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Pensamiento, Mundo :: 10/02/2011

Apuntes sobre las Notas críticas al "Ensayo Popular de Sociología" elaboradas por Gramsci (I)

José Antonio Gómez Di Vicenzo
Gramsci critica el marxismo dogmático reduccionista y mecanicista que tomaba forma y se plasmaba en el manual de formación de cuadros escrito por Bujarin

Gramsci (1891 - 1937) fue, sin duda, una de las mentes más brillantes del siglo XX, al menos en el campo de la filosofía. Sin embargo, su impresionante aporte suele pasar desapercibido en muchos espacios que se arrogan el título de académicos u olvidado por una militancia más proclive a repetir consignas vacías de contenido que a estudiar el materialismo histórico. Tal era su importancia dentro de la corriente marxista y su influencia en la política italiana que en 1928, el fiscal del tribunal que lo condenó no tuvo ningún prurito al acusarlo dejando ver explícitamente las intenciones del fascismo italiano cuando sostuvo “tenemos que impedir durante veinte años que este cerebro funcione”. Lejos estuvo de lograrlo. En el encierro, entre 1929 y 1935, Antonio Gramsci se tomó el trabajo de escribir más de 2800 páginas, esas que después salieron a la luz como los Cuadernos de la Cárcel.

Los famosos cuadernos se editaron cuando ya habían pasado más de 10 años de la muerte de su autor. Fueron armados en 6 volúmenes: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce; Los intelectuales y la organización de la cultura; El Risorgimento; Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno; Literatura y vida nacional y Pasado y presente. Esta serie de apuntes sobre las críticas que Gramsci realizara al Ensayo Popular de Sociología Marxista de Nikolái Bujarin (1888 – 1938) pretenden comenzar a acercar al lector a la obra de este importante pensador marxista italiano. Creo que es un buen comienzo dado el abordaje de los problemas filosóficos de tremenda actualidad e importancia para profundizar en el materialismo dialéctico que el marxista italiano desarrolla en el devenir de la crítica al famoso manual del ruso Bujarin.

Los resúmenes son el resultado de mi trabajo sobre la edición de Planeta Agostini de 1985 de La política y el Estado Moderno, obra que presenta una selección de escritos pertenecientes a los volúmenes El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce y Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno de los Cuadernos de la Cárcel. Gramsci estaba interesado, en particular, en estas dos figuras, Croce (1866 – 1952) y Maquiavelo (1469 – 1527), porque pretendía someter a la crítica la tradición cultural italiana insertando dicha crítica en la política concreta. Mussolini se había presentado él mismo como la reencarnación del príncipe de Maquiavelo. Según Gramsci, el moderno príncipe no podía encarnarse en un sujeto individual y menos podía culminarse la unidad italiana de la mano del fascismo. Por su parte, Croce es para Gramsci una de las figuras más destacadas del pensamiento italiano, el modelo del intelectual meridional. Es el intelectual que introdujo a Hegel en la península, una figura de la reacción italiana, aquel que separó a los intelectuales radicales del sur de Italia de las masas campesinas haciéndolos participar de la alta cultura europea; aquellos que luego de ser incorporados a la cultura europea fueron absorbidos por la burguesía nacional y por el bloque agrario.

Todo el trabajo intelectual de Gramsci puede leerse como un intento por resolver la intrincada situación política en Italia y, si se quiere, en la sociedad occidental posterior a la Primera Guerra Mundial. En este contexto comienza a resultar cada vez más evidente que la revolución no puede realizarse en Italia - ni en ningún país de Occidente- de la misma manera que tuvo lugar en Rusia, mediante un golpe de fuerza, como toma del poder político. En estas sociedades occidentales existe una compleja “sociedad civil” o un conjunto de organismos que responden a la función de hegemonía de la clase dominante que actúan como contrapeso de la sociedad política. Para Gramsci, en vez de tomar el poder por la fuerza sin más y de una vez, de lo que se trata es de plantear una suerte de “guerra de trincheras”. En su Italia natal, esto significa, concretamente, que no se puede derribar el fascismo de un golpe sino por medio de una política de amplias alianzas atrayendo, en particular, al intelectual considerado por Antonio Gramsci como el eslabón débil del bloque burgués. Deben captarse los intelectuales tradicionales y formarse a los intelectuales orgánicos. El partido revolucionario actúa como un intelectual colectivo haciendo entonces sí posible la maquiavélica misión que en el renacimiento tenía el príncipe. Debe crearse un bloque histórico que posibilite la unificación italiana para lo cual ese intelectual colectivo debe asumir la dirección política de la lucha y expandir progresivamente su hegemonía en el frente intelectual. En síntesis, el cambio revolucionario no se dará si primero no se entabla una lucha en el seno de la sociedad civil, si el partido del proletariado no ha desplegado su propia visión del mundo, si no ha obtenido el consenso de otras clases sociales o facciones de clase.

