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Los mastines del capital
Pablo
Kundt
El marxismo siempre se ha desarrollado en lucha y contraposición tanto
con la ideología burguesa como con la influencia de esa misma ideología
en el seno del movimiento obrero. Buena parte de las obras de los clásicos
del comunismo se escribieron polemizando, por una parte con autores burgueses
como Hegel, Ricardo o Feuerbach y, por la otra, con otros como Proudhon, Duhring
o Lassalle que no se calificaban como burgueses, sino como defensores de los
obreros. Nuestros clásicos siempre se esforzaron por dotar a la clase
obrera de una ideología que fuera a la vez científica y revolucionaria,
es decir, no por describir una utopía inalcanzable, un mundo imaginario
para soñar que careciera de las lacras de éste, sino una vía
práctica y concreta que respondiera a los intereses revolucionarios del
proletariado y de la marcha misma de la historia hacia una sociedad sin clases
Sin embargo, la ideología burguesa es, como no puede ser de otra manera, una ideología dominante, y eso significa que no es sólo la ideología de la burguesía, sino también la de toda la sociedad, por tanto también la de amplias masas de obreros. Por eso Marx y Engels se vieron enfrentados, primero, al reformismo, expresión inicial de esa influencia burguesa entre la clase obrera que, o bien pretendía edificar comunas o «zonas liberadas» de capitalismo dentro del mismo capitalismo, o bien trataba de eliminar algunas de las consecuencias más degradantes de la explotación, pero no la explotación misma.
El reformismo fue batido por la crítica y el trabajo político
de Marx y Engels, que lograron imponer la ideología científica
y revolucionaria como predominante en el seno del movimiento obrero, así
como edificar un partido propio, no supeditado a la burguesía.
P
ero la influencia de la burguesía no cedió por ello y demostró
su versatilidad vistiéndose aparentemente con los mismos ropajes de Marx
y Engels, hablando su mismo lenguaje. El viejo reformismo se convierte en el
nuevo revisionismo cuando intenta depurar a Marx y Engels de algunos «errores»
que habían cometido y aplicar sus ideas «creativamente» a
unos tiempos diferentes de los que conocieron aquéllos.
Fue tras la muerte de Engels, a finales del siglo pasado, cuando Bernstein lanzó su fórmula: «La elaboración y el desarrollo ulteriores de la doctrina marxista deben comenzar con la crítica de la misma» (1).
El revisionismo se extendió con el rápido crecimiento del movimiento obrero a finales del pasado siglo, acompañado de la propia implantación en su seno del marxismo como teoría dominante. Con la industrialización acelerada, el número de obreros crecía en los países más avanzados, integrando a grandes masas de campesinos y pequeños burgueses arruinados. La asimilación del marxismo por estos nuevos obreros no podía resultar consecuente, sino parcial y vacilante. Los reformistas del pasado siglo habían perdido la batalla ideológica y el marxismo se había convertido en la ideología dominante en el seno del movimiento obrero. Los revisionistas surgen posteriormente porque la burguesía se vió obligada a efectuar su labor de zapa desde dentro del propio marxismo; el peor enemigo del marxismo pasó a integrarse en sus propias filas. El triunfo ideológico del marxismo supuso que todo tipo de errores se deslizaran por su interior bajo la apariencia de una acérrima defensa de los principios expuestos por Marx y Engels: «La dialéctica de la historia es tal -decía Lenin- que el triunfo te6rico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas» (2).
