"Asesinato colateral". Posdata
Antes de acabar con su vida en Dodge Center, Minnesota, el veterano de 30 años de la guerra de Irak Danny Holmes solía sentarse delante de la pantalla de su ordenador a mirar las fotografías guardadas en un archivo llamado “Irak/Imágenes”.
En esas ocasiones, según cuenta su novia, su labio inferior se contraía en un tic nervioso. Las imágenes habían sido tomadas para un informe a posteriori sobre el ataque realizado por un helicóptero Apache, el 12 de julio de 2007. El ataque adquirió una infausta fama en 2010, cuando Julian Assange y Wikileaks publicaron el video de la masacre con el título “Asesinato colateral”.
Como Vijay Prashad escribió en Counterpunch hace unos días (https://lahaine.org/dG6P), de todos los crímenes cometidos por el gobierno de EEUU que son la auténtica razón de la persecución, encarcelamiento y actual juicio contra Assange, ninguno avergonzó tanto a los apologistas de la guerra como la publicación de dicho video, que registra con despiadado detalle el ataque contra doce hombres y dos niños.
Entre los muertos estaba el fotógrafo de Reuters de 22 años Namir Noor-Elden y su conductor y ayudante de 40 años Saeed Chmagh. Los artilleros del Apache no habrían visto a los niños; iban en el interior de una camioneta conducida por un hombre, su padre, quién con otros dos buenos samaritanos intentaron ayudar al herido Chmagh. Les llamo samaritanos porque no hay ninguna razón para llamarles de otra manera. No devolvieron los disparos y no iban armados. Los artilleros estadounidenses especularon con la idea de que eran insurgentes, igual que especularon que Noor-Eldeen y Chmagh llevaban armas. El informe posterior determinó que todo lo que provocó esta atroz carnicería había estado justificado.
Lo mismo hizo David Finkel, un reportero del Washington Post que acompañaba al ejército de EE.UU. y narró este ataque en su libro de 2009 “The Good Soldiers” (Los buenos soldados). Aunque la descripción de los hechos es la de un crimen de guerra, él concluye que los 140 disparos con el cañón de 30 milímetros del Apache son parte de la realidad de una guerra que el resto de nosotros, cómodos con nuestras opiniones, a salvo en nuestras casas y sin poder hacernos cargo del contexto, nunca podremos entender y no deberíamos cuestionar. Pero el caso de Danny Holmes nos obliga a plantearnos su relato.
También conocemos su historia por Finkel, que siguió a algunos de los miembros del batallón con los que había convivido cuando volvieron a casa, y sobre cuyas tribulaciones escribió en otro libro, publicado en 2013, “Thank You for Your Service” (Gracias por vuestro trabajo).
El pelotón se aproximó orgulloso tras el ataque, y al menos uno de los soldados que acompañaban a Holmes hizo fotos para documentar lo sucedido. Se supone que esas fotografías eran material reservado, pero los soldados suelen llevarse a casa fotografías reservadas de Irak, que en ocasiones muestran como si fueran trofeos de guerra. Finkel describe de este modo las fotos posteriores a la acción que obsesionaron a Danny Holmes:
“Cabezas medio desaparecidas, torsos completamente abiertos derramando sangre, con las entrañas fuera. Primeros planos, bien enfocados, con la luz perfecta y el color perfecto. En otras palabras, la guerra tal como la experimentan los soldados que la vivieron”. Las imágenes granulosas en blanco y negro de “Asesinato colateral”, por muy perturbadoras que sean, no tienen nada que ver con esas fotografías.
Danny se las enseñó a su novia de 19 años, Shawnee, dos años antes de suicidarse. Le dijo que él había matado a “unas cuantas” personas y que eso no le causaba problemas. Pero ella había visto como le temblaba el labio al decirlo. Él no hablaba mucho de la guerra. La historia que contaba más a menudo era la de estar metido en un tiroteo con un hombre que sujetaba a una niña pequeña. Danny decía que disparó al hombre y también a la niña; que no tenía otra opción. Los detalles de la historia has sido narrada algunas veces, una niña de tres años con cabello largo, pero el lugar y el momento de los hechos está poco claro; nadie del batallón podía confirmarla. Pero Danny se despertaba una y otra vez de sus pesadillas diciendo a Shawnee: “veo niños por todas partes”.
La niña pequeña a la que sacaron de la camioneta de su padre tenía 3 o 4 años. Llevaba cristales en los ojos y en el pelo y había sufrido una herida en el vientre. Uno de los soldados que descubrió a los niños en el vehículo volcado vomitó y echó a correr, según el entonces soldado especialista Ethan McCord, quien sacó a la niña y luego volvió a por su hermano, de 7 u 8 años, que tenía una herida en la cabeza.
McCord contó años después al sitio web World Socialist que cuando llevaba a la niña en brazos pensó en su propia hija. El jefe de su pelotón le gritó: “¡Deja de preocuparte por esos putos niños!”. De regreso a la base, después de limpiarse la sangre de los niños del uniforme, McCord acudió a su sargento primero y le dijo que necesitaba ver a alguien de salud mental. “No seas mariquita”, dice McCord que le contestó.
Muchos meses más tarde, cuando regresó a EEUU, McCord consideró meterse una bala en la cabeza, “pero cada vez que lo pensaba, miraba las fotos de mis hijos y pensaba en aquel día y en cómo se llevaron al padre de esos niños y lo horrible que debió ser para ellos”.
