Michael Hudson: La deuda, el colapso económico y el mundo antiguo (I - II)
Yves Smith.- Esta transcripción de una entrevista de 90 minutos del 25 de julio de 2024 ha sido editada y refinada en profundidad para aclarar el lenguaje y las ideas que se discuten. Está dividida en secciones y subtítulos para ampliar la discusión original, disponible en inglés en https://youtu.be/SO-qHypWlgE
PARTE I
Robinson: Michael, has estado estudiando la historia de la deuda y el colapso de las civilizaciones durante muchas décadas, al menos desde tu época en el Museo Peabody de Harvard. Me pregunto si al principio te interesaba este tema por su interés histórico o más bien por sus implicaciones para el presente.
Michael: Llegué a Nueva York en 1960-1961 y me dediqué a la economía porque me interesaba la deuda. Mi mentor, Terrence McCarthy, me inspiró y pronto empecé a trabajar en Wall Street haciendo investigación financiera mientras estudiaba economía. Empecé como economista en cajas de ahorros para ver cómo se acreditaban los intereses a los depositantes que los bancos reciclaban en préstamos hipotecarios. Era evidente que los ahorros aumentaban exponencialmente de un trimestre de dividendos al siguiente y que los bancos destinaban el servicio de su deuda a la concesión de nuevos préstamos. El volumen de la deuda crecía más rápido que el resto de la economía.
En 1964 me incorporé al Chase Manhattan y mi primera tarea fue analizar cuánto podían permitirse endeudarse los países latinoamericanos. Me pidieron que me centrara en Argentina, Brasil y Chile. Para calcular su capacidad de endeudamiento, tuve que calcular cuánto podían permitirse pagar en intereses con sus ingresos de exportación. Descubrí que ya habían alcanzado su límite para pagar a los acreedores en dólares, por lo que no tenían muchas posibilidades de endeudarse más.
Esto no hizo muy felices a los funcionarios del departamento internacional, que querían aumentar sus préstamos, al igual que los departamentos inmobiliario y petrolero. Me pareció que los préstamos internacionales estaban cerca del límite de riesgo de impago para muchos países.
En una ocasión posterior me reuní con la Reserva Federal de Nueva York para hablar de mi análisis. El funcionario de la Reserva Federal dijo que, según mis cálculos, Gran Bretaña no podía permitirse pedir prestado más dinero. Estuve de acuerdo. Tenía que seguir pidiendo préstamos sólo para mantener el tipo de cambio de la libra esterlina.
El hombre de la Reserva Federal señaló que los británicos habían estado manteniendo su equilibrio, principalmente aumentando las tasas de interés para atraer préstamos que estabilizaran su tipo de cambio. Estuve de acuerdo en que eso era lo que les había permitido seguir pagando sus deudas. Señaló que eso se debía a que los acreedores estadounidenses les estaban prestando el dinero. Y, por supuesto, eso era exactamente lo que los mantenía a flote. Dijo que lo mismo sucedía con los países latinoamericanos. EEUU los apoyaba, al menos mientras fueran "amigos". Por lo tanto, los banqueros estadounidenses podían prestarles el dinero porque la política estadounidense era mantenerlos solventes.
El Banco Mundial les estaba mostrando cómo pagar el servicio de su deuda privatizando su propiedad pública, y el FMI les estaba dando consejos sobre cómo hacer que su trabajo fuera más competitivo pagándole menos y bloqueando los intentos de sindicalización, al tiempo que recortaba el gasto social público para "liberar" ingresos para pagar a sus acreedores.
En esas condiciones, estaba claro que América Latina podría seguir pagando a los bancos estadounidenses nuevos préstamos, al menos en el futuro inmediato. Ése era el marco temporal del sector financiero. Pero yo veía que la única manera en que los bancos podían seguir ampliando sus préstamos a América Latina e Inglaterra era conseguir que pidieran prestado el dinero necesario para pagar los intereses y el capital.
Eso se llama esquema Ponzi. Un deudor se mantiene solvente tomando prestado el dinero para pagar los intereses y la amortización que vencen. Empecé a preguntarme cuánto tiempo los bancos estadounidenses podrían seguir financiando este esquema Ponzi prestando a los países deudores el dinero necesario para que pudieran pagar a sus acreedores.
