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Europa :: 22/04/2025

Ucrania: Una democracia "vibrante"

Nahia Sanzo
Con el Parlamento completamente anulado y una docena de partidos de izquierda prohibidos, la democracia de Ucrania existe únicamente en las páginas de algunos medios occidentales

La lucha entre la libertad y el autoritarismo, la batalla por los valores europeos o la deshumanización del contrincante ruso como un Estado que envía hordas humanas desarmadas a ser masacradas por la artillería ucraniana porque en Rusia el valor de la vida es escaso, no son solo claras muestras de orientalismo, a las que hay que añadir el racismo con el que se ha hablado de las tropas norcoreanas, sino dogmas que se han ido imponiendo gracias a su uso generalizado por el establishment político y la prensa occidental.

Entre esas verdades que no necesitan verificación y que no pueden ponerse en duda ha estado, a lo largo de estos tres años el estatus de Ucrania como democracia madura y la figura de su presidente como exponente de la voluntad ucraniana de no rendirse cuando se ve amenazada su libertad y soberanía. Esas amenazas se limitaban siempre únicamente a Rusia, ya que ni en los usureros préstamos del FMI, acompañados de exigencias que suponen una clara injerencia interna, ni en la larga saga de la negociación del acuerdo de minerales con EEUU, en la que Ucrania se comprometerá a aportar una parte muy importante de sus ingresos a su socio estadounidense, la soberanía ha sido un argumento legítimo para rechazar los excesos extranjeros.

Algo similar puede decirse también de la libertad, un valor incalculable cuando eran los manifestantes pro-Maidan quienes ocupaban edificios y acosaban a las autoridades del Estado entonces democrático, pero desaparecido cuando fue el pueblo de Donbass el que capturó las infraestructuras de la administración regional nombrada por Kiev. Adoptando siempre el punto de vista de Ucrania, la prensa y la política occidental han creado de forma totalmente artificial una democracia aparentemente perfecta, un Estado entregado al bienestar de su población y un Gobierno cuya palabra nunca ha de ser puesta en duda.

En esta construcción de la realidad, las palabras siempre han sido más importantes que los hechos. Durante los años de Minsk, era más relevante resaltar la reafirmación ucraniana de los acuerdos de paz como única salida posible al conflicto que el hecho de que Kiev bloqueara sistemáticamente todo paso adelante en la implementación de los aspectos políticos de la hoja de ruta o que exigiera la reescritura del documento firmado para adaptarlo exclusivamente a su voluntad. Y actualmente, cualquier comunicado procedente de Kiev es convertido en noticia sin matices, sin necesidad de verificación e incluso sin mención a los hechos que contradicen abiertamente las declaraciones.

Ayer mismo, la prensa alertaba de las mil infracciones rusas a la tregua ordenada por el presidente Vladimir Putin, una cifra y una imagen que no se corresponde con los informes del frente, del que llegan noticias de tranquilidad. "Treinta horas bastan para los titulares, pero no para tomar medidas reales de fomento de la confianza", afirmó Zelensky, que exige que la tregua anunciada por Vladimir Putin y que sorprendió a Ucrania se prolongue durante 30 días. Por la mañana, al anunciar infracciones rusas reales o imaginarias, el presidente ucraniano afirmaba que sus tropas actuarían de forma simétrica.

Pero ni Zelensky explicaba a qué reciprocidad se refería ni la prensa occidental mencionaba siquiera lo ocurrido en la ciudad de Donetsk, demasiado alejada del frente como para que Ucrania pueda utilizar la artillería más sencilla y barata y para cuyos bombardeos, como el de ayer en al menos dos barrios de la capital de Donbass, requieren el uso de artillería de largo alcance, de cuyos proyectiles Kiev siempre alega escasear. Sin embargo, como proxy de Occidente, el Gobierno ucraniano no ha de explicar su actuación ni, salvo contadas excepciones, rendir cuentas ante su población o sus socios extranjeros.

En democracia, la rendición de cuentas más o menos se produce en el Parlamento y por medio de elecciones periódicas, imposibles actualmente en Ucrania en un contexto de ley marcial, millones de personas desplazadas interna y externamente y ninguna intención de la Oficina del Presidente de volver a ceder las cuotas de poder con las que se ha hecho en estos últimos tres años. Desde su llegada al poder, Trump, que ha demostrado repetidamente su enemistad con Zelensky --que se debe al fallido intento trumpista de obtener información comprometida sobre Biden y su hijo Hunter del SBU ucraniano--, ha cuestionado la legitimidad del presidente ucraniano precisamente por la ausencia de elecciones.