Con estos apuntes creo estar comenzando a saldar una deuda con uno de los más grandes intelectuales del marxismo del siglo pasado. Deuda que tiene que ver con la escasa atención que se presta a sus aportes en ciertos espacios. Una de los aportes más importantes realizado por Gramsci al pensamiento marxista del siglo XX tiene que ver con el hecho de haber mostrado claramente que no existe, como sostiene el marxismo dogmático, una oposición mecánica entre la estructura económica y la superestructura ideológica. La relación dialéctica entre estructura y superestructura se denomina según el gran marxista italiano filosofía de la praxis[1]. Gramsci critica el marxismo dogmático reduccionista y mecanicista que tomaba forma y se plasmaba en el manual de formación de cuadros escrito por Bujarin denominado “La teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología marxista”. Sin duda, estamos frente a un intelectual marxista que en el siglo pasado tuvo la astucia de hurgar en lo profundo del pensamiento marxiano, aun contando a su disposición con poco material de la inmensa obra del genio de Tréveris. Hoy, lamentablemente, muchos ven poco aun contando con una gran cantidad de trabajos.[2]

Hoy encontramos en algunos representantes del pensamiento de la izquierda marxista autóctona cierta esclerosis, una recaída en una suerte de escolasticismo muy lejano a la praxis revolucionaria y a la crítica que los padres fundadores pretendieron enseñarnos incluso dándonos una y otra vez los mejores ejemplos. Ha tomado en su discurso un lugar hegemónico la repetición ritual de proclamas directamente relacionadas con una postura reduccionista, mecanicista y lejana a la dialéctica. A menudo escuchamos algunos de los paladines de la izquierda troglodita y paleolítica citando consignas vacías de contenido, ontologizando a partir de abstracciones queriendo que el mundo entre en las cajitas ideales que han inventado y si no entra pretendiendo convencernos que nuestro mundo no es nuestro mundo o somos tontos enajenados que no lo vemos; pero también hipostasiando ideas para crear un discurso tan lejano al de los necesitados proletarios como lo es su capacidad de transformación de lo dado. En el devenir de la historia, los herederos de Bujarin parecen estar ganando la partida. Vaya pues esta contribución para despertar en ellos una señal de alerta mostrando que las cosas no son tan simples y que desde la década del 30 del siglo pasado había marxistas repensando el marxismo; vaya pues este trabajo para permitir que el público en general se acerque al pensamiento de un gran marxista que no se quedó sumido en los preceptos del dogma y vaya pues para aquellos que no quieren sacar los pies del plato del marxismo, que quieren hacer que se haga realidad una sociedad justa a partir de una praxis transformadora, pero siempre teniendo presente que el devenir de la historia es dialéctico y que las cosas no se ajustan a los constructos teóricos que se tornan inmóviles sino que hay que seguir pensando y actuando.

Este resumen necesariamente tuvo que contener una extensa introducción para fundamentar su pertinencia. El lector sabrá disculpar la poca capacidad de síntesis de quien escribe. Falta aún decir algo del famoso manual de Bujarin. Dedicaré al menos un párrafo al mismo antes de entrar definitivamente en la introducción propiamente dicha del texto de Gramsci dejando al lector la responsabilidad de leer el original. Quedarán los demás apartados para ser desarrollados en futuros encuentros.