Mi formato de contabilidad financiera para el comercio, la inversión y el gasto militar de EEUU
Como economista de balanza de pagos de Chase, me pidieron que desarrollara un formato de contabilidad para analizar la balanza de pagos de la industria petrolera estadounidense. El tesorero de Standard Oil me explicó las complicadas estadísticas y el misterio de los precios de transferencia, e hice varios viajes a Washington para hablar con economistas del Departamento de Comercio sobre cómo obtener las estadísticas pertinentes. Me explicaron lo que realmente significaban las cuentas.
Gran parte del comercio de importación de petróleo de EEUU en realidad no implicaba pagos en divisas. En lugar de reflejar flujos financieros reales, el comercio trataba las importaciones y exportaciones como trueques, de modo que encajaran en el formato de contabilidad del PNB /producto nacional bruto/ de EEUU. La mayoría de los pagos por las importaciones de petróleo de EEUU se hacían en dólares a las empresas estadounidenses que suministraban el petróleo (desde centros bancarios extraterritoriales en Liberia o Panamá, utilizando dólares) o eran simplemente ganancias y honorarios estadounidenses de las oficinas centrales de las empresas aquí. Llegué a comprender que, si bien el petróleo era un elemento central de la fortaleza económica y la diplomacia de EEUU, no se producía una salida real de la balanza de pagos por las importaciones de petróleo de EEUU, pero las cuentas del PNB hacían parecer que el déficit comercial significaba una salida real de pagos.
Quise extender esta realidad a toda la balanza de pagos de EEUU para analizar los flujos financieros reales de las exportaciones, las inversiones extranjeras y el gasto militar de un país. Arthur Andersen me contrató en 1968 para hacerlo, con la esperanza de desarrollar una experiencia en la previsión de déficits. Esa tarea me llevó alrededor de un año. Descubrí que todo el déficit de la balanza de pagos de EEUU era causado por el gasto militar en el exterior. El sector privado estaba exactamente en equilibrio desde los años 50, y lo que se contaba como "ayuda exterior" en realidad generaba un superávit estadounidense, no una salida de fondos.
La empresa mostró mi análisis al gobierno y eso enfureció al Departamento de Defensa. Me dijeron que la oficina del Sr. McNamara le pidió a Arthur Andersen que no lo publicara y amenazó con recortar los contratos gubernamentales si lo hacía. Me despidieron, pero me dieron todo el material para los gráficos y publiqué mis estadísticas a través de la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York.
Esa experiencia me mostró la resistencia que existe a reconocer que el desequilibrio financiero mundial está empeorando. Mi análisis de la increíblemente alta rentabilidad de la balanza de pagos de la industria petrolera sobre su inversión extranjera había sido popularizado por Chase porque la industria petrolera quería liberarse de los controles de balanza de pagos impuestos por el presidente Johnson en enero de 1965. Mis estadísticas mostraban la rapidez con la que la economía estadounidense obtenía beneficios de su control del comercio petrolero mundial, y me dijeron que mi informe había sido colocado en el escritorio de todos los senadores y congresistas estadounidenses. Yo había pensado que los países del Tercer Mundo podrían recoger este hallazgo, pero ninguno lo hizo.
De manera similar, mi libro Superimperialism de 1972 fue visto por el Departamento de Defensa de EEUU como un caso de éxito sobre cómo la política exterior estadounidense estaba obteniendo beneficios financieros internacionales gratuitos. El abandono del oro en 1971 convirtió al dólar en el medio básico en el que los bancos centrales extranjeros guardaban sus reservas monetarias. Esas reservas internacionales financiaban los costos de balanza de pagos del gasto militar estadounidense en el exterior. La derecha celebró este hallazgo, mientras que ni la izquierda ni las víctimas extranjeras criticaron la dolarización del sistema financiero mundial.
Mis advertencias sobre un default generalizado en América Latina generaron una reacción de negación
A fines de los años 70 me convertí en asesor de balanza de pagos de Canadá y asesor de UNITAR, el Instituto de las Naciones Unidas para Formación Profesional e Investigaciones, que publicó mis trabajos sobre las razones por las que América Latina no podía pagar sus deudas. Presenté mis conclusiones en una gran reunión de UNITAR en Ciudad de México.
El relator estadounidense tergiversó deliberadamente mi intervención, diciendo que yo había explicado cómo los países del Tercer Mundo podrían pagar sus deudas con la ayuda de EEUU. Me puse de pie y dije que eso era una falsificación de lo que yo y otros miembros de la delegación estadounidense (incluidos Bob Fitch y Loren Goldner) creíamos. Exigí una disculpa a Luis Echeverría, que había convocado la reunión. Se desató un caos y me marché en señal de protesta. El delegado ruso salió y me dijo que yo había tomado el control de la conferencia diciendo cosas indecibles.
