Principal España | País Vasco | Internacional Pensamiento autónomo Antimúsica |
Encuesta a l@s pres@s en las cárceles españolas
El 44% de los reclusos sufre "alguna enfermedad seria", un 78% comparte la celda con otros internos, el 66% siente que los funcionarios le tratan sin respeto, el 56% se declara drogodependiente... Éstas son algunas de las conclusiones de una encuesta efectuada a 1.010 presos de 62 penitenciarías españolas (de las 84 existentes) por dos profesores de la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid. Instituciones Penitenciarias intentó que la encuesta no se llevara a cabo porque su contenido podía afectar "al buen nombre de la institución". Sin embargo, 11 jueces de vigilancia de toda España le dieron el visto bueno y ordenaron que no se pusieran pegas.
Con las respuestas, que ocupan 2.000 folios manuscritos, los autores del trabajo -el profesor de Derecho Penal Julián Carlos Ríos y el sociólogo Pedro Cabrera- han elaborado un informe que pretenden remitir a las autoridades. En esos 2.000 folios, los 1.010 presos vuelcan sus vivencias, angustias, desolaciones, miedos... Aunque se hace hincapié en la mejora de la infraestructura carcelaria, el informe describe las cárceles como "un submundo de incomunicación y angustia", donde el "desarraigo, la desesperanza, el sida", y el ojo avizor de la muerte campan sin coto, y donde la "reinserción" es más utopía que realidad. Un submundo en que los presos que mueven la droga controla también el tiempo, la ansiedad y las posibilidades de evasión de sus compañeros: "Aquí todos estamos deprimidos y [la droga] es la única forma de robarle días al juez", cuenta un interno.
La cárcel es, para muchos presos, un lugar fronterizo entre la vida y la muerte, y un foco de enfermedades y obsesiones: "He visto a muchos compañeros morir de sobredosis en el patio, como perros"; "Sufro de paranoias por las noches, me despierto sudando, creyendo que vienen los guardias a pegarme"; "He contraído el sida con una jeringuilla usada por 50 presos...", cuentan los internos. Las respuestas de los presos aparecen corregidas en ortografía, pero se respeta la sintaxis. "No es una muestra probabilística [respondieron los presos que quisieron], pero tiene gran representatividad", sostienen los autores, según las contestaciones de 950 varones y 61 mujeres.
Instituciones Penitenciarias indicó que eludía pronunciarse por ignorar el contenido de la encuesta.
Funcionarios
Los funcionarios son el blanco de la mayoría de los dardos que lanzan los internos. Un 66% considera que, "salvo excepciones", no les tratan "con respeto". ¿Encuentras trabas en la comunicación con los funcionarios / equipo de tratamiento?, rezaba una de las 85 preguntas. "Sí", contestó el 78% de los reclusos. "Sólo hablan entre ellos"; "Imposible hablar con ellos; son yo mando y tú obedeces y si no, sanción".
La relación de los internos con los equipos de tratamiento -psicólogos, letrados, asistentes sociales...- suele ser fría y distante. Éstos tienen la llave de los permisos y del régimen carcelario. "Es imposible hablar con ellos. Siempre dicen 'Ya te llamaré', miran su reloj y se van", se indigna un preso. Otros apostillan: "Se creen tocados por la mano divina"; "Los juristas dicen que somos muchos y no pueden atendernos"; "Hay una junta de tratamiento, pero nadie la ha visto". Sólo algo más de una hora se reúnen los técnicos con los presos al cabo de la condena. El Defensor del Pueblo ha denunciado esta incomunicación. En 1996, para 37.000 presos, sólo había 250 técnicos. "Consumen la mayor parte del tiempo en burocracia, y apenas nada al tratamiento terapéutico", dice la encuesta.
Patios y celdas de aislamiento
El 84% de los internos confiesa que sus días transcurren en el patio, la instalación más apegada a la libertad: "Allí paseo y veo pasar el tiempo".