Desde el trumpismo se ha apuntado a la necesidad de celebrar comicios como parte de un acuerdo de paz. En un momento dado, la propuesta estadounidense llegó a ser la de un alto el fuego que permitiera que decayera en Ucrania el estado de excepción --recientemente renovado por la Rada-- para que fuera un Gobierno legitimado en las urnas el que ratificara un acuerdo final con Rusia. La postura de Trump y una parte de su equipo fue duramente criticada por los medios como una muestra de identificación estadounidense con las líneas de la propaganda rusa.

Y aunque el calificativo de dictador para definir a Zelensky duró apenas una semana, el cuestionamiento de la legitimidad del presidente ucraniano fue considerado una muestra de alineamiento con el Kremlin, que ha insistido en la ilegitimidad de Volodymyr Zelensky desde que su mandato expirara en mayo de 2024. Aun así, no es Rusia quien ha rechazado los contactos con el régimen ucraniano, sino Ucrania quien en 2022 prohibió todo diálogo con Vladimir Putin.

En aquel momento, Zelensky actuó por decreto, como se han tomado una parte importante de las decisiones del régimen los últimos tres años. Bankova ha contado también con el favor del Parlamento, paralizado como cámara legislativa y útil únicamente como pantalla del régimen para ratificar las decisiones que llegan desde arriba. Durante la negociación del acuerdo de minerales, por ejemplo, los diputados fueron reprendidos al exigir leer el acuerdo alcanzado por EEUU y que deberían ratificar. La versión de la Rada, que ya había sido publicada, chocaba con la realidad: el documento no había sido difundido a los diputados ni por el régimen ni por el Parlamento, sino por un medio de comunicación estadounidense.

Sin elecciones, con el Parlamento completamente anulado y una docena de partidos prohibidos -los más incómodos de ellos, concretamente toda la escasa izquierda existente, vetados mucho antes de la invasión rusa- y diputados de la oposición permitida siempre bajo amenaza de ser acusados de traición, la democracia de Ucrania existe únicamente en las páginas de algunos medios occidentales. "La democracia de Ucrania sigue funcionando sin elecciones", sentenciaba la pasada semana Foreign Policy en un artículo en el que destaca que la ausencia de procesos electorales no mina en absoluto el sistema político del país, vivo gracias a la descentralización de la política y una vibrante sociedad civil.

"«Claro que la democracia significa votar con regularidad», afirma Olexiy Haran, politólogo de la Academia Mohyla de la Universidad Nacional de Kiev. Pero él, como la inmensa mayoría de los ucranianos, no cree que esto deba ocurrir mientras dure la guerra. La clase política ucraniana -y los sondeos muestran que también su población- está mayoritariamente de acuerdo en que la falta de seguridad durante un combate en toda regla y el desplazamiento masivo de votantes socavan las condiciones necesarias para una campaña vigorosa y una votación nacional. Además, supone una clara violación de su constitución, que prohíbe las elecciones durante la ley marcial", afirma el artículo para añadir que "los partidos políticos ucranianos están intensificando con cautela sus actividades de campaña, aunque no las difundan, como parte de una pauta más amplia que indica la salud de la democracia ucraniana". La democracia ucraniana no solo está viva, sino que goza de buena salud.

Adhiriéndose a la costumbre de confundir sociedad civil con el enorme complejo de organizaciones no gubernamentales, generalmente financiadas por gobiernos extranjeros, el artículo afirma que "Haran, entre otros académicos, expertos y líderes de ONG que hablaron con Foreign Policy la semana pasada en Ucrania, argumentaron que la cultura democrática del país es sorprendentemente vital". En guerra, insiste, la democracia funciona "de diferente manera que en los países en paz que se toman la democracia a la ligera" y se traduce fundamentalmente "en participación cívica no gubernamental, una actividad en la que se ha ahondado desde 2022 pese al estrés vinculado a la guerra, la fatiga y los obstáculos de la guerra".

El resto del artículo es una enumeración de las bondades de las ONG supuestamente locales, esfuerzos que, a excepción del impulso del tratamiento de la salud mental -carencias que son consecuencia del desinterés del Estado por mantener una sanidad pública digna-, están siempre vinculados a la guerra. Entre esas organizaciones enaltecidas está, como no podía ser de otra manera, la dirigida por Oleksandra Matviichuk, "una abogada que fundó el Centro para las Libertades Civiles en 2007, una ONG que cataloga los crímenes de guerra rusos y que en 2022 fue una de las ganadoras del Premio Nobel de la Paz por su trabajo de DDHH". Entre la lista de donantes de la ONG se encuentran USAID, NED, la Comisión Europea o el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania.