Lo "indecible" ocurrió muy rápidamente. Los financiadores italianos del grupo UNITAR insistieron en que dejara de publicar mis advertencias sobre la deuda del Tercer Mundo. Comprendí que la idea de que los países no podían pagar su deuda era realmente importante. No era algo impensable en absoluto, pero era indecible en compañía de gente educada. En 1982, México dejó de pagar sus bonos, lo que desencadenó la "bomba de la deuda" latinoamericana.
Me propuse estudiar los problemas de la deuda y sus cancelaciones en el mundo antiguo
Cuando William Shakespeare escribió obras sobre el tipo de intrigas sociales y políticas que encontró en Inglaterra, a menudo situaba la acción en Italia o en algún otro país extranjero para no tocar una fibra sensible del país. Una lógica similar me llevó a poner el problema de la deuda en su perspectiva más amplia escribiendo una historia de la deuda a través de los tiempos. Pensé que la gente estaría más dispuesta a aceptar la idea de que era necesario cancelar las deudas para evitar la polarización económica y el empobrecimiento si pudieran ver cómo las sociedades a lo largo de los tiempos habían abordado el problema de las deudas que excedían la capacidad de pago de grandes partes de la economía. Alrededor de 1980-1981, comencé a redactar esta historia. Pensé que si se aceptaba esta lógica para el pasado, las implicaciones para el presente serían menos impensables.
Busqué ejemplos de reconocimiento temprano de que, si las deudas no se podían pagar de manera generalizada, era necesaria alguna autoridad para condonarlas, o de lo contrario surgiría una oligarquía de acreedores que polarizaría y, en última instancia, empobrecería la economía. Esa polarización y empobrecimiento son bastante claros en el mundo moderno. Si los gobiernos no condonan las deudas de América Latina, por ejemplo, los países deudores del continente se verán obligados a recurrir al FMI, el Banco Mundial y el Departamento de Estado de los EEUU. Esas instituciones insistirán en que la economía deudora tendría que "estabilizar" su tipo de cambio vendiendo sus tierras, derechos mineros e infraestructura pública a inversores extranjeros, utilizando el producto de las ventas para pagar a los acreedores extranjeros. Eso despojaría a los países deudores de sus activos y patrimonio.
Fue bastante fácil remontarme al siglo XIX y ver la ruina financiera de Persia y Egipto como resultado de las deudas contraídas con los banqueros europeos. Empecé a tomar notas que se remontaban a la época medieval y a las Cruzadas, con su resurgimiento de las deudas de guerra, y a Roma y Grecia, como la seisachtheia de Solón del año 594 a. C., y al año jubilar bíblico. Al examinar esta literatura, encontré referencias dispersas a cancelaciones de deudas anteriores en Oriente Próximo.
Para rastrear estas referencias, comencé a leer sobre Mesopotamia. La mayoría de los escritos estaban en francés y alemán. Había estudiado lingüística en la Universidad de Chicago para obtener mi licenciatura, pero no sabía leer escritura cuneiforme. Así que comencé a leer traducciones de las leyes de Hammurabi y, lo que es aún más importante, las cancelaciones de deudas o "borrón y cuenta nueva" de Hammurabi y todos los demás miembros de su dinastía babilónica, así como las de las tierras vecinas y, antes, las de Sumeria.
Descubrí que no importaba que no hubiera estudiado asiriología. Tener que leer las proclamaciones reales de la Edad de Bronce traducidas resultó ser una ventaja, porque la traducción de las inscripciones y proclamaciones reales era bastante diferente en alemán, francés e inglés. Parecía que cada traductor utilizaba sus propias preconcepciones de lo que exactamente hacían los gobernantes cuando "proclamaban el orden".
