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¿Transición o transacción? (I)
Máximo Relti
"La verdad nunca se pierde,
solo queda bien escondida" . (Anónimo)
Como si obedecieran a una consigna, todos los medios de comunicación
españoles y, también canarios, han celebrado estas semanas los
veinticinco años de la muerte de Franco, de la instauración de
la Monarquía y del inicio de lo que equívocamente se ha venido
llamando "la transición". Con el envoltorio del "totum
revolutum" del festejo, se nos pretende vender una mercancía histórica
averiada, donde los villanos han sido convertidos en héroes y los héroes
en villanos. En la Historia centenaria de este Estado eso no es ciertamente
una novedad. Hay numerosos antecedentes. Pero, en esta ocasión, la particularidad
viene dada, porque algunos los cómplices de la estafa un día compartieron
trinchera con quienes entregaron sus años más valiosos en la lucha
por una sociedad mas justa y solidaria.
Maquillar el autentico rostro de la historia es una operación cosmética
que las clases sociales dominantes han practicado desde el principio de los
tiempos. A los grupos que ejercen el Poder no solo no les basta con asegurarse
su control, sino que además requieren aparecer ante el conjunto de la
sociedad, como únicos protagonistas de los avances políticos,
económicos o sociales que se hallan podido producir en un momento dado.
Este propósito no carece de importancia, pues en la medida que se devalúe
el papel de la ciudadanía en las transformaciones sociales se refuerza
el de los personajes que controlan los resortes del Poder y de las clases a
las que ellos representan.
En España, tras veinticinco años de la muerte del Dictador, no ha sido difícil cambiarle su autentica faz a la Historia. Una espesa urdimbre de complicidades inconfesables entre políticos de la Dictadura y lideres de la antigua oposición antifranquista, han facilitado esa tarea. Si recabáramos, en estos días de oropeles y celebraciones, la opinión de muchos ciudadanos acerca de cuales o quienes fueron los "motores" que hicieron posible la desaparición definitiva del franquismo, no serían pocos los que opinaran que los cambios que se produjeron hace veintipico años se debieron a la acción y la voluntad del Rey y de su valido Adolfo Suárez.
Imperceptiblemente, poco a poco, en dosis sabiamente administradas, se ha ido
colando en la conciencia de la ciudadanía, que las transformaciones formales
que el aparato del Estado de la Dictadura, -con el Rey a la cabeza-, se vio
obligado a hacer a partir de la muerte de Franco, no respondieron al incontenible
empuje de las convulsiones sociales que desde la década de los sesenta
sacudían a todo el país. La versión que con notable éxito
el Poder y los medios de comunicación a su servicio han terminado imponiendo,
es que fue la democrática voluntad real la que abrió para el país
un horizonte de libertades y derechos. No ha hecho falta mandar al fuego de
la hoguera los testimonios vivos que nos proporcionan las hemerotecas, que demuestran
gráfica y fehacientemente las fidelidades del actual monarca a la persona
de la que recibió su cetro. La "democracia", con comillas,
posee procedimientos más sofisticados para hacer posible que se pierda
el rastro de la verdad historica. Basta con contar con la complicidad de los
amaestrados voceros que diariamente construyen la "opinión única";
basta con añadir al debe y al haber el asentimiento de antiguos tribunos
de la plebe, que hoy reciben, a cambio de su docilidad y pasadas traiciones,
la dudosa satisfacción de pisar las moquetas palaciegas; basta con sumar
las voluntades de una intelectualidad que no titubeó en cambiar la dignidad
por la complacencia de los monstruos mediáticos que todo lo pueden.