Lo que el artículo no menciona es que Matviichuk exigió por primera vez armas de EEUU para luchar contra Rusia en el verano de 2014, momento en el que la población de Donbass, aún con una muy limitada ayuda que llegaba de la frontera, se defendía de la agresión de Ucrania, que trataba de resolver por la vía militar un problema político. La apuesta por la solución militar, la misma que defendía la extrema derecha, no solo no ha desacreditado a Matviichuk, sino que ha hecho de su organización una referencia de la actuación patriótica de la sociedad civil ucraniana.

Entre los 68.000 crímenes que la organización de Matviichuk dice haber documentado jamás aparecerían, por ejemplo, el bombardeo de Gorlovka de julio de 2014, cuando las tropas ucranianas asesinaron a pleno sol de fin de semana a casi una veintena de civiles que paseaban por un parque central de esta localidad que, casi once años después, sigue situada en la primera línea del frente y que ayer mismo fue nuevamente atacada por la artillería ucraniana mientras Zelensky denunciaba infracciones rusas a la tregua. O la masacre, también en 2014, en la Casa de los Sindicatos de Odesa, que dejó 46 personas asesinadas.

Además de esa vibrante sociedad civil, que en ocho años de guerra en Donbass no realizó una sola manifestación contraria a la guerra de su país contra la población de Donetsk y Lugansk, Foreign Policy encuentra un argumento aún más cuestionable. "A diferencia de Rusia y muchos de los Estados postsoviéticos, la gobernanza de Ucrania está muy descentralizada, como consecuencia de una legislación que se remonta a una década", afirma el artículo, que califica de más descentralizado a un Estado que se negó a implementar los acuerdos de Minsk en parte por el exceso de derechos políticos que otorgaba a Donbass, con lo que se rompía el centralismo que aspiraba a imponer desde Kiev.

El argumento era cuestionable antes de la invasión rusa y es insostenible actualmente, cuando incluso los aliados de Ucrania perciben el exceso de poder que se ha concentrado en un círculo, el de la Oficina del Presidente, cada vez más reducido. Los derechos políticos no existen y el espacio mediático, en ocasiones calificado de vibrante por los aliados europeos de Kiev, sufre unas limitaciones que van más allá de lo que exige la guerra.

"Mientras los medios occidentales y líderes europeos han enaltecido a Zelensky y le han convertido en una celebridad, nosotros nos sentimos atrapados", escribió en las redes sociales citando a Yulia Mostovaya, editora del medio independiente ZN.UA Iuliia Mendel, la primera portavoz de Zelensky cuando llegó a la presidencia en 2019. La cita es parte de un artículo publicado por The Economist y titulado "El poder está siendo monopolizado en Ucrania" y cuya tesis es absolutamente contraria a lo mantenido por Foreign Policy.

"Puede que la peor fragilidad de Ucrania no sea militar, sino política. Desde el comienzo de la guerra, muchos ucranianos liberales y moderados se han enfrentado a un dilema. Llamar la atención sobre la incompetencia, la corrupción o la mala gestión del régimen corre el riesgo de socavar el apoyo internacional. Pero guardar silencio significa aceptar el creciente monopolio de poder de Volodymyr Zelensky, que a veces ha socavado la eficacia del Estado e incluso el propio esfuerzo bélico", escribe el medio, siempre en clave de mantener la eficiencia del Estado para poder conseguir los objetivos militares de derrotar a Rusia.

"Si criticar a Zelensky era difícil antes de que Trump le atacara en febrero por ser «un dictador», hacerlo ahora es casi imposible", afirma The Economist, que destaca el peligroso precedente de "penalizar" a Petro Poroshenko "por amenazas contra la seguridad nacional sin especificar", una forma de acusación sin necesidad de pruebas que impide al expresidente presentarse a unas posibles elecciones. Pero la persecución no se limita a los medios y los partidos de la oposición permitida, sino que se extiende incluso al complejo de ONG's, especialmente a aquellas centradas en la cuestión de la lucha anticorrupción.

La descentralización es imaginaria y solo es vibrante el sector de la sociedad civil, es decir, el de las organizaciones no gubernamentales cuya misión es reclutar y conseguir recursos para la guerra. Esa es la democracia que funciona actualmente en Ucrania y que es suficiente para gran parte de los medios.

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