El divulgador estadounidense de Sumeria, Samuel Kramer, dijo que los actos de amargi reales eran simplemente una reducción de impuestos. Escribió un artículo de opinión en el New York Times instando a Ronald Reagan a reducir los impuestos tal como lo hizo Urukagina alrededor del 2350 a. C. Muchas deudas tributarias mesopotámicas fueron efectivamente canceladas, porque las principales deudas en la Edad del Bronce eran con el palacio y con los funcionarios del templo, que eran las dos grandes instituciones de la época. Pero estos Borrón y Cuenta Nueva fueron mucho más que una simple cancelación de la deuda tributaria (y mucho menos un "recorte")
El enfoque británico consideró que estas proclamaciones reales eran una expresión de libre comercio. Wilfred Lambert y yo tuvimos una discusión sobre ese tema en una de las reuniones de Rencontre. Quería ver si yo podía, como economista, hablar de asiriología. La única palabra que eligió para discutir fue andurarum, que era la palabra babilónica que Hammurabi y los gobernantes asirios usaban para la cancelación de una deuda. Como parte de la cancelación de las deudas del gobernante asirio con el palacio, también se condonaron los aranceles reales sobre las importaciones, una categoría particular de algunas reclamaciones reales, y no se limitaba a las deudas de cebada que eran el objetivo principal de las proclamaciones reales. Ese caso especial era en cierto sentido libre comercio, pero solo un subproducto de la proclamación de borrón y cuenta nueva.
Andurarum significaba literalmente "libre flujo", es decir, que los esclavos retenidos por sus acreedores tenían la libertad de regresar a sus hogares originales. Las esclavas domésticas (a menudo "muchachas de la montaña" que los deudores habían prometido a los acreedores) eran devueltas a sus antiguos amos que las poseían. Y la tierra que había sido confiscada por los acreedores era restituida a los deudores. (La palabra babilónica era traducida al hebreo como deror, la palabra utilizada en Levítico 25 para el Año del Jubileo relacionado).
Los alemanes consiguieron precisamente lo que yo estaba analizando: una cancelación de la deuda. F. R. Krauss escribió un estudio detallado sobre esto. Pero luego el asiriólogo francés Dominique Charpin tenía la traducción menos anacrónica de todas. Lo llamó una "restauración del orden", un regreso a la "condición madre" que pondría fin al desorden. La raíz del término sumerio para tales proclamaciones, amargi, era ama, "madre". Por ejemplo, cuando el presidente iraquí Hussein dijo que su guerra contra la invasión estadounidense de George W. Bush iba a ser "la madre de todas las guerras", se refería a la guerra paradigmática. Amargi era el equilibrio social paradigmático que la sociedad de la Edad de Bronce pensaba que debía ser la norma.
Mi asociación con Harvard para crear un grupo académico que analice las economías del Cercano Oriente
Escribí un borrador de lo que había encontrado y mi amigo Alexander Marshack, el principal arqueólogo de la Edad de Hielo y miembro del cuerpo docente de Harvard, envió lo que había escrito al director del Museo Peabody, Carl Lamberg-Karlovsky. Me invitó a Harvard y me sugirió que me convirtiera en investigador asociado del cuerpo docente en "arqueología babilónica" y profundizara en mi investigación académica.
Pronto se hizo evidente que no podía escribir esta historia por mi cuenta. Lo que estaba en juego era el amplio contexto que dio forma al despegue económico de Mesopotamia, en el que surgieron y tomaron forma por primera vez el interés, el dinero y los "impuestos". Para obtener credibilidad para nuestro estudio, elaboramos un plan para invitar a los principales eruditos asiriólogos y egiptólogos que pudieran leer las proclamas, cartas y casos legales de la Edad del Bronce. Celebraríamos una serie de coloquios como base para crear una historia financiera y económica del antiguo Oriente Próximo.
Había intentado escribir la versión original de lo que se convertiría en mi libro "...Y perdónales sus deudas" para varias editoriales, como la Universidad de California. Todas las editoriales lo rechazaron y lo enviaron a evaluadores que pensaban que era imposible que la sociedad cancelara las deudas, porque si ese fuera el caso, los acreedores ya no habrían hecho préstamos. Un asiriólogo repitió el argumento a favor de los acreedores del rabino Hillel contra el Año Jubilar en este sentido. Para contrarrestar la amenaza de la cancelación de la deuda, Hillel creó la cláusula prosbul, que renunciaba al derecho del deudor a que sus deudas se cancelaran en el Año Jubilar. Ese fue el contexto político en el que Jesús lideró la lucha para revivir la práctica del Año Jubilar.
Lo que este argumento no tenía en cuenta era que la mayoría de los cultivadores de la Edad del Bronce y otras personas no comerciales no acumulaban deudas pidiendo dinero prestado, sino que incurrían en atrasos en el pago de impuestos y otras obligaciones que se acumulaban durante el año agrícola y debían pagarse en el momento de la cosecha.
