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Canarias: Un tal López y la filosofía del
autoritarismo
M. Relti (Liberación, Archipiélago Canario)
Vivimos momentos inciertos para las libertades formales. Y no siempre a los
ciudadanos les es fácil apercibirse de ello. El peso absorbente de la
poderosa maquina de la incomunicación mediática convierte la realidad
en un patético esperpento, transmutando lo blanco en negro, el arriba
en abajo, a los héroes en villanos y a los villanos en héroes.
No es que en nuestro pasado histórico las cosas fueran diferentes o mejores.
Pero ocurre que ayer lo que se falsificaba era la palabra, la narrativa de los
hechos, y hoy en cambio, lo que se distorsiona y trastoca es la imagen misma.
Y contra eso nuestra sociedad no está todavía inmunizada.
Los motivos para alarmarse son cotidianos y graves. Hace unos meses unos miles
de jóvenes trataron de empapelar el Parlamento español. Intentaban
llamar la atención de la hipnotizada opinión pública en
torno a no recordamos bien qué problemas internacionales. La brutalidad
con la que las llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado se ensañaron
con los jóvenes manifestantes dejan pálido el recuerdo del tristemente
célebre ministro de la Gobernación de la dictadura, Camilo Alonso
Vega. No hubo en los jóvenes el más mínimo gesto de violencia,
pero la respuesta a la absolutamente pacifica disidencia juvenil fue arbitrariamente
contundente y llena de una saña aparentemente contenida.
Pepe Rei es un periodista que se ha destacado por su honestidad profesional.
En estos días en los que las ideas y las plumas están al servicio
de los "fondos de reptiles", decir esto no es poca cosa. Su trayectoria
periodística está marcada por la investigación, por la
tentativa constante de poner al descubierto lo que se esconde tras la fachada
dorada de una realidad ficticia. En su haber se encuentran varios libros y centenares
de artículos. A través de Ardi Beltza, Rei investiga y denuncia
situaciones o personajes que él estima cuestionables. De su pluma han
salido productos de una estimable hechura profesional. Entre otros, una biografia
del Juan Carlos de Borbón, un elocuente informe sobre la red Galindo,
una novela biografica que muchos identifican con las jesuíticas andanzas
de Arzallus. Se puede, ciertamente, diferir de sus conclusiones. Pero su derecho
a analizar la realidad de acuerdo con sus parámetros ideológicos
debería ser incontestable. Su empecinada integridad, sin embargo, ha
provocado que los demócratas que jamás creyeron en la democracia.
terminaran enviándolo a la cárcel.
Nuestra sociedad es muy sensible con las situaciones conflictividad y violencia
que suscita el irresuelto problema vasco. La sangre y el dolor que ha provocado
esa tragedia en los últimos treinta y pico años debiera servir
para que todos nos empeñáramos en forzar una rápida solución
al litigio que allí se plantea. Una solución que necesariamente
tiene que pasar por la paz y el derecho de los pueblos a elegir su destino.
No parecen ser esos los propósitos del gobierno conservador de Aznar.
El PP está tercamente empeñado en recoger la doctrina franquista
que con tan trágicas consecuencias hemos heredado hasta nuestros días.
Los alevines del viejo dragón franquista se empecinan en "hacer
doblar la cerviz del enemigo". Y en una cabriola jurídica, tan antigua
como el mismo fascismo, aprovechan, de paso, para convertir en "terroristas"
a todos aquellos sectores sociales y de opinión que ponen en duda las
excelencias del sistema político y económico vigente. A nadie
debe escondérsele a dónde puede conducir ese tipo de criminalización
del disidente. Entrever esa perspectiva no puede menos que congelar la sangre.
Y es que el Partido Popular no solo está vinculado al franquismo por
razones genealógicas. Una buena parte de su dirigencia, en efecto, está
constituida por los vástagos de los viejos personajes de la dictadura.
Pero su parecido no se extingue en los lazos del parentesco. Aunque pueda parecer
increíble en los albores del segundo milenio, la "España
de siempre", la que según Antonio Machado nos "helaba el corazón",
trata ahora de recuperar su escatológico patrimonio ideológico.
Los vetustos talantes de la pasada dictadura parecen remozarse con el tiempo.
Las viejas formas, poco a poco, intentan recobrar los pasados y gloriosos perfiles.
Lo que a muchos les parecía solo un fantasma perdido en la Historia trata,
- incluso con bendiciones papales - , de rehabilitar la memoria de "sus"
muertos. El martirologio franquista se unge ahora de oficialidad con la bendición
vaticana. En rebote hacia la noche de los tiempos la derecha sempiterna se nos
asoma de nuevo por la puerta con el espíritu de la "Cruzada".
No es extraño. Basta con sacudir el polvo de los viejos libros para comprobar
que los levantamientos liberales del siglo XIX estuvieron presentes en el rencor
histórico del conservadurismo celtibérico hasta bien avanzado
el siglo XX. Quien en este Estado perdió la memoria no fue la derecha
montaraz, sino la izquierda edulcorada y pactista.