La etapa pacífica del capitalismo entre 1871 y 1914 en la que se forman los grandes partidos socialdemócratas europeos, aumentó los primeros gérmenes revisionistas, aduciendo sus dirigentes entonces que el parlamentarismo y el pacifismo que predicaban no eran más que una preparación para la revolución. La Primera Guerra Mundial, en la que se alinearon abiertamente con su propia burguesía en defensa de la agresión imperialista contra los obreros de otro país, acabó desenmascarándoles como lo que eran: agentes de la burguesía en las filas obreras, a los que hay que combatir sin descanso. Esta fue la tarea que Lenin se impuso, surgiendo con fuerza sus escritos en contra de esta nueva corriente que pretendía de nuevo poner al movimiento obrero bajo la influencia de la burguesía. Lenin subrayó cómo, a diferencia del viejo reformismo del siglo XIX, el revisionismo tiene un nuevo fundamento económico y social en el capitalismo monopolista, en el imperialismo, que había que criticar sin tregua ni vacilación. La internacional Comunista constituyó el freno más importante, que dejó en evidencia a los revisionistas y a la socialdemocracia como lo que eran: el segundo pilar de los monopolistas, su brazo izquierdo.
Una segunda oleada de revisionismo se desató a la muerte de Stalin, abriendo el camino para que las viejas ideas pacifistas y conciliadoras -siempre presentes y siempre agazapadas- levantaran cabeza y volvieran a imponerse dentro del Movimiento Comunista Internacional. En esta ocasión fue Mao Zedong quien desenmascaró las nuevas teorías revisionistas, que esta vez se beneficiaban de la inexperiencia y, por tanto, de los errores cometidos en la construcción del socialismo. Esta nueva ofensiva demostró que la marea revisionista era tan fuerte que alcanzaba a los propios países socialistas. Esa plataforma fue aprovechada por quienes, como Carrillo, permanecían emboscados entre los partidos comunistas del mundo entero para hacerse con la dirección primero y destruirlos más tarde, sembrando la desmoralización y el caos entre las filas obreras. Finalmente, la bancarrota de los revisionistas tras la caída del «tel6n de acero» paradójicamente ha logrado uno de sus anhelados sueños: la «unidad de la izquierda», la confluencia con los viejos reformistas socialdemócratas para tratar de remediar la agonía del capitalismo.
Como fenómeno político e ideológico, el revisionismo tiene una magnitud internacional, pues se manifiesta en todos los países del mundo. Al mismo tiempo, es una corriente ideológica que se prolonga ya durante un siglo, y es que, como decía Lenin, es un fenómeno permanente: hoy el capitalismo no podría sostenerse en pie sin el apoyo que le prestan los reformistas de todo tipo. Esta persistente influencia del revisionismo sólo puede explicarse porque aunque hayan desaparecido los partidos políticos que lo sustentaban (el PCE en España, por ejemplo) subsisten plenamente sus ideas; las causas que provocaron su surgimiento no han remitido en absoluto: hay una base económica y una serie de sectores sociales que lo nutren. El revisionismo persiste por la propia influencia de la burguesía, porque las ideas dominantes son las de la clase dominante, pero también porque se presenta como una ideología al servicio de los intereses obreros y populares, envuelta en el papel de celofán de la «izquierda» y, en cuanto tal, arraiga entre las masas con fuerza. Hoy el reformismo aparece extraordinariamente extendido no solamente en numerosa organizaciones políticas (PSOE, Izquierda Unida, Nueva Izquierda, ERC, BNG, PCC) si no también en gran parte de movimientos pretendidamente «alternativos», como feministas, pacifistas, ecologistas, objetores, etc.
La lucha contra el revisionismo en todas sus formas, sigue siendo, pues, de la máxima actualidad, porque es uno de los baluartes más importantes con los que cuenta el capitalismo para perpetuarse en el poder. Aunque hoy nadie reconoce sostener sus posiciones políticas e ideológicas, visto su descrédito, su influencia es mucho mayor de lo que pudiera parecer a primera vista. El reformismo forma parte de la Ideología dominante y encuentra grandes facilidades de difusión. Por otra parte, los revisionistas siempre han aprovechado y explotado al máximo el prestigio de unas siglas, como las del PCE, que había dirigido al proletariado español en la guerra civil y posteriormente durante la guerra de guerrillas, para sus planes de sofocar cualquier atisbo de resistencia antifascista. Los revisionistas desacreditan al comunismo con su política conciliadora, especialmente entre la juventud, que no tuvo ocasión de conocer por sus propios medios la heroica historia revolucionaria de organizaciones como el PCE. De ese modo, fomentan la confusión de sus ideas con las del comunismo mismo («eurocomunistas» se llamaban hace unos años) para desviar a la juventud hacia el anarquismo; algunos han caído en este engaño e identifican al comunismo con Gorbachov, con Deng Tsiao-Ping o con Anguita, que son enemigos encarnizados de la revolución.
