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Nosotros, las ratas, salgamos del laberinto
Inés Arcia.
Especial para La Haine.
Estamos cabreados. Nos sentimos como la rata en el laberinto, claustrofóbicos. Buscamos salidas que quisiéramos sencillas. ¿Por qué es tan complicado vivir? Tenemos este planeta y somos un montón de seres vivos que pasamos por aquí como en un suspiro. Tenemos necesidades vitales y afectivas, y poco más. ¿Es tan difícil poder atender esas necesidades?
Hace ya mucho tiempo que los hombres y las mujeres de este mundo intentamos hacernos un lugar. Un techo, comida suficiente, un trabajo que nos ejercite las neuronas y nos haga sentir bien. Momentos de ocio. Paisajes, ciudades, entorno. Una familia, unos amigos, novios, hijos, compañeros. Afectos. Querer y que nos quieran.
Pero eso no se puede. Nos han dicho que así no es. Que si uno quiere vivir estos segundos que componen una vida en la historia del mundo, tiene que empezar por ir a El Corte Inglés. Porque una vez que uno entra en El Corte Inglés, lo demás vendrá rodado. El Corte Inglés es como el tótem de nuestra sociedad y si me apuráis, de nuestro mundo. Es intocable, omnipotente, todopoderoso. Es lo único que no cambia, que está ahí desde el principio de los tiempos. Es la zanahoria.
Y aquí estamos nosotros recibiendo ese mensaje, que es el mismo que recibiron nuestros padres y es el mismo que le transmitimos a nuestros hijos. Desde pequeños escuchamos que "lo más" es llegar a poder entrar en El Corte Inglés. Lo más es ser "como hay que ser". ¿Y cómo hay que ser? Hay que trabajar "en un buen trabajo" asalariado o "hay que ser un empresario próspero". Hay que estudiar y trabajar para ser "alguien", nos dijeron.
Nuestros padres, estudiaron y trabajaron mucho, igual que nuestros abuelos y nuestros bisabuelos. Dependiendo del lugar del mundo en el que nacieron, y de la clase social a la que pertenecieron, algunos pudieron entrar en El Corte Inglés planetario. Ellos son los que "triunfaron". Ellos pudieron malamente conseguir su vivienda, su alimentación y su ocio. En el camino dejaron la aspiración (¿utópica?) de tener un trabajo que ejercite las neuronas y haga sentir bien. También dejaron los afectos.
Una vida montada en base a ocho, diez, doce horas de trabajo asalariado o por cuenta propia, cuyo único objetivo es el beneficio económico, mata. Aliena, que diría Marx.
Los triunfadores del planeta, una vez que lograron entrar en El Corte Inglés, echaron de menos los afectos, un trabajo bien y unas neuronas más o menos ejercitadas, ágiles, contentitas. En la vida no se puede tener todo, les dijeron. Y también que "las cosas se consiguen poco a poco". ¿Que mi mujer/marido no hace más que quejarse? ¿Que mis hijos/as sólo demandan y nunca están conformes? ¿Que los amigos/as sólo están en las buenas y casi nunca en las malas? ¿Que me despierto por la noche ahogado, que me falta el aire, que me duele el estómago por principio de úlcera, que tengo un cáncer a los 50 años y ya?
El Corte Inglés mundial tiene la solución. Cosas, compremos cosas, en el verano, el otoño, la primavera y el invierno. Comprar relaja. Hagamos cursos: aprendamos inteligencia emocional. ¡Nuestras emociones son un poco burras y vamos a educarlas! Como realmente no tenemos amigos y nadie está de ánimo para oír otra cosa que no sea ¡qué bien estoy!, los muy triunfadores, los que pueden disponer de 10.000 pesetas por una hora de atención, van al psicólogo. El resto tendremos que conformarnos con contarle nuestra vida al frutero.
También la droga cumple la función de tapar agujeros. Tranquilizantes, calmantes, alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, pegamento.
Esta es la vida de los triunfadores. La vida de los que llegaron a ser "alguien". El ejemplo. Porque después están los otros, el 80 por ciento de la población del planeta, los que no son. Los que en las estadísticas se cuentan como "población que no es pero que está en camino de ser", o "población que no es ni será". Los "en vías de desarrollo" y los "excluidos".
¿Qué sucede? Todo, a pesar de lo engrasada que está la maquinaria, tiene siempre sus excepciones. O sus contradicciones, que decía alguien... Mao, Marx, el Che. Y de vez cuando, generación por medio, las excepciones dan la alarma. "Esto así no mola, tio. A mi que me dejen vivir. No quiero ser un infeliz como mi viejo. No quiero tener un trabajo basura o un no trabajo. La vida no vale la pena si sólo sirve para consumir (los que pueden) o para cagarme de hambre habiendo recursos para todos (los que no pueden). Yo quiero querer y que me quieran. No quiero tener que pagarle a un psicólogo o contarle mi vida al frutero cuando tengo un problema. No quiero pasarme los momentos de ocio pegado al televisor, al alcohol o a la maria. Etc. Etc. Resumiendo, no quiero un mundo organizado a partir del lucro, quiero un mundo organizado a partir de los seres vivos que lo habitamos".
