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Las relaciones exteriores de Aznar
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Buscar intereses, despreciar amigos
x Juan Agulló
El 74% de los españoles está contra la guerra en
Irak. Madrid, sin embargo, envió tropas a Medio Oriente. El rey
Juan Carlos clama consenso. Privatizando la política exterior,
José María Aznar alteró principios vigentes desde
la muerte de Francisco Franco. Ahora, su pueblo le pide explicaciones
AL BUSCAR EL INTERES de las multinacionales españolas, José
María Aznar fue contra los intereses de España. No sólo
en Irak, también en América Latina. Y en Marruecos. Y
hasta en la Unión Europea (UE). Institucionalmente hablando,
Madrid sólo vive un momento dulce en sus relaciones con Washington.
Exactamente lo contrario de lo que le gustaría a la mayoría
de los españoles. También están abandonados los
principios de acción exterior que, por vía consuetudinaria,
quedaron establecidos desde la época de la transición
(1977–1982): promoción de la paz y de España como
puente entre América Latina, la UE y el mundo árabe.
Entre 1977 y 1996 los principios de las relaciones exteriores españolas
fueron siempre políticos y se articularon a partir del consenso
social. Desde la llegada de la derecha al poder primaron, sin embargo,
los intereses del gran capital. La privatización de antiguos
monopolios paraestatales y su fusión con corporaciones privadas
o públicas de otros países (como en el caso de Repsol-YPF)
le dio a Aznar la base político-empresarial que necesitaba.
Entonces, cambiaron los principios que hasta ese momento eran inamovibles.
Pero Aznar confundió el “ser” con el “deber
ser”. La experiencia colonial española está demasiado
lejana y además revistió un carácter, a lo sumo,
mercantilista. Se importaron capitales, pero apenas se acumularon. Los
más recientes, en España, se crearon a partir de una guerra
(la Civil, 1936-1939) y de una dictadura (el franquismo, 1939-1978).
Nunca se entretejieron, pues, intereses ultramarinos como en los casos
de Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Aznar quiso cambiar
eso por decreto.
La política carolina
En América Latina, la política exterior aznarista se
transparenta. Madrid tiene mayor margen de maniobra –político
y cultural– que en la Unión Europea o incluso más
que en el mundo árabe. Los gérmenes de la beligerancia
contra Irak se incubaron, pues, al sur del río Bravo.
La Fundación Carolina (FC) es el laboratorio de la política
exterior de la derecha española. Creada en 2000 (en el V centenario
del nacimiento del rey Carlos quinto), la FC agrupa a las 24 multinacionales
más importantes de España. Faltaban algunas de peso que,
como Telefónica o Altadis, se incorporaron recientemente.
Están, pues, casi todas las que son: petroleras, gasísticas,
eléctricas, constructoras, bancarias, aseguradoras, transportistas,
de entretenimiento e incluso textiles. Pocas fueron creadas por iniciativa
privada. La mayoría, antiguas paraestatales, cambiaron en pocos
años su filosofía de servicio público por el ánimo
de lucro. Ahora, desde la FC financian inversiones, proyectos e investigaciones
promovidas por un enjambre de administraciones públicas, entidades
académicas y profesionales, fundaciones privadas, asociaciones
y ONG. La máquina imperialista, con Aznar, funciona a pleno rendimiento.
A partir del capital financiero, España ha tomado posiciones
en casi todos los países de la región. Para empezar en
los estratégicos Cuba, México, Venezuela, Brasil, Argentina
y Chile. Y poco a poco en los demás. Las viejas estructuras de
cooperación (sobre todo las cumbres iberoamericanas) son utilizadas
para promover intereses de empresas, no de naciones. Juntas llegaron
la arrogancia, el desprecio y la incomprensión: desplantes a
Castro, conspiraciones contra Chávez, especulaciones contra Lula
y “sugerencias” a Fox. La simple invocación de la
soberanía nacional le disgusta a Aznar. Carolino.
La política trasatlántica
En el ámbito europeo la cosa cambia. Allá, el margen
de maniobra es menor porque las relaciones se estructuran en términos
de dependencia. En 1985, para ser admitida en su seno, España
hubo de aceptar el desmantelamiento de su tejido industrial y la coordinación
de su política agraria con la del resto de países asociados.