No se trata, como caricaturizan los revisionistas, de aferrarse a un catecismo, a un dogma; el marxismo-leninismo no es una teoría para escribir libros, sino que resume toda la experiencia revolucionaria práctica del movimiento obrero a lo largo de casi dos siglos. La manera de dirigir una revolución no puede determinarse discutiendo en una asamblea de fabrica, ni de universida, ni de un centro okupado: tampoco está en los escritos de Bakunin, Gandhi, Trotsky o Marcuse porque ninguno de ellos a dirigido ninguna revolución; naturalmente que cada uno es muy libre de adherirse a las ideas que más le gusten; si le gusta hablar de la revolución, puede leer a Negri; pero si lo que pretende llevarla a la práctica no le quedará más remedio de aprender de quienes mucho antes que él han seguido ese camino, y ésos no son otros que los clásicos del marxsismo-leninismo, los únicos que han guiado a millones de obreros y campesinos a la lucha y han construido una sociedad distinta. La burguesía también conoce esto perfectamente y por eso precisamente introduce a sus agentes, a fin de que tergiversen esas experiencias históricas y lleven a las masas a la capitulación. Por eso no basta sólo con combatir a la burguesía: hay que combatir también a todos sus agentes infiltrados y camuflados entre las propias masas (los reformistas, los oportunistas, los revisionistas, etc.) siempre teniendo bien presente que hay muchas personas de buena fe que sostienen esas mismas ideas y a quienes hay que convencer con la práctica y con el ejemplo: no atacarles personalmente, sino demostrarles su error, combatir sus ideas.
La lucha contra el revisionismo es una lucha en el seno mismo del movimiento obrero, pero eso no puede privar de un ápice de energía a la denuncia de sus manejos porque se trata de un colaborador fundamental de la oligarquía para sostener su régimen de explotación: «La historia del movimiento obrero -pronosticó Lenin- se desarrollará ahora, inevitablemente, en la lucha entre estas dos tendencias, pues la primera de ellas no es resultado de la casualidad, sino que tiene un fundamento económico» (3). El revisionismo divide a la clase obrera y, en consecuencia, no sólo fortalece a la burguesía, sino que la dota de colaboradores entre sus propios enemigos.
Consigue que una parte de los obreros se alinee con la burguesía en
contra del conjunto de la clase obrera.
El revisionismo ha demostrado una extraordinaria pujanza en el seno del movimiento
obrero mundial precisamente porque no se trata sólo de un problema de
degeneración personal de los dirigentes de un partido comunista en un
determinado país, como Carrillo en España, sino de algo que tiene
fuertes raíces económicas y sociales: «No es posible expilcar
-decía Lenin- dichas desviaciones ni como casualidades ni como equivocaciones
de tales o cuales personas o grupos, ni siquiera por la influencia de las peculiaridades
o tradiciones nacionales, etc. Tiene que haber causas cardinales, inherentes
al régimen económico y al carácter del desarrollo de todos
los países capitalistas, que originan constantemente estas desviaciones»
(4).