Y nos juntamos, leemos, discutimos, nos organizamos. Abajo El Corte Inglés, las ETTs, la LOU... y el FMI, el BM, el G7, el G8, el G20, la globalización, el capitalismo y la puta madre que los parió. Pero ¿cómo?
Nos dicen que la "democracia representativa" es lo máximo. Pero sucede que sentimos que no nos representa. Sentimos que hagamos lo que hagamos, votemos a quien votemos, cuando tenemos suerte cambia algo para que no cambie nada. Seguimos como la rata en el laberinto, juntando claustrofobia y cabreo. Nos sentimos estafados. Y tenemos una vida, sólo esta, y quisiéramos poder vivirla ahora.
Algunos decidimos que ya que nosotros no podemos, por lo menos que puedan vivir nuestros hijos. "El futuro se consigue poco a poco"...
Así vivieron muchas generaciones, sacrificándose para los hijos, para el futuro. Costó muchos muertos. Un siglo XX pleno de guerras, de emigraciones masivas, de trabajos esclavos, de condiciones deplorables. Y en algunos lugares, parecía que el sistema podía tener "rostro humano": ocho horas de trabajo, convenios laborales, seguridad social, un pisito de 70 metros y hasta ¡un coche! Esto lo podían tener las clases medias y hasta algunos obreros de los países "desarrollados". Había llegado el Estado de bienestar.
Hoy estamos en el "nuevo milenio". Nuestros padres y nuestros abuelos pensaron que tendrían la semana de 35 horas semanales, la vida sería más fácil gracias a la tecnología y el objetivo de ¡por fin! tener un trabajo gratificante, unas necesidades básicas cubiertas y unas relaciones afectivas mínimamente satisfactorias estarían al alcance de la mano. No para todos, claro, desde los países "civilizados" finalmente llegaría al resto del mundo.
¡Error! La máquina pita. Bip-bip-la-respuesta no-es-correcta. Hay que empezar de nuevo. Nuestras reivindicaciones vuelven a ser ahora las de nuestros bisabuelos, abuelos y padres. En vez de 8 horas, trabajamos 14. Las horas extras no se pagan. La vida útil es de los 25 a los 40. Antes y después uno no existe. A los 25 uno no tiene "suficiente experiencia" y a los 40 la que tiene paso de moda. Dice el economista Greenspan que el euro es débil porque el mercado de trabajo europeo no es lo suficientemente "flexible". En España la hora trabajada es la más barata de Europa y el índice de paro es el más alto.¿Para esto nos flexibilizamos tanto? Pero para los que mandan no es suficiente. Adiós estado de bienestar (donde alguna vez existió: Escandinavia, Inglaterra, Alemania...)
¿Modelo a seguir? La madre de los Cortes Ingleses del mundo: Estados Unidos. Ahí siguen considerando como algo casi genético el tener que vivir trasladándose todo el tiempo, cargando con los hijos de ciudad en ciudad, de escuela en escuela y de barrio en barrio, desintegrado, lejos de los afectos, emigrando, comprando. Las vacaciones siguen siendo de 15 días al año, la sanidad y la educación para los que la puedan pagar. Pena de muerte. Glorificación de las armas. Violencia institucionalizada. La vida no vale nada. Y sus habitantes están convencidos de que así es como tiene que ser. Aunque no todos, claro. Ahí también están las excepciones.
Y las excepciones nos juntamos. Decimos ¡basta ya!. Con banderas de todos los colores. ¿Anticapitalismo o socialdemocracia? ¿Revolución o reforma? ¿Marx o Keynes? ¿Violencia o pacifismo? ¿Democracia participativa o dictadura del proletariado?
Otra vez lo mismo. ¿Este sistema es reformable o hay que destruirlo? ¿Violencia o pacifismo? Desempolvamos los libros de hace 150 años y leemos los sesudos artículos de los intelectuales de hoy. Nadie dice nada nuevo. Los jóvenes descubrimos la lucha de clases, el capitalismo perverso, que hoy se llama globalización, pero todo eso fue descubierto hace mucho tiempo.
Esta es la realidad y la propuesta surgirá de cómo la analicemos. Desde luego no sirve armar una bonita teoría y tratar que la realidad encaje en ella. El sistema hace mucho que tiene claro su objetivo: el lucro. Todo se adapta, se organiza, se ajusta, para alcanzarlo. Según sea el nivel de lucha del "enemigo" (nosotros, los descontentos), cambia el discurso, da migajas, una de cal y otra de arena. Rutas humanitarias en el medio del bombardeo. Educadores de calle y diversidad cultural para los barrios marginales. Algún Sintel de vez en cuando. Un paso atrás y veinte adelante. Y si sigue sin convencer, "ley anterrorista" global.
Es obligatorio que nosotros también tengamos claro el objetivo. Mi enemigo no es la kale borroka o los Black Bloc cuando queman cajeros y autobuses. Tampoco es Bin Laden, ni la violencia legítima de los cabreados, ni el inmigrante. Mi enemigo es este sistema de vida basado en el lucro, en la explotación, intrínsecamente violento, mentiroso e injusto.
Esta vida no me gusta. No soy un número. No quiero que me representen
sin representarme. Quiero ser protagonista de mi vida y de mi destino. Entre
todos, con todos, para todos, en un planeta. Este.
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La Haine
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