Por ejemplo, ahora mismo estamos teniendo esta conversación en un bar. Desde hace mucho tiempo es habitual que los trabajadores acumulen una cuenta para recibir el pago el día siguiente. Algo similar sucedía en Mesopotamia. Las cerveceras que proporcionaban cerveza formaban parte de un "servicio público" palaciego o de un templo, como lo reconoce la palabra británica "pub". Los clientes acumulaban las cuentas que debían para el final de la cosecha. Su día de pago era la época de la cosecha, el momento en que realmente se utilizaba el dinero: dinero de grano, pesado en la era y pagado a los acreedores, encabezados por el palacio y los templos.
Pero si la cosecha era mala, los cultivadores no tendrían el dinero del grano para pagar las deudas que habían contraído durante el año de cosecha. ¿Cómo iban a lidiar los gobernantes con esta situación cuando los deudores no podían pagar? Hammurabi y sus contemporáneos reconocieron que era contrario a sus intereses dejar que los deudores cayeran en esclavitud ante el palacio para obtener anticipos agrícolas, ante los funcionarios del templo a quienes se les debía dinero por oficiar en bodas o funerales, o ante acreedores privados o "grandes hombres" que habían adelantado alimentos o productos a los cultivadores. Si los gobernantes permitían que los ciudadanos que vivían de la tierra cayeran en esclavitud para pagar sus deudas con las grandes instituciones u otros acreedores, los deudores no podían servir en el ejército ni trabajar en la infraestructura cívica construyendo las murallas de la ciudad, los templos y otras construcciones públicas.
En lugar de una "santidad de la deuda", hubo una santidad en su cancelación, al menos en el caso de las deudas de consumo personal (las deudas comerciales de las empresas se dejaron intactas). En lugar de permitir que la fuerza laboral se redujera a la esclavitud o que perdiera sus derechos de tenencia de la tierra a manos de los acreedores, los gobernantes mantuvieron el equilibrio económico proclamando una tabla rasa. Eso fue lo opuesto de lo que el Fondo Monetario Internacional ha hecho con las economías deudoras de América Latina al imponer deudas en lugar de cancelarlas, sometiendo a los países deudores y a su mano de obra a "condicionalidades" empobrecedoras.
Mis colegas de Harvard y yo nos dimos cuenta de que no tenía sentido dirigirnos al público en general y escribir todo esto sin obtener el respaldo total de los principales estudiosos de la asiriología y la egiptología: alemanes, franceses, rusos, italianos, estadounidenses e ingleses. Celebramos nuestro primer coloquio en 1994, y en 2008 nuestro grupo publicó cinco volúmenes que han escrito (o reescrito) la historia económica del antiguo Oriente Próximo, la región en la que surgió por primera vez la civilización económica moderna. Cubrimos los orígenes de la tenencia de la tierra en asociación con la organización del trabajo forzoso y otras obligaciones fiscales; la creación de la contabilidad con sus pesos, medidas y precios monetarios estandarizados para las transacciones con las grandes instituciones; los orígenes y las condiciones de las deudas agrarias y comerciales, y cómo los gobernantes proclamaron la tabla rasa para evitar el surgimiento de oligarquías acreedoras.
Poco de esta historia ha llegado a ser parte del conocimiento público fuera de la disciplina asiriológica. Las editoriales comerciales no han mostrado interés en publicar una narración histórica que parece tan impensable para la ideología occidental moderna pro-acreedores.
Durante y después de estos coloquios, fui invitado por enciclopedias y revistas arqueológicas a escribir artículos sobre cómo evolucionaron el dinero y el crédito. Acabo de publicar mis artículos principales en Temples of Enterprise, que tratan principalmente de cómo el dinero, la tenencia de la tierra y la empresa surgieron y se organizaron en las economías crediticias arcaicas, incluidos los orígenes del crédito y la práctica de cobrar intereses y la práctica real que lo acompañaba de cancelaciones regulares de deudas reales de borrón y cuenta nueva. He intentado popularizar estos hallazgos en "...Y perdonales sus deudas".
Me di cuenta de que la manera de explicar lo diferente que era la Edad del Bronce en sus inicios y la actual era enfatizar lo que no sucedió. Si comenzara simplemente diciendo cómo se desarrollaron Sumeria, Babilonia y sus vecinos de Oriente Medio desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce, los lectores (incluidos los evaluadores a los que las editoriales enviaron mis manuscritos) dirían que, según una lógica puramente deductiva basada en la forma en que el mundo moderno ha llegado a pensar, "no podría haber sucedido de esa manera. No es así como hacemos las cosas, y nuestra manera es la más adecuada".