¿Cuáles son esas «causas cardinales» a las que se
refería Lenin? La extraordinaria influencia burguesa y reformista entre
los obreros no se explica sólo por razones ideológicas, sino por
la existencia de sectores sociales más amplios que asumen esa ideología
como la suya propia y la transmiten y difunden de una forma práctica
entre ellos. Y esos sectores sociales que funcionan como intermediarios y nutren
esta corriente dentro del movimiento obrero han sido la pequeña burguesía
y la aristocracia obrera. La pequeña burguesía es una capa social
intermedia entre los monopolistas y los obreros, en una situación económica
y política cada vez más débil y precaria. Extensas capas
pequeño-burguesas se arruinan o subsisten a duras penas en condiciones
cada vez más difíciles, con un nivel de vida muchas veces inferior
a los obreros, por lo que se ven obligados a perder su independencia económica
y ponerse a trabajar a sueldo de otro. Aunque se integren entre los obreros,
mantienen su mentalidad individualista y burguesa y pretenden aprovecharse de
la fuerza del movimiento obrero para sus propios intereses de clase, difundiendo
el pacifismo, la conciliación y la claudicación. Sus posiciones
políticas son un reflejo de su inexorable trayectoria social bajo el
capitalismo monopolista, que no les abre ninguna perspectiva de futuro. Están
caracterizadas por una aparente neutralidad social, y por una tendencia a hablar
en nombre de la humanidad en abstracto, de los ciudadanos y de las personas
en general. Hoy este tipo de teorías consideran que es «simplista»
hablar de clases sociales, porque las situaciones sociales son mucho más
complejas y lo que predomina es la «clase medía». El fin
de las clases (y por supuesto de la lucha de clases) es una de las peculiaridades
que caracterizan al pensamiento reformista.
Pero la situación de la pequeña burguesía no añade nada nuevo a lo que ya era conocido desde el mismo origen del capitalismo y que ya fue también el soporte social del viejo reformismo del siglo XIX. Lo verdaderamente nuevo bajo la nueva fase monopolista del capitalismo es el surgimiento de la aristocracia obrera, verdadero sostén del revisionismo actual. El imperalismo es un régimen parasitario, corrompido y en descomposición, donde la exportación de capitales, el saqueo de las gigantescas riquezas de los países coloniales y las superganancias monopolistas engendran una casta de rentistas ociosos. Este flujo de riquezas también permite a la burguesía sobornar a una parte del proletariado de su país.
Este sector obrero sobornado es el otro soporte social del revisionismo. No se trata -como los revisionistas mismos han manifestado- de un aburguesamiento del conjunto de la clase obrera de los Estados capitalistas más avanzados, sino de la corrupción de un sector privilegiado y reducido de la misma, sector al que Engels denominó «aristocracia obrera». Según Lenin «en todos los países avanzados vemos la corrupción y la venalidad de los líderes de la clase obrera y de las capas superiores de la misma, cómo se pasan al lado de la burguesía por las dádivas que reciben, ya que la burguesía concede a estos líderes enchufes y a las mencionadas capas superiores unas migajas de sus beneficios, echa sobre los obreros atrasados y foráneos el peso del trabajo peor retribuido y menos cualificado y acentúa los privilegios de la aristocracia de la clase obrera en comparación con la masa» (5). Decía Lenin que cuando Inglaterra tuvo el monopolio del mercado mundial a lo largo de todo el siglo XIX pudo corromper durante mucho tiempo sus obreros; pero bajo el imperialismo eso no posible porque son varias las potencias que se disputan la hegemonía mundial y sólo pueden corromper a un pequeño sector de su propio proletaria Por eso, lo que durante la segunda mitad del sí XIX fue característico de Inglaterra, el triunfo total del reformismo entre la clase obrera, se extendió a lo largo del siglo XX a todas las grandes potencias pero no podía abarcar al conjunto de la clase obrera, sino sólo a un reducido sector de la misma.
No obstante ese pequeño sector tiene una importancia política enorme porque el Estado moderno -decía Lenin- no puede prescindir de las masas, y para embaucar a las masas tras la burguesía, hacen falta complicidades en el seno del proletaria porque el componente fundamental de las masas hoy son los obreros. Desaparecidas las formas elitistas y caciquiles de dominación, las masas irrumpen en la vida política contemporánea, y los monopolistas no tienen ningún problema en ofrecer «participación» a las masas, siempre que se pongan ~ su dirección. El problema de lo que ellos llaman "democracia" es justamente ése: cómo conseguir que los obreros pierdan toda su independencia política se subordinen a la burguesía. Es ahí donde los revisionistas desempeñan su labor, como avanzadilla de la burguesía entre las mismas filas obreras. Los revisionistas hablan el lenguaje de los trabajadores y prometen toda clase de mejoras para impedir el crecimiento de su organización independiente y revolucionaria.