Para las clases dominantes españolas se hizo imperativo aplicar el principio
de la célebre novela de Lampedusa : "hay que cambiar algunas cosas
para que, esencialmente, todo siga igual". La burguesía española
durante los casi cuarenta años precedentes hizo uso de la Dictadura del
general Franco como su herramienta más útil para el ejercicio
de un dominio social indiscutido y su propio enriquecimiento rápido y
fácil. Sin embargo, ya en los principios de 1976 los más conspicuos
representantes de esa clase social, - entre ellos, el mismo rey -, comprendían
que no era posible seguir aplicando el estrecho corsé del franquismo
a una sociedad que en el curso de décadas de lucha, había aprendido
a auto organizarse. En los turbulentos días de los primeros meses del
76, solo los sectores minoritarios y obtusos de esa burguesía, vinculados
a la burocracia franquista y a sectores del Ejercito, se pronunciaban por la
continuidad pura y dura del Régimen. El empuje del conjunto de la sociedad
del Estado español era tal que hacía evidente para los dirigentes
de la burguesia que era necesario cambiar el decorado del escenario. Solo era
preciso contar con nuevos actores, que siendo verosímiles para la ciudadanía,
se ciñeran al dictado del nuevo guión. Y los encontraron.
EL AUGE DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Pero ¿cuál era, realmente, la situación en España a la muerte del Dictador?. A estas alturas del final de milenio la historia oficial quiere convertir en un secreto el hecho de que desde una década antes de la muerte de Franco, la sociedad española se encontraba en estado de ebullición y contestación permanente. Un potente movimiento de trabajadores, nucleado alrededor de Comisiones Obreras, se había ido forjando a partir de las masivas huelgas mineras asturianas de 1962.
La conflictividad laboral fue una invariable en las zonas más industrializadas
del Estado durante los años sesenta. Los movimientos huelguísticos
de esa década han sido relegados premeditadamente en el olvido. Sin embargo,
su importancia fue histórica. Las estadísticas estan ahí.
Entre 1964 y 1966 se perdieron 171.000 jornadas de trabajo por conflictos reivindicativos
o de solidaridad. Pero entre 1973 y 1975 la cifra se elevó a 1.548.000.
El cenit de la conflictividad se alcanzó en el periodo 1976-78 en el
que se perdieron más de trece millones de jornadas de trabajo. Aunque
pueda parecer increíble desde el punto de vista histórico, durante
la época de la Rusia zarista, en la etapa que precedió a la revolución
de Octubre, nunca produjeron corrientes huelguísticas de esta envergadura.
¿Seria aventurado afirmar que la situación social se acercaba
a los limites de las condiciones que comúnmente calificamos como "prerrevolucionarias"?.
En Canarias, aunque no existía un tejido industrial que permitiera el
desarrollo de grandes concentraciones obreras, los trabajadores encontraron
formas nuevas para expresarse. La pequeña empresa, mayoritaria en el
Archipiélago, no facilitaba la acción sindical antifranquista.
Las respuestas fueron atomizadas, pero muy significativas. En Las Palmas aparece
un movimiento sociocultural, Latitud 28, que aglutinó a jóvenes
obreros, estudiantes e intelectuales. Utilizando la actividad cultural como
herramienta, este núcleo de activistas estará presente en los
conflictos sociales y laborales más importantes de la década de
los sesenta.
En septiembre del 68, un enfrentamiento con la Guardia Civil en la localidad
de Sardina del Norte, provoca algunos heridos. Medio centenar de personas son
detenidas, y veinte de ellos procesados y condenados en un Consejo de Guerra
sumarísimo. Ese acontecimiento tendría graves repercusiones para
el ulterior desarrollo de las organizaciones obreras en la Isla. También,
durante esa misma década, se desarrollarían en Gran Canaria masivas
acciones huelguísticas de los trabajadores portuarios, de los conductores
de guaguas y de los aparceros del Sur de la Isla.
