Desencuentro Ideológico Público: Militarización, financierización y subimperialismo españoles x Iñaki Gil de San Vicente Por determinadas circunstancias que no vienen a cuento, me ha sido imposible responder antes y seguir planteando puntos de reflexión crítica. Ahora, cuando sí puedo, veo que la realidad ha acelerado los ritmos y que se han agudizado buena parte de los problemas expuestos en los dos textos que ofrecí --“Militarización...” y “Debate internacional sobre...”-- al debate internacional. Hace muy poco, la prensa especializada ha reconocido la “euforia” de la industria militar estatal por los gastos del PP. También ha avanzado la estrategia general no sólo de la continuidad del aznarismo sino de una ampliación de sus sistemas de engaño y presentación de caras menos enervantes y ásperas al designar a Rajoy como “nuevo líder” del PP; ha reforzado el componente ideológico de su proyecto al defender la necesidad del irracionalismo cristiano en la UE, y ha confirmado su sumisión a los EEUU en contra de la UE. También se ha acrecentado el componente incierto e inseguro del crecimiento capitalista español, mientras que el PSOE ha vuelto a afirmar que en modo alguno quiere cuestionar la esencia imperialista interna del Estado español, según lo visto en su reciente reunión en Santander. Podría citar más ejemplos al respecto, pero quiero centrarme en uno definitivo, cualitativo. Estoy hablando tanto de la condena a un año de cárcel y a siete meses de inhabilitación absoluta a un parlamentario vasco --Jon Salaberria-- por exponer sus ideas en la Cámara de Gasteiz, como de la condena de la parlamentaria vasca Araitz Zubimendi a dos años de prisión y cinco de inhabilitación absoluta. Por razones de espacio y para una mejor información con respecto al primer caso, recomiendo la editorial de Gara del 6/9/03 y las páginas 10 y 11 del mismo diario, disponibles en http://www.gara.net En estas condiciones, cobra mayor importancia el debate que mantenemos porque el Estado ha dado un paso esencial: liquidar definitivamente los restos de la débil y vigilada democracia burguesa española existente en Euskal Herria Sur. Hasta ahora, formalmente hablando, la democracia burguesa española podía decir que mantenía una apariencia de respeto a los DDHH y, a la vez, de ser respetada por el Estado exclusivamente dentro del edificio parlamentario, mientras que hacía oídos sordos al exterminio de la democracia en la vida pública y especialmente en el sistema electoral capitalista. En la calle no se puede ejercer el voto por la imposición de la ley de partidos, pero, a partir de ahora, ya no hay democracia burguesa ni incluso dentro del parlamento, porque se ha reprimido una de sus características definitorias: la supuesta libertad de expresión en su seno, entre sus cuatro paredes. Antes no se podía votar democráticamente en la calle, ahora ni los parlamentarios pueden hablar libremente en el parlamento. Se ha cerrado el cepo. Pienso, por tanto, que debemos dar un paso más en el debate para poder no sólo seguir la velocidad de los acontecimientos represivos, sino, sobre todo, para intentar adelantarnos a ellos. Es por esto que voy a dividir mi breve intervención en tres parte. En la primera me limitaré a responder muy esencialmente a quienes sostienen que el Estado español no es una cárcel de pueblos. En la segunda, ya más constructiva, responderé a algunas de las preguntas y críticas que se me han hecho, y en la última plantearé unas reflexiones cara al futuro inmediato. Es fácil comprobar si España es una cárcel de pueblos o no lo es: abrir las puertas del edificio y permitir que sus inquilinos se marchan o se queden, y que se queden negociando su permanencia o admitiendo seguir tal cual están, y que se de la posibilidad de volver a entrar a los que se han querido ir, como los hijos pródigos que arrepentidos vuelven a la casa del padre, según la imagen bíblica. Así se sencillo. ¿Por qué no se abren las puertas sino que, al contrario, se refuerzan las cerraduras? La carga de la prueba corresponde a quienes afirman que el Estado no es una cárcel de pueblos, a los que sostienen que no hay opresión nacional. Salvando las distancias, es el mismo argumento del divorcio y de los derechos/necesidades de los colectivos oprimidos. Ahora bien, tampoco sirve de nada sostener que se reconoce el derecho de divorcio, de autodeterminación, de aborto, de huelga, de piquetes, de libre expresión, de ocupación de empresas, de armamento popular, etc., y no defender la práctica activa de esos