A cambio comenzó a recibir los llamados fondos estructurales,
es decir, capitales foráneos –a fondo perdido– orientados
a financiar la transición hacia una estructura económica
basada en la oferta de bienes de consumo y servicios a precio asequible.
En busca de sellar la entente, el ex presidente Felipe González
(1982-1996) trató por todos los medios de establecer una alianza
política con Francia y Alemania. La inversión de las empresas
españolas en América Latina apareció entonces como
necesaria para acumular unos capitales que, en un marco de competencia
independiente, era complicado importar desde Europa o incluso crear
en la propia España. Pero llegó Aznar y por iniciativa
propia, le dio un vuelco a todo: fracturó las alianzas prexistentes
–en Europa también saben de sus desplantes– y reformuló
los principios de política exterior.
En su lógica sajona: buscar intereses en lugar de amigos. A
partir de ahí –vía Londres–, Madrid tendió
puentes hacia Washington. La Casa Blanca rehuyó el envite porque
hace mucho que Estados Unidos olfatea, ante todo, las utilidades. España
tenía mucho que ofrecer: es un país miembro de la UE,
militarmente estratégico y con influencia política, económica
y cultural en América Latina. Su presidente tiene, además,
afán de protagonismo internacional. No hubo más de qué
hablar: el viejo europeísmo de España se transformó
en atlantismo gracias a una arriesgada joint venture diplomática.
La política árabe
Hablar de política árabe de España es hacerlo
de política magrebí (norafricana) y siendo más
específicos, marroquí. Aquí, el proceder de Aznar
merece punto y a parte. Para empezar, en el ámbito de los prejuicios
el presidente ignora de facto la herencia musulmana de su propio país
(casi ocho siglos, 711-1492). Así, no sólo desaprovecha
la simpatía que España despierta en el imaginario colectivo
árabe-musulmán sino que, dilapidándola, desarticula
otro de los principios rectores y consensuales de la política
exterior española desde la transición: ejercer de privilegiado
interlocutor occidental con los países árabes.
El caso de Marruecos es locuaz. Tan importantes son para España
las relaciones con su vecino sureño que desde la presidencia
de Adolfo Suárez (1977-1981) el primer viaje al extranjero de
todo jefe del Ejecutivo es siempre a Rabat. Aznar no rompió esa
tradición, pero sí estuvo al borde de una inaudita ruptura
de las relaciones diplomáticas. El principal efecto –deseado
o no– es que los capitales españoles aligeraron sus crecientes
inversiones al otro lado del estrecho. Mientras tanto, los migrantes
no dejan de llegar, aunque en unas desconocidas condiciones de “ilegalidad”.
Mano de obra a precio de saldo.
Medio Oriente cierra el círculo. Al principio fue la obnubilación.
Aznar se obsesionó en emular el éxito político
y diplomático de su predecesor y rival, Felipe González:
pretendió celebrar una segunda Conferencia de Madrid –por
la paz en Medio Oriente–, pero fue ignorado por todos los actores.
Comenzó entonces a profundizar sus relaciones con Israel; también
a incentivar la participación de empresas españolas en
el programa Petróleo por alimentos que la ONU le impuso a Irak
desde 1996. El alineamiento incondicional con Washington en su política
belicista ejerce de corolario. La reconstrucción es el legado.
Empresas españolas en Irak
La presencia española en Medio Oriente, salvo excepciones, es
muy reciente. Las relaciones empresariales con el mundo árabe-musulmán,
hasta el momento, sólo habían sido verdaderamente significativas
en los casos de Marruecos y Argelia. Desde que en 1996 la ONU aprobó
el programa Petróleo por alimentos, sin embargo, una treintena
de empresas españolas llegaron a Irak. Las hay petroleras, farmacéuticas,
constructoras, metalúrgicas e incluso, alimenticias. Son las
mejor ubicadas de cara a la reconstrucción. Estas son algunas
de las más importantes:
• Repsol-YPF: Antigua petrolera paraestatal, integrante de la
Fundación Carolina (FC), se ha convertido en buque insignia de
la política exterior aznarista. El gobierno posee una “acción
de oro” que le permite, aunque socio minoritario, controlar su
administración. Tiene pequeños contratos de extracción
y comercialización en Irak. Su cotización ha crecido como
la espuma desde el estallido de la guerra.