Como es sabido La teoría del materialismo histórico. Manual popular de sociología marxista se publicó en Moscú en 1921. La necesidad de difundir los principios que sostenían la Revolución Bolchevique del 17, la justificación de la forma de Estado implantada, hicieron que sea necesario preparar rápidamente una serie de exposiciones pedagógicas del marxismo. Ya no se trababa de impugnar el orden burgués, era necesario fundamentar el orden comunista. El texto de Bujarin es uno de los más representativos de esta suerte de manuales. Lamentablemente incurre en una suerte de fosilización dogmática impregnada de reduccionismo economicista y mecanicismo. En términos de Gramsci: “La reducción de la filosofía de la praxis a una sociología ha representado la cristalización de la tendencia errónea ya criticada por Engels (…) que consiste en reducir una concepción del mundo a un formulario mecánico que da la impresión de tener toda la historia en el bolsillo.” (p. 17)

Pero no nos adelantemos, comencemos desde el principio para así ir adentrándonos lentamente en las críticas que el marxista italiano realiza al marxista ruso. Veamos qué dice Gramsci en la introducción a las Notas.

Lo primero que reprocha a Bujarin es el hecho de no haber partido del análisis crítico de “la filosofía del sentido común” o “filosofía de los no filósofos” a la cual Gramsci define como “la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”. (p. 9)

A continuación, Gramsci expone las características del sentido común. Sostiene que se trata de una concepción del mundo disgregada, incoherente, inconsecuente y adecuada a la posición social y cultural de los grupos de los cuales constituye su filosofía. Ahora bien, Gramsci va a decir que siempre que se forma un grupo social homogéneo, surge también una filosofía sistemática y homogénea en contra del sentido común. Estos sistemas filosóficos son ignorados por la gente común, por las grandes masas, y no tienen “ninguna eficacia directa sobre su modo de pensar y de actuar”. Lo que el marxista italiano nos está diciendo, en otras palabras, es que la filosofía sistemática puede ir en contra del sentido común constituyéndose como la concepción del mundo de los intelectuales y la alta cultura pero que Bujarin se equivoca al evaluar que dichos sistemas se oponen a la filosofía original de las masas populares. Los sistemas filosóficos tradicionales (se refiere a las escuelas y filósofos consagrados en la historia), agrega, influyen en las masas “como fuerza política externa” como una “fuerza cohersiva de las clases dirigentes”, “como elemento de subordinación a una hegemonía exterior”. Todo esto hace que el pensamiento original de las masas populares quede limitado, encorsetado. Lejos de influir en el sentido común para transformar eso que las masas piensan en forma desordenada. En otros términos, Gramsci le está diciendo a Bujarin que si su propósito es llegar a las grandes masas con el pensamiento marxista debe partir de aquellos elementos que son cercanos a sus vivencias y no de la filosofía tradicional.

Más adelante, Gramsci sostiene que hay una ligazón más fuerte entre el sentido común y la religión que entre el sentido común y la filosofía tradicional. En sus propias palabras, “los elementos principales del sentido común son suministrados por las religiones”. Pero la religión en singular en realidad es un conjunto de religiones distintas. Gramsci dice por ejemplo que en el caso de la religión católica, tenemos un catolicismo del campesino y otro del pueblerino, una catolicismo del pequeño burgués y otro del obrero, uno de las mujeres otro de los intelectuales. Pero además agrega que en el sentido común no sólo influyen las distintas formas de una religión cualquiera sino también formas precedentes e incluso anteriores a las religiones actuales. Así lo que tenemos es un complejo entramado de creencias que van desde supersticiones hasta elementos realistas y materialistas producto de las sensaciones frecuentes y comunes a todos los individuos. Ahora bien, el materialismo y realismo del sentido común no se asemeja en nada al de un científico o filósofo, son según Gramsci “supersticiosos y acríticos”.