derechos, cada uno en su área correspondiente. O se es o no se es. Cualquier excusa para posponer o minimizar la práctica de esos derechos es, desde ese momento, una contradicción insostenible. La forma más sencilla de eludir la responsabilidad ético-política que se adquiere al asumir siquiera de boquilla la validez de esos derechos, esa forma tan simple consiste en echar la culpa a ETA: si ETA sigue no apoyamos, si para lo haremos. Salvando las distancias, no intervenimos contra la patronal porque los obreros hacen piquetes violentos y contra el violador porque la violada iba provocando con minifaldas y le daba patadas al agresor. También se dice que el debate está viciado por el uso de términos viejos como “burguesía”, “capitalismo, etc., o sea, solamente debatimos si se emplea la terminología “nueva”, la que está de moda porque cada equis tiempo la impone la industria político-mediática burguesa. Luego hay formas más complejas y elaboradas, como las que dicen que el nacionalismo es invención de la burguesía, que ETA va a la par con el PNV, que las cooperativas se han integrado en el sistema, que los capitalistas vascos explotan a los trabajadores “españoles” y que por ello el pueblo vasco en su conjunto se beneficia de esa explotación, etc. Salvando las distancias, es lo mismo que decir que muchos palestinos votan a sectores burgueses de la OLP, y que algunos burgueses palestinos se benefician de la explotación de israelíes gracias a las conexiones del mercado internacional, lo que beneficia al pueblo palestino, etc. Una forma especialmente curiosa de cerrar el debate y aparcar de nuevo el problema de “España”, es decir que la izquierda abertzale no ha avanzado en estos veinte años, que ETA le ha llevado a un callejón sin salida, etc. En vez de intentar resolver el problema básico –el capitalismo estatal-- se nos proponer pararnos en una versión muy superficial sobre la actualidad vasca. Huimos del gran problema para refugiarnos en el pequeño. Ahora bien ¿y si resultase que la izquierda abertzale tiene otros criterios de valoración y análisis diferentes a los de la izquierda española? ¿No puede ocurrir que los oprimidos tengamos métodos diferentes de pensamiento que los de los opresores? ¿Por qué la izquierda del Estado opresor cree que las naciones que oprime su Estado debemos utilizar su método de análisis? Más aún, yo pienso que la izquierda abertzale está avanzando en lo substantivo, en lo decisivo para una nación negada en sus derechos, que no es otra cosa que fortalecer la conciencia nacional en su propio pueblo como requisito para avances posteriores, y este logro es incuestionable. Dejando de lado sus muchos errores, si algo caracteriza al independentismo socialista y antipatriarcal vasco, es su capacidad de autocrítica. Sin ella habríamos desaparecido. Y como ejemplo tenemos la serie de análisis sobre los resultados electorales que está presentando en La Haine mi amigo y maestro Justo de la Cueva, de imprescindible estudio y divulgación. Pero la manera más deleznable de dar carpetazo al asunto, es la de entrar al juego comparativo sobre si la izquierda abertzale es o no es la fuerza revolucionaria más desarrollada y potente del Estado. O sea, una competencia de méritos, de medallas, que incluso nos hacen retroceder hasta 1936. ¿Y por qué no llegamos hasta las guerras de resistencia a Cartago y Roma? Cuando caemos en niveles tan patéticos, poco podemos avanzar. Pero a buen seguro que no avanzaremos nada sino que retrocederemos todos los pueblos, clases y sujetos, es si se sigue la lógica de racismo latente, o al menos chauvinismo, cuando se define a la lengua vasca como “incomprensible”. Si el bantú, por ejemplo, me resulta incomprensible no es porque efectivamente lo sea, que no lo es; sino porque mi incultura me impide comprender lo elemental de esta lengua, que sin embargo la entienden y usan hasta las niñas y niños bantúes. Pero en este debate ha vuelto a sonar la esencia hispana, la que en muchos diccionarios de castellano define al “vascuence” como “lo que está tan confuso y oscuro que no se puede entender” (sic). Aunque sólo haya sido una persona la que ha dicho eso, dicho está, y nadie le ha salido al paso. Pienso que el problema aquí descubierto es realmente esencial, es decir, afecta a la propia ontología, epistemología y axiología de las izquierdas y del reformismo del Estado español. No puedo extenderme ahora en este crucial tema, por lo que me atrevo a ampliar el campo del debate internacional echando al fuego del sacrificio mi