LA UNIVERSIDAD EN ESTADO DE REBELION
El resurgimiento del movimiento obrero en el resto del Estado coincidió con la mayoría de edad de las generaciones que no habían vivido la guerra civil y sus horrores posteriores. Las universidades, hasta entonces centros privilegiados a los que solo tenían acceso los vástagos de los vencedores, pasan de ser cunas ideológicas del franquismo a centros académicos de lucha e insurrección frente a la Dictadura. Parece interesante señalar que los universitarios de los sesenta no solo exigen libertades, luchan también por una sociedad mas justa, por una "sociedad en la que no existan ni explotados ni explotadores". El debate, las asambleas y la acción en la calle envuelve la vida universitaria. Se cuestiona a la dictadura pero, en la misma medida, se lucha por acabar con injustas estructuras económicas. El régimen intenta ahogar el movimiento abriendo expedientes a profesores y alumnos y cerrando universidades. Pero la agitación estudiantil desborda ampliamente sus posibilidades represivas.
En los barrios populares, aprovechando los resquicios de la legalidad franquista se constituyeron las primeras "Asociaciones de Vecinos". No eran órganos de "gestión" administrativa que hoy conocemos, sino que poco a poco, se fueron convirtiendo en plataformas de participación popular, de luchas reivindicativas, de organización social. De manera incipiente, en su seno se empiezan a formar decenas de lideres vecinales. Después de décadas de silencio la sociedad española, y también la canaria, comienzan a organizarse.
LOS PILARES DEL REGIMEN SE RESQUEBRAJAN: LA IGLESIA Y EL EJERCITO
La Iglesia española había estado comprometida hasta el tuétano
con los insurgentes que provocaron la Guerra Civil. En 1937, la jerarquía
eclesiástica, a golpe de decreto episcopal, convirtió en "Cruzada"
uno de los enfrenamientos civiles más cruentos de la historia europea.
La Iglesia española confirmó, una vez más, su alianza con
los poderosos. En la posguerra bendijo, brazo en alto y sin estremecerse, los
miles de fusilamientos de "los enemigos". Junto con la burguesía
y el Ejercito, constituyó el tercer punto de apoyo del proyecto totalitario
del franquismo. Y es preciso reconocer que durante décadas su papel lo
desempeñó con eficacia. Fue convertida en usufructuaria ideológica
de la manipulación de las conciencias a través del control absoluto
de la docencia.
La vida cultural oficial pasó a depender de las sacristías. Sin
embargo, en los últimos años del franquismo los cambios que se
operaban en la sociedad española empezaron a sacudir los mismos cimientos
esta milenaria institución. La contestación social que se daba
en seno de la sociedad española terminó contagiando las estructuras
basicas de la propia Iglesia. Centenares de sacerdotes terminaron rebelándose
contra una jerarquía eclesiástica que era incapaz de romper sus
lazos con la Dictadura. No viene mal recordar hoy que en los sesenta el franquismo
tuvo que habilitar una prisión, Zamora, exclusivamente para sacerdotes,
donde estuvieron recluidos hasta setenta curas obreros. El clero de base se
alineó claramente con las reivindicaciones populares.
Mientras, la cúpula episcopal, recogiendo prudentemente la señales
que proporcionaban las nuevas y vigorosas "señales de los tiempos",
se vio obligada a empezar a marcar distancias con el franquismo. Se hacia imperativo
para la sagrada Institución limpiar con rapidez un pasado vergonzoso
de crímenes y complicidades con uno de regímenes más funestos
de nuestra historia.
Hoy no deja de ser una macabra ironía, que cuando se menciona el papel
de la Iglesia en lo que la crónica oficial denomina "la transición",
se resalte la figura personajes tales como el cardenal Enrique Tarancón.
Este distinguido purpurado, autentico principe de la Iglesia, mientras compartía
mesa y mantel con el "caudillo", - casó a una de sus nietas
-, les negaba a los curas obreros el uso de las parroquias para la celebración
de asambleas de obreros y vecinos. La historia oficiosa, en cambio, nos lo presenta
como noble paladín de la causa de la democracia. Los exegetas de la "transición",
sin embargo, se vuelven amnésicos a la hora de recordar el valiente papel
que centenares de curas obreros párrocos de barriadas jugaron en las
luchas populares, compartiendo con el pueblo la persecución del Régimen.
EL VENDAVAL LLEGA AL EJERCITO
Pero las conmociones que se daban en la sociedad no afectaron solo a la Iglesia.
