El bosque de las manzanas y la precariedad laboral

x Carlos Rivadeva
Especial para La Haine

El salario que el trabajador cobra por vender su trabajo a una empresa (pública o privada) supone la única renta que garantiza la supervivencia en aproximadamente el 90% de los casos. Hoy en día, prácticamente todos los trabajadores se mantienen sólo gracias a sus salarios, trabaja para comer: si no hay trabajo, no hay sustento.

¿Qué es la precariedad laboral?

Se podría resumir con un bonito ejemplo:

Un grupo de personas vive en el bosque: 10 en total. A uno se le encarga coger manzanas y repartirlas (éste es el único alimento de nuestros hombres), dando a cada uno una manzana cada día (suponiendo que fuera suficiente para subsistir). El encargado de las manzanas se da cuenta de que estas son muy importantes para los otros: les atribuye un valor. Decide que podría cambiarlas por algo equivalente en valor que le reportara más beneficios.

Comienza a guardarse manzanas, hasta que al final sólo hay 3 manzanas diarias para alimentar a los hombres (excluyéndole a él son 9 hombres), con lo que el repartidor divide cada manzana entre tres y ofrece cada día 9 unidades de manzana (cada una es 1/3 de la asignación inicial) a los hombres cada vez más hambrientos.

Los hombres sufren y saben que sin manzanas morirán, así que compiten entre ellos por llevarse los trozos, haciendo favores y concesiones (innecesarias en principio) al repartidor para que les dé más manzana.

La urgencia de la supervivencia les hace olvidarse de los objetivos que se fijaron libremente en un principio, dejándolo todo de lado y trabajando ciegamente para el dueño de los medios de producción.

En el presente

Se puede decir que hoy en día hay poco trabajo por muchas razones, pero esencialmente porque los costes laborales son muy altos para el empresario, por lo que si paga salarios, no genera riqueza (para su bolsillo); se divide el trabajo en unidades más pequeñas (en vez de contratos largos, contratos de tres meses rotativos); se abarata su precio (para abaratar costes); y finalmente se saca al mercado para que la gente compita por él, porque sin trabajo no hay subsistencia.

En una sociedad de consumo masivo, en la que cualquier familia media gasta en consumo y mantenimiento de bienes mucho más de lo posible y necesario, se hace imprescindible el mantenimiento de unos ingresos periódicos más o menos fijos.

Por lo anterior se cubren dos objetivos: No se cuestiona el panorama laboral, por la inmediatez de las necesidades diarias, y se devuelve la renta ganada trabajando mediante el consumo desaforado (casi obligatorio para mucha gente) de productos de transnacionales.

Se fomenta, además, en la opinión pública una visión de los parados y subempleados que tiende a menospreciarlos como personas fracasadas, que no han sido capaces de abrirse camino en el mundo laboral; dicho de otro modo, los problemas que encuentran los trabajadores, incluido el desempleo, se entienden como resultado de la libre competencia entre los asalariados, que prima a los más preparados y eficientes, y deja en la cuneta a los descualificados, perezosos, débiles, etc.

Con frecuencia los propios trabajadores precarios participan de esta mentalidad y se sienten abrumados y hasta culpabilizados por su situación, de la que tratan de salir individualmente aceptando como un salvavidas los contratos-basura que se les ofrecen. Es más, hay trabajadores que, a fin de no perder el empleo, compiten con sus propios compañeros en una carrera de autoexplotación y servilismo hacia sus empleadores. El resultado es la desmovilización del colectivo de parados y subempleados, y su integración -aunque sea dependiente y marginal- en las pautas de comportamiento y de mentalidad de la sociedad establecida. De este modo, la manipulación de las conciencias de que son objeto, a través de los medios de (in)comunicación y consumo de masas, cierra el circulo de la explotación que tiene lugar en la esfera laboral, condicionando su libertad de pensamiento y su capacidad para rebelarse.

Octubre 2002

 
         
   
 

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