texto “Crítica abertzale del paradigma de la izquierda española. Límites teórico-políticos de las izquierdas nacionalistas españolas”, disponible en http://www.lahaine.org , http://www.basque-red.net y otras varias web más. Tengo que hacer una advertencia y simultáneamente una autocrítica sobre este texto: el amplio e impreciso del concepto de “izquierda” que empleo, metiendo en el mismo saco y sin matización alguna a reformistas y revolucionarios. El resto sigue siendo válido, y a la luz del debate actual, desgraciadamente confirmado por la incapacidad de la corriente a la que estoy respondiendo. Pero antes de acabar este primer bloque, quiero preguntar: ¿por qué el euskara es “incomprensible” para un español? ¿No será porque la lengua vasca es una “lengua isla” en un océano latino e indoeuropeo, porque es preindoeuropea? ¿No puede venir de aquí que el pueblo vasco, Euskal Herria, es decir, el pueblo que habla euskara, es un pueblo propio, diferente a los demás, ni mejor ni peor, diferente; o como se le denomina cada vez más en los medios científicos internacionales que lo estudian: el pueblo indígena de Europa? Si es así, ¿por qué unos vascos son oficialmente franceses y otros españoles? Por ejemplo, el Estado francés incluye en sus estadísticas a los vascos de Askain y Miarritze con los “franceses” de Oceanía, y el español a los vascos de Hondarribia y Zugarramurdi con los “españoles” de Ceuta y Melilla, y hace pocos años con los saharauis, por no citar a los filipinos de hace algo más de un siglo. Pues bien ¿no replantean estas irracionalidades obvias toda la historia española y francesa, con los efectos políticos que ello acarrea de inmediato? En el segundo bloque quiero responder a varias dudas y preguntas que han surgido. Intentaré sintetizarlas lo mejor posible. Una de las reflexiones más frecuentes hace referencia a la relación entre la burguesía vasca y la española: la alta burguesía vasca ha sido decisiva para la formación de “España”, junto con la catalana. La burguesía vasca, como clase, no desea ni puede pensar en romper con el Estado español. Lo necesita para protegerse y recibir ayudas. Pero en determinados momentos una fracción de esa clase puede necesitar remodelar, adaptar y cambiar el Estado, sin romper con él. Eso está sucediendo en la actualidad cuando sectores de las burguesías “periféricas” necesitan que siga el Estado español pero a la vez que se adapte para ser más flexible en las relaciones con el mercado europeo. Otros sectores necesitan sin embargo, la protección de los EEUU por razones diferentes. Tales diferencias no son contradicciones antagónicas dentro del Capital español, sino fricciones de readecuación interna y externa, disputas que aparecen en cada momento de cambio importante en la forma y superficie capitalista. Hasta ahora, ha sido la fracción financiera y comercial, dicho a la brava, la que está ganando la disputa familiar pero hay que ver cual puede ser la reacción posterior de las otras fracciones, que a buen seguro estará relacionada con la oferta del PSOE una vuelta a la UE, sin romper del todo con los EEUU. También se ha planteado, siguiendo esta lógica, el problema de si puede haber o no oposición de algunas fracciones burguesas al PP y a la “nueva” burguesía. De hecho, en la historia del capitalismo es muy difícil encontrar casos en los que todas las fracciones burguesas estén férreamente unidas, a excepción de en los momentos de crisis revolucionaria, e incluso entonces sectores de la pequeña burguesía oscilan hacia las clases trabajadoras. Una de las tareas del Estado capitalista es la de imponer la unidad burguesa, generalmente sacrificando a los sectores más débiles en beneficio de los más poderosos. Pienso que, en el subsuelo de la política burguesa, sí existen tensiones entre fracciones, sobre todo en lo relacionado con la política económica, con las alianzas internacionales, con la ubicación en la UE, con la política en I+D, con la forma más o menos centralizada del Estado para responder a los cambios internos y externos, etc. Una de las prioridades urgentes de las izquierdas es la de analizare correctamente estas fricciones para saber utilizarlas en la concienciación y autoorganización de las masas, pero por el camino que proponen algunos en este debate, eso será imposible. Por ejemplo, el PSOE intenta ofrecer una alternativa algo diferente a la del PP a algunas de esas fracciones, e IU otro tanto pero con cierta matiz democraticista. ¿Qué papel juega el capitalismo vasco en esta compleja