El más sólido de los pilares del Régimen, el Ejercito,
comienzó también a agrietarse. En 1974, al calor de la influencia
de la "Revolución de los claveles" en Portugal, se crea la
UMD (Unión Militar Democrática), organización clandestina
que agrupaba a más de doscientos oficiales y suboficiales del Ejercito.
La dirección de este movimiento militar fue descubierta, procesada y
condenada. Por cierto, que ninguno de los gobiernos de la "transición"
fue capaz de rehabilitarlos. Los separaron del Ejercito y fueron abandonados
a su suerte. Sus vidas continuaron en las mas dispares profesiones.
Muerto Franco, la columna vertebral del sistema dejó de ser una pieza
segura. Y solo ello explica que a finales del 1975 cuando Hassan II, el rey
de Marruecos, pone en movimiento la Marcha Verde sobre el Sahara Occidental,
la burguesía española, prudentemente, optara por eludir un conflicto
cuyas repercusiones eran muy difíciles de prever. Las consecuencias de
la guerra colonial habían instalado en Portugal un gobierno revolucionario.
Y allí las fuerzas de izquierda ocupaban las calles de Lisboa. ¿Qué
podía suceder en una España donde la agitación social era
infinitamente más intensa y profunda que la que se apreciaba en el país
vecino antes del levantamiento del 25 de Abril de 1974?.
LA SITUACIÓN MUNDIAL
Simultáneamente, en el mundo, la lucha de los pueblos contra el colonialismo y la expansión imperial de algunos Estados, conmueve a la opinión publica internacional. Muchos paises africanos se liberan de la dependencia colonial y escogen vias de desarrollo no capitalista. El planeta parecía estar "patas arriba". Vietnam se convierte en una referencia para la juventud de la época. Centenares de miles de jóvenes pasean las fotos de Ho Chi Minh por las calles de Londres, Paris, Nueva York y Berlín, pero también en manifestaciones relámpagos en Madrid, Bilbao y Barcelona. Canarias no es una excepción. En Universidad de La Laguna los estudiantes quemaban la bandera de los Estados Unidos. Las fachadas del cine Royal, en Las Palmas, resultan impactadas por botes de tinta contra la exhibición de la película pronorteamericana "Boinas Verdes". En el Parque Sta. Catalina los "grises" perseguían, pistola en mano, a los jóvenes obreros y estudiantes que osaban manifestar la solidaridad de un pueblo acosado hacia otro pueblo bombardeado. Los poetas, escritores y artistas canarios dejaban patente con su firma, la protesta contra la agresión estadounidense en manifiestos de firmas que luego eran cotejados cuidadosamente en las dependencias de la brigada político-social de la Plaza de La Feria, por el arrogante comisario Heliodoro.
En 1959, por primera vez, la Revolución habla en castellano. Cuba, a tan solo unos kilómetros del coloso del Norte, emprende un doble proceso: la reafirmación de su independencia frente a Estados Unidos y la implantación del socialismo. El mensaje aparecía muy claro ante la conciencia de las jóvenes generaciones de habla castellana: la transformación de la sociedad no era una utopía, sino una posibilidad tangible, alcanzable.
En grandes trazos, este era el panorama político que podía contemplarse
en el estado español en la década que precedió a la muerte
de Franco. Era una sociedad en convulsión que no solo aspiraba a lograr
la desaparición de la dictadura y la recuperación de las libertades,
sino que albergaba, igualmente, la expectativa de cambios profundos, radicales.
Sectores importantes de la ciudadanía habían ido imponiendo, -
saltándose los duros impedimentos de la legalidad vigente -, su participación
en las decisiones sociales tomadas en la base. En la fabrica, en la universidad,
en el barrio, en los colegios profesionales... La gente se sentía protagonista
y tenia, desde luego, razones para ello. Desde hacía más de una
década en todo el territorio Estado español se había iniciado
un proceso del que resulta difícil encontrar un precedente similar en
su Historia Contemporánea.