Lo que ocurrió fue que los sumerios y los babilonios evitaran hacer lo que Milton Friedman y Margaret Thatcher habrían hecho si hubieran podido subirse a una máquina del tiempo y regresar a Hammurabi, es decir: "No, eso no es lo que hay que hacer. No interfieran con el mercado. Dejen que los deudores paguen el precio y se sometan a la esclavitud".
Si eso hubiera sucedido, la civilización no habría despegado. Llegué a comprender que lo que hoy se enseña en los cursos universitarios sobre el dinero y el interés, y cómo empezaron, era un sueño que se inventó a finales del siglo XIX por los opositores al gobierno, por los predecesores austríacos de Milton Friedman al servicio de las clases financieras y terratenientes.
PARTE II
El origen del dinero como medio de pago de deudas, principalmente a palacios y templos
Los austríacos se oponían a la regulación o control gubernamental de lo que, según ellos, debería ser una empresa privada que ganara dinero cobrando lo que el mercado permitiera. Se decía que la mejor clase de economía era aquella en la que no existía ningún gobierno. Para defender esta ideología, tuvieron que crear un mito sobre el origen de la historia económica de la civilización. Su falsa suposición era que ninguna civilización podría haber comenzado con la "interferencia" de los gobiernos en la búsqueda de beneficios privados. Se imaginaban que esa interferencia se produjo más tarde.
Ronald Reagan dijo el 12 de agosto de 1986 que: "Las nueve palabras más aterradoras del idioma inglés son: 'Soy del Gobierno y estoy aquí para ayudar'". La ocurrencia de Reagan es la de los defensores del libre mercado 'libertario' que buscan mantener a los empresarios privados, acreedores, terratenientes y monopolios libres de las regulaciones gubernamentales o de cualquier otra interferencia en su búsqueda de ganancias -especialmente en su búsqueda de rentas-, por ejemplo, no permitiéndoles cobrar suficiente alquiler y no permitiendo que los acreedores reduzcan a la población a la esclavitud.
El libertarismo se basa en la Escuela Austriaca que surgió a fines del s. XIX para oponerse a las reformas socialistas. Los austriacos plantearon la hipótesis de que, al comienzo de la civilización, los empresarios privados interactuaban para crear riqueza para sí mismos, en el proceso de invención del dinero y la idea del interés sin ninguna intervención gubernamental.
El mito austríaco sobre el origen del dinero, que todos los economistas han sido inculcados a través del lavado de cerebro, es que el dinero comenzó como un intercambio de trueque. Algunas personas cultivaban trigo u otros cultivos, o fabricaban zapatos y otras artesanías, y otras proporcionaban materias primas como la plata.
Se dice que a los participantes en este intercambio les gustaba la plata porque no se estropeaba. Se suponía (erróneamente) que era uniforme y fácilmente divisible. Las personas que podían ahorrar dinero querían algo que otras personas tenían y que estaba bastante disponible, como la plata o el oro, y por eso se convirtieron en dinero.
Cuando empecé a estudiar cómo se originó el dinero, rápidamente me di cuenta de que no podía haber surgido de la manera en que se enseñaba a los estudiantes de economía. Tomemos como ejemplo la simple afirmación de que la plata es de calidad uniforme. No lo era. ¿Cómo se sabía que era plata pura? Creo que la aleación estándar era de siete octavos en Babilonia, y en Grecia y Roma había distintas purezas. Había falsificaciones, así que no es uniforme. Sólo se podía confiar en los templos, por eso el dinero de plata lo acuñaban ellos, no los mineros que lo desenterraban y cambiaban trozos por zapatos u otros consumibles.
Es cierto que el dinero metálico no se oxidaba, es cierto que duraba, pero ¿cómo se establecía una equivalencia de precios para que alguien pagara en forma de una pieza de plata una cantidad de grano para volver a casa y hacer pan? Tenía que haber una medida estándar de peso para una pequeña pieza de plata y una medida de volumen para el grano. Para eso se necesitaba una balanza, pero no había balanzas precisas para pesos pequeños, y aun así, la Biblia y los babilonios denunciaban a los comerciantes que utilizaban pesos y medidas falsos.
En el Oriente Próximo, en la Edad del Bronce, era necesario utilizar algunas denominaciones de medidas. Una mina de plata se dividía en 60 siclos de peso, pero la mayoría de las economías agrarias pagaban en grano. Los teóricos austríacos evitaron este hecho planteando una objeción: cómo era posible que la gente llevara grano en los bolsillos sin que se enmoheciera.