interacción de intereses burgueses estatales? Esta interrogante ha surgido enunciada de varias formas. Antes que nada, no es cierto que el pueblo vasco se beneficie económicamente de la explotación de la fuerza de trabajo española por los capitalistas vascos. Al final de año, cuando la CAV y Nafarroa han de pagar el cupo, el impuesto o tributo al Estado, el pueblo vasco desembolsa más dinero que el que recibe del Estado, lo mismo que los catalanes, gallegos, andaluces, castellanos, etc. Se beneficia la burguesía, no el pueblo trabajador. Pero, además, las ganancias que extrae el Estado no son solamente económicas, también son políticas, culturales, simbólicas, etc. Hay que tener en cuenta este amplio contenido simbólico-material de los beneficios generados por la opresión nacional, o por cualquier otra, sobre todo por la sexo-económica, para comprender por qué llega a ser tan feroz la reacción patriarcal contra la emancipación de la mujer y, en el tema que tratamos, de las represiones brutales de los procesos de liberación nacional y social. No podemos despreciar la terrible letalidad de las fuerzas irracionales que se ponen en marcha cuando el poder dominante comprende que pierde sus beneficios simbólico-materiales. Un componte profundo de la práctica de la tortura del Estado nacionalmente opresor, sobre todo contra las mujeres de la nación oprimida, nace de ese irracional egoísmo del nacionalismo patriarco-burgués del Estado ocupante. Dicho esto, para entender el papel de la burguesía vasca en el Estado español hay que dividirla en sus fracciones internas: la alta burguesía vasco-españolista que ha sido una pieza fundamental en la construcción de “España” de finales de la última década del siglo XIX y en la dos primeras del XX, y clave para entender la victoria y supervivencia del franquismo; la mediana burguesía, que domina en el PNV y tiene una concepción más regionalista que autonomista, lo que es decir, y que solamente pretende una aplicación del Estatuto, y, la pequeña burguesía más radicalizada. Cada una de ellas tiene su bloque social de apoyo. En contra de lo que se cree, el PNV no representa apenas la alta burguesía y tampoco a la totalidad de la mediana, aunque sí a la mayoría. Una parte de la pequeña burguesía sigue fiel a EA, y no al PNV. Ambos partidos son interclasistas y el PNV tiene un contenido populista más fuerte que EA, con cierta mayoría socialdemócrata y un tonillo independentista que no existe en el PNV. La mediana burguesía, una parte muy reducida de la población, domina férreamente en el PNV y no duda en intervenir y amenazar desde sus organizaciones de poder interno y externo al partido. Ninguna de estas fuerzas desea un choque con “España”. Cada fracción burguesa tiene necesidades diferentes del Estado español y también del Gobiernillo vascongado, sobre todo ahora que la muy próxima absorción del Este europeo por la UE va a suponer una multiplicación de los riesgos y peligros de las empresas vascas. La ampliación de la UE al Este europeo es uno de los tres factores decisivos que presionan a buena parte de la mediana y pequeña burguesía vascongada --porque no estamos hablando nada ni de Nafarroa ni de la parte de Euskal Herria bajo poder francés-- a exigir cuando menos el cumplimiento exacto del Estatuto, y sobre todo su ampliación y adaptación a los cambios. Estas burguesías saben por experiencia propia que lo tienen muy crudo para competir en un futuro, sobre todo cuando buena parte de la economía vasca --y aquí introduzco a Nafarroa y en menor medida a Iparralde-- depende de transnacionales y de empresas extranjeras, porque, de un lado, la productividad no es suficiente y, de otro lado, están hipotecadas a la permanencia del capital extranjero. Otro factor es la estrategia de asfixia económica de la CAV que aplica Madrid, que ya empezó con el PSOE y se ha endurecido con el PP. Esta es una de las agresiones más demoledoras que aplica el Estado español y que, empero, es totalmente silenciada porque ni al propio PNV le interesa airearla ya que reactiva automáticamente el independentismo latente en buena parte de su base popular. El tercer factor no es otro que la fuerza popular y social creciente de las reivindicaciones nacionales y sociales que la izquierda abertzale ha enarbolado en solitario durante un cuarto de siglo y que penetran y se expanden en el interior del pueblo vasco, poniendo en bretes mayores al Gobiernillo de Gasteiz, al de Iruñea y cada vez más al gobierno francés en Iparralde. Las incoherencias, limitaciones