Al Diablo con el trabajo, la vivienda y el futuro
“El futuro es una trampa de los políticos, así como el pasado un invento de los curas más crueles”.
Hospital Psiquiátrico de Murcia. Declaración de un esquizofrénico.
Una sensibilidad anti-capitalista no puede entusiasmarse ante las demandas de “Juventud Sin Futuro”. Pedían TRABAJO, vale decir “alienación laboral”, consentimiento en la extracción de la plusvalía, “presidio industrial”, en expresión de Bakunin. Exigían VIVIENDA, ese “ataúd con ventanas”, como lo definió Baudelaire, que nos ata a un lugar homívoro y a un oficio prostituido. Reclamaban FUTURO, cuando, en la realidad de este mundo, solo hay porvenir si se siguen, aunque sea de manera revoltosa, las “instrucciones de uso de la vida”, si se acata la prescripción (necesariamente vil, degradante) de un “modo de empleo de nuestras jornadas”, por recordar un título de Georges Perec.
“Democracia Real Ya” ha tenido un éxito provisional gracias a sus ambigüedades y a una hábil explotación de la racionalidad política moderna. Me recuerda todas las miserias de la “Otra Campaña” Zapatista: abogar por una convergencia de los descontentos que ignora la fisura radical, la fractura absoluta, que separa a unos disconformes de otros.
Porque existen los odiadores del Trabajo, de la Casa y del Futuro ofertado; y apenas caben en un movimiento como “Democracia Real Ya”. Los que entraron, saldrán precipitadamente,
Existen los enemigos de la Democracia Liberal, de la Democracia Representativa, de la Democracia de Partidos, gentes que sueñan con la Democracia Directa, asamblearia, tal la que se ha dado y en cierta medida se sigue dando en determinados pueblos indígenas de América Latina, África, Asia y los Círculos Polares. Democracia Directa que también se conoció en nuestro país, en el entorno de lo que hemos nombrado “mundo rural marginal”. Pronto empezarán a abandonar el movimiento, pues lo valorarán reo de la demagogia “democratista”.
Existen los adversarios de un “Estado de Derecho” que, desde sus orígenes, oculta una guillotina en su trastienda; adversarios de esta “farsa sangrienta”, en el decir viejo de Anatole France y más reciente de Emil Ciorán, ficción celebrada sin descanso por nuestros media, adocenados y sobornados. No podrán soportar la inflación “ciudadanista” del nuevo discurso, pseudo-contestatario.
Y existen los detestadores del hiato social, de la explotación de clase, de una subordinación económica que se nutre precisamente de aquel anhelo (inducido) de empleo, casa y futuro. Abandonarán una plataforma que habla de política y de economía, pero que rehuye el problema estructural de la dominación social, de la antítesis Capital-Trabajo.
Todas estas gentes no pueden congeniar con el espíritu de “Democracia Real Ya”, un movimiento que, por su índole “populista” (aunque se trate de un populismo de la desafección y hasta de un populismo del resentimiento), va a desembocar, sin remedio, en las playas de la aceptación de lo dado, de una propuesta de optimización de la democracia falsaria, de reforma de lo Establecido, una vacuna que el Sistema acepta de sus contradictores disminuidos para inmunizarse a la crítica radical y, de paso, fagocitarlos. No le costará mucho a la Institución asimilar un engendro que, en su discurso central, hiede a regeneración de la socialdemocracia y revitalización de la sociedad civil, con un anverso polemista y un revés mendicante...
Frente a los que demandan Empleo (esclavitud), Vivienda (cadena) y Futuro (automatismo existencial), están los aspirantes a la autonomía y a la libertad personal, estigmatizados y casi perseguidos por lo que Horkheimer llamó “la policía social anónima”, tachados de “perdedores”, “inadaptados” o “anti-sistema”. Siendo verdad que a estos insumisos de fondo, de quienes se sentiría “compañero” Diógenes de Sínope, no les irá muy bien en la vida, no me cabe duda de que a los otros, a los simuladores de la confrontación y de la rebeldía, les irá peor -muchos de ellos “triunfarán”, se instalarán, serán aplaudidos, morirán neciamente sus vidas y conquistarán las cimas de lo que el mundo antiguo llamó “idiotismo”.