En la Edad del Bronce no se intentó comprender cómo y qué tipo de transacciones se llevaban a cabo. Y no solo en esa época, sino también en la Europa medieval, la mayoría de los pagos no se hacían durante el año, sino solo una vez al año, cuando había cosecha. Las economías eran de crédito durante la mayor parte del año y los pagos solo se hacían en ocasiones especiales para saldar deudas contraídas.
Por ejemplo, ahora mismo estamos aquí en la cervecería de Austin. Muchos babilonios iban a las cervecerías y acumulaban deudas que debían saldar en la época de la cosecha, en la era. Esto estaba bien documentado y mencionado en las proclamaciones reales de borrón y cuenta nueva que cancelaban estas deudas. Y eso requería que las deudas de las cerveceras con el palacio o los templos por el suministro de esta cerveza también se anularan.
Nadie había prestado dinero a los cultivadores, que eran los clientes de las cerveceras, y las cerveceras no habían pagado dinero a sus proveedores. Los recursos se adelantaban a crédito, para ser pagados cuando llegaba la cosecha. Las comunidades agrarias realizaban el comercio a crédito, y la liquidación monetaria se hacía principalmente una vez al año por las transacciones de toda una temporada de cosecha, no por cada transacción en acuerdos de trueque espontáneos. Me refiero a obligaciones personales por bienes y servicios, no a transacciones financieras de los comerciantes, que utilizaban plata entre ellos. Las relaciones de pago y crédito de la economía se dividían en dos categorías separadas: los pagos mercantiles se denominaban en plata, y las obligaciones de la economía agraria se denominaban en grano.
De este modo, el grano y la plata se convirtieron en los dos primeros vehículos principales de pago monetario: el grano fresco en la era y la aleación de plata refinada producida por los templos para garantizar una pureza estandarizada. Las denominaciones de ambos medios de pago se basaban en 60 avos. La mayoría de las transacciones monetarias se destinaban al pago de deudas, principalmente a recaudadores de palacio o de templos o a personas asociadas con estas grandes instituciones.
Condonaciones de deuda real cuando las condiciones impedían que los deudores pudieran pagar
Pero ¿qué sucedía cuando la cosecha se perdía? Eso es algo que ha desconcertado a los economistas e historiadores que han sido adoctrinados con las ideas económicas de la era moderna. La incapacidad de un gran número de personas para pagar nos lleva de nuevo al problema que mencioné antes. Las sociedades antiguas tenían que tratar estos "actos de Dios" como una simple exigencia de la remisión de las reclamaciones de pago cuando ocurrían tales desgracias.
Este fenómeno no era exclusivo de Mesopotamia. Cuando la Compañía Británica de las Indias Orientales conquistó la India, puso fin a la práctica seguida en el norte islámico de cancelar las deudas en tiempos de semejante desgracia, que había sido una práctica de larga data. Los gobernantes se dieron cuenta de que si las cosechas fallaban, tenían que actuar para evitar que la población perdiera sus tierras y cayera en la esclavitud. Una respuesta común a esto era que los deudores huyeran. Esta huida de los deudores se ha descrito desde finales del segundo milenio a. C. Y los deudores en esclavitud no podían servir en el ejército, o podían desertar y unirse a los atacantes que prometían cancelar sus deudas, una estrategia militar griega común para que los generales ganaran el apoyo de las poblaciones locales.
La libertad económica en la tierra significaba poder producir los propios medios de subsistencia. Las leyes de Hammurabi buscaban preservar esta condición -o restaurarla, si se alteraba- estipulando que si el dios de las tormentas Adad inundaba la tierra, no habría que pagar las deudas por cereales. La guerra era otra ocasión para este tipo de cancelaciones de deudas. E incluso sin esos problemas, se reconocía que las deudas se acumulaban en el curso normal de la vida. Para liquidar esta acumulación de obligaciones que pesaban sobre los individuos agrarios, cada nuevo gobernante comenzaba su reinado proclamando borrón y cuenta nueva: todos los gobernantes de la dinastía de Hammurabi y los de la anterior Lagash y otras tierras vecinas.
El objetivo de los gobernantes fuertes es impedir que surja una clase acreedora que los derroque
Un elemento clave de esta restauración del orden social fue impedir que surgiera una clase acreedora agresiva que buscara convertir su riqueza en su propio poder político, como lo hicieron los acreedores a fines del Imperio Romano y trataron de hacerlo nuevamente en el Imperio bizantino en los siglos IX y X cuando la nobleza intentó apropiarse de tierras pignoradas como garantía y comenzó a utilizar su trabajo dependiente para crear sus propios ejércitos contra Constantinopla.