En nuestro Archipiélago, los finados caciques de antaño, recobran
el antiguo esplendor. A Matías Vega, interlocutor de las clases poderosas
de las Islas durante el franquismo, se le preparan homenajes y la nominación
de una gran avenida. Antiguos alcaldes de la dictadura, que cambiaron en aras
de la especulación la morfología de nuestras ciudades, convirtiéndolas
en adefesios urbanos, reciben hoy la gratificación y el homenaje publico
de la Canarias oficial. Es comprensible que la clase que manda rinda memoria
a sus ancestros.
La Ley y el Orden, -es decir, su ley y su orden, - tocan de nuevo a rebato.
En estas Ínsulas nuestras de Psicodelia, el papel de "guardia de
la porra" parece haberlo asumido un hasta ahora oscuro y casi desconocido
personaje de la vida política isleña. Se trata de Antonio López,
Delegado del Gobierno en Canarias. Antes de que nuestra patizamba "democracia"
fuera entronizada y coronada con birretes cardenalicios, los "gobernadores
civiles" ocupaban el cargo de máxima representación del Estado
en las provincias. Generalmente se trataba de sujetos mayormente oriundos de
la Castilla mesetaria, a los que el Poder Central designaba, en calidad de auténticos
virreyes, para imponer el orden publico a la ignorada periferia. Solían
ser personajillos de escasa estatura moral y mortecinas luces intelectuales,
entresacados del ultimo rincón de la maquina burocrática del franquismo.
El poder los proveía, no obstante, de una afilada espada y un duro mandoble.
Hacían y deshacían a su antojo. Disfrutar de sus simpatías
podía ser una bendición divina, que algunos, claro está,
aprovechaban para realizar suculentos negocios. Los pobres, los parias, excluidos
siempre del favor del poder del virrey, se veían obligados a escoger
la senda amarga de la emigración y la diáspora para salvar el
pellejo.
El tal López es ahora "Delegado del Gobierno en Canarias".
Es decir, una especie de Gobernador Civil pero con mando sobre todo el Archipiélago.
Dispone, pues, de la espada de la Ley y de otras espadas. Objetivamente sus
poderes son los mismos que disfrutaban los antiguos virreyes. Hay diferencias,
ciertamente. El tal López es autóctono, por ejemplo. Ya no nos
los traen de afuera. Pero no crea el lector, no hay muchas más.
Es preciso reconocer que hasta ahora López se había mantenido
en un discreto segundo plano. Nadie le conocía. Era un personaje gris.
Pero en los últimos tiempos, en sintonía sin duda con la corriente
de "revival" franquista que recorre a lo largo y ancho todo el Estado,
el tal López ha empezado a aplicar la versión isleña del
"palo y tente tieso".
López pronuncia discursos patrióticos. López condecora
a distinguidas personalidades de nuestras respetables esferas sociales. Lopez
pone las cosas en su sitio. Diríase que el tal López rebusca con
fruición en las hemerotecas de los años cincuenta para descubrir
la precisa dimensión de su papel. Y, según cantan los hechos,
parece estarla encontrando.
Hace unos meses dos manifestantes antirracistas fueron multados con la friolera
de medio millón de pesetas justamente por eso, por manifestarse en contra
de la xenofobia y el racismo. A López parecen no agradarle ese tipo de
excentricidades. No son serias y, además, tampoco políticamente
correctas.
En Mayo del año pasado, en los calabozos de la comisaría de Arrecife,
establecimiento dependiente de la autoridad de López, murió el
guineano Antonio Fonseca. Los testimonios de un detenido y del medico forense
son determinantes: Fonseca murió como consecuencia de la violencia que
ser ejerció sobre él en una comisaría de la que López
es responsable. Los funcionarios que detuvieron a Fonseca están, al día
de hoy, en la calle. Y el subconsciente popular , alimentado por el "genoma
de la experiencia", ya ha asumido que "aquí no va a pasar nada".
Y no ha pasado nada.
En el transcurso de los pasados Carnavales un joven fue salvajemente aporreado
por llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado. Su caso escandalizó a los
mismísimos medios de comunicación locales que teniendo en cuenta
de la manera que responden a la voz de su amo, ya es escandalizar. Sobre López
recae la responsabilidad de las fuerzas a su mando. No son pocos los que piensan
que la arrogancia y prepotencia que desde un tiempo a esta parte caracteriza
a la actitud de las fuerzas de seguridad en la Islas, son un síntoma
de cuales son las directrices de "el mando".
Hace unos días, se denegó autorización a las militantes
de Izquierda Unida para instalar unas mesas en la calle Mayor de Triana, en
Las Palmas, en el día de la mujer trabajadora. El pretexto "de la
autoridad" raya la alucinación surrealista: que a la misma hora
se estaba celebrando un acto similar en otro punto de la ciudad. Como se puede
observar la corriente autoritaria que nos invade no solo imita al franquismo
en su brutalidad , sino también en su estupidez.
A estas alturas seria bueno poder averiguar si lo que el tal López pretende
es un viaje de retorno hacia la recuperación de la hispánica estampa
del virrey de espada y mandoble. Seria bueno para saberlo, pero, sobre todo,
para tratar de impedirlo.
Kolectivo
La Haine
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