y estudiadas ambigüedades del Plan Ibarretxe, así como su único mérito --reconocer la situación de crisis y la necesidad de que el pueblo hable-- tienen su origen en el desconcierto del PNV ante esta interacción de factores que les arrastra como un temporal empuja a un barquito corrupto y miedoso. Pienso que con diferencias que no se pueden exponer ahora pero que mayormente conciernen al tercer factor, a la fuerza de la izquierda independentista y socialista, sin olvidar los otros dos, el resto de las burguesías denominadas periféricas se encuentran ante una tesitura similar pero no tan agravada. No es casualidad, en este sentido, la anterior existencia de la Carta de Barcelona, y el actual Plan de Artur Mas, así como el engañabobos de reforma estatutaria del PSOE. Tampoco es casualidad que casi todas las autonomías reconozcan abierta o solapadamente la necesidad de una mayor presencia directa en Bruselas, mientras que las gobernadas por el PP se callan al respecto. La solución de este galimatías nada extraño y sí muy frecuente en la historia del Estado español no dependerá sólo de la fuerza centrípeta del PP ni de las timoratas añagazas centrífugas de regionalistas y autonomistas, sino de la interacción entre la evolución global de la UE y del capitalismo internacional con especial insistencia en las maniobras de los EEUU para seguir contando con el apoyo incondicional de la “nueva” burguesía española; de las luchas de liberación nacional y social de las naciones oprimidas, y la de la interna lucha de clases en el Estado español, en la que el reformismo de IU juega un papel nefasto. Desde esta perspectiva, para mí la correcta, podemos comprender los movimientos del PP, sobre todo la designación de Rajoy como nueva cara pública del aznarismo, y la presentación de Piqué como candidato español en Catalunya. Nunca tenemos que subestimar la capacidad de maniobra, mejora y adaptación táctica del poder burgués, y menos cuando se enfrenta a una situación tan compleja como la descrita. En el caso que nos concierne, si algo necesita el PP tras su dulce derrota en las pasadas elecciones es un lavado de imagen, una nueva cara pública que haga olvidar a un electorado desconcertado los errores del pasado. Disponiendo de una eficaz máquina de (tele)control social flexible más los instrumentos represivos del neofascismo actual, aplicados sin contemplaciones en Euskal Herria Sur, con estos y otros recursos entre los que hay que destacar la capacidad de hacer promesas electorales socioeconómicas a muy corto plazo y las impotencias estructurales del PSOE, el PP puede lavar su imagen pública externa y aplicar subterránea e implacablemente la dura estrategia del partido. El PP activará al máximo todos los instrumentos de que dispone en la actualidad y creará los que le hagan falta, sin recato ni pudor alguno. Asistiremos a un impresionante campaña centrada en dos o tres ideas-fuerza: unidad del Estado en su pluralidad representada en y por la constitución; modernización y a la vez actualización de los “valores eternos” y, prestigio y presencia internacionales del Estado, todo ello reforzado por golpes represivos que demuestren su decisión de seguir aplastando a los “enemigos de España”. Pero intentará presentar estas ideas-fuerza según las diversas circunstancias, espacios y áreas del mercado electoral. Las izquierdas españolas deben aprender de la lección de oportunismo y de la rapidez de reflejos electorales demostrada por el PP poco tiempo antes de las pasadas elecciones municipales, y no hundirse cada vez más en un fangal de tópicos abstractos y abstrusos sobre la globalización. Llegamos así al tercer y último bloque. Una de las cuestiones que se repite en el debate es qué hacer con las diferencias apreciables en la autoorganización emancipadora de las naciones oprimidas en y por el Estado, desde Asturies hasta Andalucía pasando por Castilla. Hay que empezar reconociendo que la experiencia vasca es imposible de ser “copiada” en otros contextos por razones históricas que nos remiten a la ley del desarrollo desigual y combinado; pero por ello mismo, también existen lazos impuestos por la objetividad de la explotación patriarco-capitalista esencialmente idéntica a todos los pueblos que malvivimos bajo este Estado, lo mismo que existen lazos con las demás clases trabajadoras, mujeres y pueblos oprimidos por el capitalismo mundial. Me estoy refiriendo a la común necesidad de la autoorganización, autogestión, autodeterminación y autodefensa de cualquier y de todos los