, fueron capturados por le policía en el allanamiento a una quinta en González Catán. El gobierno de Lanusse no los dio a publicidad.