LA BURGUESIA SE ESTREMECE
En 1975 quienes sí se aperciben, con alarma, de la peligrosidad que
el momento que se estaba viviendo tenia para sus intereses, son las clases dominantes.
José Maria de Areilza, conde de Motrico, destacado falangista en el 36,
embajador de España en la Argentina de Perón y, finalmente, ministro
de Asuntos Exteriores del primer gobierno de la Monarquía, escribía
en su diario en 1976: "O acabamos en golpe de Estado de la derecha. O la
marea revolucionaria acaba con todo". Resultará obvio para el lector
que cuando la burguesia habla de "acabar con todo", hace una fiel
y exclusiva referencia a todo lo que ellos poseen: la propiedad, la influencia,
el poder, los privilegios...
La agitación social había hecho que el desconcierto y la incertidumbre
se apoderara del alma de las clases hegemónicas. El príncipe Felipe
Borbón, presunto heredero del trono de España, en un reciente
testimonio periodístico, manifestaba: "Mi padre, el rey, reconoce
que en aquel momento todo era incierto...".
Y no le faltaba razón. En los albores del año 76, el miedo atenazaba
a las altas finanzas. Los movimientos de capitales, - que funcionan con una
dinámica inversa a la de los movimientos sociales - , iniciaron su migración
hacia las áreas más seguras de las arcas suizas. Entre enero y
mayo de 1976 se fugaron procedentes de España hacia la banca helvética,
la friolera de 60.000 millones de pesetas. . Pero la cifra record se alcanzó
hacia la mitad del año siguiente: diariamente llegaron a salir de España
ocho mil millones de pesetas. En los valores de la época estos números
eran de autentico escándalo.
Otro barómetro que reflejaba el estado de animo de una patronal que históricamente
se había caracterizado por la imposición de bajos salarios, lo
indica el hecho de que mientras la congelación salarial fue en el resto
de Europa la norma dominante durante el trienio 1973 -1976, en España,
en cambio, los salarios subieron más que en ningún otro país.
Ante el embate reivindicativo, con exquisita prudencia, la burguesía
española eludía así, tácticamente, una confrontación
que podía conducir situaciones prerrevolucionarias.
En esos momentos, todo hacia presagiar que la Monarquía instaurada e impuesta por el dictador, tenia sus días contados. Desde Francia, Santiago Carrillo, secretario general del PCE, expresaba sus dudas de que Juan Carlos "durara algo más que un dulce en la puerta de un colegio". El PSOE, partido inexistente, de hecho, durante el franquismo, manifestaba vehemente su vocación republicana. Era difícil encontrar algún personaje, a excepción de los políticos del mismo sistema, que manifestara su adhesión al proyecto monárquico, y menos aun si se trataba de la Monarquía juancarlista, heredera directa del poder del Dictador.
¿Qué fue lo que sucedió en el curso del año 76
que hizo cambiar el rumbo de los acontecimientos previsibles?. Si dentro de
cien años un historiador, teniendo como única fuente los ejemplares
de la prensa diaria de estas fechas del final del milenio, intentara construir
una interpretación de cómo se consolidó en España
la monarquía heredada del franquismo, lo tendría ciertamente muy
difícil. Bucear en los periódicos del pasado mes de noviembre,
con la intención de obtener una explicación de lo que sucedió
hace 25 años, no solo es una tarea infructuosa, sino que puede un viaje
alucinante a una encantada Disneylandia, donde príncipes, princesas y
caballeros cabalgando briosos corceles, son elevados a la categoría de
héroes de esta historia.
Al decir de José Carlos Mauricio, en aquellos días secretario
general de los comunistas canarios, hoy portavoz en el Congreso de la derechista
Coalición Canaria, el Archipiélago fue un laboratorio donde se
ensayaron precozmente las formulas que facilitarían el peculiar experimento
de la "transición" Pero ese capitulo será el sujeto
de análisis en la segunda parte de este trabajo.
PUBLICADO EN LA REVISTA LIBERACIÓN, CANARIAS
Kolectivo
La Haine
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