colectivos explotados por el modo de producción capitalista. En cada situación histórica, estos principios adquirirán una forma específica pero o se desarrollan en todas ellas o no habrá emancipación. Aquí interviene eso que se denomina paciencia revolucionaria y que va dialécticamente unido a eso otro que se denomina urgencia militante. O sea, saber acelerar las luchas concretas siendo conscientes de que el tiempo político de las luchas nacionales y sociales es más largo y prolongado que el de otras luchas. Ahora bien, la dialéctica entre la paciencia y la urgencia se agiliza y expande sobremanera cuando toca problemas concretos especialmente sensibles tanto a la inmediatez de las gentes como a la estructura de dominación. Por ejemplo, no deja de sorprender a cualquier revolucionario la débil o inexistente crítica de la monarquía y de la iglesia, de las fuerzas represivas y la tortura, de la patronal, de la industria político-mediática, de la corrupción inmobiliaria, de las mafias de la droga y un largo etcétera, por no hablar de la lucha contra la opresión sexo-económica de la mujer. Desde mediados del siglo XIX, las izquierdas se han caracterizado por una crítica implacable y concreta de estas estructuras de poder. Actualmente, se prefiere la equidistante verborrea pacifista y tolerante. Las izquierdas han sufrido un retroceso catastrófico en estas cuestiones políticas que llegan inmediatamente a las masas con meridiana claridad, y para demostrarlo basta comparar los panfletos, cuadernos, textos y sobre todo muchas prácticas de la mitad de la década de los ’70 del siglo XX, por no poner otros ejemplos anteriores más apabullantes, con la miseria actual. Decía el Che que el ejemplo es la mejor pedagogía y las izquierdas han abandonado los ejemplos de las luchas y reivindicaciones prácticas en esos y otros problemas cotidianos. No han desaparecido del todo, pero sí se han extinguido en grandes áreas, sobre todo en las sindicales, vecinales, educativas, etc. Intervenir en estos campos de lucha cotidiana es decisivo para asentar una base receptiva que garantice el desarrollo de unos medios críticos y contrastables de concienciación colectiva, antes que de simple “comunicación”. También aquí existe una dialéctica entre la base social y popular que se mueve en los barrios y en los tajos y los medios de concienciación colectiva autoorganizados, pero en esta dialéctica positiva, el polo decisivo no es otro que la base popular antes que las minorías iluminadas, voluntariosas pero bastante ineficaces y sobre todo enfrentadas entre sí. No hace falta decir que sin una experiencia colectiva es imposible superar estas limitaciones de crecimiento, pero igualmente hay que aprender de otras luchas más desarrolladas que han superado esas crisis de crecimiento. La importancia de la teoría, que no es sino síntesis de muchas experiencias, aparece aquí clara y definitivamente. Y sin embargo, muchas de las izquierdas del Estado desprecian cuanto ignoran e ignoran orgullosamente lo que cuestiona sus dogmas cogidos del mercado de consumo ideológico. Por esto me ha sorprendido gratamente la estrecha coincidencia con algunas de la intervenciones en el debate que va más al fondo de las aparentes diferencias en las palabras. Frecuentemente, los árboles no nos dejan ver el bosque y nos enzarzamos en peleas a dentelladas por tales o cuales palabras, sin pasar al debate teórico asentado en el contraste de las práctica reales de lucha. Los errores cometidos durante años nos han obligado a la izquierda abertzale a potenciar más lo que nos une en la lucha práctica que lo que nos separa en las palabras de tasca o salón. Por ejemplo, ¿qué estamos haciendo frente a la UE y el próximo referéndum sobre la constitución europea? ¿Qué estamos haciendo en los Foros y toda clase de encuentros internacionales? ¿ Y qué contra la ley de partidos, la precaricación, el sexismo, la tortura, el terrorismo patronal y un largo etcétera? Contrastemos nuestras luchas prácticas, aprendamos de otras y, sobre esa base, mejoremos nuestras teorías. Tenemos que hacer justo lo contrario de lo que hizo la izquierda antifranquista de hace un cuarto de siglo, que antepuso su elitistas discusiones basadas en eruditos dogmatismos teoricistas sobre la confluencia en la acción practica, y los desastrosos efectos de ese intelectualismo libresco se siguen pagando en la actualidad. Me detengo aquí y ahora a la espera de otra tanda de críticas y aportaciones. 09.09.03 |
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