Pero Constantinopla ganó. El emperador bizantino invitó al general rival a una cena para sellar la paz. Se sentó con el general y le preguntó cuál sería la mejor manera de evitar futuras luchas de la nobleza y vivir en paz. El emperador le explicó que no iba a tomar represalias contra su antiguo rival y que dejaría a las familias ricas sus propias tierras y la riqueza monetaria que poseían, pero que no podían arrebatarle las tierras al campesinado. El Imperio bizantino necesitaba un campesinado libre porque estaba amenazado por invasores del este y necesitaba tanto a la nobleza como al campesinado para ayudar a defender el reino.
El ex general rival dijo exactamente lo que un tirano griego clásico, Trasíbulo, aconsejó en el siglo VII a.C. a su contemporáneo gobernante corintio Periandro, que había derrocado a la aristocracia, cancelado las deudas que mantenían al campesinado en esclavitud y redistribuido la tierra (que es lo que hicieron los tiranos griegos, y por lo que fueron menospreciados por las oligarquías posteriores, que convirtieron la etiqueta de "tirano" en una invectiva). Cuando Periandro le preguntó qué hacer para evitar que la oligarquía corintia depuesta intentara recuperar su antiguo poder despótico, Trasíbulo se acercó a un campo de trigo contiguo y señaló los tallos de trigo de diferentes tamaños. Tomó una hoz e hizo un movimiento de barrido para emparejar los tallos, de modo que estuvieran al mismo nivel.
Esta metáfora visual era bastante clara. Con una lógica similar, el general bizantino explicó la necesidad de gravar los ingresos de las familias más ricas (pero dejándoles sus propiedades) para evitar que intentaran egoístamente tomar el poder. De lo contrario, harían lo que hacen las familias ricas y arraigadas: tratar de deshacerse del poder palaciego.
Esto ayuda a explicar por qué las economías no occidentales, como las del antiguo Cercano Oriente, e incluso los primeros tiranos y reyes griegos y romanos, tuvieron tanto éxito en impedir que las oligarquías ganaran poder para empobrecer sus economías, como pudieron hacerlo más tarde, desde el siglo IV a. C. en adelante, librando guerras civiles para derrocar el poder regulador de los gobernantes que era necesario para proteger las necesidades básicas de la población y los medios de autosuficiencia.
Creo que el afán adictivo del poder económico para llevar a otros sujetos a relaciones de dependencia como deudores, inquilinos o clientes comerciales, dominando y empobreciendo a la sociedad que los rodea, debería ser el centro de la economía moderna. Estamos viendo al Uno por Ciento haciendo lo que las élites similares siempre han tratado de hacer. Podemos entender por qué a los acreedores les gusta la libertad de negar la libertad a sus deudores y tratar esto como parte del orden natural. El sector financiero controla la mayor parte de la riqueza monetaria y se horroriza ante la idea de que los deudores puedan verse liberados de tener que pagar sus préstamos.
Existe casi una aversión a considerar la historia económica de la Edad de Bronce y la de la Antigüedad temprana como una historia de éxito en la restricción del surgimiento de una oligarquía que utilice el apalancamiento de la deuda para empobrecer a la población y apropiarse de sus tierras de autosuficiencia para sí misma, apropiándose de casa por casa y parcela por parcela de modo que no quede más espacio en la tierra para la gente, como lo expresó el profeta bíblico Isaías.
¿Dónde está hoy el debate económico sobre cómo lograr una economía mixta y equilibrada entre el sector público y el privado? Se adoctrina a los estudiantes sobre cómo dejar que el libre mercado, dominado por el sector financiero rico, funcione de modo que los ricos puedan hacer lo que quieran. Los romanos no necesitaban a Margaret Thatcher ni a Ronald Reagan para que les aconsejaran sobre la libertad económica. Para la oligarquía romana, la libertad era su derecho a hacer lo que quisieran con el resto de la población.
A eso conduce un mercado libre privatizado económica y políticamente: los acreedores y los terratenientes tienen libertad para cobrar rentas y los monopolios para tomar todo lo que puedan de sus víctimas. Esto es lo opuesto a lo que Adam Smith, John Stuart Mill y los demás economistas clásicos entendían por mercado libre: un mercado libre de terratenientes, libre de rentas monopolísticas y libre del poder privatizado de los acreedores.
Esa lucha básica para liberar a las sociedades de la "renta económica" y el poder rentista oligárquico asociado a ella ha existido desde la antigüedad.
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