Cuando Wikileaks publicó el video en 2010, McCord empezó a tener pesadillas otra vez, y “la ira, la sensación de haber sido utilizado volvió de nuevo”. Él y otro miembro de la compañía, el soldado especialista Josh Stieber, que no estuvo en el lugar de los hechos ese día, escribieron una carta abierta de reconciliación y asunción de responsabilidad al pueblo iraquí. En ella reconocían su responsabilidad “por llevar el combate a su barrio” y solicitaban el perdón porque “hicimos con ustedes lo que no querríamos que hicieran con nosotros”.
Danny Holmes tenía una hija con su novia. Tras su nacimiento, según Shawnee, empezó a contar la alucinada historia del asesinato de la niña pequeña en Irak con más frecuencia. En su segundo libro, David Finkel desdeña los “absolutos y las certeza” de quienes observan horrorizados el video de Wikileaks pero él mismo no hace nada por poner en duda su propia certeza, expresada en el primer libro, de que el ataque estuvo justificado. En cualquier caso, de todas las historias de veteranos con secuelas de la guerra que cuenta Finkel en su libro, Danny Holmes es el único a quien vemos obsesionado por las imágenes de personas con los cuerpos reventados por las balas de un cañón de 30 milímetros.
Danny tenía 32 años cuando acabó con su vida. Se había deteriorado mucho desde la época en que Shawnee lo conoció en una fiesta. Se enfadaba con frecuencia y daba miedo. Le pidió a ella que escondiera su colección de cuchillos. Shawnee le sugirió que buscara ayuda, él dijo que lo haría, pero nunca lo hizo. Una historia familiar. El último día de su vida ella había hecho planes para salir por la noche con amigos. “Necesito hablar”, le dijo él esa mañana, pero ella tenía que hacer la colada, luego teñirse el pelo; “Quiero hablar… ¿Serías tan amable de hablar conmigo?”… mientras ella limpiaba la casa, lavaba el coche, se duchaba y se preparaba para salir. Esa noche ella bebió demasiado, la policía le paró el coche y pasó la noche en la cárcel. Cuando llegó a casa de madrugada se encontró a su pareja ahorcada en las escaleras con su cordel del paracaídas militar.
Shawnee se figuró que ató un extremo del cordel en lo alto de la escalera, hizo un lazo en el otro extremo y se lo colocó alrededor del cuello, para luego echar a correr y dar un salto. La operadora del 911 le pidió que lo bajara cortando la cuerda. Según explicó a Finkel, se produjo un sonido, un “boing”, que resuena en su cabeza una y otra vez. El forense dijo que probablemente tardó 10 minutos en morir. Cuando subió a la habitación del bebé encontró una almohada en el suelo, junto a la cuna. Ella se pregunta si Danny lo había dejado allí antes de saltar, al despedirse de su hija.
Ese día lleno de distracciones Shawnee, entonces con 21 años, podría haber sido cualquier estadounidense y Danny cualquier soldado angustiado. Desde entonces, las distracciones en todo el país se han multiplicado muchas veces, lo que solo explica en parte por qué no se ha producido una protesta masiva por Chelsea Manning, la primera que vio y luego filtró el video del Apache, que vuelve a estar en prisión por negarse a colaborar con EEUU para procesar a Assange; tampoco se ha producido ninguna protesta masiva por Assange; ni movimientos de masas contra la guerra; ni una preocupación particular por los muertos y mutilados, incluyendo los 60.000 veteranos de guerra de EE.UU. que se suicidaron entre 2008 y 2017, según un informe del año pasado del Departamento de Asuntos de los Veteranos.
McCord y Stieber hicieron hincapié en su carta abierta en que “lo que se mostraba en el video de Wikileaks solo es una pequeña muestra del sufrimiento que hemos causado”. La enormidad de ese sufrimiento es lo que devoró a Danny Holmes. Eso es lo que querían expresar Manning y Assange al revelar los secretos de la maquinaria bélica de EE.UU, arriesgando su libertad y su vida al hacerlo. Eso es, en realidad, lo que Finkel hace en sus libros, aunque Finkel dice que él no pretende otra cosa que explicar las realidades de la guerra a los estadounidenses. Su labor le valió una “beca para genios” [de la Fundación MacArthur]. Por su parte los soldados, que no recibieron elogios, denunciaban “las políticas destructivas de los líderes de nuestra nación” y hacían un llamamiento a honrar “nuestra humanidad común”.
Eso pasó hace una década. No hemos avanzado nada. Assange es un enemigo público.
De alguna manera, la carta escrita por los soldados llegó hasta Ahlam Abdelhussein Tuman, la viuda del hombre que conducía la camioneta en Irak y la madre de los niños que McCord había llevado en brazos. En 2010 esta mujer declaró al Times de Londres: “Puedo aceptar sus disculpas porque salvaron a mis hijos y, de no ser por ellos, tal vez mis dos pequeños estarían muertos”.
Luego añadió: “Me gustaría que el pueblo estadounidense y el mundo entero comprendieran lo que ha ocurrido aquí, en Irak. Hemos perdido nuestro país y han destrozado nuestras vidas”.
counterpunch.org. Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo. Extractado por La Haine.