En el patio -pueden salir un máximo de cuatro horas- se palpa el pulso de la prisión, se trapichea con droga, dicen los encuestados, y los desesperados apuran la miseria ("Infinidad de compañeros cogen colillas en el patio "). También es caja de resonancia del penal ("Se rumoreaba en el patio que uno de la [celda] 215 se ahorcó. Unos decían que era porque le había dejado la mujer"). Otro interno describe: "Está lleno de presos enfermos con muletas y en los huesos esperando la muerte. De moribundos, los llevan a la enfermería para que el inquisidor [el juez de vigilancia] les mande a morir al hospital".
Las celdas suelen ocupar unos nueve metros cuadrados. Las de las nuevas prisiones son más cómodas, calefacción, aire acondicionado, "y enchufes para televisión", matiza un interno. Pero el hacinamiento y ausencia de intimidad persisten: "Con perdón de la palabra, cuando el compañero o yo estamos dando de cuerpo, tenemos que tener la cabeza sacada de la ventana".
Las celdas de aislamiento, sobre todo las de las viejas cárceles, evocan horror: "En el Dueso teníamos que pasear encima del somier (...) Usábamos los cordones de las bolsas del pan de calcetines y los pies envueltos en papel higiénico (...). Un preso describe así su celda de castigo:: "Hay un agujero en el suelo que sirve de retrete, y del que salen ratas a las que ya les tengo cariño porque comparto con ellas mi comida; si no, no me dejan tranquilo".
"Hace tres años que no miro a lo lejos"
Un 44% de los internos encuestados confiesa que sufre alguna "enfermedad seria"; el 26% se refiere, en concreto, al sida. Un portavoz de Instituciones Penitenciarias reveló el viernes que la tasa oficial de infectados por el VIH es del 20%, y que está en franco descenso.
La tríada que forman la hepatitis, el sida y la tuberculosis constituyen una gran amenaza tras los barrotes: "He contraído el VIH después de mi ingreso en prisión... No sé aún cómo, pero no ha sido por compartir mi jeringuilla ni por actos sexuales. Creo que es por la masificación de la Cárcel Modelo, en la que habitábamos 6 personas por celda y [compartíamos] las cuchillas de afeitar". "Yo", cuenta otro recluso, "entré más sano que una naranja, y ahora tengo problemas de hígado, casi todos los dientes picados, la vista cansada, cogí la hepatitis...". Algunos encuestados que gozan de buena salud lo atribuyen, más que a las medidas de prevención, al cielo: "Gracias a Dios no he cogido ninguna enfermedad grave..."; "Anticuerpos, de momento, gracias a Dios no tengo".
Aunque un el 47% indica que en la enfermería se le trata bien, casi todos evocan que alguno de sus sentidos -vista, olfato, gusto- se ha deteriorado: "He perdido vista porque no tengo horizonte y el patio es muy pequeño"; "Hace tres años que no miro a lo lejos".
Malos tratos
Sólo 528 internos, de los 1.010 consultados contestaron a la pregunta de si habían recibido malos tratos. La respuesta de un tercio de los encuestados fue afirmativa. Coincide que el 68% de los que contestaron había estado alguna vez en primer grado (celdas de aislamiento).
¿Qué tipo de malos tratos recibiste?, se les preguntó. Uno respondió así: "Desde pegarme palizas con porras y sprays, hasta tenerme desnudo dos días enteros y esposado, entrando a pegarme, normalmente en los cambios de guardia ...". Las alusiones a supuestos apaleamientos son profusas: "He tenido que pasar por una fila de funcionarios y guardias civiles todos con porras hasta el final de un pasillo"; "Me esposaron y me enrollaron en un colchón de espuma. El colchón lo sujetaron a mí con correas y me dejaron así un día, conmigo dentro, en el suelo (...) en un verano que hacía un calor asfixiante". La tortura psicológica presenta variantes como ésta: "Los guardias no dejaban que tuviésemos tabaco en la celda, pero sí podíamos tener el mechero, y había un cenicero, que me producía ansias de fumar, y el cenicero no podía esconderlo; de lo contrario, un parte".
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ, A-INFOS, 26.10.98
Kolectivo
La Haine
|