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El neoliberalismo dominará las estructuras sociales, económicas
y políticas de cualquier país del Sur, Norte, Oeste o Este planetario.
El pensamiento único, con matizaciones insignificantes, promovido en
Estados Unidos por "The Wall Street Journal" y en Gran Bretaña
por "The Economist" y el "Financial Times" se había
extendido por doquier, aniquilando cualquier disidencia o resistencia ideológica.
El fin de la Historia había llegado, tal y como lo expresó Fukuyama.
Remontándonos a un análisis histórico, antes de la segunda
guerra mundial Estados Unidos aplicó, bajo la presidencia de Franklin
Delano Roosvelt, un programa socioeconómico conocido como new deal, el
cual se basaba en las teorías económicas de Keynes: intervención
del Estado en la regulación del mercado y la creación también
por parte del Estado de las prestaciones sociales. El new deal produjo una transformación
social masiva entre los años cuarenta y cincuenta. Los impuestos eran
bastante altos para los ricos, pero prevalecía la idea de que los grandes
costos de la educación y la sanidad que el ciudadano no podía
pagar debían ser financiados por el estado del bienestar.
Pero a partir de los años sesenta y especialmente los setenta, la tendencia
neoliberal va ganando adeptos entre cierto grupo de economistas liderado por
el profesor de economía de la Universidad de Chicago, Milton Friedman.
El, ya en 1950, criticó el tratado de Bretton Woods, donde se perfiló
la fijación de los cursos de cambio, reclamando una flexibilidad del
sistema monetario. Friedman, años más tarde se convertiría
en paladín de las políticas económicas, tanto de Reagan
como de Thatcher. Su concepción para garantizar el estado del bienestar
se puede reducir a tres principios:
Libertad (individualismo). Los seres humanos saben muy bien lo que deben hacer.
Por eso se ha de permitir a los sujetos económicos que persigan libremente
sus intereses (ya lo hagan de manera interesada o generosa, insensata o prudente).
Libre mercado (capitalismo). El bienestar crece, no mediante intervenciones
estatales, sino a través de la división del trabajo y la magnitud
de los mercados, por lo que es preciso fomentar a escala mundial un intercambio
liberalizado de bienes y factores de producción.
Inhibición del Estado (anti-presupuestarismo). El mercado se regula por
sí mismo, las intervenciones estatales conducen necesariamente a la acumulación
del poder del Estado y tarde o temprano a su fracaso.
El resultado de esta tesis, no ha sido otro que el aumento de las desigualdades
sociales.
Los datos que deseo mostrar son de Estados Unidos y Gran Bretaña, ya
que la desigualdad social parece ser un tema exclusivo del mal llamado «tercer
mundo» y no de los países llamados punteros del desarrollo económico,
tal y como nos presentan la mayoría de los medios de comunicación.
Por ende, los demás países deben adaptar sus propias políticas
económicas a los criterios expuestos anteriormente si desean participar
en el club de los «desarrollados». El caso del Estado español
es bien patente: recorte de las prestaciones sociales, privatizaciones desmesuradas
y aumento de las contrataciones eventuales, perjudicando sobre todo a los jóvenes
que buscan su primer empleo, las mujeres, los desempleados y los pensionistas.
Así, en Estados Unidos, el 22% de los niños menores de seis años
(46% de los niños negros y el 40% de los niños hispanos) viven
en familias pobres. En 1995 el 20% de la población norteamericana recibió
el 55% de todo el ingreso nacional, calculándose el número de
desamparados en unos 36 millones de personas. En Gran Bretaña la prestación
media de desempleo descendió de un 63,3% en 1980 a un 22,6% en 1991 y
en 1989, el 37% de los trabajadores ocupados a pleno empleo tenían una
renta por debajo del nivel de vida que se consideraba nivel de suficiencia (decency
thereshold) por el Consejo de Europa.
La denuncia del aumento de las desigualdades sociales se materializó
en las protestas de Seattle y de Praga. En ellas se reclamaba que la maximización
del beneficio no debía situarse por encima de los valores sociales y
que el interés personal no es el único principio moral.
Horst Koehler, director del FMI, cuyos miembros no han sido elegidos por los
ciudadanos, ni su actuación se halla sometida a un control mínimo
por parte de las instituciones democráticas, citó al teólogo
alemán Hans Küng, al señalar que una economía global
necesitaba una ética global. Pero, lo que no mencionó, es cuáles
deberían ser las reflexiones a las que deberían someterse las
ciencias económicas. En primer lugar la primacía de la política
frente a la economía, donde la economía no debe funcionar únicamente
al servicio de la autoafirmación estratégica, presuntamente racional,
sino más bien al servicio de objetivos ético-políticos
superiores. Al mismo tiempo la primacía de la ética frente a la
economía y la política. Por fundamentales que sean la economía
y la política, no dejan de ser dimensiones particulares del contexto
vital de hombres y mujeres que han de subordinarse a la intangible dignidad
del ser humano, garantizando sus derechos y deberes fundamentales.
Pedro Pablo Arrinda Gorrotxategi, 20 octubre 2000
Kolectivo
La Haine
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