El soborno no aparece sólo como un vulgar "sobre" ni como una sucia "mordida" que percibe el corrupto reformista extraoficialmente. Todo se ha civilizado y normalizado para que no generen mal conciencia las 30 monedas de plata de los Judas. Al mismo tiempo, todo se ha institucionalizado, porque para control de las masas es imprescindible un sistema organizativo ampliamente ramificado de elecciones, prensa partidos y sindicatos, de muy costosa financiación. De ahí que sólo sea posible en los países imperialistas más fuertes. Bajo el monopolismo y la dominación económica de los grandes consorcios internacionales, las superganancias dejan de tener un carácter esporádico, porque los precios se forman en un mercado mundial en el que los países más fuertes compiten con grandes ventajas. Una parte de esos superbeneficios van a parar al complejo de instituciones que alimentan el reformismo, por lo que los privilegios económicos de la aristocracia obrera se corresponden con sus privilegios políticos: «Las instituciones políticas del capitalismo moderno -prensa, Parlamento, sindicatos, congresos, etc. - han creado prebendas y privilegios políticos correspondientes a los económicos para los empleados y obreros respetuosos, mansitos, reformistas y patrioteros» (6). En todas esas instituciones, que tienen por objeto embaucar a los obreros en el cenagal de la política burguesa, es donde los revisionistas están cómodamente asentados. Por eso el reformismo aparece más desarrollado en las grandes potencias imperialistas y eso les evita tener que recurrir a los militares para sostenerse en el poder, como en los países subdesarrollados.
Desde esas posiciones, los revisionistas desempeñan sus dos funciones
principales: en primer lugar, embaucar y corromper a la clase obrera, y luego,
lavar la cara a la dominación burguesa, con la consabida demagogia «democrática».
Hay «democracia» cuando la oligarquía deja un hueco para
que los revisionistas cumplan con el papel que les tienen asignado; no la hay
cuando, al agotarse la fuente de superganancias, los monopolistas se reservan
todos los puestos para sí mismos. Por eso hoy se dice que la «transición»
y la «democracia» comienzan en España con la legalización
del PCE. Nos pretenden convencer de que la «democracia» es el reparto,
pero el reparto con los reformistas, porque a las masas no llega nada. Ahora
bien como ellos hablan en nombre de las masas, es como si a éstas también
les tocara algo. Por tanto, lo que califican de «democracia» no
es más que un sistema sofisticado de control de las masas a través
de las organizaciones reformistas que consiste en arrebatar a los obreros su
independencia (política, sindical, ideológica, etc.) a favor de
unos supuestos «representantes naturales» que no son otra cosa que
colaboradores de los monopolios, a través de los cuales éstos
ponen a aquéllos bajo su férula.
Los reformistas, por tanto, no tienen un interés propio o distinto del
de los grandes monopolistas; su papel es el de intermediarios, o lo que la prensa
llama ahora «agentes sociales» con la misión de poner a los
obreros bajo el dictado de sus mismos explotadores. Por eso Lenin los llamaba
los «mastines» del capitalismo: guardan el rebaño del amo.
(1) Bernstein: «Socialismo teórico y socialismo practico».
Claridad, Buenos Aires, 1966, pág. 31.
(2) Lenin: «Vicisitudes históricas de la doctrina de Carlos Marx»,
en Obras Completas, tomo 23, pág. 3.
(3) Lenín: «El imperialismo y la escisión del socialismo»,
en Obras Completas, tomo 30, págs. 163-179.
(4> Lenin: «Las divergencias en el movimiento obrero europeo»,
en Obras Completas, tomo 20, pág. 66.
(5) Lenin: «Cómo utiliza la burguesía a los renegados»,
en Obras Completas, tomo 39, págs. 199-200.
(6) Len in: «El imperialismo y la escisión del socialismo»,
en Obras Completas, tomo 30, pág. 182.
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La Haine
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