• CAMPSA: Ex paraestatal petrolera en la que se reproducen todos
los elementos que caracterizan a Repsol-YPF: integrante de la FC, controlada
por el gobierno y poseedora de pequeñas concesiones en Irak.
Su cotización también se incrementó desde el estallido
de la guerra.
• Aceralia: Antigua paraestatal siderúrgica. Actualmente
es integrante del consorcio europeo Arcelor, uno de los mayores del
mundo. Le vende a Irak materiales que se emplean en la construcción
de gran infraestructura. Sus valores también cotizan a la alza.
• Abengoa: Una de las pocas “grandes” con intereses
en Irak que nunca fue paraestatal. Integrante de la FC. Se dedica al
diseño e implementación de proyectos de ingeniería
civil que requieren de importantes insumos tecnológicos. En la
bolsa de valores tampoco le va mal.
• SERCOBE: No es una empresa, sino la patronal que agrupa a las
empresas, en su mayoría medianas, dedicadas a la construcción
y exportación de bienes de equipo. Muchas de ellas forman consorcios
que invierten en Irak desde antes de la Guerra del Golfo.
• Otras: Al margen de las empresas españolas con intereses
ya creados en Irak hay otras que pueden crearlos a corto plazo. La prensa
española especula últimamente con algunas ilustres integrantes
de la FC como Gas Natural-Iberdrola (gasística y energética,
actualmente en proceso de fusión), ACS, Dragados y FCC (constructoras)
y quizás, de una u otra forma, el BBVA y el SCH. Otra mencionada
es la ingeniera Ferrovial.
Aznar “atado y bienatado”
Aznar, en minoría. Los españoles no aceptan la guerra
contra Irak. ¿Cómo es posible entonces que España
participe en el conflicto? La respuesta es simple: gracias a un conjunto
de “candados” institucionales, heredados de la transición,
que privilegian la “legalidad de ejercicio” –de raíz
franquista– frente a la “legalidad de origen”. Dicho
de otro modo, la democracia española se basa en los hechos consumados,
no en los principios. Así se garantiza la gobernabilidad, no
necesariamente los deseos de los ciudadanos; el control como imposición,
no como garantía.
El primer candado, en la fragua. Los diputados españoles son
escogidos con base en criterios administrativos, no poblacionales: circunscripciones
enormes y listas cerradas. El absurdo: en una democracia supuestamente
representativa ningún español sabe quién le representa.
La perversión: los diputados responden ante el jefe de su partido,
nunca ante los ciudadanos. Apenas hay espacio para la participación.
Por eso las deserciones son residuales y la abstención –que
por obra y gracia de la ley electoral favorece al partido gobernante–
se convierte en el refugio más recurrente. La puntilla: más
allá del voto, apenas hay espacio para la participación.
Desilusión, desmovilización.
El segundo candado, en la retaguardia. A Aznar se le puede acusar de
muchas cosas: de violar la Carta de Naciones Unidas, de ignorar las
resoluciones del Consejo de Seguridad, de pasar por encima de la Constitución
española, o incluso, de los convenios militares hispano-estadunidenses.
Institucionalmente, sin embargo, es prácticamente imposible pedirle
más responsabilidades que las estrictamente políticas.
La Fiscalía –procuraduría– General la Defensoría
del Pueblo y la Suprema Corte de Justicia son escogidas por el parlamento,
controlado por el jefe del partido que ostenta la mayoría, actualmente
el de Aznar.
Ante tanta cerrazón no queda más iniciativa que la popular.
Constitucionalmente reconocida, administrativamente limitada: es el
tercer candado. Solicitar un referéndum requiere de un millón
de firmas y tiene sólo carácter consultivo, nunca vinculante.
Para marchar por las calles hacen falta permisos oficiales que, de no
ser respetados, pueden acarrear represión (multas o macanazos).
El voto es, pues, la única salida, y la mayoría absoluta,
el mayor de los riesgos. Quizás Franco tenía razón
cuando, antes de morir, dijo que dejaba todo “atado y bien atado”.
Masiosare
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