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Pensamiento :: 14/11/2006

Caníbales somos

Carlos X. Blanco
¿Qué hacemos con nuestras vidas? Libres y soberanos consumidores no somos. Libres de escoger un modo de producción, unas pautas programadas de vida, no somos.

Uno ha de tratar a diario con gentes que no ha elegido, y en cambio ha de alejar de sus vidas a quien debería tener a su lado. ¿Motivos principales? Normalmente cuentan, y mucho, los motivos de tipo económico. El trabajo es lo que fuerza a la mayoría a vivir donde no queremos, a hacer cosas que no nos gustan, a tratar con seres despreciables o, cuando menos, aburridos. En un mundo consumista y opulento, regido por el capitalismo, dedicamos mucho tiempo y sacrificamos aspectos fundamentales de la vida a producir o rendir, más allá de las necesidades inmediatas de la existencia. El sistema consumista y opulento no diverge del resto del estercolero, el llamado "tercer mundo" en hacer del trabajo y del productivismo una consigna. La diferencia estriba en que la mayor parte de la humanidad trabaja para vivir, para llenar a duras penas un estómago, para prolongar apenas un segmento de tiempo más una muerte temprana por desnutrición, enfermedad o violencia. El primer mundo, el sistema consumista y opulento, también exige -como norma básica- que haya un sector activo, productivo, que, en todos los estratos imaginables, se convierta en motor del consumo. El primer mundo no se hace la pregunta ¿comeré hoy? La suya será: ¿qué comeré hoy? ¿qué me debería apetecer? ¿dónde podríamos hacer gasto con el fin de hacer como que comemos?, etc.

En algún sitio leí al filósofo Santiago Alba la explicación de que el sistema de una cultura se puede dividir entre cosas de comer, de usar y de mirar. El capitalismo mundial de nuestros días se ha tornado especialmente fagocitador. La depredación de este sistema enloquecido empieza, a mi modo de ver, por las mismas bocas. Los vientres vacíos de tantos millones de personas se corresponden en proporción inversa, pero rigurosa, con la obesidad, gula insaciable y apetito voraz de una cúpula de consumidores "soberanos". Además, la conversión de una cultura humana en un sistema consumista mundial cada vez más plano hace que las otras dos dimensiones que deberían completar el escenario (la fungible -usar, y la admirable -mirar) se plieguen sobre la primera, la comestible. La conversión del planeta en una máquina de horror se extrema en un punto máximo de inhumanidad cuando la lógica de la mercancía hace del hombre una cosa. Se ha vuelto cosa en cuanto ha devenido mercancía, cosa que se compra y se vende.

Los despotismos de Oriente, y las civilizaciones clásicas dieron muestras de esa conversión del hombre en cosa, por medio de la institución de la esclavitud. La mentalidad apropiadora del hombre sobre las cosas y los animales no tardó en aplicarse también sobre el mismo hombre. La propia jefatura política y la ciudad-estado que está en el origen de las civilizaciones -agrarias, sedentarias- supuso una cierta bestialización del hombre reducido a la esclavitud, una domesticación análoga a la que ya se emprendiera con los animales. Luego, los diversos géneros de servidumbre y ataduras que, en Europa, estuvieron a la base del contrato laboral del asalariado en el capitalismo, introdujeron una modalidad mucho más funcional de esclavitud. Se optó no tanto por la posesión absoluta de los cuerpos y las vidas de las personas, como por el aprovechamiento de su fuerza laboral, aprovechamiento que sólo podía ser comprado por horas, para diferenciarlo jurídicamente de la esclavitud antigua sensu stricto.

El capitalismo, así pues, necesitó convertir la sociedad en un mercado. Los hombres dejaron, gradualmente, de comportarse como seres humanos ante otros seres humanos. La utilidad -o fungibilidad- de las cosas solamente pudo ser vista bajo el prisma de su valor de cambio, incluyendo la capacidad de hacer cosas, dar servicios, o proporcionar utilidades, presente en los propios hombres. Con esta conversión universal de todas las cosas, acciones y valores en meras "mercancías" no pudo dejar el hombre de ser visto también de esta manera. Y, junto a la disposición de ser comprada y vendida, la mercancía posee la capacidad de ser "consumida", esto es, de entrar en el sumidero de la deglución a la que tiene derecho su poseedor. Desde que el mundo ha superado la fase meramente manufacturera y fordista, y el modelo del mundo de estilo "fábrica" se ha quedado atrás, en muchos aspectos, el cariz glotón de la parte opulenta de la humanidad predomina sobre todos los demás aspectos de esa división trimembre, que nos cuenta Santiago Alba. Lo utilizable y lo admirable se realizan, entrando en el sumidero, en la esfera del consumo. Entonces usamos las cosas como si las comiéramos. Y también miramos las cosas del mundo como si las comiéramos. Y dentro de "cosas" ya hay que incluir al ser humano. Hay personas de usar y tirar en nuestra sociedad. Lugares del planeta donde las personas son asesinadas o infectadas después de haber obtenido placer de ellas. Niños que quedan en la cuneta, con los órganos extirpados. Paraísos del sexo con menores, del trabajo barato o gratuito, de la violencia sádica, del hombre o mujer de usar y tirar en otros ámbitos además del laboral como son los servicios, la diversión, el pacer. Otro tanto se diga del mirar. La sociedad de mirones sin compromiso en que se ha convertido humanidad en este planeta regido por la TV, junto con la distorsión gravísima que supone el voyeurismo generalizado con respecto al sexo, la violencia o la mera intimidad, introducida primero por las televisiones y ahora trasladada a internet, todo esto que decimos, se realiza compulsivamente por medio de la lógica consumista del glotón.

Habiendo capacidad de compra, la moralidad se hace polvo, y el ser humano tiene derecho a lo que quiera comprar para consumir, usar y mirar, incluyendo a otros seres humanos en este catálogo de cosas. Lo humano se ha simplificado, a medida que la tecnología se torna más sofisticada y mayor es la versatilidad de cosas, utilidades, o servicios que se ofertan en el mercado.

Y esforzados trabajadores, buenos maridos, impecables esposas, altruistas contribuyentes, ejemplares sujetos cívicos, todos ellos, tras el cumplimiento obligado de sus tareas productivas se reservarán para sí, como el derecho más sagrado del mundo, la opción de devorar la naturaleza y a los demás miembros de su especie. Homo homini lupus.

 

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