A continuación y luego de haber desarrollado las características del sentido común, Antonio Gramsci está en condiciones de precisar más rigurosamente cuál es el principal problema que encuentra en el Ensayo Popular. Según el marxista italiano, el manual de Bujarín, lejos de confrontar con estos elementos supersticiosos y acríticos, lejos de tomarlos como punto de partida para emprender un camino o la construcción de una nueva concepción del mundo ligada a la visión del revolucionario marxista, los confirma. Gramsci aclara que no se trata de evadirse de la crítica de los sistemas filosóficos tradicionales. Ella también debe ocupar un espacio en los textos de formación y ser un objeto de crítica de la filosofía de la praxis. Pero el punto de partida siempre tiene que ser el sentido común, “la filosofía espontánea de las multitudes”.

El texto continúa con un recorrido por el análisis de cómo se ha dado la relación entre ciertos intelectuales y el sentido común. Gramsci sostiene que la literatura filosófica francesa es la que más trata el sentido común y que esto se debe a que los intelectuales franceses siempre estuvieron cerca del pueblo para “guiarlo ideológicamente”. Para el marxista italiano “la actitud de la cultura filosófica francesa hacia el sentido común puede ofrecer un modelo de construcción ideológica hegemónica”. Posteriormente, Gramsci considera el caso inglés y americano. Es interesante porque después de decir algunas palabras sin comprometerse a fondo en el análisis de ambos casos(hay que tener siempre presente que los Cuadernos de la Cárcel eran precisamente cuadernos de anotaciones, borradores que contenían líneas a seguir y que se formulaban a menudo muy esquemáticamente) Gramsci concluye que el sentido común ha sido considerado o bien “como base de la filosofía o criticado desde el punto de vista de otra filosofía” pero que siempre el resultado ha sido “la superación de un determinado sentido común para crear otro más adecuado a la concepción del mundo del grupo dirigente”. (p. 11) El planteo es central porque da cuenta de uno de los principales aportes para la lucha política realizados por el marxista italiano la idea de lucha contra hegemónica, la idea de que las revoluciones occidentales deben darse mediante un fino trabajo de convencimiento y transformación del sentido común a partir de la crítica llevada a cabo desde la filosofía de la praxis.

Después, Gramsci pasará a analizar la posición de Croce y de su colaborador luego comprometido con el gobierno fascista Giovanni Gentile (1875 – 1944). Al primero le critica el hecho de considerar que todo hombre es un filósofo. Croce sostiene que existen proposiciones filosóficas tradicionales que pueden hallarse en el sentido común. Para Gramsci, esto es una obviedad puesto que en el sentido común puede encontrarse de todo. La cuestión es que eso está desordenado y construido asistemáticamente. Gentile deriva del pensamiento de Croce el hecho de conceder que algunas proposiciones presentes en el pueblo constituyan grandes verdades filosóficas. Para Gramsci, el sentido común es equívoco, contradictorio, multiforme y “referirse al sentido común como prueba de la verdad es absurdo”. (p. 13) Cuando una verdad excede el plano de los círculos intelectuales puede decirse que pasa a formar parte del sentido común pero esto confirma el hecho de que la verdad depende del consenso hegemónico y que es histórica.

Finalmente, Gramsci dice que Marx también trató el tema del sentido común y la solidez de sus creencias. Pero nunca sostuvo que sus creencias fueran verdaderas. Marx se centró en el estudio de la solidez formal de las proposiciones del sentido común y su “imperatividad cuando producen normas de conducta”. Para el padre del socialismo científico de lo que se trata, según la lectura gramsciana, es del surgimiento de nuevas creencias populares, esto es de un nuevo sentido común, “de una nueva cultura y de una nueva filosofía que se enraícen en la conciencia popular con la misma fuerza y la misma imperatividad que las creencias tradicionales”. (p. 13) Lamentablemente el tipo de escritura de los cuadernos hizo que Gramsci no prestara atención a las formas y no especifique rigurosamente en qué pasajes trata Marx estas temáticas. Queda al estudioso la tarea de investigar en los aportes marxianos.

En futuras entregas continuaremos desarrollando estas interesantes críticas.


Notas

[1] Gramsci usaba “filosofía de la praxis” en lugar de materialismo histórico por el hecho de estar en prisión y tener que disimular su filiación marxista.

[2] M refiero al hecho de que por ejemplo los famosos Grundrisse aparecieron recién en 1939.

Atenea Buenos Aires

 

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